sábado, marzo 14, 2009

La última clase

A veces creo que no pasó, que me lo inventé, porque esas cosas que jamás se cuentan, esas que te guardas por no resultar creíble te terminan pareciendo una ficción, una historia inventada por ti mismo para ti mismo, pero se que sucedió, si lo escribo ahora es para dejarlo escrito en este cuaderno que nadie leerá, pero por la posibilidad última de que un marciano de un lugar lejano aterrice aquí un buen día, entre en esta habitación, abra este cajón y encuentre este cuaderno. Si ahora la escribo es por eso, por que no me la puedo guardar dentro. Alguien, por lejano y ajeno que sea lo leerá y lo comprenderá. Siempre queda esa posibilidad, esa forma extraña de esperanza.

No soporto la clase de última hora, mas ahora que es primavera y que los días son tan agradables fuera y que a última hora es sol se retira de forma rítmica y esa clase de última hora que te retira esos privilegios. El privilegio de caminar por la calle con esa luz suave, de volver a casa con el jersey colgando de la cintura. No entré a aquella clase por eso y porque me sabía suspendido de antemano ya alrgar la agonía me limitaba ese privilegio que tenemos los que vamos a Septiembre con mas de una. La libertad de abandonar antes de que el barco se ahogue del todo. Bajé, ya casi nadie había nadie en el colegio. los cursos inferiores terminan tan pronto y se queda tanr aro el colegio sólo con nosotros en esa clase. Decidí no entrar a aquella clase porque no, porque afuera era primavera y porque estaba cansado y porque por alguna extraña razón tu no estabas ya y aquella clase ya no merecía la pena.

Bajé por la escalera por donde suben los de primaria, que a esa hora de la tarde no te encuentras con nadie, ni siquiera el profesor de gimnasia que siempre usa esa escalera para bajar al gimnasio. Bajé con cuidado, escondiéndome de la Profesora Mari, que siempre está atenta a cualquier acontecimiento externo a su despacho. Decidí esconderme en el gimnasio. Llevaba un libro ilustrado que me había regalado el Peri, donde se narraba una historia alucinante de un bicho que vivía en no se que lago de Japón y que se enfrentaba a un ejercito de cosmonautas de un planeta semejante a la tierra. En el gimnasio podía leer las últimas páginas de las desventuras de ese pobre bicho gigante pero de buen corazón (por humanizarlo de algún modo), allí me podría tumbar donde colocan las colchonetas y lanzarme a leer y esperar las seis de la tarde y salir por la puerta de atrás, la que da a la calle de la estación. Entonces abrí la puerta del gimnasio y ví que había una luz lejana. Y juro por mi madre, y esto jamás lo contaré, que te vi allí, que te vi primero bailando, con los ojos cerrados, a solas en ese espacio gigante. Estabas ausente, haciendo unas cosas que realmente resultaban difíciles de comprender por la imposibilidad física de hacerlas. La cabeza hacía atrás, rozando los talones con la nuca, moviendo los brazos de manera hermosamente anárquica, un poco como la niña de "el exorcista" pero de un modo agradable, o por ser realistas a lo que sentí, de un modo poético. Bien. Me escondí detrás de las barras y de las porterías que estaban recogidas en la esquina donde están las pesas y los aparatos de musculación que nadie usa y me puse a verte. Y te movías y saltabas con una música que habías puesto a todo volumen y que no supe identificar pero que parecía música del siglo 22 o 23. Y era tan sorprendente que inicialmente no me sorprendió verte volar, despegaste del suelo con tanta facilidad que parecía una cosa común a todos los seres humanos, pero volabas y volabas tanto, tan pegada al techo del gimnasio que me quedé congelado y sonaba esa música, esa música tan extrañamente hermosa que aquello no me parecía real, aún hoy no parece real. Y Beatriz, nadie lo sabe, nadie lo sabrá jamás pero yo lo ví y me hubiera gustado lanzarme y alcanzarte en el techo del gimnasio, pero me quedé en el suelo que es mi destino, verte desde aquí allí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Las clases son una de las pocas cosas que he dejado enterrar en mi memoria, sobretodo porque nunca dure en tiempo suficiente en un mismo colegio.

Las de la universidad si que las recuerdo, aunque demasiado nítido como para distorsionar un recuerdo. Lástima, me gusta la imagen de ella flotando contorsionada en el techo de un gimnasio. Te la tomo prestada para mi propio registro interno.

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