martes, diciembre 22, 2020

Parte de la historia de un submundo

 Se puede crear un submundo delimitando cualquier terreno del mundo. Así podemos decir que el mundo es menos que la suma de sus partes. Es inabarcable la de fragmentos de este mundo que crean submundos. Y nuestra memoria tiende a crearlos, a delimitar zonas donde se suceden microcosmos de nuestra existencia. Todos tenemos el pasado lleno de estos. El pueblo de la abuela, la casa de una  prima, la calle del barrio de la infancia, la clase de 5ºB en el año 86, el edificio donde viviste la adolescencia. Todos tenemos esos submundos con vida propia, con historia completa, con sus mitologías y leyendas, con personajes míticos y trascendentes, repleto de anécdotas y fragmentos de la historia que completan perfectamente la existencia de ese submundo. Aquel edificio de dos torres, para mí, claro, es uno de ellos. Podría ir narrando historias, quizá vehicularlas a través de un hilo conductor y sería perfectamente un volumen de la historia de aquello. Aquellos personajes, aquellas tramas ocultas, que no eran visibles de primeras y que se iban revelando tras un tiempo de observación. Una vez supe o conocí el título de un libro que era "historias del edificio" con lo cual no podría llevar ese título nuestra recopilación, pero podríamos buscar algo parecido. 

 Por alguna razón que no comprendo del todo, hoy me he despertado recordando una de aquellas historias de aquel submundo. Como lo sueños, no entiendo del todo porque ha venido de golpe a mí, justo al despertar. Es una historia con aire de drama o, retorciendo la narración, de comedia negra. La historia sucedía en uno de los últimos pisos del bloque B, el que daba más al Sur. Era una familia silente, pasaban por la entrada a los bloques sin mucho ruido, saludaban y desaparecían. En realidad la mayoría de los vecinos eran así, no pasaban mucho tiempo en las zonas comunes y no se relacionaban con todos esos muchachos que invadíamos y nos íbamos apropiando del espacio compartido, zonas verdes, patios y pasillos comunes de acceso, también el amplio parking exterior que se confundía casi con las demás zonas. Aquella familia formaba parte de la mayoría silenciosa, como le gusta decir a los políticos de su masa de votantes más obediente. Un día, un sábado calurosísimo se vio un revuelo en la zona del fondo el parking. Un grupo de gente cuchicheando, la aparición veloz de una ambulancia, mantas y un cuerpo tapado en el suelo que movía algo los pies tranquilizando a todo el vecindario ante la posibilidad de estar presenciando un cadáver. La narración de los hechos no se completó rápida y requirió del chismorreo que fue completando una investigación ardua entre los más curiosos de los dos bloques. Se iban contrastando dia a dia, las siguientes semanas . Al principio poco se sabía: "es la chica de servicio" fue el primer dato. Al verla extendida ahí, doce pisos más abajo del balcón de la casa donde trabajaba intuimos que había un intento de suicidio. Lo que se confirmó rápido, casi el mismo día. La chica era joven, jovencísima. Probablemente no era mayor de edad. La veíamos pasar con frecuencia, casi sin saludar, tímida y asustadiza. Verla ahí, a una chica poco mayor que nosotros, sobreviviendo a un intento de suicidio fue impactante. En seguida empezaron las indicaciones indiscretas: ¿Por qué la chica de servicio se había intentado suicidar en la casa que trabajaba? Doce pisos hacia abajo es una decisión firme que no deja muchas dudas. Pronto alguien confirma, porque había trascendido la conversación de los operarios de la ambulancia, que la chica estaba embarazada. Aquello nos daba algunas respuestas: miedo, desesperación. Un embarazo, nos atrevimos con la hipótesis, no deseado. Así, en las primeras horas, quizá a lo largo de ese fin de semana, habíamos completado dos datos claves: Intento de suicidio y embarazo no deseado. Algunos habrían dado la investigación por terminada ahí, pero a los que somos cotillas, aquello no nos saciaba. Embarazo y suicidio era una bomba de relojería que escondía, con seguridad, más cosas. 

Yo no sé cómo fuimos rellenando las cosas,  cómo conseguimos información y datos. Iban trascendiendo sin más. Alguien habló con los hijos de la familia, alguien vio que el padre hacía maletas y se iba. Alguien vio gestos de dolor y trauma en la madre, pero día a día, se iba sabiendo, conociendo, que la chica no estaba embarazada de un novio lejano, de un chico irresponsable. La chica fue dada de alta con una leve cojera, que se quedó, sospecho hoy, 30 años después, perenne. EL niño, obviamente o perdió. La madre de familia acogió a la chica en su casa, la adoptó casi como una hija; el padre, no obstante, desapareció. Los hijos, si cabe, se hicieron más silenciosos, más ausentes. Fue entonces cuando Charly nos contó lo que ya estaba confirmado y lo que había sido un rumor cada vez más creciente: el embarazo de la chica era del padre. Del hombre no supimos más. Las dos mujeres se quedaron viviendo juntas junto a los dos hijos. La cojera era ligera, poco apreciable. En la cara, eso sí, había un gesto profundo y lejano, un gesto de susto o dolor.

 Historias de aquel microcosmos, de aquel submundo hay más, cientos. Dramas, humor o misterio. Quizá un dia habría que recopilarlas. Historias de un submundo en forma de edificio de dos torres. 

miércoles, diciembre 16, 2020

Movimientos sísmicos

  Yo fui a esa fiesta porque sabía que estaba ella, porque en esa época se es algo mas que enamoradizo. No es que te guste alguien, te posee una locura transitoria, una sensación extraterrenal que te hace llegar una forma casi inapreciable, pero profunda de delirio. Yo a estas alturas no sé decir si aquello era amor, atracción, locura o desequilibrio La atracción se vuelve algo desorbitado, un estado de posesión. Da igual, era un chico de diecisiete años, viviendo en un país tropical, en una ciudad de interior a la que no terminaba de acostumbrarme y aquella chica me colocó en un estado distinto. Durante años he pensado que esa es la primera vez que me había enamorado de verdad. Lo anterior no había llegado nunca a ese nivel, a esa intensidad. Pero no era una atracción cursi o azucarada, que también, lo que me sucedía en aquella época, con aquella chica aún hoy me cuesta explicarlo. Usaba un perfume, que alguna vez, cuando he notado un olor parecido, todavía me arrasa. Había un estado de irrealidad muy potenciado por el olor de aquel perfume. Había más cosas, claro. Sucedió durante dos o tres meses. Nunca llegamos a tener una relación como tal, hubo algo poco claro, poco evidente y medio abstracto. Nos besamos un par de veces, nos vimos mucho, pero no cuajó. El caso es que aquella fiesta sucedió los primeros días, cuando mi cuerpo experimentaba unos procesos químicos desbordantes cada vez que la veía. Aparecí allí, entre desbordado, triste, feliz, melancólico y enérgico. ¿Qué coño pasa en el cuerpo cuando estás en ese estado? Entré, el ambiente era bueno, música, alcohol, marihuana. La vi y comencé en ese juego paranoico de querer acercarte, sentirte apresurado, pensar que ella esta queriendo que te acerques y un segundo después pensar que ni siquiera se ha dado cuenta de que estás. A día de hoy, con la perspectiva de los años y alejándome de la irracionalidad del momento, sé que ella esperaba, sé que ella estaba igual que yo y que si nunca tuvimos una relación fue precisamente por mi estado de duda e inseguridad, pero eran años raros para mi, eso lo sé ahora. Rato después ya estábamos hablando, recuerdo salir a la terraza que daba a una plaza que había en el centro de la ciudad. Las calles estaban vacías, porque allí la ciudad a una hora precisa se queda vacía, semi inhabitada. Estuvimos horas en la terraza, hablando. No sé de qué. ¿De qué hablaba en esa época? ¿Qué conversaciones teníamos antes, cuando todavía no eras el tipo que eres ahora? Pero hablábamos y yo olía aquel perfume y me instalaba permanente en una irrealidad en la que me quedé metido los siguientes dos o tres meses. Creo que sentía una sensación parecida a la explosión y a la fragilidad. Llegaba la madrugada, la fiesta agonizaba con gente ebria que se iba yendo. Da igual, toda aquella gente eran ecos, voces lejanas y salvo los dos chicos que compartían aquel apartamento, que se fueron a dormir, la fiesta se quedó vacía y nos quedamos los dos solos. Ojalá tener el poder de detener el tiempo. Eso creo que es lo que pasa, que quieres parar el tiempo. En realidad todo es más sencillo de entender, el mundo empieza a parecerte un lugar inhóspito y esa atracción se parece bastante a la droga, te saca de ahí. Yo tenía una relación deterioradísima con mi padrastro, la ciudad se me hacía dura, un lugar al que no pertenecía, todo era ajeno, o más aún, era un tipo que había perdido el lugar. Ella me entregaba uno, raro, hipnótico, donde olía a perfume. Amanecía, ella me hablaba de su novio. Eso ya lo sabía, pero yo manejaba la esperanza de tumbar ese muro. 

La luz del día aparecía, empezábamos a estar agotados y buscamos un lugar para tumbarnos. La casa estaba medio vacía, no tenía casi muebles, un par de camas, un sofá medio destrozado y un colchón en el que nos tumbamos. Al principio seguimos hablando, pero ella iba cerrando los ojos. Era casi media mañana, entraba calor, el sueño es difícil de dominar. En un momento, no sé cómo, ni recuerdo la secuencia, pero estábamos con las caras frente a frente, ella con los ojos cerrados. Empecé a dudar: ¿está dormida? ¿Se hace la dormida? Yo notaba su boca pegada, su aliento que me resultaba glorioso, me llegaba así, en bocanadas alucinantes, aún ondeaba el perfume, ¡qué estado de locura! Ni siquiera creo que pueda hablar de excitación, ni siquiera había un tema sexual, que también, claro, silente y distinto, pero realmente lo que había era un estado de absoluta irrealidad, creo que nunca he estado drogado en mi vida, sin drogarme. Entonces comenzó una escena enloquecida, seguramente un estado de paranoia absoluta. ¿Estaba aquella boca esperando mi boca? ¿Estaba despierta esperando un beso? ¿Estaba ella en ese estado de locura? Me iba acercando, lentísimamente, en mi vida he sido tan pausado. Me acercaba como se van alejando los continentes, inapreciablemente. Avanzaba distancias absurdas, cada milímetro era un viaje de horas. ¿Esperaba ella? ¿Había suspirado más fuerte porque se preparaba para el beso, porque sentía el pecho como lo sentía yo: al borde de la erupción? ¿Soñaba, era ajena a todo que sucedía en mi cabeza, no percibía mi recorrido titánico, dormía de verdad? Entonces el pensamiento negativo de repente ganaba y me iba hacia atrás. ¡Estás loco! me decía. ¡Está dormida! ¿Dónde vas? y todos aquellos milímetros ganados frente a su cara los deshacía en décimas de segundo para volver a empezar: ¿está esperándome ahí a tan solo seis centímetros de mi? ¿y si está esperando y tú no actúas? ¿y si ella está igual que tu? ¡Vamos! Muéstrale que tú estás igual. Sus labios muy levemente abiertos parecían decir que sí, que no te asustaras, que estaba ahí, que igual ella también dudaba, que igual ella estaba pensando: ¿Por qué no viene si estoy aquí, con mi boca dispuesta? Y entones de nuevo el avance, como un ejercito torpe en territorio ajeno. Milímetro a milímetro. Avanzando entre preguntas. Ya casi, ya casi se siente la comisura de sus labios, el aliento memorable, el perfume aquel. Ya casi ahí, rozando los labios. Los llegué a rozar, los sentí y en un acto del que 27 años después aún me arrepiento, me fui para atrás, desistí: Está dormida. Pensé de golpe. Y me giré. Miré un rato al techo y me quedé dormido. 

Nunca he sentido que volvería a hacer las cosas de otra manera en mi vida. La vida es la que es: en eso soy bastante pragmático. De la única cosa que me he arrepentido en mi vida es de ese acto tonto, post adolescente sin demasiada importancia. Ella estaba esperando el beso: ella también notó mis labios en sus labios. Los dos o tres meses siguientes con esa chica se movieron en ese terreno de irrealidad. Creo que ella nunca se imaginó todo esto. 

Mi lista de blogs

Afuera