lunes, octubre 23, 2023

Desde el futuro

 V no tiene futuro. Sí lo tiene, claro. Porque el futuro siempre está delante, pero atraviesa una época de su vida en la que el futuro parece una cosa amorfa, indefinida, paralizante. La vida luego sucederá, eso lo sabemos ahora, pero en ese momento el futuro le resulta incómodo, casi una amenaza. Le paraliza. Está ahí, porque el futuro siempre va viniendo, pero le produce algo semejante al bloqueo. Verdaderamente no es el futuro, es el presente lo que le paraliza, pero eso lo sabrá después (en el futuro). Los días son pesados. Lleva diez años sin saber qué es el otoño y el otoño se instala lánguido y silencioso. De repente, a finales de octubre, se siente agotado porque no ve hueco en esa masa gris que se ha instalado en el cielo. ¿Cuanto dura el otoño? Se pregunta en largos paseos por la ciudad en la que no conoce a nadie. La recorre como un fantasma, como si no perteneciera al presente que habitan todos. No es una metáfora. Se siente así: invisible, ajeno, desconocido, frágil. ¡Qué frágiles podemos ser! ¡qué vulnerables! Pasa horas, tardes enteras paseando por una ciudad que conoce muy poco. Va por calles al azar. Observa el movimiento de la ciudad y siente que no esta ahí. Le gustaría ser participe de algo, estar ahí, ser parte de ese indescifrable océano de gente que va y viene sin saberse a dónde, ni por qué. A veces va por calles céntricas, comerciales, ajetreadas, pero otras veces decide ir por barrios periféricos, lejanos, homogéneos. Calles menos transitadas, donde peatones avanzan dentro de la ciudad y de sus vidas. Especula con esas existencias: personas que trabajan en oficinas, en hospitales, en tiendas, en productoras, en agencias, en bancos, zonas industriales, taxistas, oficios desconocidos, negociantes corruptos, trapicheros o gente inocente. Ese conglomerado de humanos que forman las sociedades, las clases, el entramado indescifrable del sistema. En esas calles periféricas siente por primera vez una forma de soledad extraña, dolorosa, porque se asemeja al vacío y la incomprensión. Una soledad peculiar porque no sabe si hay manera de acotarla. La soledad tiene formas extrañas y a veces es un terreno inabarcable, que no se sabe muy bien dónde acaba. Lo experimenta esos días, esos meses. También una forma de tristeza o de desasosiego. Todas estas palabras, todo esto que ahora suena casi concreto, en ese momento él no lo descifra. Simplemente es traspasado por ello. Ajeno, lejano, desprovisto de armas para comprenderlo. Esas calles casi vacías cuando empieza a caer la tarde le abruman. Ve luces en las casas, niños volviendo con sus madres entrando en portales. Gira en otra calle al azar. Mira en el letrero el nombre. Barrios que luego casi nunca más visitará y que ahora le proporcionan forma a la ciudad. Está tratando de descifrar algo, también su temor y su angustia. Entra en el metro en una estación cualquiera. Hace transbordos para llegar mas tarde a la habitación donde dormirá casi un año. En el tren el vaivén de pasajeros. Chicas de su edad con las que le gustaría hablar, pero que jamás lo hará. A las que mira de reojo y ve bajarse en una estación que trata de memorizar por si un día el azar o el capricho los vuelve a hacer cruzarse. Un músico ambulante que toca impreciso una canción que no le gusta. Esas vidas desconocidas, esas formas de existencia que le parecen extrañas, lejanas. Observar la vida de los otros es observar el absurdo a veces. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? Y tambien comprender que cuando nos quedamos fuera, lo que signifique estar fuera, nuestra existencia cobra una forma distinta que no sabemos gestionar. Los ciudadanos crecidos bajo esta forma de existencia que podríamos llamar sistema, anclamos parte de nuestra identidad al hacer, a la actividad, y nos quedamos desubicados, desconcertados, acongojados incluso, cuando no estamos dentro, cuando nos salimos de ahí.  Entre los túneles, viajando en el metro, entre estaciones, siente que es, además, difícil de acceder. Es como si no hubiera puerta de entrada. No es que quiera ser parte del sistema tal y como solemos concreto, es que no quiere ser ajeno a los otros, a lo que sucede, sea lo que sea. LO que sucede entonces se convierte en algo indescifrable, inabarcable, demasiado vasto. Porque suceden tantas cosas a la vez. Todas esas vidas aparentemente inconexas del metro, cada vida ligada a estas vidas, que se van trenzando. Un prototipo inabarcable, un mecanismo excesivamente complejo como para ser visualizado en toda su extensión. Pero sentirse fuera o lo que podría tambien llamarse soledad tiene una forma de mirar distinta. Lo que sucede, o el presente, como queramos llamarlo, es algo que está al otro lado de ti, de ese muro invisible que te separa absolutamente de todo. Entonces baja en una estación casi al azar. Decide bajar en el mismo instante que escucha el nombre de la estación anunciado por megafonía. El nombre le resulta poético o gracioso o simplemente le llama la atención: ¿qué hay ahi afuera? En esa zona. Sale, ya es de noche. Hay bares con televisiones encendidas. Gente que pasa fumando, hay una ciudad en la que vive desde hace poco, pero en la que cada segundo, incluso cuando duerme, se siente ajeno. El futuro, esa enormidad bestial que tenemos delante, le aterra, pero sigue andando por la ciudad. Avanzando por un presente que aun perdura. Porque el presente siempre dura. 

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