jueves, septiembre 23, 2021

Final

 ¿Necesitamos el reconocimiento de los otros? No lo tengo claro. No hacemos lo que hacemos por el reconocimiento. No llevo toda la vida en la compleja tarea de componer canciones populares por el reconocimiento. No llevo años escribiendo cosas aquí por que a otro le guste. El reconocimiento lo que sí tiene es que te valida y te saca de tu subjetividad permanente. Porque lo que sucede cuando haces tareas de este tipo es que es imposible saber si lo que creías que hacías era realmente lo que estabas haciendo. Nadie sabe, del todo, el efecto que produce una forma de actuar en el otro, porque ni siquiera el otro existe, cada otro es único y recibe las cosas de un modo subjetivo también, así que ese otro invisible para el que se dirige lo que se hace no existe. No existe un otro, el otro es una utopía. El otro no ve todos los mensajes que tú has ido dejando, porque encuentra otros y porque en general el otro no lo vive como un acto de necesidad existencial. El que lo hace, el que escribe un texto, compone una canción o silba una melodía, lo vive como se vive el paso de la sangre por las venas, no se piensa del todo, pero toda la existencia depende de ello. El otro sólo ve un cuerpo al que no le analiza las visceras, sino que mira y analiza desde otro lado y es ese lado, realmente, el que importa. No debería minimizarnos que el otro reciba con poco entusiasmo lo que se ha hecho. Lo que importa ya está fuera y ya no es, ya tiene una existencia ajena. Uno no puede hacer un gato o un perro, un animal domestico habita nuestro hogar, pero no lo creamos, no lo moldeamos. Lo que se hace, lo que se crea (detesto la palabra, por la connotación y porque nadie crea) vive una vida ajena, y lo que hace el creador (aún mayor rechazo) es acotar una parte de su vida entorno a eso, trata de entenderse o de descifrar algo. Crear es buscar una verdad que se sabe que no existe. Porque según te acercas todo se abre y el matiz va abriendo otros matices y otras decisiones que abren otras decisiones. Nunca se acerca a un centro, porque el centro se abre y se despliega y lo que se hace, al final, es simplemente dejar de entrar o salir, lo que decides cuando das algo por terminado es parar ahí, porque es el punto exacto donde ya estás desbordado. Cada cosa finalizada es un acto de renuncia lo que implica una profunda valentía. El que finaliza se asume. 

martes, septiembre 21, 2021

Las tardes con K

 Había un camino que no era camino o que era algo así como un excamino, porque estaba casi borrado, comido por las zarzas y hierbajos y K, a ese camino casi borrado, lo llamaba: la historia interminable. Creo que fue nuestra primera experiencia psicotrópica. Nos poníamos al principio del excamino, los días de lluvia y barro, y lo recorriamos corriendo, lo más rápido que podíamos. Lo hacíamos siempre cuando ya caía la noche y el invierno dominaba el universo. La estrechez del camino, el olor y la humedad, las hojas a la altura de nuestros ojos, le daban a la carrera un aire cinematográfico, una especie de efecto especial que recordaba a las alucinaciones o a los viajes en el tiempo de las películas. No sé qué hacíamos esos dias de invierno, por las tardes, No había casi nunca otros chicos por el barrio, y la mayoría de esas tardes solo nos juntábamos K y yo. Paseábamos, hablábamos de montar un grupo y nos mojábamos los bajos de los pantalones en los charcos de la periferia del barrio y cuando ya caía la tarde y se venía la noche con su humedad tremenda y su frio en los huesos, alguno de los dos decía: "vamos a la historia interminable", que muchas veces servía de cierre de la jornada. Entonces nos poníamos uno detrás de otro, porque en el camino no entrábamos a lo ancho los dos y salíamos disparados. El excamino terminaba en una finca con una casa abandonaba y un burro que parecía agotado de la vida. No sospechábamos, claro, que aquello desparecería con los años, y que "la historia interminable" terminaría siendo la entrada al garaje de un edificio. Cuando terminábamos la carrera nos despedíamos con tristeza, porque separarme de K era separarme de una forma de vida que me interesaba más que a la que acudía: deberes por hacer, rigidez y horarios. Volvía andando a casa por que camino de Doña Lola, que era la que regentaba una taberna en una casa que parecía de aldea, en vez de periferia de la ciudad. En la taberna siempre estaban los mismos, unos tipos que bebían un vino oscuro que parecía hipnotizarles y Doña Lola que parecía estar siempre vigilándoles, manteniéndoles así, idos y lejanos, pero inmóviles. Al terminar el camino de Doña Lola, que poco después asfaltarían pasaba por la calle del colegio, que a esa hora estaba cerrado, pero que tenía la luz de algunas Clases encendidas y donde veía a Camilo, el conserje que limpiaba siempre a esas horas todo el colegio con su mujer, mientras Iván, su hijo, que iba a mi clase, estaría en la conserjería, porque Ivan era aplicado y cumplidor en el colegio. Cuando llegaba a mi portal, a veces me quedaba un rato sentado abajo, el barrio estaba medio silencioso y no pasaba gente, a lo lejos, por la carretera nacional, el tráfico parecía el mar, un ruido constante y eterno, un flujo que explica otros flujos. A mi no me apetecía subir a casa, no quería hacer deberes, pero no aguantaba mucho. Subía en el ascensor haciendo gestos frente al espejo como si el grupo que habíamos formado K y yo estuviera de gira por estadios de béisbol de Estados Unidos. AL llegar al 9 llegaba a otro mundo. Abría la puerta y escuchaba a mi madre hablar con mi hermano. Cruzaba el pasillo, tocaba la puerta y m hermano abría con desgana. ¿Dónde estabas? Me preguntaba siempre. Siempre me quedaba con ganas de contestarte: "En la historia interminable" pero nunca lo hice. Sólo contestaba: "Por ahí con K"

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