martes, septiembre 21, 2021

Las tardes con K

 Había un camino que no era camino o que era algo así como un excamino, porque estaba casi borrado, comido por las zarzas y hierbajos y K, a ese camino casi borrado, lo llamaba: la historia interminable. Creo que fue nuestra primera experiencia psicotrópica. Nos poníamos al principio del excamino, los días de lluvia y barro, y lo recorriamos corriendo, lo más rápido que podíamos. Lo hacíamos siempre cuando ya caía la noche y el invierno dominaba el universo. La estrechez del camino, el olor y la humedad, las hojas a la altura de nuestros ojos, le daban a la carrera un aire cinematográfico, una especie de efecto especial que recordaba a las alucinaciones o a los viajes en el tiempo de las películas. No sé qué hacíamos esos dias de invierno, por las tardes, No había casi nunca otros chicos por el barrio, y la mayoría de esas tardes solo nos juntábamos K y yo. Paseábamos, hablábamos de montar un grupo y nos mojábamos los bajos de los pantalones en los charcos de la periferia del barrio y cuando ya caía la tarde y se venía la noche con su humedad tremenda y su frio en los huesos, alguno de los dos decía: "vamos a la historia interminable", que muchas veces servía de cierre de la jornada. Entonces nos poníamos uno detrás de otro, porque en el camino no entrábamos a lo ancho los dos y salíamos disparados. El excamino terminaba en una finca con una casa abandonaba y un burro que parecía agotado de la vida. No sospechábamos, claro, que aquello desparecería con los años, y que "la historia interminable" terminaría siendo la entrada al garaje de un edificio. Cuando terminábamos la carrera nos despedíamos con tristeza, porque separarme de K era separarme de una forma de vida que me interesaba más que a la que acudía: deberes por hacer, rigidez y horarios. Volvía andando a casa por que camino de Doña Lola, que era la que regentaba una taberna en una casa que parecía de aldea, en vez de periferia de la ciudad. En la taberna siempre estaban los mismos, unos tipos que bebían un vino oscuro que parecía hipnotizarles y Doña Lola que parecía estar siempre vigilándoles, manteniéndoles así, idos y lejanos, pero inmóviles. Al terminar el camino de Doña Lola, que poco después asfaltarían pasaba por la calle del colegio, que a esa hora estaba cerrado, pero que tenía la luz de algunas Clases encendidas y donde veía a Camilo, el conserje que limpiaba siempre a esas horas todo el colegio con su mujer, mientras Iván, su hijo, que iba a mi clase, estaría en la conserjería, porque Ivan era aplicado y cumplidor en el colegio. Cuando llegaba a mi portal, a veces me quedaba un rato sentado abajo, el barrio estaba medio silencioso y no pasaba gente, a lo lejos, por la carretera nacional, el tráfico parecía el mar, un ruido constante y eterno, un flujo que explica otros flujos. A mi no me apetecía subir a casa, no quería hacer deberes, pero no aguantaba mucho. Subía en el ascensor haciendo gestos frente al espejo como si el grupo que habíamos formado K y yo estuviera de gira por estadios de béisbol de Estados Unidos. AL llegar al 9 llegaba a otro mundo. Abría la puerta y escuchaba a mi madre hablar con mi hermano. Cruzaba el pasillo, tocaba la puerta y m hermano abría con desgana. ¿Dónde estabas? Me preguntaba siempre. Siempre me quedaba con ganas de contestarte: "En la historia interminable" pero nunca lo hice. Sólo contestaba: "Por ahí con K"

No hay comentarios.:

Mi lista de blogs

Afuera