martes, febrero 26, 2019

Despedida de I

 ¿En qué momento ya te vas? La pregunta es tonta, claro: uno se va cuando se va; pero en qué momento realmente dejas de estar donde estabas. La pregunta tiene respuesta sencilla cuando uno se mueve en las actividades rutinarias. Tú sales del trabajo cuando sales. Bajas al metro y te entremezclas con el follón en el vagón atestado de gente. El tren avanza por los túneles mientras tú vas pensando en Sara o en los días de aquel verano en el Atlántico. La gente se va o entra en cada una de las estaciones y tú sales y te vas del tren en la estación más cercana a tu casa o a la cita que tienes hoy con una vieja amiga. Ahí ya te has ido del metro y te estás yendo lentamente de la estación. Y sales a la calle y te vas yendo todo el rato hasta que llegas a casa o ese café donde tenías la cita donde te quedas hasta que llega la hora que, claro, te vas. Ese irse es fácil definirlo. Uno se va fácil en lo rutinario, incluso lo dices con facilidad cuando abres la puerta y te despides: "Bueno, me voy. Hasta luego". El problema de saber cuando uno se está yendo o si se ha ido ya, es cuando no es actividad rutinaria. No sé cuando me fui de Vigo del todo, cuando me fui de Venezuela o cuando me fui de Cádiz el verano pasado. Hay unos días previos antes de irte, antes de dejar esa rutina en el que ya no estás del todo y unos días o unos años en los que aún sigues en el otro lado del que te fuiste. Antes de salir de Vigo dejamos lentamente de estar. Dejamos la casa, vaciamos nuestras cosas, llenamos cajas con cosas, me despedí de Nardo, un profesor que nos daba teatro y que estoy seguro que ya no sigue vivo (esto es una apuesta, no una certeza). Nos fuimos un día marcado, una fecha señalada, claro, salimos en coche de Vigo hacia Santiago. Llovía, lo que no es una peculiaridad tratándose de un dia invernal en Vigo, pero llevabamos meses yéndonos. Yo creo que me empecé a ir de Vigo un día de septiembre que los viejos me llevaron a pasear por la playa y me hablaron de Venezuela. El viejo se esmeró en describirme el trópico, cayó en todos los tópicos, lo cual fue un efecto espectacular para mi imaginación infantil. Estaba convencido de que iba a vivir debajo de una palmera, no en una ciudad vertiginosa e indescifable. Siempre le he agradecido al viejo esa capacidad que tuvo en ese momento de describirme un paraiso en el que luego no vivimos. En verdad viví nueve años en Venezuela buscando ese paraiso perdido, y puedo jurar que a veces lo encontré, por días sueltos, por momentos incalculables y breves, pero si existe algo parecido al paraiso yo lo ví en esa luz inexplicable que tiene el Caribe. Así que de Vigo me fui yendo y tarde en irme. Porque mucho tiempo después, miraba la avenida Rivereña de Barquisimeto desde la ventana de mi habitación y trataba de ver Vigo, dejaba las luces apagadas y miraba la avenida vacía extendiéndose por el valle y me esforzaba porque Vigo no se me borrara, hacía el esfuerzo de recordar cada calle, los olores, la forma de las esquinas, la cara de Susana o la de Kiko. Estuve meses, creo que años, prefigurando un Vigo que dejó de existir. Era un Vigo ficticio, era un Vigo al que me agarraba porque no me gustaba estar donde estaba. Así que supongo que me fui yendo de un Vigo sin irme de otro, de uno que yo me construí, un Vigo raro. Años después, cuando me volví a ir todo fue distinto. Esta vez no hubo un irse yendo, cuando me fui fisicamente no había empezado a irme, me había ido de un modo aventurero, algo patetico, pero no ese irse de cuando te vas a ir. No tenía ni idea de a dónde iba. No había plan, había fuga. No me fui como el que construye una escapada minuciosamente. Me fui sin orden. Salté, más que salir y cuando me di cuenta ya estaba en Madrid y entonces más que irme yendo, fui llegando. Entonces ya aquí no había venido del todo y luego se fue desvaneciendo Barquisimeto, duró aquel humo, pero un día desapareció. Así que no sé cuando te vas. Te vas yendo y vas llegando, pero hay un irse lento. No marcado en la fecha de cuando ese coche o ese avión te llevan a otro lado. Tu vida, sigue y todo sigue y estás yendote todo el rato. Así que no se sabe cuándo te vas, te estamos viendo irte mientras tú te vas yendo sin saberse muy bien si te estás yendo o ya estás llegando

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