miércoles, octubre 28, 2009

Bibliografía

Publicó su primer y único libro a los 27 años. El libro era malo bajo un criterio de calidad indefinible y abstracto que existe en la literatura. La mala literatura es mala por mala, no hay otro motivo. Hay tipos que usan la palabra con habilidad, manejan el lenguaje con mucha técnica, como técnica es la estructura de sus historias, pero sin embargo lo contado ser malo. Aquel libro era malo porque seguramente hablaba desde el resentimiento. Se puede usar la literatura como metafórico ajuste de cuentas, pero no como venganza. Esa es una batalla sucia y se puede ser sucio con la literatura pero no deshonesto, para eso está la política y el periodismo. Aquel libro no era malo en el sentido técnico, pero no había nada. Podría parecer un tópico pero hay quien escribe para los demás y quien lo hace por salvación, por grito, por enfermedad. Bien pensado escribir, la necesidad de escribir, es una enfermedad. Una enfermedad que te lleva a estar sentado durante horas frente a un texto, a símbolos. Darle forma al dolor o la que sea que se esconde y no se comprende en forma de letras. Eso es retorcido, es complejo, tedioso. Aquel libro sin embargo no estaba escrito desde esa necesidad imperiosa, estaba escrito para la rueda de prensa, para la presentación, para el padre. Sospecho que mucha gente hace su actividad pensando en el padre. Ser escritor es de alguna manera un brillo, o así lo vende esta sociedad. Aquel tipo, era evidente, tenía un conflicto paterno. Su ego extraño, su necesidad de mostrar una vida que objetivamente no tenía nada de atractivo, su necesidad de ser público escondían a un tipo que en el fondo buscaba conquistar al padre, el que seguramente no le prestó demasiada atención. Aunque, cierto es, que se puede escribir por ego, porque el ego no deja de ser dolor jamás debería ser esa la materia principal de esos símbolos indestructibles que son las letras escritas. El libro era malo, como malos fueron sus siguientes intentos de literatura. Los argumentos seguían siendo ajustes de cuentas en forma de venganza: Venganza con la hermana, con el hermano, con la ex-novia, con su padre, con viejos amigos, con el que se burló de él en el colegio. Está bien poner a caldo a los demás si se siente esa necesidad, pero ante todo hay que ser elegantes. La literatura es algo serio, no es un borracho al que contarle los problemas, tampoco la portera con la que cotillear de los vecinos. Se puede escribir, hay que escribir, un texto, un diario, un blog, hojas sueltas, letras de canciones, mails, pero no convertirlo en tu espectáculo. La aspiración no debe ser la presentación de tu libro. Ahí el texto ya no te importa. Al que escribe el texto sólo le importa en presente, aunque esté quince años escribiendo un texto. La literatura es presente, aquí, ahora. Lo demás, lo escrito, ya no es tuyo, no te pertenece. En lo que va escrito el que escribe ya está muerto. Y el busco la gloria en eso, en esos pedazos de él que ya estaban muertos y así, y de esa manera, fue que se encontró con el horror.

martes, octubre 27, 2009

Vox

Es la hora. Pasen, vayan pasando lentamente. Comienza este baile. He preparado todo delicadamente. La media luz precisa, las cortinas echadas, las persianas bajadas. He servido algunas copas por si quieren beber. Pasen pero no se sienten, pensaba en bailar así que lo conveniente será hacerlo, yo estoy dispuesto. Sonará el vinilo con esa antigua canción, la aguja atravesará los surcos y conociendo como conozco ese viejo vinilo se detendrá insaciablemente después del estribillo. Ese disco lleva años pinchado en ese mismo punto. Recuerdo aquellos años cuando de niño recorría esta casa ya de noche y desde esta sala donde no nos dejaban entrar salía como una brisa suave esa canción recorriendo el pasillo donde me escondía para escucharla. Me aprendí de memoria ese salto constante. Terminaba el estribillo y comenzaba el salto, la repetición enloquecida de esa sílaba, entonces algunos segundos después mi abuelo debía levantarse y levantar la aguja los milímetros precisos para dejarla caer algo mas adelante y proseguir con esa escucha accidentada. Sin embargo, para mi esa canción es inconcebible sin ese salto, sin esa detención repentina, pero... por favor, no se queden ahí pasen. No se cohiban. Nos conocemos desde hace tanto tiempo que aún sin conocer sus caras no me resultan ustedes desconocidos. Así que pasen, expándanse por el salón, dilúyanse entre la luz baja, entre las lámparas, entre las cortinas y déjense llevar ¿Les apetece bailar? ¿No quieren beber nada? No llevan hoy sus máscaras, han venido sin disfraces. Hoy no será una baile al uso, sospecho. Resulta sorprendente, siempre resulta sorprendente esta ceremonia, en el fondo, créanme, hay algo agradable, hay algo que se disfruta, un oscuro goce. Perdonen, no me entretengo mas. Que suene la música. Siguen aquí los vinilos, siguen aquí. Me veo repitiendo los gestos de entonces, los que escondido veía hacer a mi abuelo. Ahora la aguja comenzará el viaje y... ¡vengan! ¡bailemos!. Suelten sus voces, sus susurros que tantas veces he escuchado a solas. Entren y bailen ¿Quieren beber? Pasen, giren conmigo por este salón. Bailemos, suena esa música antigua, esa voz triste ¿Escuchan la letra, mis viejos fantasmas? Es tan desgarrada, viene de tan lejos. Pasen mis voces invisibles, pasen, vengan conmigo, comiencen otra vez a hablar, a acosarme de cerca, pero hoy, hoy díganmelo cantando, mientras bailamos ¿Están todas? Si, no parece que falte ninguna hoy. Aquí están en este viejo salón. Hablen, hablen, mis adorables fantasmas susúrrenme al oído, que ya falta poco para que termine el estribillo y se quede el disco enganchado en ese surco. Háblenme, háblenme susurrado como tantas veces, pero bailen, bailen que ya va a terminar el estribillo y ahí, hoy, hay sorpresa, les tengo preparado un regalito. Sigan con sus susurros y bailen, que ya está aquí, ya está aquí, quí, qui, quí, qui

lunes, octubre 26, 2009

Un limón, medio limón, dos limón.

Ayer estuve bebiendo conmigo mismo hasta bien entrada la madrugada. La situación es complicada porque hablar contigo mismo cuando estás ebrio es asunto enredado. Yo le decía a mi que estaba cansado del estado de las cosas con Carla, que se había perdido la motivación, que ya todo se arrastraba por una inercia que a cada segundo perdía fuelle. Una corriente que algún dia fue marea alta y ahora apenas empujaba olas minúsculas a la orilla. Y yo, o él, porque desde mi punto de vista yo era yo y yo, que era él, era él, me habló de Carla, claro, pero también andaba cabizbajo, existencialista, borracho común que declara que el mundo fue y será una porquería. Yo le hablé del mundo si, de sus miserias, pero sobre todo de Carla porque si había aceptado beber conmigo mismo era porque en el alcohol las penas de amor son menos. Cosa, que sospecho hoy, no es del todo cierta. Me parece que bebía conmigo porque lo de Carla ni yo mismo lo entiendo y si se lo contaba a yo, que era él, las cosas a lo mejor cobraban otra perspectiva, se veían diferentes pero como yo andaba existencialista apenas me escuchaba con lo de Carla y el sorbía Ron y hablaba del tiempo, de lo miserable y cruel que es la existencia en un mundo como este. Y yo callaba y le miraba tratando de entenderle, pero borracho es borracho y a mi me parecía que yo se enredaba y que la lengua le iba a trompicones con las palabras y que las palabras le podían y que además su conversación beoda había dejado de ser coherente y se arrastraba por ese lado incomprensible y laberíntico que es el jardín del ron. Le miraba, le miraba a mi y yo me miraba mirándole y en un silencio largo en el que ambos nos mirábamos pensando que el otro debería cambiar algunas cosas si se quería alcanzar determinada felicidad, yo me dijo que olvidara lo de Carla y entonces soltó un monologo largo y duro contra Carla, los defectos de Carla, los problemas de vivir cerca de Carla, lo que el sentía hacía Carla, que era tan parecido a lo que yo sentía por Carla, que le veía hablar y comprendí que yo además de estar jodido por el mundo y sus miserias tampoco llevaba nada bien lo de Carla y sentí, además de identificación con yo, cierta forma de tristeza. Le miraba, tan borracho, arrastrando las palabras como piedras pesadas, como cargas terribles y sentí que lo que hacía por Carla, lo que el tenía con Carla no tenía sentido y se lo dije. Mira yo, te veo hablando de Carla, del estado del mundo, tan borracho y creo que deberías ubicarte en otro espacio. Estás viviendo en una colocación que no te corresponde, de ahí tu incomodidad. Luego cerraron el bar y nos echaron. Nos fuimos hasta casa, los dos tratamos de abrir la puerta lo que realmente fue difícil porque yo tiene su casa medio centímetro sobre la mía y la ranura de su puerta está desplazada ese medio centímetro de la mía y ni el ni yo atinábamos a encontrar nuestras respectivas ranuras. Y nos fuimos a la cama y su cama, que está a medio centímetro de la mía hacia que su cuerpo estuviera casi sobre el mío y yo trataba de moverle, de desplazarle de encima de mi, pero yo seguía ahí instalado hasta que nos fuimos durmiendo y fuimos soñando y fuimos siendo el uno en el otro y yo o yo nos hicimos yo. Hoy me he despertado siendo yo del todo, me he jurado no volver a beber y sacando en claro que lo de Carla, eso si, para yo, que es él, no tiene ningún sentido. Aunque luego me ha llamado y hemos quedado a comer.

sábado, octubre 24, 2009

La tintorería

Empecé a venir a esta tintorería porque se me destrozo la lavadora una noche mientras veía una película muy mala de ciencia ficción. Lo recuerdo porque el sonido de frenada que generó aquel destrozo me pareció una invasión repentina de un comando de alienígenas borrachos llegando a tierra por equivocación. Me levanté a toda velocidad de la butaca y vi que aquel brutal sonido, efectivamente no era provocado por una aterrizaje forzoso de una nave que venía de un planeta inexistente, sino que la lavadora había aterrizado su existencia de manera violenta. La lavadora, y podría maquillarlo pero prefiero ser directo, se había suicidado y en aquel violento acto, había acabado con mi ropa. Así que descubrí esta tintorería porque me pillaba cerca de casa y porque no tenía mejor sitio donde lavar mi ropa. Me gusto por muchos motivos, entre ellos el económico pero también el artístico, y aquí seré preciso: Me gustó aquella vez y me sigue gustando, el movimiento que ejecuta la lavadora que siempre escojo, la número 5, mientras completa el proceso total de lavado de la ropa. Me gustan esos giros que recuerdan al cosmos, claro, pero también al masaje, al roce, a la caricia, al coito. Puede parecer una perversión pero veo algo erótico en ese vaivén que se trae la lavadora con mi ropa. También veo algo de baile, una pareja que se entrega a un baile hermoso, como esas parejas que bailan a solas, a media luz, una noche de viernes cuando han vuelto a casa y han dejado la semana atrás, el trabajo, el tedio del día a día y se entregan el uno a los brazos del otro y se mueven por el salón con desparpajo pero con ritmo, con libertad pero con precisión. Eso veo siempre, también ahora. Gira, gira a toda velocidad, se detiene, sale un chorro de agua con jabón, arranca de nuevo la ropa, salta enloquecida, motivada por ese ritmo que impone con sabiduría la lavadora. Distingo esos calcetines verdes que desaparecen de repente tras la aparición imponente de la camiseta de Andrew Bird. Salta en medio, casi manteniendo la posición la camiseta como medianamente puede, y entonces es cuando esa masa imponente que son las sabanas de repente copan la escena, el círculo en el que todo sucede de repente se vuelve ese blanco apagado, venido a menos por tantos lavados que llevan sus hilos. Esas sabanas que estaban tan sucias y que aún olían a Ana. Ahí las veo ahora, brincando, girando enloquecidas. Fantaseo con esas partículas invisibles que son el perfume de Ana diluyéndose en la lavadora, entre el agua y el jabón, desapareciendo en ese fenómeno bestial que es el centrifugado. Ahí se va el olor de Ana, esa presencia inevitable que aún quedaba cada vez que me metía en la cama. Eso pienso, ese es el arte que veo en la número 5. Su movimiento de Vals. Tres por Cuatro y giro. Un, dos, tres. Un, dos, tres y giro, he visto caer momentáneamente la camiseta que me regaló Paula. Bien visto la lavadora es un diario, una radiografía de tu vida. Ese baile de telas y algodón define tu existencia. Un, dos, tres la chaqueta del invierno pasado. Un, dos tres, gira y veo los calcetines que llevaba anoche en la cena con mi padre y su novia. Y de repente, como un fogonazo, como una explosión, incluso como el mismo orgasmo, aparece el chorro de agua con jabón y me imagino todos los restos de la ropa diluyéndose en un enfrentamiento químico precioso. El olor del restaurante donde cenamos anoche desapareciendo y confundiéndose con el olor de Ana que aún permanecía en las sábanas. Si, claro que si. Bien visto eso podría ser mi biografía, la esencia total de mi existencia. Por eso vengo aquí, porque es terapia y porque es erótico como se mueve y acaricia la lavadora a toda mi ropa. En un minuto se acaba el ciclo y no volveré hasta dentro de cinco o seis días, incluso una semana a que todo esto, todo lo que soy cobre sentido y parezca un baile, una pieza. Una lucha química del pasado, de lo sucedido, contra lo que vendrá que ya sucederá con la ropa limpia, esperando a adquirir las nuevas fragancias, la de Ana si vuelve, la de otras cenas, las de la oficina. Aquí gira mi vida, cambia de ciclo y paso los dias contando para volver y sentarme y ver la lavadora girando, moviéndome. Suena el timbre, acaba el ciclo y lo mejor, hoy lo mejor no será sacar la ropa, hoy lo mejor será abrir la pequeña compuerta y meterme yo dentro y girar, girar. Un, dos, tres y revolverme con los calcetines verdes, con la chaqueta del invierno anterior, con las sábanas donde tantas veces durmió Ana.

viernes, octubre 23, 2009

Ofelia

Ofelia era un desenfreno. Ofelia era frenesí. La primera vez que oí hablar de Ofelia fue por la famosa anécdota que tanto tiempo anduvo a nivel del susurro por los pasillos del edificio donde vivíamos en aquella época. Ella se acababa de mudar al primer piso y alguien contó que la muchacha se había asomado por la ventana y a gritos pedía sexo con urgencia. Nunca pude certificar si aquello fue real, lo que si pude comprobar mas de una vez era que Ofelia iba a dos mil o tres mil por hora. Un día Ofelia, sin conocerla, nos invitó a entrar en su casa a un vecino y a mi. Nos dio de beber, nos dio mucho de beber. A menudo estaba sola en aquella casa acompañada por dos personajes que potenciaban la sensación de estar entrando en una escena de una película de serie z, una era una mujer mayor que parecía mas que una mujer de servicio, alguien que se ocupaba de la complicada Ofelia. EL otro era un hombre muy mayor también que hacía las funciones de Chofer. Bebíamos descarnadamente mientras aquella peculiar pareja veía una película a dos o tres metros de nosotros. La actitud del chofer y de la cuidadora de Ofelia era llamativa porque a pesar de que Ofelia hablaba a gritos y nos ponía bebida a ritmo esquizofrénico, ellos se mantenían atentos a la pantalla, jamás giraban, aunque era evidente que ellos prestaban toda su atención a lo que sucedía entre nosotros tres. Yo estaba muy borracho y callado, mi vecino, sin embargo, trataba de seducir a Ofelia influenciado por la fama que tenía de ser adicta al sexo y por ser un tipo desagradable y sórdido. Si yo me mantiene callado era porque sus métodos me resultaban vomitivos y primitivos, y porque todo aquello me parecía extraño. Ofelia sin embargo iba a otro ritmo, Ofelia no tenía límites, pero Ofelia era lista. miraba al vecino con indiferencia y le driblaba con precisión sin que mi vecino se diera cuenta de que en aquel partido de futbol iba perdiendo por 9 a 0. Entonces Ofelia, que era caprichosa y tenía aquel micro reino surrealista creado por la madre ausente, decidió elegir al callado, se encaprichó con el vecino tímido con el que bebía y no hablaba y se lanzó encima de mi. Se sentó en mis piernas y comenzó con las primeras secuencias del rodaje de una mala película porno (En este caso sobra el adjetivo, esta por ver la primera buena película porno) en el que los espectadores eran mi vecino, el chofer y la cuidadora de Ofelia. El vecino miraba atónito, se puso en pie, abrió la puerta y se largó. La cuidadora y el chofer no miraban, mantenían la atención en una escena de acción donde Arnold Schwarzenegger se enfrentaba a un montón de gente. Mantuve el tipo un rato, aquello me parecía bien. Ofelia, y en eso todo el mundo estaba de acuerdo, era muy atractiva a pesar de su locura. Con cuidado le solicité un cambio de escenario y giré mis ojos hacia la pareja que seguía atenta a las aventuras y desventuras del gobernador, pero Ofelía no, a Ofelia no era, seguramente, yo lo que le atraía de la escena, sino que le atraía la escena en sí. Así que el desarrollo de lo que vino me mantuvo en un debate intenso durante bastantes minutos y Ofelia no colaboraba con mi pudor y sonorizaba con poca credibilidad todo lo que acontecía. No recuerdo como terminó aquello, estaba muy borracho y bastante desconcertado. Tuve mas encuentros con Ofelia. Siempre acompañados de mucho alcohol y de bastante irrealidad. Luego Ofelia se fue diluyendo, fue desapareciendo, la última vez que me crucé con ella me llevó a su casa y bebimos muchísimo, hicimos el amor en el suelo del pasillo, después llamó al chofer y le dijo que nos llevara de madrugada a un barrio, en el coche mientras el tipo atravesaba no hablábamos, entramos en uno de los barrios mas peligrosos de la ciudad, ella se bajo casi en marcha en medio de un callejón y tardó un rato en volver a aparecer. Traté de hablar con el chofer, pero el tipo apenas contestaba con monosílabos. Pasó mucho rato y Ofelia apareció de nuevo. Volvimos al edificio y yo me largué por otro lado. Al tiempo la vi en el ascensor, me miró como el que mira desde lo alto de una montaña una luz ínfima en la ventana de un edificio de la lejana ciudad. Estoy seguro que no me reconoció, no sabía quien era. Subimos varios pisos y cuando ibamos por el septimo yo caí en cuenta que Ofelia vivía en el prímero, la puerta se abrió en el decimo, que era mi piso y me despedí y me bajé. La puerta se cerró y no se si Ofelia seguiría bajando, subiendo o si tan sólo las puertas se cerraron y ella se quedó ahí.

jueves, octubre 22, 2009

Club silencio

Has vuelto. Aquí estás otra vez. No niego que te esperaba, que quizá llevo demasiado tiempo aquí sentado esperando ver que se abre esa puerta y que la cruzas. Has vuelto, aquí estás. No has cambiado o sólo has cambiado lo que el tiempo decide que cambie. Lo que el tiempo opera en nuestros gestos, la impresión lenta del dolor, del pasado, de las noches sin dormir, de las angustias. Si te miro desde aquí, iluminada por la tenue luz de la lámpara de pie, podría jugar a intuir cosas que desconozco de todos estos años. Sin embargo, y eso es lo sorprendente, apenas has cambiado. A eso juega el tiempo, a ir pacientemente y con muchísimo cuidado, variando las formas de las cosas, de nuestras caras, de nuestras manos, de la tierra, de las cordilleras, de las costas. Mantienes intacta, como lo diría... esa dulzura sensual. Odio usar las dos palabras. Dulzura, sensualidad, pero tenías entonces y mantienes ahora, esa inocencia animal. Uno sabe, o sospecha, que el sexo contigo sería el ejemplo exacto de eso que leí ayer: "Hacer el amor es un retorno, un impulso atávico que nos conduce a la caverna original, donde se bebe el agua que nos dio la vida". No me malinterpretes, ya estamos mayores para malinterpretarnos, no es que te vea ahora, tanto tiempo después y este llevándolo todo a un terreno sexual. Yo también se que eso es lo que menos va a suceder esta noche, que es lo menos interesante de toda esta reaparición. Nada mas emocionante que tenerte ahí, de repente, fantasmal. Ahora estás ahí, le llaman reencuentro, pero en nuestro caso es distinto. Estamos cercanos pero distantes.

Ahora llega la parte mas demoledora. Recordaré algo de aquellos años que seguramente tu tengas borrado, enterrado en las cajas de la memoria y tu hablarás de otras imágenes, de otros recuerdos que yo no tengo, que también están ocultos en mis cajas, en los almacenes subterráneos. Y nos sorprenderemos escuchando al otro contando eso que ni sospechábamos y nos conoceremos un poco mas, el uno al otro, pero también a nosotros mismos. Esa sorpresa de reconocerte a ti mismo en un pasado que para nuestra memoria no había existido. Y nos diremos, por dentro, mientras el otro narra "Caray, yo también soy ese. Lo que recuerdo pero también eso. lo que dejé de recordar". Somos eso, aquí estás otra vez. Has vuelto, sin volver, porque se que tu paso es fugaz, que pasas para dejar esa imagen, tu imagen bajo la luz de la lámpara. Si acaso esos recuerdos que el otro no recuerda. Solo eso. Ahora darás la vuelta, te veré cruzar la puerta de nuevo y extrañamente dejarás el olor que llevabas entonces, no ahora, porque desde aquí no alcanzo a olerte, pero lo huelo, viene otra vez aquel olor que no llevas ahora, sino que llevabas entonces. Girarás y desaparecerás en medio de esta noche y así, así hasta que nos veamos de nuevo aquí dentro de otros quince años, quizá mas. Quizá nunca, que es el tiempo definitivo. Quizá, y eso en el fondo es lo mas posible, nunca mas te vuelva a ver. Entonces guardo tu foto donde siempre ha estado. En ese álbum olvidado en el armario.

El principio

Me han servido de aperitivo un plato de yuca frita para mojar con una salsa de un sabor muy primario, un sabor vivo. Reconozco algunos ingredientes de la salsa, básicamente el aguacate, pero se me escapan las sumas, lo que forma ese sabor nuevo. Afuera cae una tormenta emocionante que va a hacer imposible seguir avanzando por esta carretera vieja y casi invisible, estoy bajo un toldo sujetado por unos oxidados hierros, sentado en una mesa con tres sillas mas, cada una desigual, pero todas de plástico. La mesa está coja y cada vez que cojo un trozo de yuca con la mano tiembla y se desplaza un poco el plato, también de plástico y de color chillón. No hay nadie mas en el restaurante y la impresión es que no ha habido nadie en los dos últimos siglos. Me atiende una chica muy tímida que habla con desgana con alguien que está tras la pared donde debe empezar la cocina. Hace muchos viajes innecesarios, a cada rato viene y sus viajes son muy poco productivos, pero esto tampoco parece importarle. En uno de sus viajes, le he preguntado por el estado de lo que me queda de camino hasta la costa de esa carretera. Me ha contestado sin demasiadas explicaciones, que la carretera es vieja y no ha agregado nada mas. Mi duda no ha quedado aclarada y la chica ha cogido la botella vacía de la cerveza y he aprovechado para pedirle otra. He escuchado el sonido de una sartén friendo, seguramente, mi comida. He sentido la punzada suave del hambre, del apetito abierto. La tormenta se ha ido frenando pero del techo seguían cayendo, como el recuerdo de esa tormenta, chorros de agua, olía con fuerza la tierra húmeda de alrededor y la frondosa vegetación que rodea el restaurante estaba, si cabe, aún mas verde. Me he entretenido escuchando el sonido de esos chorros de agua cayendo contra el suelo de tierra, la evocación de un río inexistente. En ese instante he sentido todo el viaje, lo que llevaba de viaje, lo que me quedaba. Como si en ese instante, en ese momento preciso, estuviera contenido el tarro con la esencia de ese viaje que llevaba días realizando. Ahí, justo ahí, mientras los chorros de agua del techo inseguro, el gato que pasaba mojado por la tierra, justo al lado de mi coche, mientras la chica venía con el plato en la mano hacia mi mesa y ese sorbo exacto de cerveza, estuviera comprendido toda la dimensión de ese viaje.

Lo demás, lo que vino después, ya te lo he contado mil veces, pero quizá la vida, a veces, si marca puntos de partida. El inicio de algo, de un recuerdo. Todo lo que vino después, para mi memoria, para mi recuerdo empieza justo ahí, en ese instante que recuerdo viví con peculiar atención, entrando, sin saberlo, en el principio del camino de ese recuerdo, de todo lo que sucedió. Ahí, justo ahí, empezó todo.

sábado, octubre 17, 2009

Tipográfica

No estabas. Puedo jurarlo. No había nadie mas en esta habitación. Sonaban las agujas de ese reloj, sonaban ecos de cosas que venían de fuera, desde otras casas, desde la calle. Los sonidos de los edificios. Unos pasos en el piso de arriba, algo que rebota y se pierde. La luz que entraba por la ventana y que anunciaba los primeros fríos. Pero no había nadie mas. Estaba solo y pensaba en cosas pasadas, no muy precisas. Imágenes fugaces que poco importan pasados unos minutos. Estaba solo, tu no estabas. Pensaba, también, en escribir o para ser mas específicos, pensaba en escribirte, en inventarte escribiéndote, porque hasta hace unos minutos tu no estabas, pero tampoco existías. Pensaba en abrir una página en blanco y lanzarme a contarte, a inventarte, a prefigurarte cuando de repente han empezado a entrar todas esas letras por la rendija de la puerta, como una corriente de aire que se cuela. Una tras otra, en una hilera increíble. Venían todas las letras y se han ido colocando a mi lado, haciendo eso que eres ahora, haciéndote. Esa escultura viva formada de letras. Se venían las letras y se colocaban primero formando tu cabeza, el pelo, la forma de tu boca, los ojos. Se venían unas detrás de otras y formaban tu cuello, tus hombros. La piel de letras, los poros que son la a, la c, la j, la k. Todas las letras tu piel, tu cuerpo. La hilera venía enloquecida atravesando la rendija y crecían y se posaban en eso que no eras y que has ido siendo. Ahora eres eso que tengo delante, ese cuerpo preciso, esos ojos, esas manos con todas las letras, con la v, con la b. Todas las letras tu cuerpo y lanzo mi mano y toco la d, toco la h, toco la g. Toco las letras y te leo. Te leo y siempre descubro nuevos significados. Podría ser mas ingenioso, pero te veo y pienso que eres todo un poema.

jueves, octubre 15, 2009

Hermanos

Al mayor le llamaban Poliester sin saberse el nacimiento real de ese apodo. Al pequeño le llamaban Planeta enano, porque estaba mentalmente muy lejano, a la altura de Plutón. Poliester y planeta enano iban juntos por el camino de charcos, sin hablar el uno con el otro, tampoco con nadie en el mundo. Había la opinión generalizada de que la madre se iba a trabajar lejos, a países tropicales y que nunca estaba con ellos, pero el asunto no es cierto porque yo la vi un día con ellos dos por el camino del pozo, era media tarde y ella los llevaba a los lados. Les seguí de lejos, sin saber muy bien porque les seguía. A mi, es cierto, había algo que me llamaba la atención en Poliester. El pelo negro profundo, liso y mal peinado hacia juego con esa mirada inocente y espabilada pero de una enorme distancia. Poliester miraba desde lo lejos, por mas cerca que estuviera, como si hubiera una estepa de por medio. Su hermano era casi invisible, si la mirada de Poliester era lejana, la de Planeta enano no se veía porque vivía detrás de la mirada de Poliester y detrás de su propia mirada y detrás de medio universo. Planeta enano era mas bajito y tenía el pelo mas castaño, tenía los pómulos rosados, como si siempre tuviera mucho frío y cara de animal herido, de un animal hermoso en medio de una noche temible y que se ha escondido de la nieve y de los aullidos lejanos. Aquel dia les seguí a metros de distancia por el campo que iba a dar al pozo, siguieron el camino sin hablar y la madre se paró un par de veces a atarle los cordones a Planeta enano. Cuando llegaron al pozo siguieron de largo y yo me detuve porque se hacía tarde y pronto caería la noche y me dio miedo seguirles. Me volví corriendo a casa y no le conté a nadie que había visto a la madre de los dos muchachos. Pasó un tiempo, un tiempo en el que la vida de Poliester y Planeta enano se acumuló de leyendas extrañísimas, ellos no mutaron su silencio, su lejanía, su distancia. Lo común era escuchar que nadie cuidaba de ellos y que por eso tenían ese aspecto descuidado y desaliñado, también había madres que configuraban vidas a la madre, pero nunca alcancé a escuchar nada creíble. El caso es que ellos nunca hablaban con nadie y apenas se les veía. Salían de la escuela y se perdían a lo lejos, por el camino al pozo y luego nadie sabía mas. Un dia traté de hablar con Poliester, que iba a mi clase, pero no contestó mis preguntas. Yo creo que hablé de un jugador de futbol, luego hablé algo que había oido sobre la directora, hablé de gente que se burlaba de él buscando complicidad pero Poliester no me contestó. Me di la vuelta y pensé que Poliester era un imbécil, pero ese día al salir de clase les seguí. Seguí mucho rato, muchos kilómetros fuera del pueblo. No temí a la distancia, tampoco a la posibilidad de la noche, no temí a Poliester ni a Planeta enano. Les seguí tanto como pude. Cruzamos la carretera ancha. Cruzamos el río y seguían, cruzamos la finca de Frutos, la carretera vieja de la comarca. Atardeció lento, fue cambiando la luz. Se detuvieron en medio de la esplanada, donde empieza la meseta y donde yo jamás había llegado. Había dos arboles y en medio una chabola de madera. Abrieron la puerta y entraron. Me quedé quieto, por agotamiento y paralizado por el silencio y por la luz de aquel atardecer de invierno. Me senté en el suelo mirando la chabola. Se encendieron unas velas que daban una luz intermitente. Se fue haciendo de noche y tuve ganas de tocar la puerta y resguardarme con ellos, pero de algún modo estaba paralizado por la inmensidad de la meseta y por la luz de las velas que lentamente fue lo único visible en la noche creciente. No se que hora era. Un coche llegó desde el otro lado, las luces iban creciendo desde lo lejos como dos ojos abiertos que se van acercando desde un pasillo larguisimo. El coche se detuvo. Se abrió la puerta del copiloto, era la madre de Poliester y Planeta enano, la mujer besó al hombre que conducía ese coche que reconocí. Se besaron un rato, el hombre trato de quitarle el jersey pero ella hacia gestos de silencio y se bajó del coche dando un último beso al hombre. Ella se metió en la casa y ese coche, el coche de mi padre, giró y se fue perdiendo en la esplanada infinita de la noche.

miércoles, octubre 14, 2009

El regreso

La carretera continua pero me desvíe por ese camino de tierra que reconocí después de tantos años. Amanecía y no pasaba ningún coche mas, giré sin precaución y me metí de lleno en aquel camino que veía tantos años después. La inmensidad se abría a los lados y el terreno seguía intacto, difícil de atravesar, árido y brusco, agrietado y desigual . La arena marcada por algunas ruedas, las mismas ruedas de siempre. Parecía como si después de tanto tiempo cada piedra, cada grano, cada limo, la grava, permanecieran colocadas en el mismo sitio, exacto, que la última vez que recorrí este camino perdido. La luz azul profunda del amanecer aumentaban el brillo de sensaciones escondidas, la hora y la memoria se confundían y los recuerdos aparecían como medusas desplazándose a contracciones, la visión que se superpone a la otra visión, la visión gelatinosa de los recuerdos confundiéndose con lo que mis ojos realmente veían. Avancé temiendo por mi coche, bajé la ventanilla, entró de golpe el fresco y un olor impreciso a rama seca, todo sonorizado por el ruido de algunos animales e insectos invisibles, habitando en cualquier rama esparcida a lo largo de ese pseudo desierto. Detuve el coche, me bajé. El Sol aparecía bestial de entre la oscuridad y la noche y lo volvía todo rojizo, violeta, precioso. Me sentí en el medio del mundo. Pude percibir mi respiración como parte acompasada de ese infinidad que empezaba en ese punto y no terminaba jamás. No sentí un placer individual, sino que me sentí colectivo, mis pies pisaban la arena, mi respiración se confundía con la brisa, giraba universalmente con lo que me rodeaba, como parte de una misión eterna, responsable también del universo. Volví al coche, arranqué, conduje torpemente en ese terreno complicado. Avancé reencontrándome visualmente con lo que mi memoria tantas veces había recreado. La inevitable comparación con las dimensiones recordadas y las que ahora tenía frente a mi. Seguí avanzando, hasta que a lo lejos fui viendo aquella casa. Sentí la misma emoción de entonces, la misma y una nueva sumada. La emoción de llegar y el recuerdo de la emoción de llegar. El acercamiento era idéntico que entonces, y la emoción creciente como entonces, ahora recordaba aquello y sentía la misma emoción adulta, algo mas contenida, pero también intensa. El último tramo vino acompañado de voces, de imágenes precisas, hice al volante las mismas maniobras que tantas veces vi hacer. Me detuve bajo los cuatro arboles. El Sol había crecido inmenso y la luz era absoluta. Bajé del coche. El olor me trajo las manos de Elisa, la luz los ojos de Gabriel. La voz del abuelo diciendo: "a su manera esto también es un mar". Caminé hasta la puerta. Noté los cambios inevitables del tiempo, la puerta estaba medio abierta, la empuje. Crucé el pasillo, llegué al salón. Me senté donde tantas veces se sentaba mi padre. La luz del día entraba por la ventana. Me senté y me quedé quieto. Los cristales de la ventana estaban rotos, escuché y vi pasar unos pájaros. Me quedé viendo el horizonte. Desde la línea lejana vi una aparición extraña, una masa que iba creciendo metro a metro, hasta que comprendí. Era agua, era el mar que venía inmenso atravesando el desierto, no hubo tiempo de mas. El agua crecía y avanzaba velocísima por el desierto, volviéndolo todo mar a su paso. Ni me moví, me quedé quieto en el sillón cuando aquel mar alcanzó la casa y lo volvió todo profundidad, el fondo del mar. Fue así, y en ese mismo instante, que me convertí en pez.

domingo, octubre 11, 2009

Domingo

11 de octubre. 8:11

Creo que se ha dicho millones de veces, pero el valor de los amigos es infinito. Cuando percibes la magnitud de este encuentro, aún mas que nunca, te das cuenta que la vida es azar. Eliges los amigos, si, pero es el azar el que reparte las cartas. La mayoría de la gente mas importante en mi vida apareció en un contexto casual. Los vecinos de Barquisimeto se terminan convirtiendo en una parte fundamental, entrañable, familiar, pero no hay una decisión inicial, terminé viviendo en ese edificio como pude haber terminado viviendo en otro. Una llamada, un cartel, un teléfono, a mis padres les resulta conveniente ese apartamento y 18 años después estas despidiendo a uno de esos vecinos en Madrid, al padre de un chico que conociste casualmente y con el que de repente hablabas de música. Este se monta en el taxi, se va al aeropuerto y giras y sientes todo el privilegio que te ha dado el azar. Podría haber sido el padre de un amigo, nada mas que eso, y sin embargo se ha convertido en tu amigo, en un privilegio. Si tuviera mas habilidad para ello escribiría un elogio de este hombre admirable, del valor incalculable y de lo que aportan los hombres, los pocos y contados hombres como el. El cambio, la revolución, están en su manera de conocer profundamente al ser humano. Cuando el conocimiento, un conocimiento tan vasto, la brillantez y la agudeza intelectual y la acción, se juntan en una sola persona no se puede esperar mas que beneficios, pero no beneficios personales, sino beneficios colectivos, el cambio real del mundo. Son esos pocos hombres lo que cambian a mejor el curso de la historia. Es en ellos donde empieza el cambio, pero el cambio real, donde la idea se hace tangible. Lo logran en su trabajo diario, pero lo logran también con la gente que tratan a diario. Unas cuantas conversaciones emocionantes, la recomendación de unos cuantos libros que ahora tengo a mi alrededor, cerca del ordenador, y que seguro se convertirán en importantes, las anécdotas e incluso los recuerdos, la honestidad y el rigor intelectual. Eso dejan a diario, en sus trabajos, en sus contactos, a los que les rodean. Eso me deja a mi según se ha montado en el taxi aquel hombre que conocí por azar, porque terminé viviendo en un edificio en el que obviamente yo no había decidido vivir, sino que fui llevado de niño. El azar barajó y repartió las cartas y me tocaron todas las cartas. Escalera real de mano.

viernes, octubre 09, 2009

¿....?

Fuimos preguntas, todas las preguntas, cada una de ellas. ¿Cuántas preguntas fuimos? ¿Cuántas se pronunciaron? ¿Cuántas fueron mudas, silenciosas? ¿En cuántos lugares nos las hicimos? ¿Cual fue sincera? ¿Cuantas preguntas retóricas? Nacen, vienen solas, aparecen como aparecimos nosotros. La secuencia es una pregunta tras otra ¿Tu nombre? ¿De donde vienes? ¿Eres real? Las primeras, sin reparos, sin temores. El descubrimiento esperando la respuesta. Las primeras: frenéticas ¿Habías sentido algo parecido a esto?¿Te ha gustado? ¿Te gusta? ¿Música? ¿Libros? ¿No te pareció sensacional aquella película? Luego las primeras realidades ¿Donde vives? ¿Tus padres? ¿Tus hermanos? ¿Que trabajo? Una tras otra. Respuestas que van cayendo sin consecuencia inicial. Respuestas que luego volverán, otras que caerán borradas, irrecuperables ¿Te gusta esto? ¿Donde cenamos? ¿Te cae bien este? ¿Te sentías bien anoche? ¿Quisieras ir a este lugar? ¿Por qué esa cara? Las respuestas van pasando una tras otra. Se va rellenando el extenso formulario. Colocando respuestas al azar a veces. Son tantas, van viniendo tantas que no da tiempo ¿Quieres quedarte aquí? ¿Quieres venir aquí?¿ Tienes mucho trabajo? ¿Te pasa algo? ¿Por qué no me llamaste? ¿No podías haber avisado? ¿Por qué no contestas? ¿Quien es ese? El test pasa desquiciado. El test agota y vas dejando casillas en blanco. No contestas todas, vas contestando las que sabes seguro. Luego revisarás las que dejas en blanco, sabiendo que nunca las contestarás porque vendrán mas. Fuimos preguntas. Ese examen tipo test tan extenso, de dificultad creciente. Fueron tan fáciles las primeras. Contestábamos sin pensar. Luego eran complejas, de lectura doble, había que estar alerta a cada palabra porque cada palabra de la pregunta tenía un valor y enviaba la pregunta a un sitio concreto pero de visibilidad nebulosa. Eran tan astutas, tan afiladas que era imposible no cortarse, no herirse con aquellos perfiles afilados que eran como cuchillos ¿Por qué ahora? ¿ No vendrás? ¿Será siempre así? ¿No crees que son demasiadas preguntas? ¿No crees que a veces no cabe la pregunta? ¿No te parece que esa pregunta sobra? ¿no tienes respuesta? ¿Mejor así? ¿Que si estoy harto? ¿Por qué te vas? ¿ Que por qué no voy? Tantas, tan veloces, tan exageradas, tan prolongadas que agotan, agotan. Preguntas ¿Preguntas? ¿Quieres respuestas? y una detrás de otra y la hoja en blanco. Preguntas que son respuestas a preguntas que fueron respuestas a respuestas que quedaron vacías porque alguien preguntó antes de contestar. ¿Quieres ser una pregunta? ¿Soy algo mas que una pregunta para ti? ¿Quien eres? ¿Me conoces? y vuelven, van cayendo, como un círculo perverso, las primeras preguntas otra vez, las que contestábamos sin pensar y ahora quedan colgadas ¿Quien eres? ¿De donde vienes? y la afirmación final: No te conozco. Eso queda al dar la vuelta a ese circulo, a esa permanente interrogación que fuimos. Eso queda, una afirmación y una última pregunta:

¿Volverás?

jueves, octubre 08, 2009

Escaleras

Por la escalera desciende como una culebra invisible el sonido del piano. Hay poca luz, muy poca luz y yo espero sentado entre el segundo y tercer piso a escuchar entero lo que el nuevo vecino pianista está ensayando. Rebota el sonido por la escalera e imagino ese viaje que no se puede ver, el viaje extraño y exacto, mucho mas prolongado de lo que sospechan mis oídos, que hace cada tecla desde que es pulsada por el vecino hasta que se desvanece en la nada. Hay dos cosas hipnóticas en el instante, la pieza que ejecuta el nuevo vecino y el sonido del piano por toda la escalera. A esto añadiría la poca luz que se cuela ya de fuera y que otorgan a la escena la categoría casi de lo irreal. El pianista, entonces, concluye la pieza. Pasan unos segundos, quizá un minuto, dos. Todo permanece en silencio y decido ponerme en pie. Bajo hasta mi casa. Abro la puerta y me quedo un tiempo manteniendo la esperanza en la puerta, esperando a que descienda el sonido otra vez, pero no ocurre. Cruzo la puerta, la cierro. Llego al salón. Me siento sin quitarme el abrigo. Me golpea algo parecido a la nostalgia. Dejo todo a oscuras mientras trato de recordar algunos fragmentos de la pieza. Me entretengo un rato en reconstruir algunas partes. La, si, la, do,si, sol. De repente ese fragmento, como un eco de mi memoria, incluso de mi voz que va diciendo en la oscuridad y el silencio de mi casa, las notas en alto, se escuchan lejanamente. Deshago el camino, salgo a la escalera y subo al entrepiso. Arranca la pieza otra vez. Me siento a oscuras, una oscuridad aún mas intensa, una oscuridad que ha ganado con respecto a los minutos anteriores en los que estuve aquí. Anochece y suena de nuevo la pieza. me siento y escucho. Descubro a mi lado una presencia que no identifico por la oscuridad. Oigo las notas, el juego melódico, la armonía, la amplitud de algunos acordes cuando descubro que no estoy solo en el tramo de escaleras. Enciendo el mechero para identificar. Unos escalones mas arriba veo a una chica. Es mi vecina. Saludo con un gesto de mano en la mínima claridad que nos da el mechero, ella contesta sonriendo y me invita a sentarme a su lado para escuchar. Apago el mechero y obedezco. Escuchamos en silencio la pieza, se escuchan las notas precisas, de vez en cuando la respiración de alguno de los dos y muy esporádicamente, alguna puerta que se abre en otro piso. Concluye la pieza, nos despedimos en silencio y nos retiramos. Vuelvo a casa, pienso en la melodía, también en ella.

miércoles, octubre 07, 2009

El viaje infinito

La Vostok 100 tiene una masa de 4.713 kg, una inclinación de 64,95°. Su Periodo orbital es de 88,30 min. El que escribe y narra es el Piloto Cosmonauta. Acompañado para la misión por la tripulación de respaldo requerida y entrenada en el centro de alto rendimiento Scooby Doo. Formada por Nikoláy, quien manejara la sala de máquinas. Mijail, voz en vuelo y comunicación. Davydenko constructor de base y turbinas . Lubic, ingeniería astroespacial y sondas e Ignatius manejará la robótica y las lanzaderas.

Se que una de las grandes complicaciones será navegar sin destino fijo, pero se a su vez que esa es la gran turbina de motivación para la tripulación. Avanzamos entre el laberinto infinito del cosmos, comunicando a tierra los avances y las variaciones. Atravesando con emoción y esperanza el espacio. Descubriendo a cada paso lo que nos rodea. La tierra queda atrás. La hemos ido viendo disminuir su tamaño hasta hacerse un punto casi invisible y esto nos ha humanizado, si cabe, aún mas. Estamos juntos en esto, solos y juntos. Somos seis y la nada, o el todo, el espacio que se abre y no acaba. Veo gestos en ellos. A ratos echan de menos sus casas, la parte cotidiana de la vida, pero su devoción y su animo de conocimiento es infinito, como infinito hacia donde avanzamos. En los largos descansos hablamos. Recordamos y luego celebramos. Nos gusta celebrar de manera orgánica, como si estuviéramos en casa. La manera mas humana de atravesar el espacio es tarareando canciones. Nada mas humano que la música. Al terminar nuestras labores nos reunimos en la sala de relajación y tarareamos. Es nuestro acto de fe. Es nuestra manera de sentirnos vivos en el medio del cosmos

No es difícil oír música de los otros en la Vostok. A ratos la tripulación escoge discos y los hace sonar. Davydenko nos deleitó con Rain dogs de Tom Waits hace un rato. Anoche Mijail nos hizo videar un documental de Wilco en la cabina de comunicación. Terminamos emocionados. Lubic se despierta cantando con frecuencia a Bob Dylan y Nikoláy evoca asiduamente la rítmica jazzistica para calentarse emocionalmente mientras trabaja en la sala de máquinas. Ignatius suele colocar música que acompañe el movimiento de las lanzaderas, hay algo cinematográfico en ver ese movimiento en medio del espacio al ritmo tribal de Sung Tongs de Animal Collective.

De resto hacemos nuestro trabajo. Enviamos comunicaciones a Tierra y experimentamos e investigamos con nuestras labores.

El viaje continúa

martes, octubre 06, 2009

Instantes sueltos

La imagen me parece poderosa. No sucede nada y no va a suceder de aquí a que termine de contar ese recuerdo porque pasar no pasó nada. No pasó nada en un sentido estrictamente narrativo, es el recuerdo de una secuencia inconexa vista desde un balcón. Pasar pasó. Siempre suceden cosas, pero casi nunca con desarrollos y conclusiones, pero no va a haber final, tampoco conclusiones filosóficas. No hay metáfora. Hay un recuerdo de un instante breve que a mi, solamente a mi, me pareció interesante, pero si no contuviese las percepciones que sentí en ese instante y que sería imposible trasmitir, a mi también me parecería un recuerdo vacío. Sin embargo los momentos, aún cuando parecen superfluos, pueden contener un sentido invisible, un brillo que sólo unos ojos pueden ver y en este caso esos ojos eran los míos. Hay quienes encuentran sentido en el ruido de un camión de basura atravesando la calle, quien lo ve en una huella en la playa o en la sonrisa de otro, yo lo encontré en ese balcón, en ese instante de paso, fugaz. Me asomé al balcón porque no conocía a casi nadie en esa fiesta, me bebía una cerveza y miraba el tráfico intenso de esa calle ese sábado por la noche. Aún no había llegado demasiada gente a la casa, sonaba música agradable y los que estaban hablaban entre si. Miré por la ventana un rato. El tráfico era espeso, esa zona de la ciudad es muy concurrida los sábados por la noche. Por las aceras pasaba gente de un lado a otro, el bullicio intermitente. Vi un autobús avanzar lento, un grupo de chicos hablar alto, unos ingleses borrachos cantando algo que parecía medieval y de repente por una de las esquinas aparece una pareja. Van agitados, pero agitados porque llegan tarde a algún sitio, el habla por teléfono y ella va mirando al suelo. Se detienen porque sospecho que ese sitio donde permanecen es el lugar de encuentro. Ella saca unas gafas modernas del bolso y se las pone. La miro porque desde donde estoy me parece ver unas piernas absolutamente hermosas. El habla y cuelga, se guarda el teléfono y no hablan, ella se coloca las gafas con precisión frente a reflejo de ella misma en un cristal de un coche aparcado. El ojea su teléfono, lo vuelve a guardar, ella se mira desde diferentes posiciones frente al espejo. No distingo su cara, veo un pelo oscuro, liso, bien peinado, una falda corta que enseñan unas piernas maravillosas. Están varios minutos esperando, pasa el tráfico, siguen pasando grupos de gente y ellos esperan, ella sigue colocando detalles, agita su pelo con dos dedos, se gira para verse de perfil, el mira a los lados. No hablan. Yo miro insistente esas piernas desde cuatro pisos de altura. Trato de afinar la vista pero no distingo nada preciso en ella. No soy capaz de descifrar su cara. El se vuelve, va y viene y no aparece nadie mas, ella se queda quieta, quizá ya se siente cómoda con su imagen. Es una pareja que lleva algún tiempo, lo delatan ciertos gestos de cotidianeidad, la despreocupación en no conversar, el poder pensar uno en su teléfono y en los que esperan y la otra en su imagen. Pasan minutos y todo sigue así. Me los imagino cuando llegan a casa. El se desviste rápido y se mete en la cama, ella se desviste algo mas lento. Piensa en una conversación que van a tener en un rato, el se queda dormido y ella aún va al baño, va a la cocina, bebe agua, vuelve a la cama y apaga la luz. Eso podría pasar después, ahora esperan y no pasa nada mas. Termino mi cerveza y entro a la fiesta.

lunes, octubre 05, 2009

Mas memoria

Otra vez aquí. Otra vez la memoria con sus juegos, con su encuentros fortuitos. Otra vez ese golpe. El olor del recuerdo. Creo que había olvidado su presencia en mi vida. Si duró algo no debió de durar mas de un par de encuentros. Ahora, según voy recordando para escribir esto, aparecen imágenes enterradas. Su nombre revienta en mi cabeza y aparecen escenas sueltas. La memoria juega sola. Hace sus propias conexiones y emite las imágenes que le da la gana. La memoria es un canal con un control absoluto de una censura que tiene criterios difusos, inexplicables. Viene esa imagen potente. No seré pornográfico. Tiendo a pensar que es algo absurdo narrar sexo en un texto, sólo lo disfruta el que lo escribe y prefiero guardarme ese material para cuando escasee la imaginación para uso personal. Es curioso, pero hasta la imaginación para una buena paja no es regalada. No todas las pajas son iguales y la calidad de esta depende de la escena imaginada. Pero pienso en su nombre y viene esa imagen de una noche en aquella azotea en el oeste de la ciudad. En aquella zona que bien habría podido diseñar el demonio, pero ni siquiera, el demonio hubiera perdido mas tiempo en colocar aquellos edificios vacíos y feos. Estos no los había colocado nadie. Por eso eran tan terribles. La azotea miraba a esa avenida vacía y ella parecía que me amaba. No era así. Nadie ama en esa situación. No cabe el amor. Cabe el sexo que ni siquiera llegamos a tener. Yo estaba arriba con ella, creo que le conté alguna tragedia. Tenía la tendencia de pensar que contando tragedias se seducía mas, el tiempo no se si me dio la razón, pero me hizo dejar de creer en la tragedia. Me he convertido en optimista. La vida me parece divertida y agradable. Seguramente porque dejé de habitar cerca de aquella avenida. El caso es que recuerdo que ella había venido del suroeste del país, de una ciudad fronteriza. Era mas pequeña que yo y había llegado a aquella casa, donde hacíamos aquella pseudofiesta, con la madre. La madre, en un acto generoso, la había dejado subir a la azotea con nosotros y todo había terminado convirtiéndose en esa escena en la que estábamos los dos bastante borrachos y en celo.

Ahora evoco esa escena. Estamos los dos en medio de la azotea y no hay nadie y nos comemos los labios con cierta urgencia. Hay muy de madrugada una urgencia rara, como si no hubiera tiempo, como si te estuvieran cronometrando el tiempo para ponerte a chingar y te fueran a cobrar por el previo. Así que los besos, que por otro lado, parecen un paso necesario, se convierten en una cosa muy sensual, si, pero con algo de violencia. Una violencia amable, pero violencia por lo urgente del deseo. Entonces estamos medio reventándonos los labios cuando le desabrocho el pantalón y le quito la camiseta y si mal no recuerdo ella hace sino lo mismo, algo muy parecido y creo que pasa un coche por la avenida y ella me dice algo al oído que estoy seguro que es mentira y cuando la violencia se convierte en una leve pausa va y aparece la madre y dice su nombre, entero, sin olvidarse de los dos nombres que lo forman. La madre está ahí en la penumbra y acaba de decir el nombre de ella y a mi se me ocurren un par de chistes malos que por supuesto no digo, pero por otro lado calculo el nivel de iluminación y trato de descifrar si la mujer es capaz de distinguir por donde andan todas las partes de mi cuerpo en ese instante que ha soltado el nombre completo de ella. Ella se aparta, cambia el gesto, o eso creo porque no veo por dos motivos, porque no hay luz y porque estoy borracho, y sale detrás de la madre. Desaparecen al final de la azotea y de repente el lugar, sin parecerse en nada, me parece un desierto. Vacío y callado. Aún huelo a ella, a su pelo, a su champú de marca conocida. Aún tengo el cosquilleo en el cuello, porque por alguna razón el cuello se queda medio adormecido con tanto labio y tanto mordisqueo. Yo me quedo quieto un par de minutos en la azotea. Abajo pasa otro coche. Miro el reloj en la fábrica de enfrente y salgo a la calle. Creo que un par de horas después llego a casa.

Eso he recordado ahora mientras curioseo por su vida. Ahora somos amigos en internet y tengo acceso a muchas fotos de su vida presente. A su hijo en la playa, a su marido pasado de kilos, a su madre. Veo a su madre de nuevo, mas mayor, la misma cara que miraba en la penumbra con violencia interrumpiendo el otro tipo de violencia que establecíamos ella y yo, otro tipo de batalla. Ahora veo su cara, una cara hermosa, con variaciones imperceptibles, las del tiempo, que modifica los rostros sin saber donde coño es que los modifica. Ahí está. Veo su cara y recuerdo, y esto lo recuerdo de repente, un recuerdo nuevo, que una vez, días después, quizá semanas después, la llamé a su casa en aquella ciudad al suroeste. Ahora recuerdo su voz mientras veo sus fotos. La llamé pero no recuerdo de que hablamos. Veo su cara en esas fotos y hay algo intacto en mis emociones. Recuerdo poco mas. Mientras veo ese amago de presente que son las fotos, veo una tipa extrañamente feliz. Extraña en el sentido de ser una de esas personas que asume una soledad invisible. Hay muchas fotos y algunas las he visto mas de dos veces. Me quedo viendo su cara jugando con nieve, un viaje turístico a una playa cojonuda, conduciendo, posando con una amiga, en la puerta de una casa, en una cena, en el medio de un salón. La tipa acepta algo que viene de atrás, lo acepta sin condiciones, entero, absoluto o eso creo. Hay tanto desde aquel momento que se gira y se larga asustada hasta esas fotos. Se gira y no vuelve y aparece mil años después. Estoy viendo la azotea otra vez. Estoy viendo las fotos. La veo, es, no es. La misma pero otra y me quedo pensando en el infinito viaje intermedio. La memoria juega. La suya lo hará, lo hace o lo habrá hecho ¿Habrá pensado todo eso cuando vio mi nombre en internet? Seguramente otras cosas. Las memorias juegan en divisiones diferentes. Recuerdos que saltan como peces. La azotea es un pez, pero quizá mi pez. Sus peces saltan de otra forma. Ella es ahora y aquella, yo soy este y aquel. En cada recuerdo nos dividimos. Este que recuerda y aquel que lo vivió. Cada vez que vamos al recuerdo aparece otro. Allí está ella, en la azotea y ahora en las fotos está esta, la misma, pero otra. El laberinto lo abrió su madre que, honestamente, nunca debió aparecer. Esa cara merecía otro final.

Sin ella

Que viven libres, se sabe. Lo que no sospechamos es que se escapan, que desaparecen. Que decidan no aparecer cuando se las llama. Creemos en su uso sin fin, que cuando escribimos vendrán a cada llamada, sin recriminarnos, sin pedir nada a cambio. Lo complejo es hacerlo cuando una de ellas se niega a aparecer. Con que una sola del abedecedario no le plazca venirse cuando una la llama, lo que se escribe se vuelve complejo, difícil, seguro innecesario, pues el ejercicio se crea no usando palabras que la lleven. Lo que se escribe se forma no usando palabras que la poseen. Aquella que pulsamos en el ordenador no aparecía cuando se la exigía. Aquello sucedió. Pulsamos el abecedario en el ordenador y no acudía. Ella fue la única que no venía. Eran muchas y sólo ella no aparecía ¿Que hacer con ese problema? ¿Cómo seguir si ella no viene como las demás? No hay fin en el abismal problema. Se vuelve una fuga el escribir, pues no es mas que no hacer coincidir la palabra que la requiere. Avanzas y no vuelve. No es. La palabra deja de ser la que es. Debe ser la que no es porque la que debía ir no puede ser porque no hay una, solo una del abecedario y complica las cosas. Ninguna palabra debía ir donde va porque nada coincide y no acude y la palabra no se forma. Hay huecos y lo que se lee es un hueco porque no hay una y es necesaria para formar lo que se lee.

No hay segunda persona del plural, por ejemplo. No hay lo que no es la nada. No hay infusiones. No hay posesiones para el que lee. Hay cosas, muchas pero no hay lo demás que la lleva. No hay lo que no es afuera. Hay ausencia de mil cosas sin ella

¿Sabes cual es ya?

sábado, octubre 03, 2009

1ª Carta

Realmente para dirigirme por primera vez a ti, me da por pensar que lo sensato sería hablarte del estado del mundo, narrarte rápidamente lo que hoy ha acontecido ahí afuera. Titulares veloces de lo que ha podido pasar en esta primera vez, pero no sirvo mucho para eso. Tiendo a pensar que esas cosas son caducas y poco importantes, y esto de algún modo es un error. Sin embargo prefiero hablarte de otras realidades, quizá las emocionales. De las percepciones de hoy. Un hermosísimo día de sol, con luz potente en el cielo. Este, el cielo, estaba azul, muy azul. Parecía un dia de verano retrasado, que se había olvidado de ubicarse por allí por julio o agosto y ha venido hoy, como esa gente que llega tarde a todas partes, y ha aparecido con retraso este 3 de octubre y hoy, que ya es otoño, parecía verano. He ido con el aspecto que se lleva en verano, camiseta, bermudas. Esa ropa, suelo pensar, te aligera el pensamiento. Mi conflicto con el invierno creo que nace un poco de ahí, de ese exagerado montón de tela que llevamos encima. Es como que mis emociones se estancan entre tanto jersey y chaqueta y tanta ropa te hace menos vital. Como que la piel no se siente tan real. Hemos paseado ligeramente. Hemos hablado del desamor, porque mi hermano pequeño, a quien conocerás y quien te caerá especialmente bien, sospecho, anda jodido por tal asunto. Tratamos de animarle contándole las experiencias personales de cada uno, pero por mas que insistimos el tipo lleva un celofán de nostalgia encima que no es capaz de quitarse y eso, por supuesto, también lo entendemos, porque cuando has llevado ese celofán encima, sabes que no es ninguna tontería romperlo y quitárselo. Ha habido, sin embargo, un instante que ha motivado esta primera conexión contigo. No es algo muy concreto, de hecho ese es un rasgo habitual de quien te escribe, no siempre favorable. Ser concreto no es mi fuerte. El caso es que veía un videoclip que he visto mil veces, pero a mi hermano pequeño le apetecía verlo y como está en ese estado celofánico hemos decidido complacerle. Viendo esas imágenes muy precisas me he ido desviando de lo que sucedía en la pantalla para irme creando una ficción donde casi te veía recorriendo espacios parecidos, he sentido con intensidad parte de tu mundo, he notado una cercanía. Mientras se sucedían las imágenes he sentido una enorme necesidad de escribirte, preguntarte como estás, que tal va todo por allí, de enviarte esta nota, que de algún modo es charlar contigo, de tenerte por aquí. Oigo una canción preciosa de un tipo que se llama Elvis Perkins, It´s Only me, mientras te prefiguro, mientras te voy poniendo rostro, mientras fantaseo con ese día que aterrices y vayamos a recogerte y te abramos la puerta de casa y te quedes. Créeme, cuento los días.


PD: Te agrego el Link del video. Ya me contarás que te parece.

http://www.youtube.com/watch?v=u7K72X4eo_s

viernes, octubre 02, 2009

Blanco

Ahora eres una ballena. Te deslizas sin saber que te deslizas por entre una masa incalculable de agua. No sabes lo que es el agua. No sabes que eres una ballena, tampoco defines los colores que vas atravesando, porque, y eso no lo sabes, desde fuera se te ve atravesar colores, intensidades de luz que van variando constantemente. Eres una ballena y yo soy incapaz de saber que mas eres, si sólo te desplazas en busca de tu propia existencia, si buscas alimento o si sólo te dejas arrastrar por el placer que te dan tus virtudes naturales en lo profundo del océano.Si percibes que te miro, si te percibes dentro del agua o si percibes algo en ese movimiento de apariencia suave pero profundamente brusco. Eso, claro, no es eterno. Ahora mismo ya no eres ballena. Te has desplazado a otra forma. Ahora eres ese brillo que revienta en la parte alta de las olas a media tarde, cuando el sol se empieza a ir. Eres ese brillo que ciega, pero ciega de felicidad, porque es verano, porque atardece y porque eres variable y te mueves por diferentes partes de la ola, en miles de olas que van viniendo. Te miro desde la orilla y te mueves. No hay manera de retenerte, porque cuando creo verte en la cresta de la ola ya la ola revienta del todo y desaparece y te encuentro segundos después en otra ola que hace lo mismo. Es un movimiento interminable, pero es realmente agradable, hipnótico. Eso eres este rato hasta que te vas transformando, esta vez lentamente, en persona. Somos dos, tu y yo, ahora eres una chica de pelo liso, de pelo oscuro. Sonríes y bailamos. No se donde coño estamos, pero estamos bailando. La sonrisa es profunda y te nace en lo mas profundo del estomago. Hay algo, invisible, que me une a ti. Eso eres este rato, una canción en algún lugar donde es de noche y hay mas gente y poco importa el tiempo. Oigo risas lejos y tu te deslizas como ya hicieras cuando fuiste ballena, pero esta vez a la manera de baile casi tribal, muy eufórico. En medio de un movimiento de brazos muy rítmico todo se detiene y pasa a un silencio amable. Hay un espacio blanco y de límites invisibles. Ahora eres ese sonido que percibo. Un susurro agradable que casi acaricia el oído. Eso eres, ese sonido desplazándose por la habitación blanca desde un lugar inalcanzable hasta mi oído donde te transformas en otra cosa que mi cerebro no logra descifrar. Eres ahora ese sonido amable, suave, casi inaudible, de variaciones leves, una curva sonora que crece y decrece, un eco que viene seguido de otro sonido idéntico. El espacio existe, en este instante, para percibir ese sonido que eres tu. Ahora, justo cuando el sonido se va desvaneciendo te vas convirtiendo en letras, letras que van pasando, unas detrás de otras. Ahí vienes en palabras desmenuzadas, como hojas que van empujadas por el viento. Letras, palabras, frases y un punto final que viene al final del todo, detrás de todas las frases que forman el texto, un orden que nadie ha establecido salvo tu, que eres invisible, que existes pero no, que no te encuentro, que eres también ese punto final que viene a lo lejos y se coloca justo aquí.

jueves, octubre 01, 2009

Otoño

Cae lluvia sobre el mar. El cielo es gris y refleja una luz débilmente blanquecina que se parece a este estado de ánimo. Siento la humedad bajo la chaqueta. Si no supiera la hora sería incapaz de descifrarla, no logro ubicar la luz del sol detrás de esa masa de nubes, tampoco de ubicarme fuera de este contexto que de tan real, de tan anclado a los elementos metereológicos, parece irreal. Definitivamente se ha acabado el verano, da la sensación de que con el se han acabado mas cosas, quizá por eso esta sensación de laxitud, esta sensación de pulso lento, de tensión baja. La luz blanquecina rebota en la arena y brilla un eco de algo que no logro escuchar. Tengo la sensación de estar oyendo voces, susurros que recuerdan a los sueños. Esto también podría ser parte de un sueño, el otoño entero que viene de frente, con las olas que revientan, el verano recién terminado. Todo esto podría ser parte de un sueño que aún permanece activo, con esas transiciones enloquecidas de los sueños que de repente te colocan en otro lugar. Así podría haber aparecido aquí, en medio de esta playa vacía en la que llueve. Viniendo de un verano cálido del que me han soltado de repente a este otoño, a esta lluvia. Esperando oir voces que tararean una canción que me apetece escuchar y que seguro que no suena. No hay nadie en la playa salvo la lluvia y yo, no hay nadie y en verano estaba aquí y me sumergí en ese agua esperando encontrarme con una ballena que sabía que nunca aparecería y había mas gente, aquel niño que caminaba torpe por la arena y aquella mujer, su madre, que me resultaba tan atractiva y que era tan seria, tan lejana. Estaban aquí, brillaba el sol y parecía que el verano era eterno. Ahora llueve y esta luz blanquecina indica lo contrario, que el otoño mato al verano y este, el otoño, ahora parece eterno también. Llueve y podría esperar hasta el verano que viene aquí sentado, pero no va a aparecer. El verano si, llegará, pero ella no. Ella no va a aparecer.

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