miércoles, octubre 14, 2009

El regreso

La carretera continua pero me desvíe por ese camino de tierra que reconocí después de tantos años. Amanecía y no pasaba ningún coche mas, giré sin precaución y me metí de lleno en aquel camino que veía tantos años después. La inmensidad se abría a los lados y el terreno seguía intacto, difícil de atravesar, árido y brusco, agrietado y desigual . La arena marcada por algunas ruedas, las mismas ruedas de siempre. Parecía como si después de tanto tiempo cada piedra, cada grano, cada limo, la grava, permanecieran colocadas en el mismo sitio, exacto, que la última vez que recorrí este camino perdido. La luz azul profunda del amanecer aumentaban el brillo de sensaciones escondidas, la hora y la memoria se confundían y los recuerdos aparecían como medusas desplazándose a contracciones, la visión que se superpone a la otra visión, la visión gelatinosa de los recuerdos confundiéndose con lo que mis ojos realmente veían. Avancé temiendo por mi coche, bajé la ventanilla, entró de golpe el fresco y un olor impreciso a rama seca, todo sonorizado por el ruido de algunos animales e insectos invisibles, habitando en cualquier rama esparcida a lo largo de ese pseudo desierto. Detuve el coche, me bajé. El Sol aparecía bestial de entre la oscuridad y la noche y lo volvía todo rojizo, violeta, precioso. Me sentí en el medio del mundo. Pude percibir mi respiración como parte acompasada de ese infinidad que empezaba en ese punto y no terminaba jamás. No sentí un placer individual, sino que me sentí colectivo, mis pies pisaban la arena, mi respiración se confundía con la brisa, giraba universalmente con lo que me rodeaba, como parte de una misión eterna, responsable también del universo. Volví al coche, arranqué, conduje torpemente en ese terreno complicado. Avancé reencontrándome visualmente con lo que mi memoria tantas veces había recreado. La inevitable comparación con las dimensiones recordadas y las que ahora tenía frente a mi. Seguí avanzando, hasta que a lo lejos fui viendo aquella casa. Sentí la misma emoción de entonces, la misma y una nueva sumada. La emoción de llegar y el recuerdo de la emoción de llegar. El acercamiento era idéntico que entonces, y la emoción creciente como entonces, ahora recordaba aquello y sentía la misma emoción adulta, algo mas contenida, pero también intensa. El último tramo vino acompañado de voces, de imágenes precisas, hice al volante las mismas maniobras que tantas veces vi hacer. Me detuve bajo los cuatro arboles. El Sol había crecido inmenso y la luz era absoluta. Bajé del coche. El olor me trajo las manos de Elisa, la luz los ojos de Gabriel. La voz del abuelo diciendo: "a su manera esto también es un mar". Caminé hasta la puerta. Noté los cambios inevitables del tiempo, la puerta estaba medio abierta, la empuje. Crucé el pasillo, llegué al salón. Me senté donde tantas veces se sentaba mi padre. La luz del día entraba por la ventana. Me senté y me quedé quieto. Los cristales de la ventana estaban rotos, escuché y vi pasar unos pájaros. Me quedé viendo el horizonte. Desde la línea lejana vi una aparición extraña, una masa que iba creciendo metro a metro, hasta que comprendí. Era agua, era el mar que venía inmenso atravesando el desierto, no hubo tiempo de mas. El agua crecía y avanzaba velocísima por el desierto, volviéndolo todo mar a su paso. Ni me moví, me quedé quieto en el sillón cuando aquel mar alcanzó la casa y lo volvió todo profundidad, el fondo del mar. Fue así, y en ese mismo instante, que me convertí en pez.

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