miércoles, junio 21, 2023

La biblioteca de Babel

 La historia de algunas lecturas marcan también la historia que se ha leído. La primera vez que leí a Borges, había estado buscando algun libro suyo por los buhoneros del centro de Barquisimeto. En casa no había rastro de literatura del argentino y en aquella época previa a internet no era tan sencillo encontrar determinados objetos. En aquella remota ciudad, algunos libros, eran preciosos artilugios inhallables. En esa época era inculto, pero muy entusiasta (sigo siendo ambas cosas) y me propuse leer a Borges, mi empeño y mi tenacidad dieron frutos. Había en el centro de la ciudad una zona donde unos tipos con unas mesitas transportables vendían libros usados, desgastados, de segunda o tercera mano, quizá más. ¿Cuantas manos, a cuántas lecturas habían sido expuestos aquellos libros? Pregunté por Borges a aquellos tipos, el primero, el segundo y el tercero, me dijeron que no tenían nada. En mi ignorancia pensé entonces, que Borges seria un escritor de culto, desconocido y extraño, solo leído por unos pocos. Aquello empezó a darle a Borges un halo de misterio y enigma. Sabía poco del argentino: la nacionalidad, la ceguera y el mito de su genialidad, desconocía verdaderamente su obra importante, sus títulos imprescindibles y  prefiguraba un estilo que nada tuvo que ver con la realidad. El cuarto buhonero me dijo que sí tenia algo de Borges, que que quería. El tono, el ambiente y la forma de preguntar me invitaron a pensar que estaba cometiendo un acto que rozaba la ilegalidad: no estaba comprando un libro usado, estaba comprando algo más, una sustancia prohibida o el vale para un hechizo. Le dije que me daba igual: "quiero uno bueno", Contesté. Me miró serio y rotundo, pero no antipático: "todos son buenos" afirmó. Acto seguido me dijo, que esperara, que tenia que ir a buscarlo. Salió caminando rápido, en la esquina de la diecinueve giro a la izquierda y le perdí de vista. Me quedé de pie varios minutos. Pasé de la serenidad de una espera amable a la desorientación de una escena extraña. ¿Por qué tardaba tanto? ¿A dónde había ido a buscar el libro? Pasaron más minutos de lo que podríamos considerar normales para la situación. Los otro libreros no me miraban, apenas tenían clientes. Uno de ellos leía, los otros meditaban, miraban al frente como inmortales, como si el tiempo no corriera para ellos. Pensé que estaba siendo víctima de algún tipo de extraña estafa o usado para algún rito indescifrable. Pasaron más minutos. De repente a mi lado se puso otra persona, me miró y me preguntó que si sabia donde andaba el librero. Contesté que había ido a buscar a Borges. La respuesta fue torpe y acelerada, porque buscaba un libro, no al autor, pero no lo quise aclarar. El hombre se quedó callado a mi lado. Cuando la espera rozaba una duración absurda apareció por la esquina el buhonero con el libro en la mano. Me lo dio con una sonrisa amable y una frase poderosa: "a veces se esconden". Miré el libro, estaba en buen estado, algo desgastado, pero legible y sin manchas o roturas. "Ficciones" se leía. Deslicé las páginas de un lado al otro. Leí el indice y pregunté el preció. Me pareció extraordinariamente barato. Pagué. Caminé a la diecinueve y esperé por el Ruta 5 leyendo las primeras páginas. El resto, como sabrá todo lector de Borges, es historia. 

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