miércoles, junio 08, 2022

Eva

 Cuando apareció Anastasio de vuelta de su segundo viaje al extranjero nos pareció a todos en la plaza que había dejado de ser él. No es que no fuera Anastasio, es que era otra forma de Anastasio. Esas cosas, claro, en el pueblo no las entendíamos, probablemente en el resto del mundo tampoco, porque las ciudades se disfrazan de apertura cuando en realidad son cárceles mas grandes. Pero lo cierto es que allí, en la plaza, ya intuimos que Anastasio volvía distinto de aquel viaje. Su voz, incluso, ya tenía otro tono. Pedro el barbas se lo hizo saber. Si algo no ha habido nunca en la plaza ha sido sutileza: "Anastasio, que parece que hablas de otra forma. Se te ha pegado la manera de hablar de aquellos continentes, carajo. Hablas menos grave" Luego hubo risas y ese humor de siempre. Que si palomo cojo, que si pierdes aceite, que si te patina no sé qué. A mi, lo comprendí años después, que Anastasio apareciera tan enérgico y tan cambiado me abrió una compuerta y me produjo admiración. En esa época nadie entendía nada o nadie quería entender nada o todos ocultaban que entendían y Anastasio entendió el primero que las cosas no había que asumirlas como creíamos que son. Anastasio nos habló de playas paradisiacas, de músicas de otros mundos y de ceremonias salvajes. Parecía que estaba hablando de otros mundos. En cierta manera Anastasio nos contaba ciencia ficción y dejaba entrever que los cuerpos de otros mundos pueden adquirir otras formas. Cómo me gustaba oír a Anastasio hablar del más allá, de ese más allá utópico, donde las formas saltaban por los aires y se diferenciaban radicalmente de las formas de la plaza. 

 Fue entonces, en alguna de esas noches del final del verano que Anastasio se quedó hablando conmigo de madrugada, yo le preguntaba por su viaje, me hablaba de Asia, de las noches perdidas, divertidisimas, como decía, que me dijo: "Pronto dejaré de ser hombre". Aquella frase a mi me sonó más poética que real, porque debido a mi admiración por Anastasio, mi admiración por su fortaleza y su libertad y su no importarle nada las cosas de la plaza, que lo que yo me imaginé fue a Anastasio convertido en un gigante hombre pájaro o algún ser mitológico, pero lo que me quería decir era literal: Anastasio estaba a semanas de convertirse en Eva. Yo no comprendía: pero, ¿cómo, Anastasio? y el no me explicaba, solo contestaba: Vete llamándome Eva para que te vayas acostumbrando.  Y así pasó. Al tiempo Eva se fue del pueblo, volvía esporádicamente, entre escíndalos y críticas. Los padres se sumieron en una forma oscura de vergüenza. Eva los había obligado a un destierro de silencio Las burlas y la crueldad emergieron con facilidad y de Eva poco fuimos sabiendo. A mi aquello, claro, me transformó. No me transformó rápido o en lo evidente, me produjo algo interno que tardé varios milenios emocionales en en entender. También en entender que lo que domina este mundo tiene miedo a lo que se sale de sus líneas. Pensaba en Eva, pero no de una forma concreta, sino una abstracción difícil de entender. Quería saber de ella saber de su vida y de qué hacía y esa ignorancia, esa falta de información, me alejaban permanentemente de mi  realidad. Asumí algo que no era evidente, pero me dejé llevar por algo más fuerte. La corriente que nos empuja, el rio de lo externo, la marea salvaje que te niega. 

 Una noche volvíamos de las fiestas del pueblo grande. Marcos el de la panadería y yo volvimos en su moto por la carretera vieja para evitar encontramos con la policía. Marcos había bebido menos que yo, pero también iba borracho. Condujo con esmero y prudencia, sabiendo que el alcohol es un enemigo. Antes de entrar en la rotonda de acceso al pueblo se desvió por el camino de la ermita. Me dijo que si nos fumábamos el último. Nos sentamos en las rocas que dan al valle, hacia fresco y no llevábamos jersey. Encendimos los cigarros en silencio y estuvimos un rato sin hablar. Marcos me dijo de repente que si yo pensaba a veces en Anastasio y yo le contesté que sí, pero que no pensaba en Anastasio, que pensaba en Eva. Entonces Marcos, sin venir cuento me empezó a tocar la pierna y luego subió hasta la entrepierna y ya no volvimos a hablar. A mi Marco me caía mal, pero le puse otra cara y otro nombre en mi cabeza. No fue una gran experiencia, pero sirvió para comprender. A mi me pareció de repente que el valle emitía un destello, una luz nueva. No era misticismo, me había quitado un peso de encima y probablemente la realidad me empezaba a pesar menos. Eramos muy torpes y no sabíamos hacer nada. El suelo era incomodo y en las piedras tampoco encontrábamos postura, pero hicimos lo que pudimos y los dos llegamos al orgasmo. Marcos, jamás, me volvió a hablar. 

Ahora, cuando vuelvo al pueblo algunos días por verano, le veo. Tiene tres hijos, su mujer es de Pueblo Grande. El último verano supe que iba de segundo en la lista del partido neofascista para las municipales. En el último mitin clamaba a gritos que nos quieren adoctrinar, que la dictadura de genero está rompiendo el equilibrio de las sociedades. En un cartel electoral con su cara escribí la noche antes de volver a casa: "Todos somos Eva". encima de su cara.

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