viernes, agosto 19, 2022

Concurso literario

  J manda un cuento a un concurso literario menor. Normas laxas, no más de determinadas palabras y premio humilde: será publicado en un magazine casi desconocido. J manda un cuento no por el concurso, sino por él. No busca ganar, busca aprobarse. J es un modelo de escritor amateur bastante común: siente una necesidad apabullante de escribir, pero sabe que escribir es otra cosa o no tanto otra cosa sino algo para la que nunca sabes del todo si estás o no validado. El concurso le sirve a J para ver si se le valida como escritor. El cuento no es malo, no es bueno, pero no es malo y eso es bastante ya, sobre todo para J. A J escribir le parece una batalla, afronta el proceso siempre con temor, quizá con complejo. En el hecho de escribir se concentran buena parte de sus fragilidades. J es autodidacta, aunque difícilmente un escritor no lo es. Pero J aún no lo es y probablemente no lo será, con lo cual el ser autodidacta es algo que incrementa el temor y la fragilidad. Escribe un primer borrador, lo relee. A J le gusta que los textos tengan ritmo. Un ritmo invisible, que se sustenta en las palabras. J No lo sabe, pero en realidad haría mejor intentando poesía. Seguramente también sería mal poeta, pero lo que le atrae a J de escribir se asemeja más a la poesía, porque lo que le atrae, lo que permanentemente busca, es un ritmo, una cadencia, que las palabras vayan a compás. Una vez releído el borrador, comienza a corregir. Y es ahí, justo ahi donde J sufre. Descubre los saltos, la carencia en la sintaxis, cierta incoherencia interna. Comienza a corregir, tratando de bailar la enfermedad de su texto que no es más que cierta ignorancia, y eso, J, lo sabe. Cambia palabras, alarga frases para dar más sentido o para explicar determinadas inexactitudes. En la corrección pierde eso que busca: el ritmo. Aunque el ritmo, en realidad, solo lo percibe él, porque lo que el cree que es ritmo es el placer: hay un placer, y  por eso hay millones de escritores amateurs, en ir construyendo un texto, en ir tecleando y avanzando. Eso es lo que cree J que es el ritmo. Según va corrigiendo siente que pierde el control del texto, que se hace peor, que la idea se ablanda, pierde fuelle. Da otra pasada, vuelve a releer. Aún hay ritmo. Entra en debate interno: ¿Es necesario este texto, aporta algo este cuento? J entonces entra en existencialismo. ¿Para que un cuento innecesario? ¿Qué aporta esto a la historia de la literatura? Claro, ante preguntas inmensas, respuestas terribles: Por supuesto que no. J duda, quizá ya no mande el cuento. Relee. Esta quinta, sexta o séptima relectura ya empieza a aflojar en exigencia: no necesariamente hay que participar en la historia de la literatura universal, basta con mandar un triste cuento a un concurso de un magazine desconocido en el que no hay premio salvo la búsqueda de validación como escritor. Corrige, afina palabras, cambia algún tiempo verbal, alarga alguna descripción, Siente que el ritmo no se ha perdido del todo, que lo narrado tiene cierto interés y que, dentro de lo que cabe, la historia tiene su gracia. Última relectura: no hay que darle muchas más vueltas, piensa. Cambia alguna palabra que le suena mal, agrega algo para sonar más contundente. Guarda el archivo, decide un título definitivo y lo sube a la web del concurso. Por supuesto, claro está, no gana el concurso. 

martes, agosto 16, 2022

En el tiempo fragmentado

 Esta mañana el mar ha cambiado de ritmo de golpe. Las cosas de las mareas supongo. No entiendo de mareas, no entiendo de casi nada. Soy un ser fragmentado, un ser de mi tiempo. Fugaz en todo. Nuestra existencia está hecha a trozos, como el tiempo, como el consumo. El consumo no tiene una línea narrativa, son también fragmentos de cosas que vamos adquiriendo pero que no completan nada. No extraño un pasado idílico que no existió, pero lo cierto es que esta existencia no tiene continuidad más que la del salto de día a día. Trabajamos en cosas raras, mi trabajo no se podría contar a un ciudadano de hace poco más de medio siglo y no será explicable a un ciudadano de dentro de tres décadas. Entonces mi vida laboral, como la de tantos, es una anomalía temporal. Todo cambiará como la marea de esta mañana, que el mar , de repente, ha cambiado de dirección y de velocidad. Había un pequeño barco cogiendo coquinas cerca de la orilla y al rato se ha ido. Por la orilla de la playa pasaban deportistas amateurs a ritmos desiguales. Qué mirada extraña llevan esos corredores y marchadores que están de vacaciones. Buscando la salud y una buena figura miran al frente sin mirar, no observan el camino, buscan algo a lo lejos, en un lugar que no está allí. Suena la corriente en esas pequeñas olas que rompen en la orilla. Una mujer nórdica hace una Postura de yoga con buena técnica o al menos esa es mi sensación. El barco que pescaba coquinas ya no está. La humedad se mantiene, es una humedad densa. Estamos de vacaciones, otra forma más de fragmento en ese tiempo fragmentado. El año pasado también estuve aquí una mañana y también sentí el fragmento. También había humedad y deportistas amateurs pasando por la orilla de la playa. Pasaban barcos y había humedad. Sin embargo ese tiempo me viene como un fragmento roto. Somos como esos collages que se ven en obras o en portadas. Recortes pegados en un folio. El folio es el tiempo o el espacio que vamos habitando. Ha sonado algo: Detesto las motos de agua. Son el reflejo perfecto del tiempo que habitamos. Ayer al atardecer unos chicos pasaban cerca de donde estábamos haciendo ese ruido molesto. ¿Qué buscan con esas motos? ¿Qué ocio, qué diversión, qué gracia hay en esos paseos sobre el agua hacia la nada? Un fragmento de ruido que se pierde y lo Contamina todo. La velocidad, todo se explica en la velocidad. Nos seduce tanto la velocidad que hemos olvidado ir más despacio o frenar. La velocidad lo explica todo. También a esos motoristas acuáticos. Rompemos algo cuando vamos rápido, hay algo antropológico que nos supera más allá de entender el presente. Hay un ser milenario en esa moto de agua que experimenta algo que nos embrutece y nos posee. Olvidamos todo en la velocidad y es esa velocidad la que nos va fragmentando. La mujer que hace yoga sin embargo está estática pero también experimenta una velocidad. La mujer nórdica es un fragmento de un fragmento y ya nadie podrá reconstruir el puzzle. No estoy pesimista ni triste. Más bien al contrario, hoy vi la posibilidad de que nuestros fragmentos nos hayan llevado a un punto extraño donde haya que rehacerlo todo. No es descabellado. No es descabellado que estos fragmentos estén llegando a un punto necesario de hacer algo, no sé muy bien el qué ,con ellos. Los fragmentos de nuestra existencia que se rompe por la Pura velocidad o por el placer de experimentarla nos ha traído aquí, a un punto indescifrable de la historia de la especie. La era del ser objeto o del ser consumo. No somos alguien: somos cosas.

Luke y Costello

  La escena sucede en un brevísimo periodo de tiempo. ¿Cuánto? ¿20 segundos? Puede ser, en el recuerdo parece durar mucho más, pero si se recuentan los detalles, si se analiza bien lo sucedido, es probable que hasta 20 segundos sean mucho. En cualquier caso la escena o acontecimiento o situación sucede rápidamente. El coche avanza por la A44, dirección Bailén, casi llegando a la incorporación a la A4 dirección Madrid. Hay tres coches seguidos en el carril derecho. El nuestro, el que va delante que es rojo y el que va delante del rojo que no logro ver bien del todo, básicamente porque la mirada la dirijo a esa extrañeza visual que salta de repente: veo a un perro cruzar la autopista. El cuerpo se pone en alerta, la distancia desde nuestro coche hasta el perro es amplia como para dar margen a maniobrar, Marta, que conduce, se fija y desciende moderadamente la velocidad, el peligro lo tiene bien el coche rojo o el que va delante suyo. Yo fijo la mirada en el perro, siento vértigo y temor, aviso a Marta, pero mi atención está en la vida del perro, los coches de delante actúan con prudencia y veo al perro en el arcén, mirando hacia atras y ladrando: suspiro y digo en alto: ¡se ha salvado!, pero el tono de Marta es otro, una onomatopeya, una expresión de dolor. Durante unos segundos: quizá dos, quizá uno, no comprendo: pero si el perro se ha salvado: Marta se lleva una mano a la cara, el gesto es contenido y duro. Paula, que va detrás emite un sonido de queja, de dolor, casi de protesta, la sensibilidad de Paula hacia los animales es superlativa. Es cuando Marta me dice: Los del rojo lo han atropellado. Entonces, en mi mente, se sucede la secuencia de comprensión. Había dos perros y por eso, en el que yo había fijado mi mirada y que había visto salvarse, ladraba y miraba para atrás. Dos perros extraviados por una autopista en un atardecer de agosto. uno atropellado, el otro salvado y lleno de pena. Paula llora, Marta siente el dolor de Paula y el dolor animal. Yo me quedo instalado en la imagen del perro salvado, mirando para atrás, ladrando desconcertado. Hay un dolor y una extrañeza. Ellas que han visto el perro atropellado sienten un dolor distinto al mio, que he visto la pena y el dolor de su compañero. En esos gestos del perro en el arcen se condensa la existencia. Durante algunos kilometros callamos o emitimos pensamiento inconexos: hemos asistido a la muerte. A la incomprensión de la muerte. Marta le dice a Paula que seguramente ese perro ha llevado una existencia pacifica y que quizá ya era mayor y que probablemente esa muerte no le haya hecho sufrir. Está todo ahí: la explicación y el secreto sentido de la existencia. ¿Por qué duele la muerte? ¿Por qué su compañero mira con desconsuelo y ladra desde un arcén de la A44? ¿Y cómo ha seguido todo? Pasados veinte, veinticinco kilómetros aún pienso en el otro perro. ¿Cómo habrá actuado? ¿Cómo habrá resuelto la situación? ¿Se habrá vuelto a poner en peligro? ¿Habrá sido encontrado por sus dueños? ¿Se dice dueño al humano que vive con un perro? Sigo pensando en la escena. Algunos minutos pienso en un relato: narrar desde el punto de vista del perro que se salva, sólo al final del relato descubres que son dos perros. El cuento habla de su fuga, se han escapado de una finca o de una casa. Es una tarde de verano y dos compañeros se lanzan a vivir una aventura. Van caminando por lugares que desconocían, otras fincas, otros caminos que nunca habían visto, comparten la emoción de la aventura. Llegan a la autopista, al otro lado un terreno amplio: quizá podamos encontrar una pandilla para pasarlo bien ene se lado. Uno de ellos avisa que siente miedo en la autopista, el ruido de los coches pasando a toda velocidad, el espectáculo atronador del ser humano en la tierra. "Vamos, allí hay algo bueno. Crucemos con cuidado" y los dos compañeros se lanzan a atravesar el asfalto. Evitan con acierto a todos los coches del lado que va hacia Granada. Han cruzado la mitad ya. La travesía es terrible y llena de adrenalina, pero ya no pueden detenerse. Se miran y van a por la siguiente mitad. "Ahora" ladra uno, y saltan. Vienen tres coches, intentan detenerse, pero es tarde, los coches maniobran pero no tienen margen, el primero de los tres coches opta por salvar al perro o por provocar un peligroso accidente de varios coches y en la apuesta Luke sale perdiendo. Costello llega al otro lado y ve a Luke bajo el primero de los coches. Quiere volver a ayudarle, no sabe qué hacer. En el tercer coche un hombre le mira con esperanza y él siente que los seres humanos no tienen piedad. ¿Qué esperanza hay en la muerte? Se queda mirando el cuerpo de Luke, siguen pasando coches, todos gesticulan en el interior. Costello se queda ahí, varios minutos, frío, inmovil, sin entender. Ladra, no deja de ladrar, gira y se lanza a la carretera para recuperar el cuerpo de su compañero. Los coches, como el tiempo, no dejan de pasar. 

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