lunes, enero 31, 2011

Vaho

Mientras ella hablaba salía vaho. Nos daba la luz de una de las farolas y se escuchaba el paso de coches y camiones. El vaho me resultó terriblemente atractivo y triste, como si su discurso se desmoronara y no tuviera sentido y todo fuese frío y algo de niebla y el ruido de coches pasando por esa avenida fuese el ruido de algo que ella decía por debajo del vaho. El vaho se volvía naranja porque las farolas tenían ese color tan apagado y un poco más arriba se hacía gris, ausente de color. El vaho, como sus palabras, iba muriendo. Yo no hablé mucho porque me daba la sensación de que no había suficiente vaho en el mundo y porque me resultaba enormemente excitante tanto frío y tanto desasosiego con vaho saliendo de su boca. Después de mucho vaho, se quedó callada y nos quedamos mirando cosas distintas. Pensé en hablar, pero no se me ocurría nada concluyente. Me venían frases del tipo: "¿Has contado cuantos Chevrolet han pasado?" o "Casi todos los camiones tienen la lona azul" pero no me parecían, ninguna, un buen inicio de conversación. Sentí, entonces, el frío pegado a la tela del pantalón, esa sensación terrible que vuelve al pantalón tu primer enemigo. Se queda tieso y deja de adaptarse a tu piel y se siente el frío ahí mismo, en las piernas y entonces es como que ya no hay fronteras. Se me puso la piel de gallina y empecé a pensar que al día siguiente iba a estar con catarro y le dije que porque no nos volvíamos a casa. El camino a casa era bordeando la carretera, por un camino estrecho de tierra. Los coches pasando desubicaban porque pasaban como un fogonazo y al otro lado se extendía la oscuridad de esa explanada gigante donde sólo había arbustos y parecía que el ruido de los coches pasando te empujaba a la nada. A mitad de camino ella me miró y me dijo, casi llorando, que mi mirada le daba mucha nostalgia y le contesté que no sabía a que se refería:

.- Eres como una canción de un vinilo, que se oye lejos. Estás muy lejos de todo

.- No te entiendo- le dije

.- No hay nada que entender.

Seguimos andando y antes de llegar a terreno sólido me tropecé con un montículo, ella rió sin ganas:

.- Lo sabes- dije- Sabes que me gustas, pero no se que coño pretendes.

No lo dije en buen tono, pero tampoco sabía muy bien que le estaba recriminando. Ella me miró y siguió andando. Al llegar a la esquina de su calle, me cogió la mano y me dijo que me dedicara a algo artístico a escribir poemas o cuentos o pintar, pero que hiciera algo para sacar ese llanto perpetuo. Se giró y desapareció. Me quedé un rato en la esquina soltando vaho, como si fumara. No la volvía a ver.

¿?

Todo son símbolos de otros símbolos. Si, por ejemplo, colocas una interrogación abriendo y seguidamente la que cierra (¿?) hay algo más que un mensaje cifrado, hay algo más que una simbología. Si se mira detenidamente hay un baile, claro, pero además el efecto de interrogación está tremendamente multiplicado si en medio no hay letras. Es la pregunta en sí, la pregunta que contiene todas las preguntas del mundo, la pregunta total. La pregunta encierra, ahoga, asfixia, porque no hay huecos. Es una pregunta sin un gramo de respuesta, no hay oportunidad, no hay contestación posible. Es una pregunta infinita porque encierra una y otra y otra y otra pregunta. Ciclo que entierra cualquier posibilidad de respuesta. Se acabo: entre esos dos símbolos invertidos se encierra el misterio total, porque de ahí, de ahí no se sale. Se va entrando y se abre infinitamente el espacio cerrado. También son símbolos los sueños y el tiempo. Todo son símbolos: la memoria, la música y las personas. Nadie es sino una posibilidad, otra opción, la bifurcación de decisiones. Somos lo que no fue, la negación de todo lo demás. Símbolos.

domingo, enero 30, 2011

Silencio

Vivía en una de esas zonas de la periferia de la ciudad, pero no en un barrio, sino en una de esos sitios que tiene toda ciudad grande donde la ciudad ya casi ha desaparecido y surge un simulacro de pueblo, con casas que parecen de pueblo y con alguna huerta triste y algún animal desubicado. Generalmente estos pseudo pueblos son pequeños, comprendidos por tres o cuatro casas y que no se sabe muy bien como es posible que hayan surgido ahí. Su casa estaba muy deteriorada, pero eso aparentemente le daba igual. Lo importante era seguir escribiendo la enciclopedia universal del silencio. Una obra a la que se dedicó en cuerpo y alma y cuyo único fin era ir enumerando alfabéticamente las pocas situaciones en las que el silencio se consolida en la realidad. Su esfuerzo se dedico a ello, a analizar y buscar las situaciones vitales en las que el silencio existe, aunque sea brevísimamente. Se retiró a esa zona extraña y comenzó su estudio. Pasados dos años la enciclopedia tenía sólo dos entradas, pero el estaba convencido de que la enciclopedia podía rellenarse, llegar a completarse, con muchas situaciones de silencio. Se concentró entonces en encontrar más silencio. Las situaciones más evidentes de silencio eran bajo el agua y en determinados sueños en los que todo se mutea. Se sentaba cada tarde, la ciudad se veía allí, formada como un boceto rápido, el murmullo de coches aún alcanzaba en esa zona de retiro. Se sentaba y percibía, analizaba. Tres años después anotó la posibilidad de otro silencio: el frío excesivo también es silencio: "Físicamente- escribió- la nieve absorve el sonido. Si tuviéramos una habitación repleta de nieve e introdujéramos a un individuo en el centro de esa habitación rellena de nieve, con toda probabilidad ese individuo percibiría un inmenso silencio. Trabajó un tiempo en demostrar esa probabilidad, pero la demostración de la teoría era compleja. No obstante el ánimo decayó, en cuatro años sólo había anotado tres posibilidades de silencio total. Miraba la ciudad cada tarde, ese enemigo del silencio que es toda urbe y sentía una forma de odio por ella. Al tiempo pensó en la sordera, el silencio absoluto y lo anotó. Siete años después, desolado ante el poco silencio universal pensó, concluyó con su gran teoría filosófica: el universo, como tal, no es más que la guerra del ruido contra el silencio. Se expande este como se expande el ruido. No somos más que el final del silencio. Y miró la ciudad y comprobó que en esos años de retiro, había crecido, había cambiado el perfil, esa silueta caótica.

sábado, enero 29, 2011

Mejillón

La tristeza, en algunos casos, es un estado laxo, permanente, inmóvil. La tristeza puede parecerse a un mejillón. En la tristeza hay pocos sonidos, pero si un ruido casi inaudible permanente, una masa sonora que reverbera por detrás, escurriéndose en ese enigma que es la acústica. En la tristeza hay quien fuma o quien mantiene una actitud impasible y ni siquiera levanta la vista de un punto invisible en la pared. En su caso dejó de fumar previamente a toda esa marea, así que no había humos, pero si estaba la pared de enfrente, la miraba tanto, tantas horas esperando algún acontecimiento menor: El paso de un reflejo, la variación de luz diaria, la posibilidad de una hormiga ascendiendo pared arriba, el mismo paso del tiempo. Hay un momento, al que es difícil llegar, pero en el que se pierde toda la esperanza. El que llega ahí se queda detenido, como un coche parado en medio de una carretera gigante sin gasolina, una carretera por la que ya no pasa nadie y se hace de noche. Es tremendo, pero sucede, y a él le pasó, se detuvo todo y lo apostó todo a la pared. Entonces la miraba una y otra vez, no había suceso, sólo pasaban las horas y se iba haciendo de noche. Generalmente se acostaba sin sueño y tardaba en dormirse, si se dormía soñaba con una carretera estrecha que daba a un hotel, en el sueño él conducía y llegaba a ese hotel vacío y preguntaba por habitaciones libres, le acompañaban por unos pasillos y se quedaba alucinado escuchando una música que sonaba a través del hilo musical, cuando preguntaba que música era esa, siempre despertaba y empezaba el no ciclo. Se sentaba en el sofá a mirar la pared y poco a poco la piel se le llenaba de mejillones.

viernes, enero 28, 2011

Lectores enfadados

En noviembre del 2005 fundamos una editorial. La editorial, como tantos proyectos en la vida, no fue del todo real. La idea era publicar, sacar adelante, obras del circuito más decadente de la literatura, que es el circuito de los internautas. La editorial era, pues, un blog donde publicábamos textos de gente que encontrábamos al azar, también ensayos desquiciados que no tenía ningún sentido leer. Seguramente fue una inmensa broma, pero se nos fue de las manos. Se radicalizaron algunos autores, también algunos lectores. En 2007 se había fundado, paralelo a la editorial, un grupo de lectores cuyo propósito era exterminar toda literatura comercial. La empresa era vasta, también violenta. A finales de 2007 habían incendiado cuatro librerías y la imprenta de una de las mayores editoriales del país. En enero de 2008 los líderes de ese grupo pasaron a ser buscados por la policía. Tomamos la decisión sosegada de retirar la editorial, borrar los blogs que usábamos como centros de publicación y desentendernos del movimiento violento que había surgido a partir de nuestra noble iniciativa. Los lectores enfadados (así se llama el grupo) empezó a actuar con frecuencia: primeros ataques a escritores de éxito. La primera víctima fue Perro Remete, ingresado tres meses en un hospital por los problemas físicos ocasionados. La segunda víctima fue Secundino Martín, golpeado con violencia por la publicación de tres best sellers. Sigmundo Ferran fue acuchillado en un callejón por la publicación de "Manual de la felicidad". Victoria Sexta rapada en la cabeza (Victoria es famosa por sus peinados). La persecución a Lectores enfadados se hace feroz, sin embargo es difícil dar con ellos, aparentemente son muchos pero no hay cabezas visibles. Aparecen sus primeras notas: "Queremos literatura a precios reales" " No necesitamos escritores multimillonarios" "No a las editoriales dictatoriales" "Muera la literatura capitalista". En 2009 el debate se abre: ¿Qué quieren los lectores enfadados? ¿Quiénes son los lectores enfadados? No hay respuestas. El gobierno abre un proceso de negociaciones, extraño, inabarcable. Quiere hacer entrar en razón a los lectores enfadados, pero estos no son representados. A esas negociaciones van unos, otros, que son y no son lectores enfadados. Hay principios de acuerdos y algunos se enfadan porque los lectores enfadados no dejan claras sus intenciones, tampoco cumplen los acuerdos. Lo cierto es que Lectores enfadados crece y sigue invisible , no cumplen porque nadie sabe quienes son, no esperan acuerdos porque ni ellos tienen acuerdos, pero siguen actuando: leen lo que les da la gana y de vez en cuando, algún miembro, si es que hay miembros, si es que hay grupos, atenta contra la literatura de masas.

Grace Kelly

Estoy seguro que no soy al primero que le pasa. Si algo le falta al destino de los individuos es originalidad. A todo el mundo ya le sucedió antes. Nunca eres el primero. Eso, en cualquier caso, ahora me da igual. A mi me pasó, anoche, de repente. Había llegado a casa cansado, el día largo, el clima nefasto, los días de lluvia resultan tremendamente agotadores (gotas agotan). Cené algo rápido, hay veces que la cena es un acto indiferente, un trámite al sofá y al zapping. Me tumbé, me tapé con la manta y deambulé por canales de televisión más perdido entre programas que los tipos esos que se estrellaban con un avión en una isla absolutamente rara. Un canal, otro canal, otro canal, la programación puede ser el sitio más desolador del planeta. Terminé enganchándome a la mitad en La ventana indiscreta de Hitchcock. Me la sé de memoria pero siempre termino cayendo, indiscretamente, en esa trama. El gran logro de esa película es que el que la ha visto, lo ha hecho más de una vez, lo cual nos vuelve a todos tan terriblemente cotillas como su protagonista: todos volvemos a mirar ese patio. La cosa no es esa, lo raro, lo contundente, lo anormal sucedió después. No soy el primero seguro al que le sucede eso, pero seguro que tampoco soy el primero que siente una increíble fascinación por Grace Kelly en esas escenas. Es esplendor, algo parecido a la maravilla. Y Grace Kelly va apareciendo tan elegante, tan inaccesible, y sin olerse, uno sabe que huele tan bien cuando ella entra en ese apartamento. Y Ahí esto yo, tumbado en mi sofá y el espíritu de Grace Kelly en pantalla. Ahí se va sucediendo la trama cuando, inexplicablemente, Grace Kelly parece estar en 3D, como los protagonistas de Avatar. Superpuesta a todo lo demás, dimensionada, con profundidad, tan casi presente que incluso distingo rasgos naturales, la rugosidad que no se aprecia en el film, la textura irregular de la piel humana. Ahí entre James Stewart en dos dimensiones y ella que parece que va atravesar el salón. Y es así, de repente es así. Está ahí. No está, pero está. No es un efecto, es Grace Kelly con volumen, atrapada en la película proyectada, detenida siempre en esos actos, repitiendo una y otra vez, los mismos gestos. La ventana indiscreta es, entonces una obra teatral. Grace Kelly habita en esos fotogramas, siempre. Ahí, en ese mundo grabado, ella está. Su existencia, no obstante, se basa en repetir, en cada proyección de la película los gestos, las frases, los movimientos que indicó Hitchcock años atrás, en pleno rodaje. Y lo se porque hay un gesto adorable de Grace Kelly en esa película que ayer, en la proyección de ayer, en ese canal temático, no estaba. La descubrí, entontré la diferencia, porque siempre miraba ese gesto, un gesto que a nadie más he visto. Ayer, en su actuación de anoche, no salió, no lo repitió. La próxima vez lo verás, fíjate.

jueves, enero 27, 2011

Los ciclos

Los días nunca son iguales, si te detienes en detalles de luz o simplemente en como da el viento, la hora que empieza a crecer el amanecer o la velocidad de crecimiento de esa luz, comprendes que no hay dos días iguales, que hay una ligera variación y que esa ligera variación es, y no otra cosa, el verdadero paso del tiempo. Así que el día comienza pronto, aún está todo a oscuras y va creciendo y variando la luz repentinamente y cuando menos te lo esperas, sin ser un acto definitivo hasta que ya ha sucedido, ha amanecido. Cuando el día está consolidado entran otros ritmos, pero hay una velocidad, una manera en todo que es única en el día, y como cada día es distinto, esa velocidad y esa manera son únicas en tu vida, sólo suceden una vez. Así que hoy, como cada día, el amanecer ha sido único. Tampoco hay que vivirlo de una manera especial, forzando una intensidad innecesaria. Lo sensato, al final, es ser honestos con la manera de percibir la realidad y forzarse a percibirlo de otro modo. Hay días que esa forma del amanecer pasa sin especial atención, te concentras en el sueño que ha marcado la noche o en algún asunto menor que sucedió el día anterior o simplemente piensas en algo fugaz, otras mañanas te emocionas con el color que se monta durante unos segundos entre la luz que crece y una nube amontonada sobre otra. Prefiero percibir eso, no obligarme a percibir cualquier otra cosa que me está negada en ese momento. Luego amanece, me lavo y me visto, salgo por la puerta a la calle. Voy por el camino de tierra hasta las periferias del pueblo más cercano. Generalmente tardo en encontrarme con alguna persona, hay veces que me cruzo con algún trabajador de la finca de al lado, le saludo y sigo. Cada vez me cuesta más caminar, mis piernas son cada día menos ágiles e incluso hay mañanas que mientras avanzo por el camino pienso que un día no me van a responder para volver, el día que eso suceda las cosas cambiarán mucho. En la periferia del pueblo hay un bar de carretera donde paran camioneros a tomar algo, entro y me siento en una mesa del fondo, pido café y tardo mucho en beberlo. Entra y sale gente y es entretenido, de alguna manera, ese flujo de viajeros también marca el ritmo del mundo. Si ellos se detuvieran, algo inevitablemente, cambiaría en el flujo universal. A veces pienso esas cosas, otras me quedo mirando a la chica que pone cafés, es tan agradable y tan lejana y me da por pensar que lo único que nos separa es el tiempo, cincuenta años de distancia, como si estuvieran superpuestas nuestras realidades. Ella me ve a mi como un anciano débil, yo a ella joven, pero a mi, inevitable, me sigo viendo joven, mis emociones están intactas, ancladas en su edad. Es rítmico verla, su piel de algún modo rejuvenece mi ritmo vital. Luego pago y sigo andando. Hay veces que voy hasta el pueblo, compro pan, hablo con alguien y vuelvo a casa. Las tardes las paso mirando la montaña, esperando el ciclo contrario del amanecer, el otro, el que cierra el día: entonces llega la noche. Por las noches ya es otra cosa. Por las noches la percepción roza la fantasía y me da por imaginar que vuelve, que vuelve el pasado, que vuelve mi otra piel, mis piernas fuertes, que todavía deambulan los muchachos por el salón, que aún está ella, que aparece por el pasillo despreocupada, como si todo fuera a ser eterno. Entonces trato de dormir y paciente, espero el amanecer.

domingo, enero 23, 2011

En Vlanco

Otra opción es lanzarse. La página está en blanco, el argumento está en blanco. Hay, algo hay. Hay blanco. Tengo el blanco ante mi. La página completa, la historia completa está en blanco. Cabe la posibilidad de lanzarse contra el blanco, reventar las palabras y encontrar el hueco en esa vacío total para encontrar la historia. El problema es que si me detengo a mirar para escribir aparece el blanco, un blanco que se adueña de toda posibilidad. Como si fuera el muro que me separa del argumento que ando buscando. Un muro tremendo, gigante en el que si busco encontraré un hueco, una fisura por la que atravesar. La opción es lanzarse contra el blanco, quizá soltar palabras, jugar con ellas para abrir los huecos. Acabar con el blanco con un tiroteo de frases. Algún boquete encontraré. ¿Dónde está la historia? ¿Detrás del blanco? De repente el blanco es mi enemigo, el problema. Cruzar la o, aprovechar su apertura, como una tubería por la que escapas de prisión. Trepar la c, pero es difícil, es realmente difícil. No huecos posibles. Alterar el orden, empezar en "co" y seguir con "bla". Desordenar el orden, saltarse las reglas. Tiene que haber, tengo que encontrar, una rendija para saltar ese blanco terrible y encontrarme, por fin, con la historia, con el argumento. Pero no hay manera de atravesar la o, tampoco me vale alterar el orden, cobla. En algún lugar del muro blanco tengo que tener un sitio para saltar. ¿Quitar letras? No. ¿No es acaso una búsqueda de un desorden, de la posibilidad de un caos? Tengo que romper la norma de ese blanco. Experimentar para encontrar. ¿Si no fuera blanco? Blanco. Blanco inalterable. Sigo en blanco. En vlanco. ¿En vlanco? Eso es. La página está en vlanco.

viernes, enero 21, 2011

Lejana

A los dieciséis años dejó de estudiar y se largó con un tipo de treinta a vivir a Cangas de Onís. En Cangas de de Onís, la vida fue aburrida, el tipo salía pronto por la mañana y volvía de noche. Ella se aburría y la vida le parecía enredada en el sentido de poco evidente, de matorral donde se embarullan las cosas y no se avanza con claridad. Por las mañanas veía la televisión y por las tardes dormía largas siestas. Cuando el tipo aparecía, generalmente borracho, hacían el amor con desgana, el se quedaba dormido y ella veía programas monótonos en los que se hablaba de la vida de otros. Se acostaba tarde. Una mañana despertó cogió un autobús a Madrid sin avisar y cambió de forma de vida. En Madrid empezó a trabajar en una cafetería de atocha. Entraba a las seis y media de la mañana, su trabajo consistía en estar en la cafetera poniendo cafés sin parar. Al principio llevaba la cuenta de cuantos cafés ponía al cabo del día, luego fue dejando de contar. A eso de las once y media de la mañana la afluencia de gente descendía considerablemente y siempre se quedaba quieta en la barra viendo pasar por los pasillos gente de un lado a otro. Salía a las dos de la tarde, caminaba hasta la pensión donde vivía y por las tardes paseaba por el centro viendo escaparates y entrando al Corte inglés para no pasar frío. Meses después conoció a un chico que quería ser fotógrafo, luego, pasados los años no recordaría como le conoció. El chico era pretencioso en su forma de arte. Ansiaba una poesía que le estaba negada, pero vio en ella a una musa. A ella le gustaba como él hablaba de su rostro, a él le gustaba mucho acostarse con ella. Pasaban las tardes en la habitación del hostal donde ella vivía. Él le hacía fotos que jamás revelaba, fumaban en el balcón y hablaban de Londres o París como quien habla de fe o devoción, también con entusiasmo y una forma peculiar de fantasía, como cuando los hippies leían encendidos el señor de los anillos. Pasó el frío, llegó el verano, que siempre impulsa y engaña. Con poco dinero y trece días de vacaciones que ella tenía, se fueron de viaje. Subieron a Cantabria, de Cantabria se fueron a Donosti. En Donosti se sintieron inmensos y cruzaron a Francia. En Francia se aterrorizaron con los precios y empezaron a dormir en playas. En San Juan de Luz tuvieron una discusión terrible en la que ella le confesó que sus fotos le parecían básicamente malas e incluso inexistentes y que ella no era una inspiración. Él no aceptó aquello, en el paseo marítimo se separaron. Durante media hora ella se quedó viendo la playa. Miraba a las parejas tomando el sol, a una familia que jugaba al Voley, a un grupo de amigos que reían con las gafas de sol puestas y a una chica que caminaba mirando el reflejo del sol en la orilla. Decidió que ella no volvía a Madrid. Al día siguiente buscó trabajo en restaurantes y en hoteles, pero no sabía francés. Dos días después llegó a Bilbao. Cinco días después estaba trabajando en un hostal de recepcionista, el mismo hostal donde empezó a vivir. Los días libres salía sola a pasear. Compró algunos libros con la intención de empezar a leer. No siguió un criterio. Compró libros por la belleza que le proporcionaba el título. La palabra del mudo le pareció que no sucedía nada. No llegó más allá del quinto cuento. El quijote le pareció de difícil lectura y se preguntó por su fama. Encontró una forma ambigua de placer, de dolor placentero, en un libro titulado "El túnel". Lo comprendía a pesar de su extrañeza. Se obsesionó con ese libro. Le pareció que ese libro era ella. Bilbao le parecía el escenario de una historia que ella narraba desde su cerebro hacia fuera. Lo leyó tres veces seguidas y llegó el otoño. Comprendió que no pintaba nada en Bilbao y cogió un autobús a Barcelona. En Barcelona estuvo cuatro días paseando al azar. Busco trabajo y encontró en una cafetería que hace esquina en la plaza Catalunya. tenía horario de mañana, salía a las tres y media. Al salir caminaba Rambla abajo y pasaba la tarde en la Barceloneta. Vivía en la carrer del Llull. Compró otros libros y una libreta donde escribía cosas. Escribía sobre imágenes que veía en la playa, también sobre los clientes de la cafetería. Jamás sobre ella. Se hizo amiga de una chica de Tarragona que trabajaba en la cocina. Salían a la vez y bajaban juntas hasta la playa. Fumaban sentadas en un banco viendo a los patinadores pasar. Un día ella le confesó a la cocinera que le gustaría patinar, pero que si llegase a patinar ella viajaría con los patines, la cocinera le dijo que viajar con patines era sumamente peligroso. Entonces se compró una bicleta. Usaba mucho la bicicleta y se dio cuenta que mucha gente la usaba. Así conoció a un francés que llevaba dos años viviendo en Barcelona. Se enamoró, le gustaba su bicicleta y paseaban juntos toda la tarde. Dos semanas después la cocinera le dijo que estaba obsesionándose con el francés y que llevaban dos semanas sin bajar juntas a la playa. Ella decidió quedar con el francés y con la cocinera y bajar los tres a la playa. Pasaron toda la tarde juntos hablando de futbol. Cuando anocheció ella les dijo que fueran al hostal a cenar algo en su habitación. En el hostal bebieron un Vodka que había traído el francés y se emoborracharon profundamente. A las dos de la mañana ella les propuso hacer el amor y el francés se puso en un estado insoportable de euforia. A nadie le produjo satisfacción la experiencia. El francés ansioso y beodo no se enteró de nada, la cocinera se dejó llevar por el egoísmo y ella pensó que de la experiencia ella era la que más había perdido. A las tres de la mañana el francés cogió la bicicleta y se fue a su casa, la cocinera y ella durmieron poco para despertar pronto. Al despertar la cocinera estaba ida, le pidió perdón por la noche rara y ella no entendió porque pedía perdón. Decidió entonces dejarlo con el francés. Esa tarde no bajó a la playa. Caminó por un barrio que le pareció muy tirste y que no conocía. A las siete de la tarde le sonó el teléfono, era su hermana. hacía años que no sabía de nadie de su familía. La hermana le contó una historia compleja sobre como había conseguido su teléfono. Dos semanas después se vieron la playa. Comieron un menú en un bar en el paseo de Joan de Bordó. Hablaron poco. La hermana le confesó que toda la familia estaba muy dolida con ella pero que estaban dispuestos a perdonarla. Ella no dijo nada, media hora después le dijo que ser hermanas no las hacía comunes, que ella sentía que nada le vinculaba a la familia, que la miraba y sentía que era de otro país, un país distinto que estaba en otra capa del suyo. Que no les odiaba, que no sentía nada malo hacia ellos, pero que tampoco bueno, que simplemente no sentía nada. La hermana la llamó desgraciada y ella le dijo que por favor no la insultara. A las siete y media se separaron, antes de irse le dijo que su padre estaba muerto y ella le dio un abrazo extraño, insulso, sin sabor. La hermana se fue caminando y ella la vio irse. Reconoció la forma de andar y recordó una época perdida. Giró y pensó que quizá era hora de dejar Barcelona y viajar al extranjero.

Ventana

Hay una luz al otro lado de la ventana que resulta sumamente sospechosa. La sospecha es abstracta, no es más que una luz. Jamás pasan sombras, jamás se apaga y como pertenece a la parte de atrás del edificio contiguo, no se a que pertenece, si es una casa o por el contrario es un local o un lugar que da paso a otro lugar. Es blanquecina y fea, como toda luz de fluorescente barato. He mirado muchas veces esperando algo, un cambio en esa constante y absurda iluminación, pero nunca pasa nada, es la luz, sólo la luz, perenne. Las preguntas emergen enseguida porque llama la atención ese hueco iluminado, un hueco que no sigue correlación con ninguna venta arriba o abajo. Ese hueco en la pared está ahí, aleatorio, accidental. No hay ventanas en paralelo arriba o abajo, es ese hueco sólo a lo largo y ancho de la pared de atrás del edificio. La luz siempre, de madrugada, al amanecer, cuando ya ha amanecido, allí se intuye. ¿Qué ilumina esa luz? ¿Qué hueco es ese? Puerta a otro lugar, hueco que encierra algo, luz que concentra algo. ¿Qué sucede ahí dentro? ¿Qué pequeño cosmos se encierra ahí? ¿Será semejante a este?¿Expansión aleatoria? universo que se abre en un hueco en la pared. Con todas sus interrogantes, con todas las incertidumbres como todo universo y sin embargo ahí está, como si no hubiera motivo aparente.

miércoles, enero 19, 2011

La montaña

Llegué a su apartamento absolutamente desgastado. Llevaba tres semanas de viaje y apenas había parado. Me ofreció un sofá cama muy cómodo, ducha y comida ligera, que era lo que más me apetecía después de haber comido tantos días en puestos callejeros de comida rápida. Me dijo que debía largarse todo el día a resolver asuntos laborales, pero que me quedara descansando y que por la noche quizá podríamos ir a cenar y tomar algo. Me tumbé en el sofá y encendí la televisión. Me quedé adormecido con una película pésima en la que una pareja va de luna de miel a Hawai y hacen una ruta caminando entre la selva en busca de un lugar increíble con la amenaza de que recientemente ha habido un asesinato y creen, paranóicamente, que la gente que se encuentran en esa ruta pueden ser sospechosos y ellos convertirse en nuevas víctimas, increíblemente al final es la pareja la que ha cometido los asesinatos. Al terminar la película me siento estafado y cansado pero no me duermo, cambio de canal y de repente en todos está la misma imagen: el presidente del país hablando sin pausa sobre cualquier asunto que pasa por su cabeza, parece un delirio, pero no lo es. De repente reflexiono sobre el futuro, sobre las proyecciones temporales. Nadie prefiguró de este modo el año 2010 y sin embargo tiene todos los elementos de una película de ciencia ficción serie z. Presidentes que van en ropa deportiva, un mundo interconectado de un modo casi caótico a través de páginas que recuerdan a los vecindarios, estado general de paranoia social como una forma normal de vida. Decididamente estoy agotado y me asomo a la terraza. Veo la gran montaña que emerge como un animal tremendo acabando con cualquier posibilidad de extensión de la ciudad, arriba hay niebla. Me quedo escuchando el ruido del tráfico y percibiendo esa forma de humedad única en esa zona del mundo. De repente, y a pesar del cansancio, salgo. Camino por las aceras envejecidas. Si algo me gusta de esa ciudad es esa mezcla de caos urbano y frondosidad casi selvática conviviendo. Cruzo un semáforo y veo un tipo en moto que se resbala y cae al suelo. Se forma un pequeño caos, una chica se acerca para ayudarle, comienza una serenata terrible de cornetas. El tipo de la moto se levanta desubicado, perdido. La chica le sostiene y le acerca hasta la primera acera, el se preocupa por su moto. Me acerco y la levanto y la desplazo a su lado, el tipo me da las gracias y sonríe. Su sonrisa es lejana, triste, cruelmente insignificante. La chica le dice que si quiere le acerca a alguna clínica, el tipo dice que no, que eso es caro, que ya se pondrá bien. Se pone en píe, arranca la moto y se larga. La chica me mira y hace un gesto de resignación. Vuelvo a caminar. Entro en una cafetería, pido un zumo de guayaba, lo tomo en una mesa al aire libre. Es justo en ese momento, justo ahí, que la montaña empieza a abrirse. El ruido es atroz, terrible. Alguien me mira y me dice que la imagen es aterradora. Una chica mira callada, le caen lágrimas pero está inmóvil. La imagen es terrible, pero el ruido, si cabe, me afecta aún más. Como si fuera interno, como si ese ruido estuviera sucediendo en mi propio tímpano. A mi lado dos tipos reflexionan nerviosos.

.- ¿Qué va a pasar? ¿Se caerá la montaña?

.- Se caerá. No se que será de esta ciudad sin la montaña. Siempre estuvo ahí.

.- Seguramente tampoco habrá ciudad.

.- Posiblemente tampoco mundo.

Y de repente todo se detiene. Todo. También las motos

martes, enero 18, 2011

Perspectiva laboral

Los días poco a poco son algo más largos. Esto es desconcertante. Mañana será más largo que hoy. Así hasta junio. Esas regularidades cósmicas. Sería interesante ver cierta experimentación, algo de improvisación: hoy más largo que mañana y pasado mañana mas corto que hoy. Variar considerablemente la duración de los días, alterar esa imposición inalterable. Luego al revés, según llega el verano empieza el retroceso, los días más cortos, las noches más largas, acordeón universal. A mi me gustan los días largos, porque son como dos días en uno con una noche que da de sí. Porque cuando los días son largos, las noches no se hacen tan cortas como cuando las noches se hacen largas pero los días extremadamente cortos. Hay ahí una descompensación temporal. En verano las noches cortas no son cortas. En verano todo es lento, también las noches. Sin embargo en invierno el día es muy corto, despiertas de noche, te acuestas de noche y en medio el día se deslizo sigilósamente, inapreciable. La noche, no obstante, se eterniza. Anochece y aún andas metido en el día y cuando llega la verdadera noche, en la que todo se detiene y nadie camina por la calle, el día lleva ya demasiada noche y sin embargo aún queda noche por delante. Matemática rara. Sin embargo los días ahora crecen. Cuando despierto ya casi hay luz, poca pero se viene a lo lejos, y aguanta un poco más en el horizonte a media tarde. Se agradece, se agradece porque así tengo menos horas de trabajo, porque si cumplo con más efectividad mi labor. En verano casi me lo tomo a la ligera y me da tiempo a mis menesteres y por el día descanso y disfruto del sol, las largas noches de invierno son tantas horas, son tan largas y tremendas para este envejecido hombre lobo. Yo ya voy queriendo retirarme, trabajar menos horas. La furia de entonces ahora me desgasta y en las cortas noches de verano mis aullidos son más efectivos. Los inviernos ya no son para el hombre lobo.

lunes, enero 17, 2011

Despertar aquí

Despierto sobresaltado. Ese viaje siempre es desconcertante, el de la vuelta de un sueño. Estás instalado en una realidad absolutamente lejana y que nada tiene que ver con la del despertar y ese viaje, entre realidades y percepciones, se hace en décimas de segundo. No se bien donde andaba. Había una especie de lago y un tipo a lo lejos, en la orilla de enfrente, me hacía señas algo angustiado. El problema es que nos separaban unos doscientos metros de agua y yo le gritaba preguntándole si necesitaba ayuda, el hombre únicamente movía los dos brazos, la agitación en él era cada vez mayor. Durante unos segundos calculo el recorrido alrededor del lago, pero me supondría algo más de una hora, pienso en nadar. Doscientos metros a nado serían apenas unos cuantos minutos. En ese instante en el que casi me decido a lanzarme al agua unos tipos aparecen tras los árboles y le dan una paliza al hombre que me hacía señas, grito y me miran. Uno de ellos se lanza al agua a por mi, me giro y me interno en el bosque que desconozco corriendo. Cuando miro de nuevo atrás veo que sorprendentemente el nadador está ya casi en mi orilla, siento un golpe de pánico y corro sintiendo una especie de cosquilla en la sien. Despierto. Veo todo a oscuras. Percibo la madrugada aunque me siento realmente descansado, como si pesar de la pesadilla hubiera dormido muy bien. Cierro los ojos y trato de dormirme otra vez, pero me he desvelado. Me levanto para orinar y cuando enciendo la luz no hay fogonazo, se ha ido. Miro el reloj digital en la mesilla y no da la hora, miro mi móvil y está sin batería. Decido ponerme en píe y caminar a oscuras. Termino yendo a la cocina a beber agua. Abro el grifo, no hay agua. Me indigno e insulto al mundo en alto. El suelo está frío y eso también me perturba. Voy al salón, la calle está totalmente a oscuras, como si hubieran puesto un manto sobre las cosas. Me siento confuso. ¿Qué hora es?. Busco el reloj de muñeca que dejé en la mesa del salón. Lo miro varias veces: Son las diez de la mañana. Miro afuera, aún es de noche, miro el reloj marca las diez. Respiro profundo y trato de tranquilizarme. Abro la puerta de la calle, veo pasar un gato por la escalera. Cierro, me visto rápidamente y me pongo unas zapatillas. Salgo. En la calle está todo a oscuras, todo, pero no es oscuridad, es una nube de polvo. Finalmente acepto que la situación es extraña, que algo ha sucedido. Camino al azar, todo es polvo y noche, también silencio. No me cruzo con nadie, aunque me da la sensación de percibir ruidos, ambiente lejano, barullo. Trato de identificar la procedencia. Nada. No me ubico. Voy por calles, una tras otra. La visibilidad es nula, también se hace realmente complejo respirar. Busco un lugar donde haya menos polvo. A lo lejos intuyo una sombra. Viene hacia mi. Me alegro, casi me lanzo a correr. Esa figura me dará noticias. Finalmente acelero y corro, corro entre el polvo y esa forma extraña de noche, me voy acercando a la figura. Cada vez corro más, acelero y le veo cerca. Cuando le tengo justo delante me freno. Reconozco al nadador, al hombre que cruzó a nado y velozmente el lago del sueño. Me mira y me coge de los brazos:

.- Te encontré

sábado, enero 15, 2011

Lisboa

En Lisboa discutieron durante media hora en la habitación del hostal. Ella se tumbó en la cama y él se asomó a un balconcito que daba a una calle estrecha. Abajo pasaba un tipo caminando envuelto en un abrigo que parecía cálido pero incómodo. Sin razón aparente desde el balcón dejó caer saliva y le dio al hombre del abrigo en medio del cogote. El hombre notó algo, miro hacia arriba pero no sospechó. Él, para entonces, ya había entrado en la habitación. Ella estaba enterrada en las sábanas y la habitación estaba a oscuras. Abrió la puerta de la habitación con la idea de salir a perderse, a vivir un momento con cierto aire cinematográfico o literario, pero en el descansillo vio a gente sentada en el suelo. Eran tres chicas jóvenes, absolutamente borrachas y con exceso de maquillaje. Una de ellas hablaba portugués, las otras dos eran francesas. Ellas dijeron algo que él no entendió y les pidió que repitieran. Le pedían tabaco, el sonrió y pidió un momento. Entró en la habitación, saco el paquete que ella guardaba en el bolso y volvió a salir,s e acercó y les pasó el paquete, las francesas cogieron dos cada uno, la portuguesa sólo uno. Encendieron los cigarros y le pasaron a él una botella de Absolut, él bebió un sorbo explosivo e inesperado y sonrió, intercambiaron frases y le preguntaron que donde iba, él comentó que iba a dar un paseo, que no conocía casi nada de la ciudad y que iba a pasear sin rumbo fijo. Ellas le ofrecieron ir a un bar cercano al hostal de música oscura, él aceptó sin entender del todo que estilo encerraba "música oscura". Bajaron, salieron a la calle y el, inconscientemente, miró a su habitación, esperando verse aún soltando la saliva, pero lo que vio fue que en ese instante exacto se encendía la luz, supo entonces que la discusión se prolongaría infinitamente y que seguramente a la vuelta de Lisboa le relación se acabaría, pero aceptó el reto de la noche. Pocas calles más allá entraron en un bar que olía a amoniaco, sonaba una música que era una masa de distorsión y una voz lejana que parecía venir de una gruta. Los cuatro se acercaron a la barra, pidieron más Vodka. La portuguesa hacía de maestra de ceremonias, una de las francesas se mostraba simpática con él, pero le resultaba poco interesante y algo fea, la otra parecía vivir a doscientos minutos de allí, estaba no ausente sino desenchufada, como si tuviera una enfermedad terminal del hígado. El ojeó el bar, se dio cuenta de repente que a su lado estaba el tipo del abrigo y le dieron ganas de saludarle, pero no lo hizo, de cerca parecía más joven y menos terrible que desde el balcón. El hombre estaba solo y se miraron, él sintió que había sido descubierto y sintió miedo de ser apaleado en medio del bar, que de repente todo aquello fuera una estrategia del hombre del abrigo para vengarse. La portuguesa le trajo otro Vodka. Lo bebió velozmente. Media hora después las tres chicas estaban tan borrachas que resultaban absolutamente insoportables, él dijo que iba al baño y aprovechó para largarse. Le costó volver al hostal porque no había estado muy atento a la ida, pero finalmente llegó. Miró hacia arriba y no vio luz. Subió las escaleras de dos en dos y entro con cuidado, se quitó la ropa y se metió en la cama, manteniendo la distancia prudente de las noches de discusión. Un rato después sonaron golpes en la puerta, repetidos, pesados, exagerados, al otro lado las voces de las tres chicas, ella a su lado abrió los ojos asustada, el se puso en píe y abrió la puerta. La portuguesa estaba con el maquillaje corrido por toda la cara, la francea simpática se abrazó a él y la otra miraba hacia la cama, donde estaba ella mirando asustada y nerviosa. Él no supo como manejar el instante y ella le miró con desconcierto. Se puso en píe y preguntó por la situación, el no supo que decir, mientras la francesa le decía incoherencias al oído. Ella con un tono tremendo y serio le pidió que abandonara la habitación, él cogió su mochila y le dijo que mañana hablaban. Ella golpeó la puerta y el pasó la noche en la habitación de ellas. Cuando se durmieron el salió y se fue a la calle, amanecía en Lisboa. Caminó anárquicamente, entró a un café y desayunó.

miércoles, enero 12, 2011

Auriculares

Se escucha mejor por auriculares. Te sumerges en un espacio nuevo para la humanidad. Hace cien años era inconcebible. Imagínate a Mozart Schubert componiendo para auriculares. Es música, todo es música. Es lo único que conservo, también algún abrigo para cuando hace frío. Las noches pasan bien; yo no soy de los que sufre insomnio. A mi no me gusta dormir en cajeros mi en bancos. Soy de monte urbano, prefiero un parque, los parques están tan vacíos de noche y hay esa capa monumental de silencio y noche. Apoyo la cabeza en un árbol, extiendo las ropas y escucho música, tengo una buena colección de discos en el carromato. Entonces el parque vacío, la noche y la música. Te absorve. Los auriculares son lo más rádical y excesivo que ha inventado el hombre. Todo es música, ¿me entiendes? Todo se vuelve música: Las ramas, el parque, la noche. Cada elemento se sincroniza, se acompasa con lo que suena. Es un invento demoledor, imposible. Droga sin droga. Notas que se desplazan por delante de ti, por dentro, por fuera. La percepción totalmente afectada. Golpes de percusión que revientan el silencio y sin embargo el silencio en el parque sigue intacto. Magia. Me voy durmiendo lento, calmado. LA vida en la calle lleva otro ritmo, vives más con el sol, amanece frío ahora y ya te involucras en el ajetreo. Si puede ser, camino a primera hora con los auriculares, pero no siempre puedo. La vida en la calle tiene sus problemas. Huidas, identidades, acosos. Hay quien pretende exterminarnos. Así que piénsalo bien, ser vagabundo no es negocio fácil

martes, enero 11, 2011

Viaje al DF

La tipa vivía en la colonia del Valle, en un edificio de unas cinco plantas rodeado de árboles. A mi me gustaba la colonia del Valle porque me recordaba a los Palos Grandes en Caracas, que era donde había vívido yo. Llegamos en taxi y a mi me pareció que el tipo dio giros innecesarios, según mis cálculos giramos dos veces hacia el este y dos al oeste para terminar poniéndonos hacia el norte, alguno de los giros pareció forzado o innecesario y visto que el precio del taxi era pre-acordado no entendí muy bien el motivo. Durante todo el trayecto el taxista habló de las esculturas de una de las primeras plazas que cruzamos. Hablaba de ellas de un modo solemne, como si aquellas esculturas mediocres fueran algo más que unas esculturas mediocres. La conversación del taxista me pareció delirada, extraña, pero le presté mucha atención, como si de ese modo fuera a comprender mejor el DF. Llegamos, anochecía. Pagamos lo acordado y yo saqué las maletas. Cruzamos el portal y fue cuando pensé que todo aquello me recordaba a Caracas. Subimos a su apartamento. Cruzamos la puerta. Me senté agotado en un sofá y ella se metió en su habitación a buscar algo. Llegó con una especie de cartera de cuero. Parecía hecha a mano. La abrió y saco opio. Me preguntó si alguna vez lo había probado, contesté que no. Fumamos y yo sentí una enorme y bestial laxitud. Se detuvo algo, no se que, pero algo se detuvo. Nos asomamos al balcón y de repente me golpeó todo el DF, una masa exageradamente activa y nerviosa, una nebulosa de colores plásticos. Un poco como los primeros salvapantallas. Movimientos químicos. Luego me senté y respiré profundamente, me tranquilicé. Percibí la altura del DF y le pedí a ella que pusiera música. La música sonaba agradablemente, el tráfico en la calle era extremadamente tranquilo y había poca luz en la calle. En una esquina se veía una luz suave de un local, era una especie de bodega. Vi salir a un tipo que me pareció que me miraba desde allí y levanté la mano para saludar. No contestó. Ella me habló de trabajo, de su vida en esa ciudad, de un tipo con el que se acostaba por el que no sentía nada especial, pero con el que le gustaba hacer el amor. La miré y repentinamente me atrajo. Algo que nunca me había sucedido. Pero preferí obviar a mi instinto. Luego me quedé dormido. Soñé con Michael Douglas, estábamos en una fiesta y el tipo me hablaba preocupado de la política internacional de Angola, yo le decía que desconocía la situación y él, nervioso, me argumentaba que el futuro de la diplomacia internacional se jugaba ahí. Me sonó exagerado y se lo hice ver y me dijo que Angola tenía mucho de final de campeonato internacional. Luego Douglas se perdió por una sala y me quedé mirando un chorro de agua que caía del tejado hacia el balcón, sonaba una música y todo parecía tener sentido. Desperté en el balcón ya de mañana. Entré en la casa y ella estaba dormida en el sofá, la televisión estaba encendida. Abrí mi maleta, saqué ropa limpia y me duché. Cuando salí del baño ella estaba en la habitación, con la puerta entreabierta, la vi casi desnuda y volví a sentir el puñetazo de la atracción. Me di cuenta entonces que la percepción de la noche no estaba empujada por el opio o que por el contrario el opio había abierto una percepción que permanecía oculta a mi consciente. Fui al salón, ella me gritó dulcemente que se vestía y salía. Cuando apareció me pareció guapísima. Pensé rápidamente que debía detener esas sensaciones. Ella comentó algo sobre el viaje mental de la noche. Yo le dije que para mi había sido excesivamente fuerte, que era hipersensible a las drogas y ella sonrió. Salimos. Fuimos en taxi a la calle río Sena. El trayecto me pareció extraño, bajábamos por una avenida de la que salimos y a la que entramos mas de una vez. Le dije a ella que creía que no había manera de entender el DF, ella contestó que realmente el DF no existía y el argumento me resultó muy convincente

lunes, enero 10, 2011

Esperador

A las 21:02 miro la hora. Sigo sentado y pienso: Alguien en el mundo está mirando la hora a la vez que yo. Un tipo en Bali, por ejemplo. Luego sigo pensando que más de uno ha mirado la hora a la vez. Seguramente muchos, quizá veinte o treinta tipos en el mundo, a la vez, mirando el reloj en el mismo instante o incluso más, doscientos, doscientos cincuenta. Lo complicado, pienso entonces, es que uno de ellos esté pensando lo mismo, que haya mirado el reloj y piense que hay un tipo en otro lado que también ha mirado el reloj. Irremediablemente algo me une a él, si es que existe. Un tipo, vaya uno a saber donde que junto a doscientos tipos más, sin aviso, sin acuerdo previo, miran el reloj a la vez y que junto a uno de esos doscientos piensa en que eso puede estar sucediendo. Cuando me doy cuenta de que pienso en eso vuelvo a mirar el reloj y lo olvido y entonces caigo en que llevo diez minutos sentado esperando y a mi me cansa esperar, porque soy enormemente puntual y siempre me toca esperar, siempre. Se que ella va a tardar en aparecer, la otra vez llegó muy tarde y dejó en evidencia, por su forma de llegar, que la tipa es impuntual. La sociedad, el mundo, es impuntual. Nadie llega pronto. Podría ser inmortal si sumara todos los minutos de retraso de todas las citas de la historia de la humanidad. Lo se, no hace falta hacer el calculo. Sería inmortal, seguro. Otra cosa es que me apetezca ser inmortal. Primero: ¿Cómo sabes que eres inmortal? Las pruebas para demostrarlo no dejan de ser enormemente arriesgadas. Te caes, te partes la cabeza, pero no mueres. Ahí de repente sospechas, pero no vas a dejarte caer otra vez para demostrárselo a los demás. Pero en el caso que concluyeras, por una serie de evidencias ,que eres inmortal, se plantea ante ti todo el tiempo del mundo. Puedes leer, puedes leer mucho y puedes pensar que tienes todo el tiempo del mundo para leer todos los libros publicados, no publicados, por publicar, por escribir pero tiendo a creer que ese exceso de tiempo merma las ganas, yo creo que en leer, por ejemplo, hay un riesgo, la motivación, la posibilidad del fin. Uno puede morir sin haber terminado de leer ese libro con el que anda y eso te empuja página a página. No es la única motivación, pero invisiblemente planea. Puedes ser inmortal y dedicarte a ser todo, no lo se. Creo que a mi no me gustaría ser inmortal, es jugar con ventaja. Preferiría no esperar. Siempre espero. Y ella va a tardar. Los impuntuales nunca saltan su característica. Un impuntual no salta la regla, siempre llega tarde y ella ya lleva quince minutos de retraso. Sigo sentado y espero, allí viene a lo lejos. Me gusta esta imagen, esperar y ver el que viene a lo lejos, reconocer esa forma de andar a lo lejos, aprovechar para mirar lo que no miras cuando se está cerca. El vaivén, el movimiento exacto de las piernas, la forma precisa y única de cada uno en ese avanzar. Ahí viene. Se acaba la espera.

D

Le queda una tarde lluviosa en clase en la que a través de las ventanas se intuye la niebla, esa tarde como tantas otras tardes pensará en cosas abstractas mientras un tipo habla de geografía. Le queda sentir un rayo en el pasillo de ese colegio al cruzarse con un chico de la otra clase. Le queda sentir algo extraño y sublime en ese instante. Le quedan miedos, miedo a volver después de las vacaciones, miedo a los lunes, la felicidad del viernes, las citas para ir al cine con un grupo de gente, le queda la primera borrachera que disimulará como buenamente pueda, le quedan mentiras, muchas, enormes verdades que jamás se comprueban. Le quedan soledades y euforias colectivas, le queda amor, el primer beso, canciones que se volverán himnos y que años después escuchará encogida, emocionada, con los ojos empapados. Le quedan viajes memorables, nostalgias de otoño, existencialismos sin respuesta, libros que marcarán su vida, escribir con desgarro a alguien, esperar debajo de un portal, temer a la muerte, abrazos que se quedan como colonia. Le quedan olores que años después olerá en un autobús y la llevarán a recuerdos imprecisos. Le quedan discusiones, desengaños, indignaciones sociales, dolor invisible, paseos a solas, paseos conmigo. Le quedan playas y viajes al otro lado del atlántico. Le queda la curiosidad y el misterio, le quedan instantes tremendos, duros y amenos. Le queda la música, toda la música, le queda vivir y luego recordar lo que ha ido viviendo y sentir una agradable melancolía, la alegría de sentirse triste. y al final, que los epa, siempre le quedaré yo, aquí, viéndola vivir, sintiéndome enormemente feliz por ello.

domingo, enero 09, 2011

Una época lejana

Solíamos caminar cuando atardecía por la avenida Venezuela hacia abajo. Se iba el calor y había una luz agradable. Ella hablaba siempre con un cierto nerviosismo que a mi me atraía, en ese momento todo me atraía de ella, pero ese modo de hablar agitado, desgarrado y algo trágico le otorgaba a mi vida una sensación de distancia, como si los demás habitaran a unos tres o cuatro kilómetros de nosotros. Y bajábamos hasta la avenida Morán y allí girábamos y caminábamos despacio, al ritmo que marcaba ella, hacia la avenida de los abogados. Ella vivía allí en un apartamento compartido con otra tipa que estaba buenísima pero que a mi me odiaba, así que subíamos y yo casi rezaba en el ascensor por que no hubiera nadie en aquella casa. Abría la puerta y me ofrecía té frío que yo me terminaba en doce segundos y nos sentábamos en un balcón que daba al oeste y se veía el atardecer. Ella dormía en ese balcón porque decía que le gustaba dormir al aire libre y luego, a veces dejaba caer confesiones inconclusas, lo mal que estaba con su novio, a un tipo que jamás había visto pero al que odiaba profundamente y se hacía de noche y yo miraba el reloj y lo sensato siempre era largarse, pero yo alargaba la insensatez hasta que comprendía que era bastante absurdo aguantar ahí. Entonces volvía caminando a casa, me compraba un par de cigarros detallados en una bodega que había en la Morán y me sentía entre desdichado y fuera de juego. Curiosamente en esa época fumar tenía algo de paliativo. Nunca fui gran fumador pero había algo de fuga en fumar. LLegaba a casa, saludaba con desgana y me sentaba en la cama a tocar la guitarra. Desde mi ventana se veía un trozo de la ciudad. Una extensión algo caótica de luces débiles. Era agradable aquella vista, dejaba el segundo cigarro para ese momento. Me hubiera gustado tener grandes revelaciones en aquellos momentos pero básicamente pensaba en aquella tipa y me acostaba en la cama. Despertaba a la mañana siguiente y salía a la calle. A mediodía iba a clase y con suerte me la cruzaba nuevamente y caminábamos Avenida Venezuela abajo, me hacía el despistado y terminaba otra vez en su casa. Uno es capaz de repetir el ciclo hasta el hastío cuando se enamora de ese modo absurdo. Finalmente las cosas giraron. Llegaron las vacaciones de navidad y la tipa se fue a su ciudad, me quedé inerte bastantes días, imaginándomela acostándose con su novio en la parte de atrás de un coche. En mitad de las vacaciones apareció sin previo aviso, me tocó en la puerta de casa y a mi casi me da algo. Me fui un día entero a caminar con ella por la ciudad, comimos algo juntos y por la tarde nos besamos en unas escaleras. Nunca me he sentido tan explosivo e inseguro a la vez. El beso me disparo pero no olvidaba el freno que inevitablemente ella ponía a cada frase eufórica mía. Al día siguiente desapareció. La fui a buscar a su casa y me abrió la compañera que con enorme distancia me comunicó que no sabía donde estaba, que creía que se había vuelto. Esa noche busqué a alguien, me daba igual quien, terminé en una casa de un amigo más borracho que el demonio, asomado a una terraza que se veía a lo lejos el trozo de ciudad donde ella vivía. Creo que esperaba ver un avión, un ovni, la aparición de un halo de luz, pero evidentemente no sucedió nada. Vomité en el suelo y me quedé dormido en el suelo del baño. Al amanecer salí a la calle y caminé hasta su casa. Me quedé dos o tres horas esperando abajo. Vi salir a su compañera y pensé que como alguien podía estar tan bueno y ser tan gilipollas a la vez y fui a la bodega otra vez y compré tres cigarros y se hizo el mediodía, y el mediodía aquella ciudad era más caliente que el infierno y a mi la cabeza me explotaba. Volví a casa y pasé la tarde abajo, en mi edificio. Por la noche me encontré con mis amigos, bebimos y fuimos a casa de F. Aquella noche la hemos recordado muchos años, a las cuatro o cinco de la mañana F puso a grabar una cinta para archivar el audio de lo que hacíamos, nuestras conversaciones, nuestros gritos. Antes del amanecer yo cometí la insensatez de ponerme de píe en el borde de una ventana y F en un instante de lucidez me llamó a la sensatez y me lo dijo tan serio que a mi me afectó y me pareció que estaba perdiendo el norte con mi vida. Ahora, visto desde aquí, pienso que es bastante cierto, recuerdo aquella época como si la brújula se hubiera escacharrado. Despertamos y yo cogí de nuevo el bus y me fui a la puerta de su casa. Evidentemente aquello pasó. Yo estuve bastante afectado. Hay algo extraño con el amor a esa edad. Se ancla uno a ello como un desquiciado en medio del mar a un trozo de madera, y luego durante muchos años de tu vida recuerdas esa época y tratas de comprender que te movía a estar en ese estado de momentánea locura. Ahora, hoy no recuerdo como fue pasando, pero pasó y vinieron otras épocas, otras historias.

Combate

Se puede escribir con radicalidad intelectual o con radicalidad vital. Se puede escribir sentándose frente al teclado con cierta furia o se puede escribir de píe, cubriendo con tensión los pómulos y lanzando derechazos contra la página en blanco. El ring, en este caso, no tiene límites precisos. Se desplaza el contrincante, cubriéndose de ese rival invisible. El combate es duro, salvaje y deja golpes y moratones en toda la piel. Hay que buscar, no obstante, el punto débil del texto. Es ahí donde se gana la batalla porque es ahí donde aparece toda la honestidad. Combate contra el espejo, el texto gana donde se pierde, cuando el luchador encuentra en el espejo su propio punto débil, derechazo al hígado, escupitajo de bilis, sale el verdadero texto, sin filtros. Ese golpe que da un calambrazo en los músculos del abdomen y lo libera de repente y se suelta un quejido grave, profundo, tremendo y sale disparada la saliva hacia la lona. Y el luchador, batalla contra el espejo hasta que uno de los dos se rinde y se acaba.

Comienza el combate.

sábado, enero 08, 2011

El camino de L

Metódico, L se levanta a ritmo medio y transita el camino con la incertidumbre de siempre. El camino es largo, no gigante, pero largo, estrecho y poco iluminado. Aunque L piensa que el camino, como tantas cosas, como todo, es indescriptible. Los adjetivos no son más que una convención, un acuerdo. ¿En que momento un camino es largo? No obstante, como tantas veces, como cada vez que lo ha requerido, recorre el camino. Al final, tras unas cuantas ascensiones y curvas encuentra una pared. La pared es blanca, desgastada, infinita. L saca entonces un punzón y rasca. De su mochila saca el cuaderno y va recogiendo cuidadosamente los restos de pares. Palabras, letras, frases enteras. Así durante un rato que a L le resulta agradable, entrañable, necesario. Rasca con su punzón sin prisas, sin ansia. Disfrutando de ese acto primario de rascar en la pared. Recoge en su cuadernillo los restos de esa pared mística. Es en el cuaderno, claro, donde guarda la resultante. Lentamente, como cada vez que va, recopila el texto en ese muro que contiene todos los textos del mundo. Rasca hasta que de algún lado cae la palabra Fin y L comprende que la recogida de ese texto ha terminado. Cierra el cuaderno con el nuevo texto guardado y deshace el camino de vuelta. Llega a casa y lo ordena junto a los otros textos. Así tantas veces tantos días, en ese acto que le proporciona una agradable y leve felicidad.

viernes, enero 07, 2011

Madrugada

"Descosido. Como si nada estuviera hilado en mi cuerpo. Un brazo despegado del tronco, los labios sin sostenerse ahí, en medio de la cara. Descosido y sin fumar, porque llevo cuatro días sin fumar y todo se ha vuelto humo".

Escribí eso anoche. Luego caminé por la casa a oscuras. La madrugada es radical. Noto que voy envejeciendo, lo noto en la transigencia. Cada vez soporto menos. O eso pensaba anoche, luego se diluyó ese pensamiento, se me pasó durmiendo y despertando descansado. Por la mañana las percepciones se habían ubicado de otro modo, en la madrugada las percepciones se cambian de sitio, se tienen otros pensamientos, otras visiones más radicales de la vida. Anoté lo de descosido. Creo que siempre se cambia, se pasa de etapas. Somos islas, islas remotas, rodeadas de océanos agitados, convulsos, con sus mareas y los ciclos de las corrientes. Y ahí estamos, tierra en medio del mar. Frío atlántico. Un isla es un trozo de tierra descosido.La madrugada es oceánico, inmensa, tremenda. Al final, sin embargo, amanece.


martes, enero 04, 2011

La chica de la bicicleta

La tipa salía en bicicleta por las mañanas, nos cruzábamos casi siempre a primera hora. Yo solía sostener la puerta del portal para ayudarla a salir, entonces ella ponía los pies en los pedales y se perdía por la calle. En eso consistía todo el trato. Durante el día no pensaba mucho en ella. De vez en cuando me la imaginaba pedaleando eternamente, hacia una dirección inexistente, como si fuera un camino en el aire pero con suelo o una carretera de aire y ella girando en ese círculo aéreo del pedaleo que tiene tanto de optimismo. Luego volvía a casa tratando de hacer, siempre, coincidir mi llegada con la suya, pero nunca acertaba. Nunca mi hora coincidía con su hora de llegada. Entonces entraba en casa y por el patio interior miraba si había luz en su casa. A veces estaba encendida ya la luz, otras estaba todo a oscuras y esperaba a ver el alumbramiento, la aparición. Así cada día. A primera hora bajaba con las prisas de llegar tarde y me la encontraba con su bicicleta:

.- Buenos días

.- Hola

.- Te abro la puerta

Entonces el mismo gesto, ella con las dos manos cruzaba la puerta y salía a la calle, subía los píes a los pedales y según arrancaba me iba diciendo "hasta luego". Era hermoso. Allí iba empujada bajo esa forma de libertad emocionante. ¿Dónde iba con la bicicleta? Creo que la vida pedía que la siguiera, que hubiera cogido una mañana mi bicicleta y la hubiera seguido, pero no lo hice. Jamás lo hice. Ella se mudó primero, dejó aquel edificio. A mi me salió un apartamento más barato y me cambié. A veces la sigo recordando, imaginando una variante inabarcable de posibles destinos para su bicicleta.

lunes, enero 03, 2011

Año nuevo

Miré a los lados y nada. No había nada. Había cosas fugaces. Los coches pasaban de un lado a otro. A lo lejos se intuía la ciudad, comenzaba la noche y se sentía el frío y la humedad. Podría haber optado por bajar hasta el mar. Ese día, a esa hora, la playa seguramente hubiera estado absolutamente vacía a lo largo de sus kilómetros de largo, y hubiera sido una buena opción, pero me quedé ahí. Al lado de la autopista, en el punto exacto donde empiezan las cuestas que suben a la montaña. Los coches iban encendiendo luces y a mi me parecía, a veces, estar en el epicentro de una especie de universo extraño. Todo se mezclaba en mi percepción, las luces blancas viniendo, las luces rojas perdiéndose. Velocidad. Creo que sentí una gota en la frente y seguí quieto. Pensé en un paraguas. Si venía lluvia lo mejor era un paraguas. Uno grande, bonito, negro. Finalmente no llovió y seguí ahí sentado. Pensé en esas caras que no se distinguían de los coches que pasaban hacia la ciudad o en el otro sentido. Vidas dispersas. Y a las doce, inevitablemente, todos entrarían en el año nuevo, todas esas caras irreconocibles. A las doce el tiempo marcaría el paso de año. Yo había tomado la decisión de esperar el año ahí. No había ningún motivo, ninguna superstición. Era el lugar donde esperaría porque no quería ir a otro: Kilómetro 11 de la autopista. No había razón, ninguna trascendencia. Había pereza de trasladarme. Hubiera estado bien tener un coche y coger autopista adelante, pero no había coche. La opción era un autobús. Caminar hasta alguna parada lejana, esperar impaciente la aparición del bus preciso y comprar un pasaje con dinero que no tenía. Ese plan no iba a ser posible. Así que kilómetro 11 de la autopista y detener ahí el tiempo. Dejar abandonado ahí el año viejo. Me hubiera gustado tener fe. Tener fe en algo. Pensar que si me quedaba ahí, estático dejando ver el año pasar como un coche más, las cosas cobrarían otra forma. Creer que realmente que cuando se pasa de año se pasa de año, que es cierto, que algo cambia de verdad, pero no había fe, sabía de sobra que el año nuevo entraría y no sucedería nada. Podría bajar hasta la playa, en apenas unos minutos me podría sentar en la arena y contemplar el amable espectáculo de olas, del mar, del vacío honesto y hermoso de la playa sin gente. Luego anocheció, fue cayendo la oscuridad, también fue decayendo el paso de coches, seguramente todos cada vez más ubicados en sus casas, en sus fiestas de año nuevo. Cada vez menos transito, cada vez más vacío, también, en la autopista. No miré horas, no sabía de tiempo. Me negaba a recibir el año nuevo por pura obstinación, por entretenimiento. Ya de noche me dio por pensar que era extraño ese tráfico tan escaso. Cada cierto rato una luz fugaz de un coche pasando, un destino más. Imaginé la ciudad lejana en fiesta, las calles con el ánimo encendido, la gente mirando el reloj, llevando la cuenta atrás. Extraña celebración del tiempo, reflexioné. No fui crítico, nada más lejos de mis emociones. Simplemente era raro imaginar a todos esperando un minuto preciso en la línea abstracta del tiempo. Entonces me puse en píe. Me vi ahí y pensé que de algún modo debía cambiar lo sucedido. Me puse en píe y caminé por la autopista, cada un tiempo incalculable, aleatorio, pasaba un coche y yo levantaba mi dedo para pedir transporte. Pasaron varios coches, ninguno paró. Seguí caminando, caminé mucho rato. En un momento caí en que seguramente ya había entrado el año nuevo. Vi una cabina de teléfono, anclada ahí, a un lado de la carretera, cerca de una gasolinera a la que me iba acercando. Pensé en llamar, llamar por última vez, pero seguí de largo. Seguí por el arcén autopista adelante y curiosamente se fue diluyendo el dolor, la nostalgia. Esa sensación gigante, que todo lo abarca y mastique, por instantes, una leve felicidad. Mucho rato después, muy de madrugada, llegué a la ciudad, caminé a la fiesta a la que había sido invitado y entré como si nada. Bebí, estaba agotado, amaneció. Conocí a una portuguesa muy simpática y nos fuimos juntos. Bajamos a la playa y nos quedamos dormidos en la arena. Al despertar, rato después, la miré y pensé que siempre hay una forma de salvación.

domingo, enero 02, 2011

El orden universal

A mi me atraía el orden de Martín. Había algo casi místico en su orden. Sus camisetas, sus cintas, el como estaba colocada la cama en la habitación, la distancia de los objetos entre si. Todo, cuando se entraba en su habitación, en aquel apartamento que compartíamos, me parecía esconder un enigma, una razón que debía desvelar como visitador. Reconozco que había algo de fascinación en observar aquel orden, supongo que potenciado aún más porque aquel orden racional se contraponía al desorden salvaje del otro compañero de apartamento de aquel momento, que era, seguro, sin duda, sin exageración, el tipo más desordenado del planeta. Era curioso, casi metafórico, que uno de los tipos más ordenados que jamás he conocido y el tipo más desordenado del planeta vivieran separados por un tabique más bien estrecho. Así que reconozco que la fascinación era doble porque en el camino al baño podías ver, en apenas dos pasos, una habitación violentamente desordenada y la habitación de orden meditado de Martín. Aquello tenía algo de mágico. La habitación del otro tipo podía estar llena de cigarrillos fumados a la mitad, esparcidos por el suelo, papeles de envoltorios de comida, platos a medio comer, kilos de ropa sucia. Juro que la imagen era desoladora, incomprensible, tremenda. La puerta de al lado de aquel apocalipsis era exactamente lo contrario: CD´s colocados en estricto orden alfabético, camisetas en degradación de colores, interiores oscuros del blanco al negro. Aquello era así, la metáfora del mundo. La confesión, no obstante, pasados los años la debo hacer: a menudo, cuando venía alguien a verme a casa y después de un par de cervezas y siempre que no estuvieran ni Martín ni el otro tipo, yo entraba a mostrar los extremos a ese visitante. Me sentía en deuda con el mundo por tener en casa la metáfora del universo, los extremos separados por un tabique estrecho. Sabía que había que mostrarlo:

.- Te enseñaré algo. De algún modo tengo en esta casa la metáfora total. La explicación del universo, llámalo el jing y el yang, llámalo blanco y negro, llámalo orden y caos, pero ahora cruzaremos ese pasillo y verás la historia universal.

Recorríamos entonces el pasillo, abría la puerta del desorden y el visitante miraba contraido, casi asustado:

.- No es posible que alguien viva así.

Durante un par de minutos nos colábamos indiscretamente en la habitación. Luego miraba al visitante y le invitaba a seguir con el paseo universal. Cruzábamos la puerta entonces del cuarto de Martín. El visitante nuevamente admirado observaba. Abría la puerta del armario donde estaban los CD´s, le enseñaba el orden preciso y tremendo:

.- Pero ¿Cómo es posible que vivan en el mismo apartamento? Es imposible, algo va a colisionar en el universo. Es físicamente imposible este encuentro- Decía el visitante

.- Lo es- contestaba yo- Lo es. Es el universo y su orden, su caos. Está encerrada una ley en este apartamento. Lo grave, lo que temo, es saber mi posición en esto. ¿Soy yo acaso la metáfora de la humanidad? ¿Qué represento yo? ¿Qué simbolizo?

.- El error, la humanidad, la curiosidad: El límite. Jamás deberías entrar en el cuarto de nadie, mostrar indiscretamente sus símbolos. Por mayor metáfora que sea.




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