lunes, enero 10, 2011

D

Le queda una tarde lluviosa en clase en la que a través de las ventanas se intuye la niebla, esa tarde como tantas otras tardes pensará en cosas abstractas mientras un tipo habla de geografía. Le queda sentir un rayo en el pasillo de ese colegio al cruzarse con un chico de la otra clase. Le queda sentir algo extraño y sublime en ese instante. Le quedan miedos, miedo a volver después de las vacaciones, miedo a los lunes, la felicidad del viernes, las citas para ir al cine con un grupo de gente, le queda la primera borrachera que disimulará como buenamente pueda, le quedan mentiras, muchas, enormes verdades que jamás se comprueban. Le quedan soledades y euforias colectivas, le queda amor, el primer beso, canciones que se volverán himnos y que años después escuchará encogida, emocionada, con los ojos empapados. Le quedan viajes memorables, nostalgias de otoño, existencialismos sin respuesta, libros que marcarán su vida, escribir con desgarro a alguien, esperar debajo de un portal, temer a la muerte, abrazos que se quedan como colonia. Le quedan olores que años después olerá en un autobús y la llevarán a recuerdos imprecisos. Le quedan discusiones, desengaños, indignaciones sociales, dolor invisible, paseos a solas, paseos conmigo. Le quedan playas y viajes al otro lado del atlántico. Le queda la curiosidad y el misterio, le quedan instantes tremendos, duros y amenos. Le queda la música, toda la música, le queda vivir y luego recordar lo que ha ido viviendo y sentir una agradable melancolía, la alegría de sentirse triste. y al final, que los epa, siempre le quedaré yo, aquí, viéndola vivir, sintiéndome enormemente feliz por ello.

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