miércoles, agosto 11, 2021

Aquella costa

 "Esto era el paraíso. Aquí no había nada salvo naturaleza" Esa frase sonó melancólica y tremenda, porque Manuel no es un anciano, Manuel incluso es más joven que mis padres y ya ve ese mundo anterior desvanecido y destruido. A ratos habla con culpa, porque se siente culpable. Ha trabajado en la construcción y ahora vive del turismo, y cuando narra deja caer ese atisbo de arrepentimiento y de inconsciencia. Como si hubiéramos sido borrachos que no descubren las consecuencias de sus actos hasta que despiertan con una terrible resaca la mañana del día siguiente. "Bajábamos hasta la playa y atravesábamos todo eso que ahora tiene casas y caminos, pero a nosotros nos costaba acceder y llevábamos de todo para pasar el fin de semana allí abajo, en la costa. Y dormíamos bajo árboles y la playa era infinita y aquello era un vergel. Eramos invitados esporádicos en el paraíso. La relación con la playa era otra. Cogíamos cangrejos en las rocas, celebrábamos todos los del pueblo, porque bajar a la playa era un festín, un jolgorio. Los mayores se reían, los abuelos miraban el horizonte y los niños corríamos. No sé cómo todo aquello fue mutando, pero lo hizo. Se empezó a transformar en otra cosa: todo el mundo quiere acceder al paraíso y estas costas lo eran". Y en la mutación mutaron todos: los niños se hicieron dueños de terrenos y le sacaron provecho. Algunos construyeron pequeñas casas que arrendaban los veranos, otros construyeron restaurantes, eran los niños que habían corrido y cazado cangrejos por aquellas playas y que ahora eran empresarios. Y la costa se fue transformando y venía gente de fuera y cambio el ambiente y mientras cambiaba aquella playa, cambiaba también el mundo. En realidad todo estaba mutando velocísimo y nadie iba a la contra, aquella fuerza, aquella potencia solo te permitía dejarte arrastrar, porque era parecido a estar dormido o en hipnosis, quizá era eso, una grandísima hipnosis colectiva donde hacíamos y deshacíamos y jugábamos  con los elementos, como niños jugando a hacer castillos en la arena de la playa. Eso era en realidad lo que estaba sucediendo, cambiamos los materiales, pero no el juego: "seguiamos cabando en la orilla de la playa, construyendo castillos imposibles, abriendo huecos que convertíamos en piscinas que las olas del mar iban llenando, solo que ya no era la arena de la playa y solo que esos huecos no desaparecían a la mañana siguiente" y ahora todo es irreconocible, el paraíso ya no está, pero todos vienen como si siguiera estando y hace calor y sopla un viento espeso y húmedo que hace sudar y de fondo, por el mar, se ve venir una gran ola. 

martes, agosto 10, 2021

Humedad

 La humedad se nota en la frente y en la espalda, que transpiras constante. La luz del día, que está empezando, es confusa. Amanece, pero no termina de amanecer. El cielo está espeso y plomizo. Hace calor para ser tan temprano. Desde la ventana veo un pequeño barco muy cerca de la orilla, no sé qué pescan, pero apenas se mueven. El mar no parece el mar, parece un lago. No hay olas, no hay movimiento. La quietud es potente, y se multiplica por la sensación que da el cielo de quietud también. La luz grisácea está estática, la humedad casi se puede tocar. No hay ruidos, porque da la sensación que el cielo cubierto y esa humedad detienen las reverberaciones y hacen de enorme caja acústica. No pasan pájaros y el único ser vivo que comparte ese instante conmigo es un gato que pasa por debajo con una cautela extrema, le sospecho de caza. Las montañas que perfilan la costa no se ven, el cuadro es difuso, como si la mañana no hubiera completado de  dibujar el paisaje. En el mar, el pequeño barco pesquero sigue quieto, durante todos esos minutos todo parece detenido, como si se hubiera congelado un instante: ¿es así el no tiempo? Juego mentalmente con la posibilidad de que el tiempo este haciendo cosas raras y que sea yo el único testigo de ese instante que es un segundo adormecido. En cualquier momento, sé, que todo esto arrancará. Aparecerán nuevas figuras en el mar: otros barcos, las corrientes en movimiento. También que los ruidos de las calles vecinas empezarán a percibirse y que incluso el cielo espeso, comenzará abrirse, pero mientras llega, tengo la sensación de estar viviendo una anomalía: el testigo de algo insólito. No hay brisas, no hay ráfagas, no hay movimiento. Es un momento estático. Tampoco yo parezco estar, en cierta manera no soy, me alejo de esa cosa que forme el "soy". Estoy ahí quieto, tampoco yo tengo movimiento ni ruido. Pienso, sin ningún atisbo de morbo o terror, que quizá eso es la muerte: esa hermosa apabullante quietud. Lo único que parece en acción en todo ese instante es la humedad. La humedad se desplaza, se la nota. La piel lo percibe. Es un amanecer de un día de bochorno, estamos en medio de un verano indescifrable. La luz grisácea da a todo un halo de irrealidad. "¿Y si aún no he despertado?" pienso unos segundos, y es ahí cuando me doy cuenta que, ajeno a mis designios, la mente sigue haciéndose preguntas, pero poco me importan en ese momento las respuestas, porque las respuestas, sospecho, están en la humedad. La humedad como una masa que piensa ese instante. Es ahí cuando el pequeño barco se pone en movimiento, el sonido del motor llega comprimido, como si sonara metido dentro de una caja de madera. Es un sonido cercano y extrañamente lejano a la vez, es impreciso porque llega amortiguado pero impoluto. Nada se interpone entre ese sonido de motor y mi oido. Me doy cuenta, entonces, que ese instante de tiempo de circulación rara se está terminando o quizá se quede ahí, entre nosotros, para siempre. 

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