martes, diciembre 22, 2020

Parte de la historia de un submundo

 Se puede crear un submundo delimitando cualquier terreno del mundo. Así podemos decir que el mundo es menos que la suma de sus partes. Es inabarcable la de fragmentos de este mundo que crean submundos. Y nuestra memoria tiende a crearlos, a delimitar zonas donde se suceden microcosmos de nuestra existencia. Todos tenemos el pasado lleno de estos. El pueblo de la abuela, la casa de una  prima, la calle del barrio de la infancia, la clase de 5ºB en el año 86, el edificio donde viviste la adolescencia. Todos tenemos esos submundos con vida propia, con historia completa, con sus mitologías y leyendas, con personajes míticos y trascendentes, repleto de anécdotas y fragmentos de la historia que completan perfectamente la existencia de ese submundo. Aquel edificio de dos torres, para mí, claro, es uno de ellos. Podría ir narrando historias, quizá vehicularlas a través de un hilo conductor y sería perfectamente un volumen de la historia de aquello. Aquellos personajes, aquellas tramas ocultas, que no eran visibles de primeras y que se iban revelando tras un tiempo de observación. Una vez supe o conocí el título de un libro que era "historias del edificio" con lo cual no podría llevar ese título nuestra recopilación, pero podríamos buscar algo parecido. 

 Por alguna razón que no comprendo del todo, hoy me he despertado recordando una de aquellas historias de aquel submundo. Como lo sueños, no entiendo del todo porque ha venido de golpe a mí, justo al despertar. Es una historia con aire de drama o, retorciendo la narración, de comedia negra. La historia sucedía en uno de los últimos pisos del bloque B, el que daba más al Sur. Era una familia silente, pasaban por la entrada a los bloques sin mucho ruido, saludaban y desaparecían. En realidad la mayoría de los vecinos eran así, no pasaban mucho tiempo en las zonas comunes y no se relacionaban con todos esos muchachos que invadíamos y nos íbamos apropiando del espacio compartido, zonas verdes, patios y pasillos comunes de acceso, también el amplio parking exterior que se confundía casi con las demás zonas. Aquella familia formaba parte de la mayoría silenciosa, como le gusta decir a los políticos de su masa de votantes más obediente. Un día, un sábado calurosísimo se vio un revuelo en la zona del fondo el parking. Un grupo de gente cuchicheando, la aparición veloz de una ambulancia, mantas y un cuerpo tapado en el suelo que movía algo los pies tranquilizando a todo el vecindario ante la posibilidad de estar presenciando un cadáver. La narración de los hechos no se completó rápida y requirió del chismorreo que fue completando una investigación ardua entre los más curiosos de los dos bloques. Se iban contrastando dia a dia, las siguientes semanas . Al principio poco se sabía: "es la chica de servicio" fue el primer dato. Al verla extendida ahí, doce pisos más abajo del balcón de la casa donde trabajaba intuimos que había un intento de suicidio. Lo que se confirmó rápido, casi el mismo día. La chica era joven, jovencísima. Probablemente no era mayor de edad. La veíamos pasar con frecuencia, casi sin saludar, tímida y asustadiza. Verla ahí, a una chica poco mayor que nosotros, sobreviviendo a un intento de suicidio fue impactante. En seguida empezaron las indicaciones indiscretas: ¿Por qué la chica de servicio se había intentado suicidar en la casa que trabajaba? Doce pisos hacia abajo es una decisión firme que no deja muchas dudas. Pronto alguien confirma, porque había trascendido la conversación de los operarios de la ambulancia, que la chica estaba embarazada. Aquello nos daba algunas respuestas: miedo, desesperación. Un embarazo, nos atrevimos con la hipótesis, no deseado. Así, en las primeras horas, quizá a lo largo de ese fin de semana, habíamos completado dos datos claves: Intento de suicidio y embarazo no deseado. Algunos habrían dado la investigación por terminada ahí, pero a los que somos cotillas, aquello no nos saciaba. Embarazo y suicidio era una bomba de relojería que escondía, con seguridad, más cosas. 

Yo no sé cómo fuimos rellenando las cosas,  cómo conseguimos información y datos. Iban trascendiendo sin más. Alguien habló con los hijos de la familia, alguien vio que el padre hacía maletas y se iba. Alguien vio gestos de dolor y trauma en la madre, pero día a día, se iba sabiendo, conociendo, que la chica no estaba embarazada de un novio lejano, de un chico irresponsable. La chica fue dada de alta con una leve cojera, que se quedó, sospecho hoy, 30 años después, perenne. EL niño, obviamente o perdió. La madre de familia acogió a la chica en su casa, la adoptó casi como una hija; el padre, no obstante, desapareció. Los hijos, si cabe, se hicieron más silenciosos, más ausentes. Fue entonces cuando Charly nos contó lo que ya estaba confirmado y lo que había sido un rumor cada vez más creciente: el embarazo de la chica era del padre. Del hombre no supimos más. Las dos mujeres se quedaron viviendo juntas junto a los dos hijos. La cojera era ligera, poco apreciable. En la cara, eso sí, había un gesto profundo y lejano, un gesto de susto o dolor.

 Historias de aquel microcosmos, de aquel submundo hay más, cientos. Dramas, humor o misterio. Quizá un dia habría que recopilarlas. Historias de un submundo en forma de edificio de dos torres. 

miércoles, diciembre 16, 2020

Movimientos sísmicos

  Yo fui a esa fiesta porque sabía que estaba ella, porque en esa época se es algo mas que enamoradizo. No es que te guste alguien, te posee una locura transitoria, una sensación extraterrenal que te hace llegar una forma casi inapreciable, pero profunda de delirio. Yo a estas alturas no sé decir si aquello era amor, atracción, locura o desequilibrio La atracción se vuelve algo desorbitado, un estado de posesión. Da igual, era un chico de diecisiete años, viviendo en un país tropical, en una ciudad de interior a la que no terminaba de acostumbrarme y aquella chica me colocó en un estado distinto. Durante años he pensado que esa es la primera vez que me había enamorado de verdad. Lo anterior no había llegado nunca a ese nivel, a esa intensidad. Pero no era una atracción cursi o azucarada, que también, lo que me sucedía en aquella época, con aquella chica aún hoy me cuesta explicarlo. Usaba un perfume, que alguna vez, cuando he notado un olor parecido, todavía me arrasa. Había un estado de irrealidad muy potenciado por el olor de aquel perfume. Había más cosas, claro. Sucedió durante dos o tres meses. Nunca llegamos a tener una relación como tal, hubo algo poco claro, poco evidente y medio abstracto. Nos besamos un par de veces, nos vimos mucho, pero no cuajó. El caso es que aquella fiesta sucedió los primeros días, cuando mi cuerpo experimentaba unos procesos químicos desbordantes cada vez que la veía. Aparecí allí, entre desbordado, triste, feliz, melancólico y enérgico. ¿Qué coño pasa en el cuerpo cuando estás en ese estado? Entré, el ambiente era bueno, música, alcohol, marihuana. La vi y comencé en ese juego paranoico de querer acercarte, sentirte apresurado, pensar que ella esta queriendo que te acerques y un segundo después pensar que ni siquiera se ha dado cuenta de que estás. A día de hoy, con la perspectiva de los años y alejándome de la irracionalidad del momento, sé que ella esperaba, sé que ella estaba igual que yo y que si nunca tuvimos una relación fue precisamente por mi estado de duda e inseguridad, pero eran años raros para mi, eso lo sé ahora. Rato después ya estábamos hablando, recuerdo salir a la terraza que daba a una plaza que había en el centro de la ciudad. Las calles estaban vacías, porque allí la ciudad a una hora precisa se queda vacía, semi inhabitada. Estuvimos horas en la terraza, hablando. No sé de qué. ¿De qué hablaba en esa época? ¿Qué conversaciones teníamos antes, cuando todavía no eras el tipo que eres ahora? Pero hablábamos y yo olía aquel perfume y me instalaba permanente en una irrealidad en la que me quedé metido los siguientes dos o tres meses. Creo que sentía una sensación parecida a la explosión y a la fragilidad. Llegaba la madrugada, la fiesta agonizaba con gente ebria que se iba yendo. Da igual, toda aquella gente eran ecos, voces lejanas y salvo los dos chicos que compartían aquel apartamento, que se fueron a dormir, la fiesta se quedó vacía y nos quedamos los dos solos. Ojalá tener el poder de detener el tiempo. Eso creo que es lo que pasa, que quieres parar el tiempo. En realidad todo es más sencillo de entender, el mundo empieza a parecerte un lugar inhóspito y esa atracción se parece bastante a la droga, te saca de ahí. Yo tenía una relación deterioradísima con mi padrastro, la ciudad se me hacía dura, un lugar al que no pertenecía, todo era ajeno, o más aún, era un tipo que había perdido el lugar. Ella me entregaba uno, raro, hipnótico, donde olía a perfume. Amanecía, ella me hablaba de su novio. Eso ya lo sabía, pero yo manejaba la esperanza de tumbar ese muro. 

La luz del día aparecía, empezábamos a estar agotados y buscamos un lugar para tumbarnos. La casa estaba medio vacía, no tenía casi muebles, un par de camas, un sofá medio destrozado y un colchón en el que nos tumbamos. Al principio seguimos hablando, pero ella iba cerrando los ojos. Era casi media mañana, entraba calor, el sueño es difícil de dominar. En un momento, no sé cómo, ni recuerdo la secuencia, pero estábamos con las caras frente a frente, ella con los ojos cerrados. Empecé a dudar: ¿está dormida? ¿Se hace la dormida? Yo notaba su boca pegada, su aliento que me resultaba glorioso, me llegaba así, en bocanadas alucinantes, aún ondeaba el perfume, ¡qué estado de locura! Ni siquiera creo que pueda hablar de excitación, ni siquiera había un tema sexual, que también, claro, silente y distinto, pero realmente lo que había era un estado de absoluta irrealidad, creo que nunca he estado drogado en mi vida, sin drogarme. Entonces comenzó una escena enloquecida, seguramente un estado de paranoia absoluta. ¿Estaba aquella boca esperando mi boca? ¿Estaba despierta esperando un beso? ¿Estaba ella en ese estado de locura? Me iba acercando, lentísimamente, en mi vida he sido tan pausado. Me acercaba como se van alejando los continentes, inapreciablemente. Avanzaba distancias absurdas, cada milímetro era un viaje de horas. ¿Esperaba ella? ¿Había suspirado más fuerte porque se preparaba para el beso, porque sentía el pecho como lo sentía yo: al borde de la erupción? ¿Soñaba, era ajena a todo que sucedía en mi cabeza, no percibía mi recorrido titánico, dormía de verdad? Entonces el pensamiento negativo de repente ganaba y me iba hacia atrás. ¡Estás loco! me decía. ¡Está dormida! ¿Dónde vas? y todos aquellos milímetros ganados frente a su cara los deshacía en décimas de segundo para volver a empezar: ¿está esperándome ahí a tan solo seis centímetros de mi? ¿y si está esperando y tú no actúas? ¿y si ella está igual que tu? ¡Vamos! Muéstrale que tú estás igual. Sus labios muy levemente abiertos parecían decir que sí, que no te asustaras, que estaba ahí, que igual ella también dudaba, que igual ella estaba pensando: ¿Por qué no viene si estoy aquí, con mi boca dispuesta? Y entones de nuevo el avance, como un ejercito torpe en territorio ajeno. Milímetro a milímetro. Avanzando entre preguntas. Ya casi, ya casi se siente la comisura de sus labios, el aliento memorable, el perfume aquel. Ya casi ahí, rozando los labios. Los llegué a rozar, los sentí y en un acto del que 27 años después aún me arrepiento, me fui para atrás, desistí: Está dormida. Pensé de golpe. Y me giré. Miré un rato al techo y me quedé dormido. 

Nunca he sentido que volvería a hacer las cosas de otra manera en mi vida. La vida es la que es: en eso soy bastante pragmático. De la única cosa que me he arrepentido en mi vida es de ese acto tonto, post adolescente sin demasiada importancia. Ella estaba esperando el beso: ella también notó mis labios en sus labios. Los dos o tres meses siguientes con esa chica se movieron en ese terreno de irrealidad. Creo que ella nunca se imaginó todo esto. 

jueves, agosto 27, 2020

Mientras esperas por los otros

 Este texto podría ser un ajuste de cuentas, cambiar nombres de personas, alterar las descripciones de los lugares donde todo ocurrió realmente y finalmente, provocarle a esa persona real un final vengativo en esta ficción. Podría usar todo aquello y alterarlo para hacerle daño y producirle dolor. No sería difícil y posiblemente sería gratificante, porque la literatura y la ficción, a veces, la mayoría de las veces, parecen ser realidades que suceden en otros planos, quizá en otros mundos paralelos a este. Podría narrar todo aquello y llegar a un punto donde se podría alterar el final, si en algún momento llegó a haber un final. Porque los textos concluyen, pero la vida, de momento, continúa. Podría cambiar el nombre de Pablo (seguramente ahora mismo ya ha sido cambiado su nombre), podría cambiar su descripción, quizá tiene algo menos de pelo o más, quizá el mismo: eso, tú, ya no lo puedes saber, amable lector. Quizá sus ojos son azules, en vez de verdes o quizá en esa confusión ya no sabemos qué pertenece al Pablo real (que ya sabemos que no se llama Pablo, o quizá sí) y qué es de nuestro Pablo ficcionado. Y Pablo, con su altura distinta, con sus rasgos alterados, sale del metro, pero en vez de en la estación de Casa de Campo, se baja en Lago y yo, que no voy a alterar mis rasgos, voy a permanecer intacta en esta ficción, le veo venir. Viene tarde Pablo, muy tarde, se ha retrasado, de nuevo, demasiado. Y aquí comienza la alteración de lo sucedido. Yo ya no vuelvo a mirar la hora, esta vez no la miro, Pablo viene caminando algo más agitado de lo que caminó en aquella realidad que estamos alterando. Se acerca cada vez más, yo esta vez no estoy disgustada, estoy tranquila, manejando la indignación con habildiad. Pablo hace un gesto de saludo desde lejos (creo recordar que en aquella realidad también lo hizo, quizá con menos énfasis) Ese gesto lejano y amable que hacen los impuntuales para ir justificando su brutal retraso. Esta vez yo no sonrío como quitándole importancia al retraso, como siempre hago para evitar hacerle sentir culpable; esta vez no temo el conflicto, al contrario, lo busco. Ya está casi a mi lado y se escucha el principio de esa frase tantas veces usada, el principio  de una frase que justifica la tardanza:"Disculpa, pero justo al salir..." Esta vez le interrumpo, no le dejo terminar. Le enseño el reloj, le marco la hora y le digo que son casi tres cuartos de hora de retraso, me mira sorprendido, desacostumbrado como está,  a que yo acepte su impuntualidad:

.- Pablo, coño e´ tu madre. Pablo mal nacido. Pablo hijo de mil perras. Te dije la ultima vez que si volvías a llegar tarde, era el fin, tu fin, el fin de todo esto.

Es por eso, señor Juez, que maté a Pablo, déjeme acabar, por favor, esta ficción. No podrá condenarme a años de carcel, porque esto no es más que un ajuste de cuentas ficticio, esto no sucedió, esto está sucediendo en mi cabeza no más, mientras le veo venir, como siempre, con retraso, haciendo ese gesto lejano de saludo y aquí termina el texto y nos fuimos a tomar algo y yo olvidé la hora.

martes, agosto 18, 2020

El tiempo de la caída

 Uno se puede caer de muchas formas. Hay dos caídas básicas: el tropiezo y el resbalón. Lo demás, con sus excepciones, son variaciones de esas dos grandes corrientes. Pero no es del origen de lo que quiero hablar aquí, no es del motivo de la caída, sino de la velocidad en la que se cae. Porque, por alguna razón que está por estudiarse, la caída tiene su propio tiempo y, si cabe, su propio espacio. Uno no cae, jamás, a la misma velocidad que la vez anterior que cayó. Uno puede caer, lento, lentísimo o rápido, muy rápido. Hay caídas que se prolongan en el tiempo, vas cayendo un buen rato. Siempre, claro, dentro de unos parámetros de bastante instantaneidad. Hay caídas que parecen durar más de un segundo y hay caídas que duran milésimas. El resultado o las consecuencias de la caída, no necesariamente van ligadas a la velocidad. Puedes caer muy rápido y terminar escayolado o puedes caer lento y terminar con esguince de tobillo. La velocidad, en la caída, no tiene o no parece, de momento (está por estudiarse), mucha influencia en lo aparatoso o lo lesivo de la caída. Pero si escribo este texto sobre la velocidad de las caídas no es tanto por analizar las lentas o las veloces o sus posibles resultados; si escribo sobre la indescifrable velocidad de la caída es porque hay un tipo de caída que es incomprensible o especialmente enigmática. Hay una caída, y estoy seguro que casi todos la hemos experimentado, en la que le tiempo no existe, en la que hay una fractura en la línea temporal. Es una caída sorprendente. Es la caída sin caída o de la que no eres consciente o no sabemos si sucede, el acto de ir cayendo. Es la caída que sucede cuando ya has caído. Es la caída que cuando cobras conciencia, estás en el suelo. Recuerdas ese microsegundo en el que resbalaste o pisaste algo inestable o ni siquiera lo recuerdas, pero de repente y sin transición, estás desparramado en el suelo. Generalmente has caído hacia adelante, pero también sucede hacia detrás. No caes, estás caído. No hay tiempo o cabe la posibilidad, que en esa caída haya la forma más parecida que podamos experimentar, de viaje en el tiempo. A veces ni siquiera recuerdas el tropiezo o resbalón, simplemente te ves ahí, estúpido, en el suelo pensando: "Joder, me he caído" Ese joder, esa sorpresa, es la sorpresa del que se deslumbra con el vacío temporal, del que, inconscientemente, sospecha del salto temporal, de la desaparición de la secuencia en el espacio/tiempo. No hay línea. Esa caída es la posibilidad, casi cierta, de que a veces, torpemente, accidentalmente, viajamos en el tiempo. Así que, a su manera, ese patinazo o ese tropezón, son la forma más sofisticada, la forma más evolucionada que tenemos de viajar. 

viernes, julio 17, 2020

Camino de la ermita

No sé de dónde salió aquel perro. Apareció de golpe en medio de ese camino empedrado. Vino a por mí y sentí un terror desbordado. Grité, como si fuera una persona y pudiera entender mi gritó, de hecho creo que lo comprendió, y me puse en posición de boxeo. Yo, que seguramente sea el peor púgil del mundo, pero el miedo hace poner buenas posturas hasta al tipo más torpe para el combate. El perro saltó, vi su rostro en primer plano, vi esa dentadura salvaje y pensé que ahí se acababa todo, pero el perro seguramente estaba más aterrado que yo, lo que no era fácil. ¿Cuánto miedo había ahí, en ese instante primitivo? El perro avanzaba y retrocedía y ladraba sin demasiado control. Yo decía frases disonantes, con poco sentido y me mantenía en esas posiciones de combate que aún hoy no sé de dónde sacaba. Al rato, seguramente fueron pocos segundos, pero yo percibí como medio siglo, apareció un tipo de detrás de unos matorrales, algo agitado, con carrera torpe y llamando al perro por su nombre. Me miró, con cara de susto pidió perdón y le puso la correa a Santos, que así se llamaba el perro. Me quedé quieto, miré al hombre y no supe qué hacer. Me justifiqué en mi desmedida reacción y dije: "les tengo miedo desde pequeño", al tipo pareció darle igual. Me da rabia tenerle miedo a los perros, de mis grandes debilidades, el miedo a los perros es el que más rechazo de mis miedos. No lo comprendo. Comprendo otros miedos o los acepto, mi miedo a los perros me da rabia porque los perros en general me caen bien. No sé si vale lo de "caer bien", pero en mi miedo a los perros el fallo está en mi y no lo entiendo. Tengo una fobia atroz a las ratas, pero ese miedo, esa fobia la entiendo, puede estar justificada, las ratas son lucifer en forma de roedor. El tipo se dio vuelta y se fue por otro camino, yo me puse en marcha de nuevo y respiré. Seguí camino adelante, porque mi idea era llegar corriendo a una ermita que había en medio de la montaña. Olía a tierra seca y se levantaba de nuevo el viento de levante, aunque no se anunciaba duro, parecía un ensayo de algo que sería más fuerte algunos días más tarde. Avancé trotando y más adelante me encontré con un caballo. Estaba quieto, mirando hacia arriba. La postura me pareció rara. Pasé de lado, nos miramos como si nos miráramos desde lugares no mezclados. Entonces empecé a correr. Corrí a buen ritmo hasta que llegué a la ermita. Entré. Esa ermita es un lugar hermoso, era la segunda vez que iba. Saqué mi teléfono para hacer fotos del lugar abandonado y que se ha ido tratando de mantener o restaurar con pocas ayudas de la junta autonómica, pero que no parece arrancar una. El lugar está medio abandonado, poco cuidado y desgraciadamente tiene algunos grafitis torpes y molestos. Fotografié unas ventanas, unas plantas que emergen desde algunas paredes, la luz entrado por unos agujeros. Una vez hechas esas fotografías que no sabía muy porque las hacía, decidí salir, al girar en lo que debía ser una especie de capilla volví a ver a Santos, está vez me asusté menos. Santos me miró con despreció, esta vez el miedo, el susto me lo dio su dueño. Venía hacia a mi. Sin nervio, sin prisa, pero según le vi, super que venía hacia mi. Fue así como empezó todo.

lunes, julio 06, 2020

No volverá

No volverá. Nada de aquello será otra vez. Todo lo que fuimos fue y no será. Las raíces de los árboles se moverán de sitio. La arena se ha ido desplazando y se colocará en otros lugares. Diría que hasta los desiertos se irán también. Todas las células de nuestros cuerpos, todas las partículas de nuestro entorno. Las hojas que caen caerán ya en otros suelos. El asfalto, los nombres de las calles, el césped, los parques y aquellos edificios. Todo se desvanecerá silentemente. Como se desvanece la primavera en el verano y el verano en el otoño. Será otro el tiempo y ya ni siquiera lo llamaremos "nuestro tiempo" ya no será nuestro, porque como dirían los niños: el tiempo y el aire no es de nadie. Ya nada volverá por más que lo rehagamos una y otra vez. Cada vez que lo vamos rehaciendo nos van faltando elementos. Un escenario incompleto que queremos ver rehecho, como si nunca se hubiera desmontado. Ya se ha ido o se está yendo permanentemente. Nada volverá. El supermercado y la caja. Las neveras y las estanterías con sus cosas. La ferretería de más allá. La tienda de muebles de diseño. El restaurante amable que parecía parte de tu día a día. La farmacia cuyo dueño te parecía un impertinente. El pequeño local de comida caribeña regentado por esa pareja amable y sosegada. El portal de al lado con el portero siniestro y de otro tiempo. La calle entera, las calles que desembocan en esta calle. Los locales de esas calles, las calles que dan a otras calles y a otras avenidas. Las avenidas que salen de la ciudad, las carreteras que llevan a otras ciudades, ciudades y regiones, países enteros, continentes desmesurados evaporados en el tiempo. Mares y océanos. Islas, islas remotas inhabitadas. Islas habitadas por pájaros exóticos. Piedras, formaciones rocosas, arrecifes de coral, plantas que flotan en el Mar Caribe, poblaciones abandonadas, torres eléctricas en esas poblaciones abandonadas, faros que miran a ese mar que se va, que se está yendo. No volverá, nada de eso volverá. Deja de mirar, entonces, y de una vez por todas, los números del PIB mundial. Eso es, sin duda, lo primero que se fue, lo primero que se está yendo.

miércoles, julio 01, 2020

Humo

 Sacó un cigarrillo del paquete que tenía escondido debajo del asiento del coche. Activó el mechero y esperó a que saltara. Bajó la ventanilla y comenzó a fumar mientras avanzaba por esa carretera costrosa. Había boquetes del tamaño de un cráter. Hacía una temperatura agradable y la brisa entraba sosegada por la ventanilla y movía el humo del cigarrillo. No sabía muy bien el camino.Tenía unas indicaciones anotadas en un papel. Esa zona de la región es menos árida y comienza a parecerse más a la región vecina, popular por su vegetación. Zona de transición entre paisajes. La tierra es roja, pero el verde se va mostrando cada vez más exuberante. Pasa por dos pueblo pequeños. En el primero, unos niños juegan con un balón penaltis, hay un perro caminando con desgana y una mujer lleva una cesta con verduras. Las casas son muy humildes, no hay, salvo el breve tramo de carretera que atraviesa, nada asfaltado. En el segundo no hay nadie y le parece extraño que a es ahora todo el mundo esté metido en su casa. La luz de esa hora en el país es hermosa. Los atardeceres son pulcros. Una vez pasado el segundo pueblo sigue avanzando algunos kilómetros por esa carretera terrible. Cada poco más de 100 metros hay que evitar algún socavón. Piensa en el tabaco, se encendería otro. Durante años, durante varias décadas incluso, ha encendido muchas veces un cigarro con el final del otro, pero siente que ya no resiste igual. La capacidad pulmonar se ha reducido a niveles grotescos. De repente ve aparecer el pueblo. Está llegando. Detiene el auto al lado de una tienda de abastos, pregunta por Doña Lucía a una mujer que parece enfadada. Es una mujer joven, hermosa y triste. Le mira con desgana y le indica como llegar. Avanza andando. Para él, caminar 200 metros, se parece a competir en la maratón de Nueva York: un esfuerzo extenuante. Llega a una casa azul. Toca una puerta que parece que se va a caer. Para esto, sería mejor no tener puerta, piensa. Abre una mujer muy mayor, parece no mirarle, o le mira desubicada. No sabe porque mira así, como sin mirar, hasta que descubre, y se siente culpable por ello, que la mujer es ciega. La mujer dice su nombre, habían hablado por teléfono: Llega tarde, le dice a modo de reproche, pero como si no le importara demasiado. El saluda sabiendo de antemano que no será contestado. Le invita a pasar, le dice que se siente en una butaca que hay debajo de una lampara de tela con forma de pulpo o de animal acuático mitológico. Se sienta, mira a los lados, le sorprende la poca luz exterior que tiene la casa. La mujer desaparece y durante unos minutos largos, no se escucha nada. De repente siente miedo y se arrepiente de haber ido hasta ahí. La desesperación y la desesperanza, que no siempre conjugan bien, nos llevan a caminos confusos y ese momento, esa ruta, estar ahí es, sin duda, un camino confuso al que ha llegado empujado por su desesperanza y desesperación. La mujer vuelve con un bote metálico algo oxidado en la mano. Se sienta en una silla de plástico frente a él y le pregunta algo que él no entiende. No se atreve a pedirle que repita la pregunta. Durante segundos se siente abrumado, siente ganas de levantarse y salir de ahí, pero por otro lado se siente bloqueado, incapaz de levantarse o de enfrentarse al violento acto de escapar. La mujer no espera respuesta, agita las manos suavemente y de repente cambia de gesto. Todo viene de tu padre, le dice. Todo está en tu padre, repite. La mujer emite un sonido raro. Todo falla en la linea paternal, continúa.

- El desorden está ahí. Nada diferente, siempre es así. El problema del mundo viene de ahí. Ustedes los hombre son el fallo. Están mal hechos. Todo viene de ahí. En tu caso, obviamente, también. Tu padre no puede pasar. Tienes que ayudarle a pasar.

.- ¿A pasar dónde?

- A pasar, a seguir. Imagínate que te has quedado eterno en un instante. Hay muchos que se quedan ahí. Atemorizados. En una zona de no conexión. Imagínate que te quedas eternamente en las siete y cuatro de la tarde, como ahora, con esta luz.

.- Tampoco me importaría- contesta él con cierto cinismo.

.- Tu padre se ha quedado ahí. Si no le ayudas a pasar, estás condenado a repetir su mismo camino- la mujer habla como si no le escuchara. Como si no estuviera.

.- Poco puedo hacer por mi padre ya. Mi padre se murió hace demasiados años.

.- Las relaciones siguen, por más que uno de los dos muera. Tu sigues relacionándote con tu padre, de hecho la relación sigue, ha cambiado. No se parece en nada a cuando murió.

 Él ha ido perdiendo el interés. Todo esto, de repente, le parece innecesario, una pérdida de tiempo, se siente ridículo. La mujer entonces se pone de pie. Se va. Tarda. Él se pone de pie, dispuesto a irse de ahí. La mujer aparece, se queda en la puerta, a unos cinco o seis metros de él.

.- Es difícil contigo. Eres extranjero e incrédulo. No puedo ayudarte. No entiendes. Transita el poco tiempo que te queda. Morirás joven. No dejes de fumar, eso tampoco te salvará y al menos eso lo disfrutarás. Es lo único que disfrutas en la vida. No vuelvas aquí. Tampoco al pueblo.

 La mujer se da la vuelta y desaparece. El siente miedo, está profundamente aterrorizado. En ese instante, intenta recordar la car de su padre que cada vez más le cuesta reconstruir con facilidad. Hay rasgos que ya no aparecen cuando recuerda. Zonas de la cara que ya no se dibujan en el recuerdo. Sale de ahí, el día muere, la tarde cae y se han encendido dos farolas tristes en ese alumbrado publico escualido. Unos tipos le miran desde la cada de enfrente, uno de ellos fuma, pero no parece tabaco. Un joven hace piruetas con una bicicleta. Parece hábil. Se siente extranjero de nuevo. Siempre se siente extranjero en ese país, pero en ese momento se siente extranjero en el mundo, en la galaxia, en el cosmos. Se siente el extranjero total. Durante unos diez segundos piensa que ese es el día de su muerte, pero en seguida lo olvida. Va hasta el coche. Coge un cigarrillo y fuma. Que más da, piensa. Yo también sé que voy a morir joven.

domingo, junio 28, 2020

Huella de gigante

Ella se detiene en medio del camino. Hay varias huellas, algunas de su tamaño, otras de adulto y otras más pequeñas e imprecisas. Se detiene y yo me detengo y la miro hacia atrás, para observar que hace. Veo que mueve el pie entre la arena del camino, no sé si remarca una huela o hace un círculo. Los dos metros que nos separan son la distancia precisa para no entender eso que dibuja en el suelo. Al cabo e varios segundos, sin levantar la vista, y concentrada en esa tarea que consiste en mover su pie de un modo indescifrable sobre la arena, me dice que está dibujando una huella grande, muy grande, para que los que pasen después, sospechen o duden, de que por ahí ha pasado un gigante. Y sonríe. Y no sé si sonríe porque sabe que nadie pensará jamás en eso, no logrará engañar y simplemente el dibujo se lo hace a ella, como un juego, o si la sonrisa es picara, pensando en el triunfo de su engaño. Seguimos andando, ella pasa a otro tema, me cuenta algo que vio un día en clase sobre renacuajos, yo la escucho, pero me quedo pensando en las huellas, en las huellas gigantes, en su juego anterior. Por algún motivo la proyecto de mayor y de repente siento una profunda nostalgia. Hay una luz hermosa de atardecer, una luz de verano suave, la temperatura es agradable y durante unos cuantos segundos, todo me parece eterno o fugaz. No sé, algo así o las dos cosas a la vez y de repente pienso que eso es exactamente la nostalgia, un debate entre lo eterno y lo fugaz. Las huellas del gigante inexistente me han llevado a una forma de nostalgia. Dos horas antes había leído la noticia del fallecimiento de una mujer que no conocía, pero que sigo hace tiempo en twitter, una mujer que trasmitía permanentemente mucha amabilidad y sospecho, por segundos, que esa es la nostalgia que siento. Me gustaría que el tiempo fuera eterno junto a mis hijas.

viernes, junio 26, 2020

Polvo

Yo creía escucharle entrar. Entraba invisible por las rendijas de la puerta y se quedaba ahí, al lado de de la cama. No hacía nada, solo mirar. O ni siquiera mirar, porque no miraba. Estaba. Estar así no más. Estaba como está el aire, como dicen que están los virus, como el polvo que flota cuando entra la luz del sol por la ventana. Estaba ahí y se quedaba ahí. Ni escuchaba, ni hablaba, ni miraba, porque si eres mota de polvo no puedes mirar. A veces le hablaba, a susurros, porque no quería que desde fuera de la habitación se me escuchara la voz. Le contaba cosas de esos días. De la nieve inmensa de ese invierno y del silencio de aquel tiempo. Fue una época de silencio y calma. Se instaló una especie de tiempo nuevo a medida que fue entrando la primavera. Y yo le hablaba de los días y de las cosas que había ido aprendiendo, algunos ríos, algunas normas ortográficas, el ciclo del agua, los pesos y balanzas. No escuchaba, porque lo invisible no escucha, ni mira, ni habla. Pero yo le hablaba susurrando para que no se escuchara mi voz más allá de la puerta. A veces pasaba la mano por el aire, que era una manera de abrazarle o de besarle o de saludarle. A veces recordaba cosas que me inventaba, porque cuando se fue, yo aún no tenía recuerdos y ahora recordaba cosas que en realidad no recordaba. Eso debe ser la ficción, le contaba. "Esto que te cuento debe ser la ficción" Aunque en el fondo yo creo que lo recuerdo, aunque sé que no viene de mi memoria. A veces le preguntaba sobre eso: ¿Qué es la memoria? ¿Qué son los recuerdos? Y pensaba que todos era como ese aire invisible, como esas motas de polvo, como esa invisibilidad que son los virus, las cosas que flotan y que no se ven y que condicionan nuestras vidas. Algo así debe ser el recuerdo y la memoria. Y aunque no recordemos o no creamos recordar, están ahí, flotando invisibles, a tu lado, como las motas de polvo atravesadas por el Sol.

lunes, junio 22, 2020

Esenciales

Un tipo de mediana edad atraviesa una larga y estrecha carretera de una zona no muy poblada. Conduce una furgoneta de marca popular cargada de alimento. Amanece y hace una temperatura que entra en la zona de perfección. Hay unos grados, con un nivel de humedad exacto, donde la piel vive su máximo estado de relajación y ligereza, unos pocos grados donde la piel vive su esplendor. La OMS entre otras muchas cosas, dice que la temperatura perfecta para habitar son 22 grados. Todo es leve en esa franja poco amplia de temperatura. El tipo, durante unos segundos, siente una indescifrable sensación parecida a la soledad y la felicidad. Es difícil atrapar eso que percibe o siente. A veces, pocas veces, sentimos que el tiempo va más lento o que no pasa o que el tiempo no existe, lo cual es imposible. El tiempo lo es todo, pero es una ficción o fantasía o irrealidad donde todo parece ajeno al tiempo. Curiosamente, una sensación ajena al tiempo, pero que dura poco, como mucho unos pocos minutos. La carretera está rodeada de buena vegetación, la primavera ha sido prodigiosa. ¡Qué extraño animal somos! Piensa el tipo mientras en el arcén ve un animal aplastado.  La tierra es ajena a nuestros conflictos y a nuestras fragilidades, los animales ignoran lo que sucede estos días en las noticias y en la sobreinformación en la que habitan los humanos. El coche suena raro desde hace unos días y durante unos segundos echa un humo blanquecino por delante. Frena suavemente y se detiene a un lado, sin miedo al tráfico. No existe el tráfico: ojalá no vuelva a existir, piensa mientras frena. Baja de la furgoneta, abre el capó e investiga. No ve nada raro. Se queda de pie unos segundos, como si se hubiera olvidado de sus tareas, de su trabajo, de dónde está e incluso de la angustia que esos días atraviesa el mundo. Escucha el silencio, el silencio absoluto. Luego recordará que durante ese instante no pensó en nada. Quizá aquello era el fin del mundo y eso es lo que sucede cuando todo se acaba: el sosiego final, el sosiego eterno. El Apocalipsis finalmente sólo era una inmensa quietud. Vuelve en sí o vuelve a ese momento. Cierra el capó. Arranca el coche y se pone en marcha. Aun quedan unos kilómetros para llegar a la fábrica, donde recargará para seguir llevando cajas. La ruta del alimento seguirá su extraño curso.

jueves, junio 18, 2020

Río

 El río cerca de la casa a veces suena y a veces no. Sé que eso no es así, que siempre suena, pero ese proceso invisible de selección auditiva, del que no somos conscientes y que toma decisiones ajeno a nuestras apetencias, hace que el río suene a ratos  y que otras veces no suene. Cuando abro los ojos a primera hora, lo escucho ahí, sonando como si estuviera más cerca de lo que realmente está. Desde que me instalé aquí, me levanto antes de que la luz del amanecer haya aparecido del todo. Aún hay oscuridad. Abro los ojos y escucho el río. ¿Lo escucho mientras sueño? Me quedo un rato en la cama. algunos minutos, no creo que sean muchos. ¿Por qué viví esa vida hasta decidir no seguir viviendola?¿Cómo puedes aceptar una vida que no es la tuya? También pienso en eso. En si somos o no dueños de nuestro destino: creo que esa es otra de las falsas ilusiones bajo las que vivimos. Decides algunas cosas, pero el rio pasa. ¿Decide el agua avanzar? Llegué aquí con el firme proposito de rehacer mi vida y lo cierto es que vivo algo más sosegado, pero sigo sin ser dueño de mi vida y eso es quizá lo que debo aprender: no soy dueño de mi mismo. Soy algo que transita. Llegué aquí siendo consciente que toda aquella vida previa no debía seguir intentando sostenerla y me sorprende haber creido que aquello era una vida que yo hubiera decidido. En realidad no decidimos nada, pero si cabe la posibilidad de descartar. Tampoco demasiado, no puedes descartar el sistema social bajo el que vives y eso ya lo condiciona todo. Pero, ¿cómo pude creer que aquello podía ser una forma de vida elegida? Suena el río, pero a ratos ya está dejando de sonar. Me levanto y camino por la casa. La luz entra ya con ganas en este verano nuevo. Nunca el verano había sido como este verano. Es el primer verano nuevo. Como si hubiera cambiado el orden absoluto de las cosas. Se repiten los patrones, pero todo es nuevo y no terminamos de entenderlo. Avanza el río. Amanece en este verano nuevo. Dentro de un rato sé que no lo escucharé, estaré en otra cosa, en otro tiempo. Nunca el agua es la misma.

sábado, mayo 23, 2020

Imbécil

 Los fascistas salen hoy a la calle a manifestarse en automóvil. Exigen, entre pitidos, cacerolazos y humo, su libertad. Es imposible resumirlo de otra manera y no se puede ser más conciso. Estamos en medio de una pandemia mundial, llevamos confinados ocho semanas, atravesando como generación, uno de los momentos más desconcertantes y extraños que hemos podido vivir y siete semanas después, los fascistas salen en automóvil  a exigir su libertad. Nadie podía haber previsto un futuro tan absurdo, disparatado y tan mediocre. Tú, fascista, si lees esto, tengo poco que decirte, salvo algo muy preciso: imbécil.

jueves, mayo 21, 2020

Ideas

Hay una idea sobre la música que es por la que me siento más atraído: la música es un lenguaje previo a la palabra. Las palabras son cárceles a veces. No en cuanto a comunicación, que ahí no lo es, sino en cuanto a pensamiento. El pensamiento abarca más que la palabra, llega más hondo y más lejos. Cuando haces la traslación al verbo, se van quedando cosas y en esta cantidad gigante de restos que se van perdiendo, yace parte importantísima del pensamiento. Lo que hablamos no  refleja con perfección el pensamiento. La metáfora sería, claro, la fotografía. La fotografía no es la realidad. Es otra cosa: incluso puede reflejar cosas distintas y novedosas, también ocultas y escondidas de la realidad, pero no es la realidad. La palabra es una fotografía del pensamiento. Refleja y muestra cosas, pero no muestra todo el pensamiento. La música abarca zonas que la palabra no puede abarcar y en general, creo, que abarca más, muestra más, va más allá. No es esto un desprecio por la palabra. Claro que no. Es un elogio del pensamiento y de su amplitud y de lo difícil que es abarcarlo. La idea de un cuento, de un texto o una historia , esconde otra idea. Si te nombran un libro que has leído, a tu pensamiento puede venir, de golpe y casi instantáneo la oleada absoluta que fue el proceso de leerlo, un tiempo que sumo varias horas y que sin embargo tu pensamiento atrapa en décimas de segundo, pero si tratas de hablar sobre él, el proceso se ralentiza. No recuerdas fragmentos, has olvidado personajes, el desarrollo de la trama, las hipótesis o reflexiones no las cuentas todas con precisión, sin embargo en tu pensamiento si puede estar entero, ahí, como un paisaje que observas. El creador a veces tiene un proceso similar. Hay un pensamiento, una masa repleta de cosas que trata de identificar. Empieza a traducirlo, aparecen las dificultades técnicas, el desarrollo de las cosas, los laberintos de la palabra, pero no es inmediato, de hecho, la mayoría de las veces, en el viaje, la idea o ese pensamiento agoniza, y e creador se da por vencido o acepta el resultado por puro agotamiento: no era la idea, no era el pensamiento, pero se ve incapaz de traducirlo tal cual.

miércoles, mayo 13, 2020

Los días

7:56. Me despierto más tarde que antes de todo esto. Antes sonaba el despertador y sentías el planeta entero subiendo al colchón. Ahora no suena y sin embargo preferiría que sonara. Siempre pasa así. Necesitaríamos conocer la trama entera para disfrutar cada secuencia de la vida. Sin embargo, en general, tiendes a disfrutar del pasado. 

 En la casa no entra luz. A eso de la 17:30 se adivina un cambio, por ese ventanuco que da a ese patio extraño, pero no sabemos qué hora es si no tenemos el reloj. En realidad no sabemos nada. Preferiríamos que nada de esto hubiera pasado. W está nervioso. Yo no tanto. Le escucho hablar con su familia por llamadas que me resultan caóticas e incluso molestas. Esas voces filtradas del ordenador producen un efecto parecido a la ansiedad. Son voces sin matices, como las de tu pensamiento cuando todo te preocupa. Habla mucho y se queja de todo y yo le digo que quejarse aquí encerrados no es la mejor medicina. A veces bebemos, a veces estamos un par de días sin hablarnos. Él piensa que a mi no me preocupa la situación. Pero y ¿qué puedo hacer yo aquí, W? ¿Qué podemos hacer desde aquí? Sin luz y sin sueldo Estamos gobernados por una cosa invisible. Siempre son invisibles los gobiernos, pero esta vez es microscópico y domina el planeta. Yo ya no creo en nada, le digo siempre a W, pero extrañamente no me altera. No es siquiera que haya aceptado la situación, es que no sé cómo se resuelve. No he abandonado. Hasta abandonar me parece un privilegio. Simplemente he ido aprendiendo de esta casa sin luz, de esta casa que no tiene horas. W prefiera hablar con su familia allá. Se escuchan las voces. Yo no descifro lo que van hablando. Escucho ese sonido metálico. Voces agregadas. "Si al menos hubiera futbol" es la frase que define a W. Otras veces bebemos y conspiramos. Pensamos en teorías imposibles y nos damos la razón. W habla de vídeos que le mandan al teléfono. A mi me cuesta creerlos, pero porque en realidad todo, también la casa, me parece mentira. Yo no sé cómo vamos a salir de esta. W y yo hacemos cuentas. A veces me altera, pero en ese momento crítico siempre me dice que su cuenta es mi cuenta: "o comemos los dos o pasamos hambre juntos". Otras veces me da la sensación que en pocos días estaremos de nuevo en el lío. En esos turnos infinitos. Sirviendo en las mesas a ritmo de mediofondo, pero escuchas las noticias y todo se retuerce. El gobernador invisible nos tiene arrinconados. Dicen que deja sin aire, pero a mi este sin aire también me tiene medio ahogado. El gobernador invisible deja a todos sin respiro. Y si al menos en esta casa entrara algo de luz, sabríamos qué hora es, en qué lugar del dia nos encontramos. Sin embargo parece siempre de noche y las voces metálicas en la computadora de W, parecen las voces de un sueño extraño.

martes, mayo 12, 2020

Despertares

No ha amanecido aún, se anuncia con un ligero cambio de tonalidad en la luz que entra por la ventana, pero no ha amanecido aún, técnicamente no. Hace los movimientos para levantarse y se queda sentado unos segundos en el borde de la cama. El silencio le sigue abrumando a esa hora. Lleva ya un par de años viviendo solo y sin embargo ese silencio le sigue sorprendiendo o desconcertando. Se pone de pie. Camina torpe hasta el baño y orina con desgana. Bosteza. Camina por el pasillo. Durante medio segundo piensa que los pasillos no deberían existir: son espacios robados a las casas, los pasillos nunca se habitan. Llega a la cocina y se prepara el café. Le frustra hacerse el café porque a él el café no le sale bien. No lo entiende, no es capaz de explicárselo, pero a C, usando las mismas cantidades, le quedaba mucho más sabroso. La luz ya va cambiando. Entra el ruido de un coche pasando por la calle, queda, oficialmente, inaugurado el día. Abre un libro por la pagina 126. Lee unos párrafos y nota el olor del café saliendo. Deja el libro en la mesa, saca una taza y se sirve. La rutina es la linea invisible que te hace saber que sigues vivo: la rutina es el esqueleto de la vida, piensa. Hace no tanto le dejaron de interesar las experiencias, de hecho empezó a detestar las experiencias, todo eso que el mundo de hoy recopila bajo la palabra experiencia. Los viajes, las cenas, una vida social forzada, todo aquello que nos convierte en consumidores y nos hace menos personas. Sigue leyendo, pero siente un golpe de tristeza, una tristeza que generalmente no se permite. En realidad no es tristeza, es una forma diferente de cansancio, de fatiga. Los sorbos del café, el libro abierto y el silencio son el presente, que es a lo único que tenemos acceso, lo demás es ficción y fantasía. Prefiguración o incluso paranoia. Sólo hay eso, realmente solo es eso. NO es esfuerzo por hacer desparecer lo demás, porque son mentira esas falsas y vacías filosofías de hoy en día que te intentan convencer de vivir solo en el presente: eso no se puede, eso no es verdad. Si algo nos caracteriza como especie es que nuestra cabeza vive en tres tiempos a la vez,  y el promedio de esos tres tiempos es nuestra vida. Nadie habita el presente, porque no hay manera de habitarlo, entre otras cosas, porque el presente siempre va más deprisa. La luz ya entra grandiosa. La ventana de la cocina, que mira hacia el este, deja entrar una luz imperial. Viva el día que empieza, piensa. No por optimista, que no lo es, sino porque es imposible, a veces, ser insensible a la gran belleza de despertar en el mundo cada día. La tristeza volverá ya luego, esa tristeza invisible, casi inexistente, pero constante. La tristeza de la vejez. La tristeza de saber que el tiempo, cada segundo, es menos.

martes, mayo 05, 2020

Ficción

No cabe la ficción (qué frase de mierda), pero el caso es que no cabe. Estos días me sucede algo, soy incapaz de la hipotesis o del pensamiento a futuro. No entiendo lo que pasa, no lo entiendo de verdad. No entiendo el presente. No sé si el verbo es entender. Pero además me pasa que es que tampoco me interesa entender. Leí algo sobre este momento y en una parte del texto aparecía la palabra transitar y basicamente es lo que creo que se puede hacer en este momento: transitar. Por eso creo que tampoco estoy preparado para cierta forma de ficción. No es rechazo, es que es un momento mentalmente nuevo, supongo que parecido a lo que sucede cuando estás "transitando" la ficción. Que atraviesas algo nuevo y lo vas descubriendo y quiza este momento vas descubriendo, el presente, de por sí, es ficción, porque es nuevo y no hay referencias absolutas de lo que sucede. Vas hilando los fragmentos de realidad y vas trazando algo que parezca una realidad coherente. Si en algún momento, en la vida, la realidad es coherente. Transitamos también porque hay algo satisfactorio en todo esto, nuestra forma de vida y sus ritmos se han desmontado con una sola patada. Seguimos actuando como si aquello existiera cuando en realidad ha dejado de existir y actuamos como si hubiera necesidad de que volviera, cuando se ha demostrado absolutamente innecesario. No hay necesidad, en realidad lo sabíamos, de todo aquello, pero ahora lo hemos visto. No se necesita nada de aquello e incluso sabemos que aquello era, en realidad, una ficción. Y ¿entonces esto qué es? Bueno, eso es lo que hacemos, transitarlo para descubrirlo. ¿Es una nueva ficción? No lo sabremos, quizá nunca. Pienso que hay algo de realidad. Estamos detenidos, congelados casi, por una forma de vida invisible a los ojos, curiosamente algo como la realidad. Algo que no se ve, pero que lo gobierna todo o como la ficción, que tampoco se ve. Ni siquiera microscopicamente.

martes, abril 28, 2020

Ignorancia

Ayer hicimos una leve trampa para salir. En vez de salir uno de los dos con las dos niñas, nos separamos y fuimos cada uno con una, pero por separado. Primero salieron M y P y luego salimos D y yo. En la calle D me dijo que jugaremos a encontrarlas. Hicimos una ruta no pensada, nos íbamos dejando llevar. Las dos veces que hemos salido hemos ido buscando cosas con un fin casi infantil de cerciorarnos que siguen ahí. Igual que el primer día recorrimos casi el Madrid más simbólico, ayer recorrimos cosas que marcan cierto día a día. Pasamos por el colegio, por el parque, fuimos caminando por calles donde viven algunas amigas de D. Giramos para llegar a la Plaza del Dos de Mayo. Allí D dijo: "¡Qué verde está la plaza!" Estaba muy verde y muy limpia. Fue ahí cuando al fondo, caminando ajenas a nosotros vimos a M y P. Avanzamos hacia ellas con la intención de no ser vistos. D me pidió el teléfono para hacerlas una foto y luego enseñársela en casa, peor nos acercamos en exceso y P nos descubrió. Nos saludamos de lejos, sonreímos, pero cada pareja siguió su camino al azar. D y yo llegamos a la Glorieta de Bilbao. Como hacía tantos días que no veíamos las calles y ninguna de esas zonas, tanto a D como a mi, nos sorprenden los letreros de las tiendas: "Volveremos" o "Quédate en casa" o algunos netamente informativos: "Debido a la situación actual y siguiéndooslo las recomendaciones..." Carteles ya caducos, seguramente colocados antes del estado de emergencia, en esos dos días previos en los que avanzábamos, sin saberlo del todo, hasta la quietud obligada. Es inevitable pensar en aquella normalidad o en aquella rutina o en aquellos días. Caminas por las calles y hay una especie de nostalgia de tu vida previa. Andar por las calles así tiene una forma parecida al recuerdo. Donde las cosas se evocan sin ser del todo como fueron. Hay minutos que piensas que todo aquello volverá, sin concluir si todo aquello debería volver o no, hay segundos que sientes que nada de aquella ya será nunca más igual. Sigo sin saber, sigo sin ser capacidad si quiera presuponer. Transito, transito con D por las calles. A ambos nos pasa algo parecido, caminamos casi como autómatas. Casi, porque no lo somos, porque si algo somos en esos paseos es humanos. Emocionados, confusos, extrañados, sin mucha capacidad de definir lo que vemos. Transitamos. Avanzamos por calles sin mucho orden , giramos en esquinas sin decidirlo de antemano. Ni siquiera sé si alguno de los dos decide la ruta o somos empujados por decisiones consensuadas silentemente. Transitamos como transitamos esta época. Sin saber. Obedientes a las normas, conscientes y dubitativos. Ignorantes. Si algo somos estos días es que somos ignorantes. Lo ignoramos todo: ignoramos qué es de la vida de los otros, ignoramos el destino de las cosas, ignoramos cuál es la vida que llevamos, ignoramos. Somos profundamente ignorantes y caminamos un poco así, como tratando de descifrar algo de todo eso que ignoramos. Transitamos la ignorancia.

lunes, abril 27, 2020

Paseo con D

Paseo con D: Recoletos, Cibeles, Alcalá, Sol, Preciados, Gran Vía, Fuencarral y Hortaleza. Silencio y vacío. D va callada. A ratos le pregunto qué va pensando. Una de las veces me dice algo así como: no pienso, solo miro. La noto impresionada. La ciudad parece un lugar realmente distinto. A mi se me saltan las lagrimas muchas veces. No sé muy bien por qué. Hay entre el impacto de ver la ciudad así, la emoción de pasear con D y una sensación de perplejidad: al ver la ciudad así toma fuerza una pregunta silente: ¿Qué ha pasado? ¿Qué está pasando? D mira todo con atención. No saca las manos de los bolsillos. Sospecho que es otra de las maneras de protegerse del virus. No hay peor amenaza que la que no se ve. Nos cruzamos poca gente y la que nos cruzamos va inserta en una especie de cápsula. Tratamos de ni mirarnos, quizás. Por minutos, siento un amor por la ciudad que nunca había sentido. Soy bastante desapegado de los sentimientos de pertenencia. No me siento madrileño, no sé muy bien qué me siento. No es rechazo, simplemente nunca me he sentido vinculado especialmente a la ciudad. Sospecho que tiene que ver le haber vivido en distintos sitios siendo niño. Pero en el paseo Madrid me parece mi ciudad, me siento madrileño. Que no sé muy bien qué es. Me parece hermosa la ciudad, otra cosa que tampoco me había sucedido. Hay tristeza. Hay una tristeza brutal. Tiendo a no hacerme especulaciones con el futuro, pero creo que va a ser dificilísimo hacer desaparecer esa tristeza o igual no. Cada calle, cada giro, en verdad, te recuerda la ciudad llena, pero es bonita verla así. Me siento madrileño por primera vez en mi vida, pero veo a D y sé que si tengo una patria son mis hijas. Por segundos me invade el temor de cómo será el futuro de mis hijas, cómo será el mundo en el que vivan. La incertidumbre de esto. ¿Se instalará este silencio como forma de vida? ¿Silencio como protección? Cuando vamos llegando a casa pasamos por debajo del balcón de su mejor amiga. La llamamos para que se asome. Se miran y se hacen gestos. La amiga dice una frase impactante: Mamá, quiero bajar a tocar a D. Hace un gesto con la mano desde el balcón de una sinceridad abrumadora. Necesita sentir a su amiga. Caminamos el último tramo. D ve un avión de papel en el suelo y me dice: mira, ese avión estaba ahí cuando hemos empezado el paseo. Sin embargo nos damos cuenta, de repente, que el suelo eást lleno de aviones de papel. Muy bien hechos, muy precisos. Ese trocito pequeño y estrecho de la travesía de San Mateo está repleto de aviones de papel. No hay metáforas, no hay conclusiones. No hay ni siquiera mucho que pensar. Simplemente estamos transitando. Igual, ahí sí, como metáfora de esos aviones de papel: frágiles y débiles. Transitamos esto. Gastamos nuestra hora permitida con precisión. Me doy cuenta, según abro el portal, que hemos caminado rapidísimo.

sábado, abril 25, 2020

Vigilancia

Durante mucho tiempo escribía sueños e incluso escribía sobre sueños inventados (al teclear inventados, he escrito por error invitados: sueños invitados me ha parecido un bonito hallazgo), de repente escribir sobre sueños me pareció una idiotez, como también me pasa muchas veces hablando: precisamente lo que hace una experiencia incalificable al sueño es la parte que no se atrapa verbalmente. Si yo sueño que veo una vaca en el baño la imagen es potente, pero se queda en eso, en una imagen más o menos delicada, atractiva o potente, pero lo que en el sueño ha podido hacer de esa imagen algo especial es la bruma de extraña coherencia, que solo viviendo el sueño comprendes, tiene esa imagen. Así que desde hace algún tiempo hablar o escribir de sueños me parece un acto inútil por insuficiente y porque, salvo en ocasiones muy precisas, el interlocutor difícilmente puede empatizar del todo con ello. Y si recurro al sueño es porque leo y se comenta, que los sueños en el confinamiento están siendo, en general, muy intensos, muy extraños y llenos de simbología. Yo he soñado mucho y siempre bajo una extrañeza muy intensa en el confinamiento, pero sobre todo esta semana, lo que me llama más la atención es que estoy teniendo sueños donde se ha instalado en la normalidad estados de absoluto control. En varios sueños me han enseñado videos en los que salgo yo haciendo actividades rutinarias y me ponen multas por actitudes absolutamente normales: "¿Qué hacía usted subiendo a un coche en Ponferrada este día de abril?" y todo mientras me enseñan un video donde se me ve subiendo al coche de mi viejo en un parking abierto en Ponferrada. También he soñado que vamos los cuatro a visitar a amigos y cuando entramos en las casas y empezamos a charlar aparece la policía para prohibir la reunión. 

 No estoy en modo conspirador prediciendo el mundo al que vamos, he llegado a un punto con esta pandemia en la que me cuesta vislumbrar un mínimo las diferentes posibilidades hacia las que puede ir nuestro mundo. Soy incapaz de ver cómo será la salida de este extraño acontecimiento mundial. Pero sí me llama la atención como la sensación de control y vigilancia  se ha ido colando en el subconsciente. No sé si vamos a mundo más totalitario o un mundo de caos,  no lo descarto, com tampoco descarto un mundo prácticamente idéntico al que dejamos el día que nos encerramos en casa. Empiezo a no descartar nada y me empieza a faltar imaginación para prefigurar ese mundo después de la Pandemia. Pero el encierro si lleva a tu subscosnciente a sentirse vigilado, observado. Quizá se revela silentemente o acepta, quién sabe, saberse obediente.

jueves, abril 23, 2020

Cursi

Creo que en un porcentaje altísimo de la población, el confinamiento despierta el lado más sensible, más cursi, si cabe. Echo de menos abrazar a gente. He llegado a imaginar encontrarme con amigos y abrazarlos. No un abrazo épico, no. Echo de menos el abrazo como saludo, un abrazo sin aspavientos. El abrazo de la cotidianidad, el abrazo que sustituye al choque de manos o a los dos besos. Supongo que hay gustos y preferencias para todo, pero a mi el saludo que más me gusta es ese, el abrazo sin fuerza, suave, casi inconsciente. Supongo que estos acontecimientos te llevan a esas cosas. No lo digo con moralina o como gran revelación. Si algo pasa con estas cosas es que te lleva a lo esencial. No echas de menos viajar o aventuras vibrantes. Echas de menos ir a comer con tu madre, tomarte una birra con tu hermano pasear por el retiro con tus hijas. Los días más bonitos de tus días no suceden en la vibración, suceden en la normalidad. Uno de los días más bonitos de mi vida, fue hace un par de años que un martes por la tarde me fui con mis hijas al Retiro, caminamos, hacía buenísimo y fuimos hasta La Rosaleda. Yo me senté y las miraba a cada una fantaseando a solas en el jardín. No sé muy bien que imaginaban, se escondían en esa especie de laberinto de flores, se movían sin mucho orden. Cada una iba de un lado a otro, creo que a ratos venían a decirme algo, creo que sobre los diferentes colores de las rosas. Empezó a caer la tarde y empezamos a caminar para volver a casa. Había gente patinando, ciclistas y corredores, había parejas pajareando en el césped, había grupos de gente haciendo ejercicios orientales y tipos hipertensos musculados haciendo abdominales. Si tuviera que resumir mi paso por la tierra, por la vida, diría que ese día fue un buen resumen de la vida o de lo mejor de la vida.

miércoles, abril 22, 2020

Fiesta lejana en la playa

 Como soy persona de riesgo, sólo he salido dos veces en todo el confinamiento. Las dos han sido de noche para tirar el plástico y el vidrio en los contenedores que están a dos manzanas de casa. Como tiendo a la ficción y a la fantasía y, como buen hijo de mi generación, a mirar la realidad con la perspectiva de una película post apocalíptica; los dos paseos nocturnos a reciclar se han convertido en mi experiencia excitante de la cuarentena. Me alucina ver la ciudad así. El vacío, el silencio, la quietud. Impresiona, porque ninguna de esas cosas le corresponde a la ciudad, a una ciudad tan poco quieta, tan poco silenciosa y tan poco vacía como Madrid. Las dos noches he hecho el intento de grabar y las dos veces he terminado con la sensación de que intentar grabar la ciudad así es absurdo. Básicamente porque la grabación no llama la atención. La grabación muestra una calle vacía, nada más. Algo que no es tan extraño o tan impactante. Hay miles de calles vacías en el mundo ahora mismo. Lo que impresiona es otra cosa, es la ausencia del ruido en segundo plano. El ruido que ha desaparecido es el ruido que hay de fondo en ciudades como Madrid. Anoche intenté grabar otra vez. Me desvié un par de manzanas para dar una pequeña vuelta. De camino a los contenedores, cuando iba con las bolsas cargado, había pasado un coche de policía, así que cabía la posibilidad de que durante un rato no volvieran a pasar, lo que me daba margen para desviarme dos manzanas. Saqué el teléfono e intente grabar un subjetivo de mi paseo. El vídeo es malo, claro, pero lo compartí con I, que no está viviendo el confinamiento en Madrid. I ha hecho un comentario sobre el vídeo que me ha volado la cabeza. En el video, hay un momento, que de fondo se escucha un coche pasar, eso ya da la dimensión del silencio inusual de Madrid estos días. I dice: ese coche pasando me recuerda a cuando era pequeño e iba a la casa de la abuela: ese solitario coche pasando es el ruido del Madrid de hace 40 años. Y es cierto, al leerlo, he recordado ese ruido de un coche en medio de la noche en casa de la abuela cuando éramos pequeños. De hecho era un ruido casi misterioso. Y me ha dado por pensar en la memoria sónica. Esos sonidos que son parte de nuestra biografía. No necesariamente ruidos naturales, bonitos o poéticos, pero todos tenemos un montón de sonidos que describen mejor épocas o cosas del pasado que la propia narración de aquello. Cuando vivimos en Caracas, nuestro edificio daba a un centro comercial, el ruido de los aires acondicionados era constante, nunca desaparecía, pero lejos de resultar molesto, ha terminado convirtiéndose en mi cabeza en la banda sonora de la vida en Caracas. Cuando escucho ese sonido de tubos inevitablemente viene a mi cabeza Caracas. Uno de los sonidos más marcados en mi memoria sónica viene también de Venezuela. El año que llegamos pasamos la noche vieja en un apartamento que nos dejaron en la playa. I y yo nos asomábamos mucho a una terraza desde donde se veía el mar y veíamos un club de playa que había a un lado, con una playa fascinante, de esas que te imaginas cuando escuchas la palabra Caribe. Desde ese club venía música, lejana, mezclada con un suave bullicio de fiesta mezclado con las olas del mar. Todo se mezclaba como una especie de ambiente especial , algo irreal. Supongo que potenciado porque con doce años, conocer el Caribe tiene mucho de irrealidad. Ese ambiente sonoro, esa sensación de playa caribeña, con música no fácil de descifrar, con bullicio lejano de gente se ha convertido en uno de mis favoritos en mi memoria sónica. De hecho en la mayoría de las cosas que he grabado con mi último grupo he tratado de evocar ese ruido, ese recuerdo sonoro. Lo suelo llamar "fiesta lejana en la playa".

martes, abril 21, 2020

Match point

 Hay un partido de tenis entre dos pensamientos que se mueven, creo que en muchísimas cabezas, estos días. Es un peloteo largo, en el que ambos pensamientos juegan a las líneas, un punto épico de partido de tierra batida. Uno es el primer pensamiento, el que está en la primera capa de la percepción, en lo que brota sin matices, en lo que se suele tener menos fe: el catastrofista, el histerico, el caótico: ¡estamos en el fin del mundo! El otro es el más sosegado, más pausado, y parece más maduro, más racional: la humanidad ha pasaso miles de veces por algo así: ni siquiera somos lo nuevo en esto. Simplemente en nuestro permanente aislamiento de lo real, habíamos olvidado que la vida era esto: batallar contra todo lo que habita en la tierra. Y que simplemente de esto se trataba la vida en la tierra. Y en esas dos líneas basas tu día a dia de encierro. Hay horas, muchas horas que simplemente te has adaptado a esta batalla quieta que le hacemos al virus como extraños soldados de una guerra invisible. Te sientes un soldado en ese ejercito loco: el batallón de los pijamas. Hay otras horas, distintas, en las que la incertudmbre abre su boquete y se instala en signo de interrogación en medio de tu cara, interrumpido a ratos por el de exclamación: ¡La humanidad está a punto de extinguirse! ¿Qué va a ser de nosotros?Ya ni siqueira le doy valor o trato de comprender a ninguno de los dos jugadores del partido de tenis, simplemente les veo jugar. Se pasan la pelota y yo muevo la cabeza de un lado al otro, como el juez de silla. No tengo predilección por ninguno de los jugadores: no voy por ninguno. Veo al catastrofista soltar drives cruzados y le miro. Sigo la pelota, que supongo que es el pensamiento, y veo como el otro, el pausado espera, se coloca y suelta un golpe profundo. Les dejo pelotear. No es mi función ya esperar un resultado, simplemente esperar que haya un día que diga: juego, set y partido. Y sepamos, por fin, quién ganó.

lunes, abril 20, 2020

Fragilidades

La vieja es una mujer dura, con una fortaleza mental admirable, pero como toda gente fuerte, tiene determinadas fugas, zonas de fragilidad por donde está el punto de fisura de esa fuerza. En general creo que la psicología humana tiende a ese equilibrio: zonas mentales muy robustas, descompensadas con puntos muy debilitados, frágiles. Algo como lo que sucede en todo deportista, que se quiebra en algún punto preciso porque los músculos, en algún lado, descompensan sus fuerzas y sobrecargan zonas que tienden a ceder. La vida la ha puesto en una situación peculiar para llevar esta situación. Todo el confinamiento parece casi una prueba, casi un ejercicio psicológico para enfrentar e ir debilitando su zona frágil. La vieja hace el esfuerzo y medita sobre su vida. Recurre a todos sus trucos para aguantar. Hay algo que me llama la atención de la vieja: tiende al caos y no es una persona de pensamiento muy estructurado, sin embargo, como la vida la ha llevado a situaciones psicologicamente complejas muchas veces, tiene toda una estructura trabajada para no caer en la depresión. Conoce su posibilidad de quiebre y estructura todo su pensamiento para no ceder. Porque mi madre tiene miedo a ceder, al quiebre. Supongo que todos lo tenemos, pero en mi vieja es acentuado su miedo a ceder. Cuando se sufre un proceso de encierro prolongado: confinamiento, hospitalización, enfermedad en casa, la mente te suele revelar cuál es tu deseo más honesto. No esos apetitos del capricho, sino los deseos más puros, por llamarlos de algún modo. En este encierro prolongado, por ejemplo mi hija D, ha confesado varias veces que lo que quiere hacer cuando esto termine es ir al parque de El Retiro en bicicleta. La vieja dice cada vez con más frecuencia que cuando todo esto termine quiere ir a dar un paseo por una zona de la Casa de Campo idonea para caminar. Supongo que es nuestra forma más pura y honesta de libertad o de tranquilidad o de normalidad, entiendiendo como normalidad, la cosa esencial que le da sentido a nuestra vida. Espero que no pasen muchos días hasta que D pueda ir en bicicleta al Retiro y la vieja pueda caminar sola y a buen ritmo por la Casa de Campo.

domingo, abril 19, 2020

Silencio

Hay un silencio nuevo. Parece una frase estupida, pero es absolutamente real: hay un silencio que yo no conocía. El primer dia que lo sentí (¿Escuché?) fue en la puerta de casa, me estaba costando dormir y abri la puerta. Como mi casa da al patio me sorprendió el silencio en ese momento. Qué silencio tan brutal, pensé. Un silencio que pesaba. Era un silencio, por otro lado, muy agradable. En realidad sentir el silencio (¿Escucharlo?) es siempre algo agradable. Este silencio era nuevo, porqye estaba en medio de la ciudad, donde nunca había podido sentir el silencio y sin embargo estaba en medio de la ciudad, en el centro de Madrid sintiendo el nuevo silencio. No sé si será distinto el mundo cuando todo esto se pase. Lo que si es cierto es que se habrá registrado un silencio nuevo. Una forma de silencio que no existía.

 El otro día fui de noche a llevar las bolsas de reciclaje. La distancia a los contenedores me permiten un pequeño paseo. Volví a escuchar ese silencio. Ese silencio nuevo. Pesa, pero no es un peso desagradable. Es un peso atmosférico. El peso de la gravedad. Me detuve. Saqué el teléfono para grabar un vídeo estático. El resultado fue desastroso, porque ese silencio no se graba, es imposible de registrar, de hecho es absurdo querer registralo. No pasaba nadie por la Calle Hortaleza. Al final de la calle, donde empieza la plaza vi una figura pasar. Hay tanto vacío que el paso de un cuerpo a doscientos metros te llama la atención. Iba un tipo con máscarilla, a paso muy rápido. Tuve un pensamiento de esos que saltan, que no sabes de dónde vienen o si te pertenecen del todo: "¿ y si el mundo, ese que parecía nuestro mundo, ya jamás vuelve?" También tuve un momento de esos llenos de fantasía o extraño realismo, me parecía estar recorriendo la ciudad como un escenario. Se había terminado el rodaje y ahora no quedaba nadie: actores, técnicos, producción. El escenario cuando se termina el rodaje. Como si nos hubieran estado rodando y el equipo técnico hubiera desaparecido y ahora nuestro mundo, estuviera siendo proyectado, como una película, en algun lugar lejano. Luego avancé un poco más. Llegué al portal. Pasó una mujer con un perro. Sentí el silencio de nuevo. Pesado y agradable, potente. El silencio nuevo, el silencio que no se puede grabar.

miércoles, abril 15, 2020

Miedo

No nos hará mejores la pandemia, no nos dará ninguna lección. Como mucho seguiremos igual, pero en los últimos días, que me ha invadido un pesimismos que hacía años que no sentía, tiendo a pensar que el ser humano sale tocado de esto: a peor. El ser humano sale debilitado, asustado, muy vulnerable y siendo una de las especies cuyo miedo es de los mas nocivo, tiendo a pensar, en estas dos o tres jornadas de pesimismo, que esta vulnerabilidad se instalará, y que se instalará la supervivencia del animal asustado, vulnerable. A ratos se me pasa. Me muevo en dos zonas. Un sosiego nuevo, una forma de sosiego que no conocía de mi mismo y un pesimismo que tiende a crecer. Pero todo esto no son más que elucubraciones, pensamientos de un ciudadano cualquiera en sus días de confinamiento. Lo que sí me aterra, en algo menos trascendente, pero sí más actual, es la forma deleznable en que actúa el poder mediático y político de la derecha en este país. No lo entiendo. Incluso siento un fuerte sentimiento de intransigencia y de rechazo, no sólo a ellos, sino a sus votantes. Nunca me había pasado sentir ese rechazo, esa intolerancia. De hecho me niego el sentimiento,  no quiero sentirlo, pero ahí permanece y me cuesta dominarlo. Hay momentos que pienso que no quiero convivir con esos salvajes, con esos descerebrados, con esos seres del inframundo. Durante años he tratado de entender lo que motivaba a cada votante, la opinión de cada uno. He escuchado toda mi vida opiniones que me perturbaban y hacia el ejercicio de comprender, qué había de fondo, por qué una persona pensaba eso y yo pensaba tan distinto. A veces te das cuenta que todos tenemos una distorsión en el pensamiento: confundimos ideas con emociones y los prejuicios. Nuestras ideas son algo casi amorfo, nada concreto, casi un reflejo condicionado, que no siempre entendemos. Pero estos días no puedo hacer el ejercicio. Me genera tal rechazo las cosas que oigo que ni siquiera hago el esfuerzo de entender: el rechazo, como esas ideas que todos tenemos no meditadas, me sale como un impulso. Me asusta, porque es otra forma abismal de intolerancia, pero es aterrador lo que se escucha, cómo se actúa, lo que se lee. La nausea, el asco, el horror. Todo esto parece una forma nueva de sociedad. Tendemos hablar de fascismos, y no me cabe duda de que comparten formas muy similares, pero esto es nuevo, esto es una forma más desquiciada de sentimiento colectivo. Es el odio como respuesta. Pero una forma de odio nueva. Un odio menos obvio, incluso menos visiblemente violento, pero más profundo. Un odio que junta el odio histórico con una forma de odio que no se sabe aún muy bien de dónde sale. Un odio que les hace sentirse orgullosos y que arrasa. Y con ellos, rodeado de ellos, estaremos cuando empecemos a entrar en el mundo nuevo y desconcertante que se abre ante nosotros. Con ellos hay que construir. Y hay un sentimiento de rechazo muy profundo en mí: no quiero convivir con ellos. Me dan miedo.

martes, abril 14, 2020

Francesco

 Como somos varias generaciones educadas en la imagen y en ese discurso hegemónico de cierta imagen, tendíamos a ver el hecho histórico como algo cargado de épica, acompañado de músicas agitadas y situaciones de altísima tensión. Hay algo de humor en esto, pero también algo de certeza. Y de repente el momento histórico que nos toca vivir es encerrados en casa. Sin agitaciones, sin cambios de plano cada medio segundo y solamente con una masa de incertidumbre delante difícil de asimilar. Estamos quietos, para generaciones en las que estar quieto es el acto más complejo y mas inalcanzable: no sabemos estar quietos, no sabemos no hacer nada. Consumimos tantas cosas que hasta nos consumimos a nosotros mismos. No vivimos, consumimos nuestra vida. La llenamos de experiencias que consumimos. Consumimos viajes, consumimos deportes, consumimos festivales, consumimos relaciones. Y de repente nuestro momento histórico es una situación en la que consumir no tiene sentido. Compramos la comida, dejamos pasar las horas y sumamos dias mientras miramos números de la curva de contagio como si nos fuera a revelar algo. El momento histórico que nos ha tocado vivir es inexplicable. Nos aísla y durante horas: no pasa nada. Lo que pasa viene de fuera, de lejos, lo leemos en mensajes o en noticas que chequeamos en redes sociales, pero si no has sufrido la enfermedad, lo que sucede no se ve, porque en tu casa solo sucede lo tuyo, y sin embargo no entiendes nada. Estamos aislados unos de otros y sin embargo nunca hemos sido tan conscientes de ser animales sociales, de ser colectivo. Estamos aislados, gestionando la incertidumbre y sin saber qué va a ser de nuestra forma de vida más esencial: nuestra trabajo, nuestras casas, nuestras rutinas. De repente somos conscientes de algo que sospechábamos, pero a lo que no queríamos dar demasiada importancia, muchos de nuestros trabajos son prescindibles e incluso, cuando nos ponemos bíblicos, incluso intuimos o pensamos que como especie también. Somos prescindibles.

 Este confinamiento tiene algo de existencialismo básico: no somos nada. Y sin embargo sabemos que nos gusta vivir. Escribo aquí, para dejarme constancia, la anécdota que mejor define lo que nos está pasando. En la vida normal, en la vida rutinaria, cada día llevo a mis hijas al colegio, a menudo lo hacemos los cuatro. Vamos toda la familia hasta el colegio. Hacemos el camino despistados, las niñas aún arrastran sueño y vamos pensando en la jornada. Con frecuencia nos cruzamos con un tipo de aspecto peculiar: Francesco. A mitad de camino ( al colegio habrá unos 350 metros desde casa) vemos muchos días a Francesco salir de su portal: su abrigo antiguo, sus pantalones estrechos, sus botas de vaquero, su pelo indescriptible. Francesco es poco expresivo, pero siempre nos saluda. Francesco sin saberlo, quizá nosotros ni siquiera lo sospechábamos hasta ahora, era parte señalada de nuestra rutina, de nuestra vida regular. El otro día, D se quejó. No dejan salir a los niños y llevan más de un mes sin pisar la calle, sin ver espacios abiertos. Estaba algo cansada: sólo pedía dar una vuelta. Sus palabras fueron muy precisas y definen muy bien lo que nos pasa en este momento histórico: "solo quiero dar una vuelta, ver a la gente aunque sea desde los balcones o cruzarme con Francesco y darle los buenos días. Echo de menos cruzarme con Francesco"

domingo, abril 12, 2020

Ser vivo

Todo ser vivo se enfrenta permanentemente al peligro. Mantener la vida es un ejercicio de verdadero esfuerzo. Quizá cabe el termino bélico: vivir es una batalla. Que lo hayamos olvidado, que con frecuencia nos olvidemos de ello como seres vivos, nos demuestra, que con frecuencia perdemos nuestra esencia. ¡Qué especie tan rara somos! Porque la esencia de todo ser vivo es luchar por mantener la vida. Vivir es ganarle tiempo a la muerte. Vivir es una guerra en la que te sabes de antemano derrotado. En tiempos de Pandemia, de confinamiento, nos surgen las dudas: ¿Qué ha pasado con nuestro mundo? ¿Qué ha pasado con nuestra forma de vida? Tiendo a pensar que no hay una forma de vida como tal, que no hay sistema, que asumimos ese desorden raro como una forma de orden para que vivir no sea tan complejo, no nos resulte tan abrumadoramente deshilachado. Hemos llegado a este punto por una acumulación  desorbitada de errores y porque con frecuencia no comprendemos nada. Es difícil comprender lo real si vives ajeno al motor principal de lo real, luchar por permanecer vivo. ¿Cómo es posible que una forma de vida se venga abajo por parar tan sólo dos semanas? ¿Cómo es posible que este orden no soporte detenerse un mes? ¿Quizá porque no hay sistema o el sistema es otra cosa de lo que creemos que es? Somos millones de seres vivos, que para defendernos, nos hemos tenido que encerrar aislados. Hay quien usa estos días de caos de ideas la analogía con las cuevas: ¡hemos vuelto a la cueva! dicen. Yo creo que no. No hemos vuelto a las cuevas, nos hemos encerrado en casas. No se parece en nada. No valen las metáforas ni las comparaciones. Es tiempo de ver lo real: estamos encerrados en casas, en ciudades paradas, con la producción mundial detenida. No hemos vuelto a la cueva. No vale la metáfora. Estamos luchando como seres vivos, como todo ser vivo lucha por permanecer vivo. Y si hay una metáfora, creo que a i la única que me vale, es que por primera vez, casi todos, a la vez, somos una tribu. Una tribu extraña, incomprensible y loca, deshilachada, esparcida por todo el planeta, pero una tribu confinada. Como los rebaños, como las bandadas de pájaros. Seres de la misma especie intentando sobrevivir colectivamente. No voy a la fraternidad o la solidaridad o el sentimiento de unión entre nosotros, voy a que por primera vez somos tribu porque nos defendemos en común, como seres vivos, del peligro. Nos protegemos como especie, algo que no sabemos hacer bien, porque en ese desorden que es nuestra forma de vida, con frecuencia olvidamos que de eso se trata: de permanecer vivos.

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