miércoles, julio 01, 2020

Humo

 Sacó un cigarrillo del paquete que tenía escondido debajo del asiento del coche. Activó el mechero y esperó a que saltara. Bajó la ventanilla y comenzó a fumar mientras avanzaba por esa carretera costrosa. Había boquetes del tamaño de un cráter. Hacía una temperatura agradable y la brisa entraba sosegada por la ventanilla y movía el humo del cigarrillo. No sabía muy bien el camino.Tenía unas indicaciones anotadas en un papel. Esa zona de la región es menos árida y comienza a parecerse más a la región vecina, popular por su vegetación. Zona de transición entre paisajes. La tierra es roja, pero el verde se va mostrando cada vez más exuberante. Pasa por dos pueblo pequeños. En el primero, unos niños juegan con un balón penaltis, hay un perro caminando con desgana y una mujer lleva una cesta con verduras. Las casas son muy humildes, no hay, salvo el breve tramo de carretera que atraviesa, nada asfaltado. En el segundo no hay nadie y le parece extraño que a es ahora todo el mundo esté metido en su casa. La luz de esa hora en el país es hermosa. Los atardeceres son pulcros. Una vez pasado el segundo pueblo sigue avanzando algunos kilómetros por esa carretera terrible. Cada poco más de 100 metros hay que evitar algún socavón. Piensa en el tabaco, se encendería otro. Durante años, durante varias décadas incluso, ha encendido muchas veces un cigarro con el final del otro, pero siente que ya no resiste igual. La capacidad pulmonar se ha reducido a niveles grotescos. De repente ve aparecer el pueblo. Está llegando. Detiene el auto al lado de una tienda de abastos, pregunta por Doña Lucía a una mujer que parece enfadada. Es una mujer joven, hermosa y triste. Le mira con desgana y le indica como llegar. Avanza andando. Para él, caminar 200 metros, se parece a competir en la maratón de Nueva York: un esfuerzo extenuante. Llega a una casa azul. Toca una puerta que parece que se va a caer. Para esto, sería mejor no tener puerta, piensa. Abre una mujer muy mayor, parece no mirarle, o le mira desubicada. No sabe porque mira así, como sin mirar, hasta que descubre, y se siente culpable por ello, que la mujer es ciega. La mujer dice su nombre, habían hablado por teléfono: Llega tarde, le dice a modo de reproche, pero como si no le importara demasiado. El saluda sabiendo de antemano que no será contestado. Le invita a pasar, le dice que se siente en una butaca que hay debajo de una lampara de tela con forma de pulpo o de animal acuático mitológico. Se sienta, mira a los lados, le sorprende la poca luz exterior que tiene la casa. La mujer desaparece y durante unos minutos largos, no se escucha nada. De repente siente miedo y se arrepiente de haber ido hasta ahí. La desesperación y la desesperanza, que no siempre conjugan bien, nos llevan a caminos confusos y ese momento, esa ruta, estar ahí es, sin duda, un camino confuso al que ha llegado empujado por su desesperanza y desesperación. La mujer vuelve con un bote metálico algo oxidado en la mano. Se sienta en una silla de plástico frente a él y le pregunta algo que él no entiende. No se atreve a pedirle que repita la pregunta. Durante segundos se siente abrumado, siente ganas de levantarse y salir de ahí, pero por otro lado se siente bloqueado, incapaz de levantarse o de enfrentarse al violento acto de escapar. La mujer no espera respuesta, agita las manos suavemente y de repente cambia de gesto. Todo viene de tu padre, le dice. Todo está en tu padre, repite. La mujer emite un sonido raro. Todo falla en la linea paternal, continúa.

- El desorden está ahí. Nada diferente, siempre es así. El problema del mundo viene de ahí. Ustedes los hombre son el fallo. Están mal hechos. Todo viene de ahí. En tu caso, obviamente, también. Tu padre no puede pasar. Tienes que ayudarle a pasar.

.- ¿A pasar dónde?

- A pasar, a seguir. Imagínate que te has quedado eterno en un instante. Hay muchos que se quedan ahí. Atemorizados. En una zona de no conexión. Imagínate que te quedas eternamente en las siete y cuatro de la tarde, como ahora, con esta luz.

.- Tampoco me importaría- contesta él con cierto cinismo.

.- Tu padre se ha quedado ahí. Si no le ayudas a pasar, estás condenado a repetir su mismo camino- la mujer habla como si no le escuchara. Como si no estuviera.

.- Poco puedo hacer por mi padre ya. Mi padre se murió hace demasiados años.

.- Las relaciones siguen, por más que uno de los dos muera. Tu sigues relacionándote con tu padre, de hecho la relación sigue, ha cambiado. No se parece en nada a cuando murió.

 Él ha ido perdiendo el interés. Todo esto, de repente, le parece innecesario, una pérdida de tiempo, se siente ridículo. La mujer entonces se pone de pie. Se va. Tarda. Él se pone de pie, dispuesto a irse de ahí. La mujer aparece, se queda en la puerta, a unos cinco o seis metros de él.

.- Es difícil contigo. Eres extranjero e incrédulo. No puedo ayudarte. No entiendes. Transita el poco tiempo que te queda. Morirás joven. No dejes de fumar, eso tampoco te salvará y al menos eso lo disfrutarás. Es lo único que disfrutas en la vida. No vuelvas aquí. Tampoco al pueblo.

 La mujer se da la vuelta y desaparece. El siente miedo, está profundamente aterrorizado. En ese instante, intenta recordar la car de su padre que cada vez más le cuesta reconstruir con facilidad. Hay rasgos que ya no aparecen cuando recuerda. Zonas de la cara que ya no se dibujan en el recuerdo. Sale de ahí, el día muere, la tarde cae y se han encendido dos farolas tristes en ese alumbrado publico escualido. Unos tipos le miran desde la cada de enfrente, uno de ellos fuma, pero no parece tabaco. Un joven hace piruetas con una bicicleta. Parece hábil. Se siente extranjero de nuevo. Siempre se siente extranjero en ese país, pero en ese momento se siente extranjero en el mundo, en la galaxia, en el cosmos. Se siente el extranjero total. Durante unos diez segundos piensa que ese es el día de su muerte, pero en seguida lo olvida. Va hasta el coche. Coge un cigarrillo y fuma. Que más da, piensa. Yo también sé que voy a morir joven.

No hay comentarios.:

Mi lista de blogs

Afuera