viernes, julio 17, 2020

Camino de la ermita

No sé de dónde salió aquel perro. Apareció de golpe en medio de ese camino empedrado. Vino a por mí y sentí un terror desbordado. Grité, como si fuera una persona y pudiera entender mi gritó, de hecho creo que lo comprendió, y me puse en posición de boxeo. Yo, que seguramente sea el peor púgil del mundo, pero el miedo hace poner buenas posturas hasta al tipo más torpe para el combate. El perro saltó, vi su rostro en primer plano, vi esa dentadura salvaje y pensé que ahí se acababa todo, pero el perro seguramente estaba más aterrado que yo, lo que no era fácil. ¿Cuánto miedo había ahí, en ese instante primitivo? El perro avanzaba y retrocedía y ladraba sin demasiado control. Yo decía frases disonantes, con poco sentido y me mantenía en esas posiciones de combate que aún hoy no sé de dónde sacaba. Al rato, seguramente fueron pocos segundos, pero yo percibí como medio siglo, apareció un tipo de detrás de unos matorrales, algo agitado, con carrera torpe y llamando al perro por su nombre. Me miró, con cara de susto pidió perdón y le puso la correa a Santos, que así se llamaba el perro. Me quedé quieto, miré al hombre y no supe qué hacer. Me justifiqué en mi desmedida reacción y dije: "les tengo miedo desde pequeño", al tipo pareció darle igual. Me da rabia tenerle miedo a los perros, de mis grandes debilidades, el miedo a los perros es el que más rechazo de mis miedos. No lo comprendo. Comprendo otros miedos o los acepto, mi miedo a los perros me da rabia porque los perros en general me caen bien. No sé si vale lo de "caer bien", pero en mi miedo a los perros el fallo está en mi y no lo entiendo. Tengo una fobia atroz a las ratas, pero ese miedo, esa fobia la entiendo, puede estar justificada, las ratas son lucifer en forma de roedor. El tipo se dio vuelta y se fue por otro camino, yo me puse en marcha de nuevo y respiré. Seguí camino adelante, porque mi idea era llegar corriendo a una ermita que había en medio de la montaña. Olía a tierra seca y se levantaba de nuevo el viento de levante, aunque no se anunciaba duro, parecía un ensayo de algo que sería más fuerte algunos días más tarde. Avancé trotando y más adelante me encontré con un caballo. Estaba quieto, mirando hacia arriba. La postura me pareció rara. Pasé de lado, nos miramos como si nos miráramos desde lugares no mezclados. Entonces empecé a correr. Corrí a buen ritmo hasta que llegué a la ermita. Entré. Esa ermita es un lugar hermoso, era la segunda vez que iba. Saqué mi teléfono para hacer fotos del lugar abandonado y que se ha ido tratando de mantener o restaurar con pocas ayudas de la junta autonómica, pero que no parece arrancar una. El lugar está medio abandonado, poco cuidado y desgraciadamente tiene algunos grafitis torpes y molestos. Fotografié unas ventanas, unas plantas que emergen desde algunas paredes, la luz entrado por unos agujeros. Una vez hechas esas fotografías que no sabía muy porque las hacía, decidí salir, al girar en lo que debía ser una especie de capilla volví a ver a Santos, está vez me asusté menos. Santos me miró con despreció, esta vez el miedo, el susto me lo dio su dueño. Venía hacia a mi. Sin nervio, sin prisa, pero según le vi, super que venía hacia mi. Fue así como empezó todo.

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