martes, agosto 18, 2020

El tiempo de la caída

 Uno se puede caer de muchas formas. Hay dos caídas básicas: el tropiezo y el resbalón. Lo demás, con sus excepciones, son variaciones de esas dos grandes corrientes. Pero no es del origen de lo que quiero hablar aquí, no es del motivo de la caída, sino de la velocidad en la que se cae. Porque, por alguna razón que está por estudiarse, la caída tiene su propio tiempo y, si cabe, su propio espacio. Uno no cae, jamás, a la misma velocidad que la vez anterior que cayó. Uno puede caer, lento, lentísimo o rápido, muy rápido. Hay caídas que se prolongan en el tiempo, vas cayendo un buen rato. Siempre, claro, dentro de unos parámetros de bastante instantaneidad. Hay caídas que parecen durar más de un segundo y hay caídas que duran milésimas. El resultado o las consecuencias de la caída, no necesariamente van ligadas a la velocidad. Puedes caer muy rápido y terminar escayolado o puedes caer lento y terminar con esguince de tobillo. La velocidad, en la caída, no tiene o no parece, de momento (está por estudiarse), mucha influencia en lo aparatoso o lo lesivo de la caída. Pero si escribo este texto sobre la velocidad de las caídas no es tanto por analizar las lentas o las veloces o sus posibles resultados; si escribo sobre la indescifrable velocidad de la caída es porque hay un tipo de caída que es incomprensible o especialmente enigmática. Hay una caída, y estoy seguro que casi todos la hemos experimentado, en la que le tiempo no existe, en la que hay una fractura en la línea temporal. Es una caída sorprendente. Es la caída sin caída o de la que no eres consciente o no sabemos si sucede, el acto de ir cayendo. Es la caída que sucede cuando ya has caído. Es la caída que cuando cobras conciencia, estás en el suelo. Recuerdas ese microsegundo en el que resbalaste o pisaste algo inestable o ni siquiera lo recuerdas, pero de repente y sin transición, estás desparramado en el suelo. Generalmente has caído hacia adelante, pero también sucede hacia detrás. No caes, estás caído. No hay tiempo o cabe la posibilidad, que en esa caída haya la forma más parecida que podamos experimentar, de viaje en el tiempo. A veces ni siquiera recuerdas el tropiezo o resbalón, simplemente te ves ahí, estúpido, en el suelo pensando: "Joder, me he caído" Ese joder, esa sorpresa, es la sorpresa del que se deslumbra con el vacío temporal, del que, inconscientemente, sospecha del salto temporal, de la desaparición de la secuencia en el espacio/tiempo. No hay línea. Esa caída es la posibilidad, casi cierta, de que a veces, torpemente, accidentalmente, viajamos en el tiempo. Así que, a su manera, ese patinazo o ese tropezón, son la forma más sofisticada, la forma más evolucionada que tenemos de viajar. 

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