jueves, agosto 27, 2020

Mientras esperas por los otros

 Este texto podría ser un ajuste de cuentas, cambiar nombres de personas, alterar las descripciones de los lugares donde todo ocurrió realmente y finalmente, provocarle a esa persona real un final vengativo en esta ficción. Podría usar todo aquello y alterarlo para hacerle daño y producirle dolor. No sería difícil y posiblemente sería gratificante, porque la literatura y la ficción, a veces, la mayoría de las veces, parecen ser realidades que suceden en otros planos, quizá en otros mundos paralelos a este. Podría narrar todo aquello y llegar a un punto donde se podría alterar el final, si en algún momento llegó a haber un final. Porque los textos concluyen, pero la vida, de momento, continúa. Podría cambiar el nombre de Pablo (seguramente ahora mismo ya ha sido cambiado su nombre), podría cambiar su descripción, quizá tiene algo menos de pelo o más, quizá el mismo: eso, tú, ya no lo puedes saber, amable lector. Quizá sus ojos son azules, en vez de verdes o quizá en esa confusión ya no sabemos qué pertenece al Pablo real (que ya sabemos que no se llama Pablo, o quizá sí) y qué es de nuestro Pablo ficcionado. Y Pablo, con su altura distinta, con sus rasgos alterados, sale del metro, pero en vez de en la estación de Casa de Campo, se baja en Lago y yo, que no voy a alterar mis rasgos, voy a permanecer intacta en esta ficción, le veo venir. Viene tarde Pablo, muy tarde, se ha retrasado, de nuevo, demasiado. Y aquí comienza la alteración de lo sucedido. Yo ya no vuelvo a mirar la hora, esta vez no la miro, Pablo viene caminando algo más agitado de lo que caminó en aquella realidad que estamos alterando. Se acerca cada vez más, yo esta vez no estoy disgustada, estoy tranquila, manejando la indignación con habildiad. Pablo hace un gesto de saludo desde lejos (creo recordar que en aquella realidad también lo hizo, quizá con menos énfasis) Ese gesto lejano y amable que hacen los impuntuales para ir justificando su brutal retraso. Esta vez yo no sonrío como quitándole importancia al retraso, como siempre hago para evitar hacerle sentir culpable; esta vez no temo el conflicto, al contrario, lo busco. Ya está casi a mi lado y se escucha el principio de esa frase tantas veces usada, el principio  de una frase que justifica la tardanza:"Disculpa, pero justo al salir..." Esta vez le interrumpo, no le dejo terminar. Le enseño el reloj, le marco la hora y le digo que son casi tres cuartos de hora de retraso, me mira sorprendido, desacostumbrado como está,  a que yo acepte su impuntualidad:

.- Pablo, coño e´ tu madre. Pablo mal nacido. Pablo hijo de mil perras. Te dije la ultima vez que si volvías a llegar tarde, era el fin, tu fin, el fin de todo esto.

Es por eso, señor Juez, que maté a Pablo, déjeme acabar, por favor, esta ficción. No podrá condenarme a años de carcel, porque esto no es más que un ajuste de cuentas ficticio, esto no sucedió, esto está sucediendo en mi cabeza no más, mientras le veo venir, como siempre, con retraso, haciendo ese gesto lejano de saludo y aquí termina el texto y nos fuimos a tomar algo y yo olvidé la hora.

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