miércoles, abril 12, 2023

Tarde en el parque

  A los primeros días de abril no le corresponde este calor y nuestra reacción es contradictoria, porque nos movemos entre la excitación de los días de sol y la angustia por pensar que estamos viviendo un mundo que se va al carajo. No ha llovido hace varias semanas y el pronostico es que siga sin hacerlo. Sin embargo, el día es esplendoroso: camisetas de manga corta, bermudas y bicicletas es el plan que nos proponemos mi hija Paula y yo a media tarde del lunes. Inflamos las ruedas, las dejamos a punto y bajamos por las escaleras del edificio con una misión: pedelear sin mayor propósito. Pasear en bicicleta tiene algo hermoso: viajas despacio, pero te aparte del ritmo de la realidad. Mi hija Paula y yo somos disciplinados en nuestros paseos, yo me mantengo vigilante en las zonas de transito y ella me sigue a rueda, confiada en que su padre no la meterá en peligros. Una vez que atravesamos calles con tráfico, la tensión disminuye. Llegamos a El Retiro y sentimos el sosiego de enfrentar la parte amable de nuestro viaje. El parque está vivo, la gente entra y sale por la puerta principal, donde confluyen parejas, deportistas, vendedores ambulantes y esos tipos que ofrecen paseos en bicicletas o carritos que se pedalean a turistas divertidos. Cuando entramos  solemos girar hacia la derecha: no solemos establecer una ruta previa, simplemente recorremos los caminos del parque empujados por el placer o la curiosidad. En principio la ruta, sigue los caminos aleatoriamente y nos lleva hasta el paseo de las estatuas, todas las zonas de césped están con parejas abrazadas, lectores solitarios, músicos amateurs ensayando y personajes variopintos desperdigados por la hierba. Algunos aprovechan sombras de árboles hermosos, otros lanzan la frente al sol, la mayoría ha traído alguna tela de cualquier tipo para extenderla en el césped y sentarse. Se forman así pequeños campamentos. 

El Retiro es nuestro lugar favorito de la ciudad, por mas que vamos, siempre nos parece descubrir un rincón nuevo, algo que desconocíamos de las visitas anteriores, y mientras padaleo  (ahora yo detrás de Paula), pienso que El Retiro es la ilusión de un mundo utópico hecho realidad: el parque solo te devuelve imágenes de paz o calma o ligera alegría o desparpajo o fogosos besos o ensayos corales o ajedrecistas que no se citan, pero que se encuentran muchas tardes en ese rincón formidable de las mesas de ajedrez. Durante el paseo pienso que igual que hay lugares que ofrecen la imagen más despiadada y cruel del ser humano o lugares que aborrezco, como los grandes centros comerciales, El Retiro me devuelve una especie de imagen idílica del mundo. En El Retiro no se consume, el placer es estar. Hay esquinas donde se compran refrescos o chuchería y kioskos para tomar algo a precio desorbitado, pero la mayoría estamos en El Retiro para estar, por el puro placer de pasear o sentarte ahí. En el parque se recupera la esencia humana. Corredores de ritmo alto, corredores que Buscan bajar unos kilos antes del verano, ciclistas despistados, grupos de edades diversas haciendo Yoga, un coro de mujeres practicando una pieza a cuatro voces que les sale casi perfecta, un trompetista de técnica elevada tocando una pieza que desconozco, pero que resulta hipnótica entre los árboles. Hay, bajo un árbol, una chica tumbada en el suelo, sobre hierba, escribiendo algo en un cuaderno: ficciono, mientras la veo, que escribe una ficción. Que ahí se está creando un texto. En un banco un tipo serio lee una novela que no conozco, está concentrado, ajeno, en ese instante, a todo lo que sucede en el parque. Está en ese párrafo, en uan descripción, en medio de una narración que quizá suceda en otro parque, ¿quién sabe si lo que lee no sucede también aquí? Lee en el Retiro una historia que sucede en El Retiro. Paula mira también con atención las breves situaciones que nos va entregando el parque. De vez en cuando compartimos alguna frase, pero en general, pedaleamos, con una cadencia agradable, observando el parque. 

 En cierta manera El Parque es un viaje. Observamos un universo que a veces parece autocompletarse solo. Como si todo lo que sucediera en el mundo estuviera sucediendo ahí. Hay un momento que pienso que eso podría ser una novela o una de esas series de hoy en día: recorrer el paseo y detenerte en la historia de cada uno de los que nos vamos cruzando: esa pareja abrazada con aire de melancolía, ¿Por qué callan y están lánguidos, meditabundos? ¿Uno de ellos se va a otra ciudad dentro de poco? ¿ Se están reconciliando sabiendo que la reconciliación ya es imposible? ¿Están exhaustos de besos y frases excesivas y están descansando de la euforia? Más adelante esa señora que le habla a una planta y se calla cuando nos ve acercarnos ¿Quién es? ¿Qué le dice a la planta? Todas esas vidas cruzadas, extendidas por el parque, en esa tarde poderosamente primaveral que evoca ya casi el próximo verano. Sigo pensando en eso: también en los árboles. Pienso en los diferentes parques que hay dentro del parque. Miro a Paula y me parece que  fuéramos dos astronautas atravesando universos. Porque, en cierta manera, pasear por El Retiro, claro, tiene mucho de viaje universal. 

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