jueves, febrero 11, 2021

La canción favorita

 - Suba, suba el volumen, por favor. Súbalo. Sin ninguna duda, esa es mi canción favorita. Creo que nos sucede a muchos con este duo. Nos marcó a muchos, quizá, porque es la música de mi época, significa muchas cosas, pero también por esas armonías. Son tan pertinentes. Este duo siempre es pertinente, apropiado, pacífico, amable. Es amable y emotivo, claro, pero hay algo más. Quizá de la posibilidad de un mundo mejor, ¿no cree? ¿Le gustan a usted? Es un duo formidable. Único. Utópico. Yo creo que era imposible que se llevaran bien, creo que tiene explicación que no se llevaran bien. Creo que hay un acuerdo inconsciente de dejar toda la belleza del mundo en esas melodías. Yo creo que se llevaban mal para cantar a La Paz dentro de esas canciones. Nos odiamos, pero aquí construimos La Paz. ¿Me entiende? Las canciones son la posibilidad de un mundo mejor, bueno. Ellos mismos así lo certifican. Una vez que entraban sus egos todo aquello se dinamitaba, el afuera de esas canciones era el mundo, el interior era la idea, la posibilidad de un mundo de armonía. Los dos son inmensos, pero ciertamente siento debilidad por Garfunkel. Garfunkel es un maestro haciendo segundas voces. Simon es un músico soberbio. ¡Qué influyente! ¿verdad? Sin embargo Garfunkel tiene esa cosa indescifrable. Es un músico atípico. ¿Sabe que cruzó buena parte de su país caminando? Me gustaría charlar con Garfunkel. Ahí parado en el escenario, como ajeno a lo que sucedía. Quizá Garfunkel no fuera real. Quizá no existe Garfunkel, quizá es la proyección de una idea colectiva, común. Quizá imaginamos a Garfunkel como imaginamos un mundo mejor, más justo. Ciertamente sabemos poco de Garfunkel. ¡Oh! Ya se ha acabado y yo la he chafado hablando tanto. Discúlpeme. Para mi es importante esa canción. Ha sonado en momentos importantes de mi vida. Ya sabe... la primera novia, momentos hermosos. Y aún hoy, tanto tiempo después, me sigue conmoviendo. ¿Cuántas veces escuchamos nuestra canción favorita? ¿Cuantas veces habrá escuchado usted su canción favorita? ¿y yo esta? Quien sabe. 100, 200 ó 1000. Eso son números, pero a nosotros nos conmueve otra cosa no numerable, ¿verdad? Dígame, ¿cuál es su canción favorita?

.- Perdone, ¿le dejo ya por aquí? ¿En esta esquina?

.-Sí, ahí. Donde el paso de cebra.

.- No sabría decirle. Me gustan muchas. Los gustos son indescifrables. No siempre es la misma mi canción favorita. Va cambiando. Creo, incluso, que va cambiando todos lo días. Quizá varias veces en el mismo día.

.- ¿Puedo pagarle con cincuenta?


.- Sí. ¿Sabe? Hay algo que pienso con las canciones favoritas: no las escogemos, no decidimos cuál es nuestra canción favorita. A veces, incluso, pienso, que son ellas, nuestras canciones favoritas, las que nos escogen a nosotros. 

miércoles, febrero 10, 2021

La bala

 Soñé que me disparaban. Estaba de vacaciones en un pueblo de paisaje árido, muy caluroso. Unos tipos, sin saberse porqué, comienzan a disparar con armas muy evolucionadas contra todos los habitantes de ese lejano pueblo. La gente corre y grita. La sensación de pánico es demencial. Me dan de lleno y caigo sobre la arena. Despierto de golpe y durante unos segundos, el despertar, este lado de lo real, me parece el más allá. He muerto en algún lugar y despierto siendo yo, aquí, ahora. No asumo el sueño, asumo dos realidades y en una he sido asesinado en un tiroteo bestial. Aún siento, en la parte alta del abdomen, el tiro que me ha hecho despertar aquí. He muerto y he despertado a la vez. Allí ya no existo, aquí despierto, pero no lo asumo como un despertar, lo asumo como un pasar a otro "allá". Recuerdo mi vida, mis hijas, mi trabajo, mi casa, recuerdo mis recuerdos y todo, durante segundos, me parece inventado. Se suceden miles de pensamientos, se amontonan recuerdos. Fuera llueve, es una madrugada de enero. Mi vida, esta vida, desde donde escribo esto, de repente, me parece un invento o algo nuevo, creado de golpe. Durante esos segundos, para mi, lo real, es aquel pueblo donde he sido asesinado bajo un calor terrible. El abdomen me duele, he notado como traspasaba la bala los musculos. Es un dolor nuevo, nunca había escuchado o leido como es el dolor de una bala, y de repente lo noto: escuece. Miro a mi esposa, está dormida, pienso si quizá, ella ahora, también esta allí, en aquel pueblo temible. Pero no, su rostro parece relajado, sus cara no muestra musculos tensos. No sé porque he soñado eso: no he vivido, por fortuna, escenas de ese tipo en mi vida. El que las ha vivido, sospecho, es el de allí, el soñado. Me pongo en pié. Entonces mi casa ya es mi casa y todo lo del sueño ya lo asumo como sueño. Camino hasta la cocina para beber agua y bajar las pulsaciones. En el dolor en el abdomen sigue, no cesa, sigue escociendo la bala. Aún, cada pocos segundos, vuelve el pánico, las carreras desquiaciadas por las calles de ese pueblo lejano, seguramente inexistente. Durante unos segundos pienso en revisar al dia siguiente con esmero las noticias tanto nacionales e internacionales, descubrir si he conectado en sueños con una realidad del mundo. No creo en esas cosas, pero aún pienso bajo la agitación. Bebo agua. Vuelvo a la cama. Tardo en quedarme dormido: no quiero volver allí, no quiero volver a ser el otro, desparramado en el suelo de arena en aquel pueblo caluroso y lejano.

martes, febrero 09, 2021

Los rostros difusos

A las 6:50 se despertaba. Le gustaba tomar esos 10 minutos de delantera a la vida. Una ventaja, pensaba, que le daba un margen extraordinario en el día a día. Quizá era así, o no. Nunca sabemos si las decisiones que tomamos son del todo las correctas o no. Puedes proyectar o presuponer un presente distinto de haber tomado otras decisiones y otros hábitos, pero ¿quién puede descifrarlo? A las 6:55 solía estar tomando café. En general, a esa hora, como en muchos otros momentos del día, pensaba en la posibildiad de tener otro tipo de piel. No de color o de rugosidad, sino de textura. Una piel de corteza de árbol, o del tacto de la hierba. Una piel que no fuera la piel humana. Una piel distinta. Y mientras sorbía el café pensaba en esa posibilidad abstracta, extraña. En ese rato del café imaginaba otras pieles para su piel. Una piel como el tacto de los pétalos de un flor, una piel de llanta, una piel de otro animal, unos poros distintos, unos poros como medusas, modulables. Entonces miraba el reloj y comprendia que el día se hacía fuerte y comenzaba a vestirse. Salía rápido, miraba por última vez a la niña en la cama y salía a la calle. El camino hasta el tren era largo. Atravesaba la calle ancha, donde las naves de neumáticos y avanzaba pensando en el dinero. Iba haciendo cuentas, restando mucho y sumando poco. Al cruzar por la pasarela de la autovía predecía cuanto iba a durar el trayecto en tren según la cantidad de tráfico. A veces se quedaba con ganas de escupir, como último acto vivo de la infancia. Desde la pasarela a la estación el trayecto ya lo hacía en calles más pobladas, aquello le reconfortaba. Al pasar el ticket siempre pensaba en la niña, miraba la hora y pensaba en llamar al fijo para despertarla ya, pero esperaba un poco más. Siempre temía, aunque nunca hubiera pasado, que el tren se quedara detenido en el tramo que no tenía cobertura. Sentía que en el momento que entraba al andén, el día, siempre, cambiaba de ritmo. El tren aparecía en la estación. En el vagón, a veces, conocía las caras de los otros pasajeros. Gente con mismos horarios, que compartian un fragmento de la ruta diaria. No se hablaban, no se saludaban, pero si algún dia una cara no estaba, llegaba, incluso, a preocuparse. Un tiempo dejó de ver la cara de J, la inicial las ponía ella al azar. J nunca más volvió en ese tren. Había miles de posibilidades en esa desaparición. Posibilidades buenas, posibilidades malas, posibilidades sin más. Las primeras semanas cada vez que entraba en el vagón pensaba en J. Llegó incluso a recorrer el tren, pensando que J, quizá, en un cambio de habitos, ahora iba en otro vagón. Pero pasadas las semanas J se fue diluyendo. Seguían los rostros de B, de L, de U. Seguían sin saludarse, seguáin compartiendo veinte, treinta o cuarnte minutos de día, pero no se miraban o se miraban borrandose. Rostros difusos en la memoria, rasgos que quedarán diluidos en menos de una decada. Una de esas caras que años después te cruzas en un punto lejano y piensas: "¿Quién era éste? ¿De qué conozco yo a esta persona? Me suena esa cara" y eso mismo les sucedería con el rostro de ella a B, a L o U, o incluso, le sucedería a J el desparecido, en ese presente desconocido, en ese lugar indescifrable que le sacó de la rutina de ese tren diario. J habría ido diluyendo como pinturas bajo el agua, sus rasgos, la forma de su barbilla, el orden de la cara. Esas miradas que no retuvieron su cara.  Esas miradas que no enfocaron lo cercano, lo diario. El tren avanzaba constante, repitiendo su ruta, porque eso es lo único que puede hacer el tren, repetir su ruta, repetirla exactamente. Dificilmente nosotros repetimos nuestros pasos, no pisamos el camino exactamente igual que el día anterior. Aquí un paso, allí otro, ayer fuiste por la otra acera o unos centimetros más allá. El tren no, el tren se repite, se persigue constantemente. Miraba el reloj, entonces ya sí, entones llamaba a la casa para despertar a la niña, y con voz muy bajaba, cuando la niña atendía al otro lado, le decía: vamos, cariño, es hora de prepararte para ir al colegio. Le mandaba un beso sonoro, pero muy suave, por el auricular y se despedía, el día, de nuevo, cambiaba de ritmo. El tren entraba por los barrios del sur, el bullicio y la masa de gente en activo, el orden social en ebullición. "Somos tantos" pensaba "sorprende que no estemos permanentemente en guerra" y el tren se llenaba de cuerpos, de prisas, de movimiento. Miraba el reloj y pensaba que la niña en ese instante estaría saliendo por la puerta de casa. Y entonces volvía a pensar en su piel, en la posibilidad de otra piel, en una piel de hojas de árbol caduco o piel de jabón, una piel distinta, que al tocarse fuera levemente moldeable y de un tacto distinto, una piel difusa.

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