domingo, octubre 31, 2010

Ocultos y anónimos

La cuestión es la siguiente: Durante años se entrega con una pasión no correspondida a la escritura diaria. La pasión no es correspondida con talento o con frutos de calidad pero si con instantes de felicidad y de diversión. Esa evidencia, la de la falta de talento, le hace mantener su lado escritor oculto, anónimo en su vida diaria. A ese lado lo entierra en conversaciones, a ese escritor anónimo lo deja guardado en casa cada vez que sale a la calle. El asunto, no obstante, le genera ciertos conflictos o ciertas paranoias. Debido a su celo por proteger al escritor amateur de su vida exterior, sufre, cada ciertos intervalos de tiempo, el golpe de la sospecha de haber sido descubierto, puesto que a ese escritor oculto lo expone en un blog de nombre robado, diariamente. Hay, además, un grupo de gente del que esconde con más celo aún a ese escritor anónimo. Temeroso de ser descubierto hay ciertas preguntas de ese grupo de gente que de vez en cuando le hacen levantar la ceja y la duda de :"¿me han descubierto? ¿Han encontrado el blog fantasma?" Así pasan años, cinco, quizá seis. Una tarde de otoño que llueve, aunque este detalle nada aporte a la historia, uno de los miembros de ese grupo le dice que acaba de publicar un cuento para un revista literaria de perfil amateur. Se muestra interesado ante el lado escritor de ese tipo que, seguramente, también había mantenido oculto. Le pregunta si puede leerlo, y el otro contesta que si, que le mandará un link donde puede leerlo. Esa noche al llegar a casa ve que tiene un correo, es el link, lee el cuento. Al final del cuento hay una mínima biografía del tipo. Ahí, entre otras cosas lee la dirección de un blog, el blog, curiosamente tiene un título sobrecogedóramente parecido con el suyo, con ese donde oculta al escritor amateur. La duda no se resuelve, el juego sigue abierto, pero el detalle, como poco, le parece curioso.

viernes, octubre 29, 2010

Insomnio

A las cuatro de la mañana abre los ojos. Silencio. Se levanta a beber agua. La boca seca como esos pantanos vacíos en medio del verano y el golpe de toda la cerveza en medio de la cabeza. Como si la cabeza fuera el punto exacto del medio de ese pantano seco en medio de un paisaje alargado y soleado. Abre la nevera y saca la botella medio vacía, bebe del pico de la botella y siente una forma extraña de melancolía al percibir la luz rara de la nevera iluminando la cocina con desgana pero con cierto misterio. Como si la luz de las neveras iluminaran algo que no siempre se ve. Sin antecedentes racionales piensa en Dominique, su amigo de infancia y cierra la nevera en medio de un bostezo. Duda si meterse de nuevo en la cama o lanzarse en el sofá del salón y esperar a que venga el sueño despistándolo con la ubicación. Decide el salón. Cuando se acuesta en el sofá duda si ese instante no es del todo cierto, si el insomnio, en realidad, no es más que otra forma de sueño. Se cubre con una pequeña manta que hay en el sofá y cierra los ojos. Media hora después vuelve a despertar y extrañamente el tiempo ha retrocedido. Suspira.

Genética

No hay odio, tampoco una sensación creciente de amotinamiento. No hay imágenes violentas de aniquilamiento. El hijo mira al espejo y ve gestos y rasgos profundamente marcados de su padre. La genética es demoledora porque imprime en tu cara el recuerdo insistente y fulminante de donde vienes. Se parece a su padre en la forma de la cara, en el giro fino de los pómulos. Hay motivos suficientes para coger la pistola y apuntarle y descargar con imprecisión una hilera de balas entre su hígado y su bazo, sin embargo lo que le despierta es una profunda apatía, casi pereza. La pereza de lo que pudo ser y el reloj ignoró. Hay cosas que se pasan de tiempo, como ese autobús que pasó antes de que llegaras a la parada. No lo viste, pasó y se fue. Ojos que no ven corazón que no siente. Eso le produce el rostro de su progenitor. Un autobús que no se ha visto pasar. Mientras tanto reconoce la capacidad indudable de sus genes que han impreso a fuego lento esos ojos incrustados, esa facilidad innata para la divagación y ese caos incomprensible para los otros en el pensamiento. Se ve reflejado en el espejo y comprende que en el fondo no es más que el vestigio de un coito. Un gemido que reverbera durante años. Un orgasmo en una habitación. Los ecos de los gestos en su cara así lo recuerdan.

martes, octubre 26, 2010

Sentido

Hay un momento, unos cuantos segundos, que se van esparciendo aleatoriamente por tu existencia en la que todo, cada segundo, cada minuto, cada hora de tu vida, encajan y cobran sentido. Por eso se vive. Por ese instante breve y esporádico de éxtasis.

PD: Anoche vi esa luz.

lunes, octubre 25, 2010

Perdida

LLegamos a su casa incendiados. A mi me abrasaban las manos, a ella vaya uno a saber que pero echaba fuego por todas partes, nos fuimos corriendo en llamas por el pasillo y en medio de llamas y cenizas agitadas nos lanzamos a la cama. Allí nos fuimos enterrando entre las sábanas y el edredón pero el fuego no bajaba. Nos movíamos de un lado al otro como luchadores de Judo, casi como queriendo inmovilizar al otro. Giro entre una sábana, media vuelta con el edredón. Perdí los límites de la cama. Entre las llamas a toda intensidad y las sábanas con vida propia, perdí la noción del espacio. Lo mismo notaba una mano suya en mi codo que la otra más abajo. Lo mismo notaba su cara a medio metro de la mía, que sus rodillas en mi pecho. Sospeché a ratos que nos habíamos desarmado, que se había desmontado el puzzle corporal y aquello era caos de miembros. Las sábanas los mismo daban dos vueltas y enredaban mis tobillos, que se extendían entre ella y yo de manera elástica. Ahí se mezcló todo, los fuegos, los miembros y órganos y las sábanas y el edredón. Yo dejé de saber por donde andaba mi cuerpo, si incrustado en el edredón o en el Kolpos, pero me perdí en aquella agitación. SI mi pierna era la mía o era una extensión. Si había cuatro piernas o dieciseis. Sábana, sobre sábana siendo la misma enredada a su vez en el edredón. Así andaba como loco por esa cama cuando pensé que estaba solo, que era tal el enredo de las telas y de las pieles que me había quedado solo en ese cuadrilátero enloquecido. Así que respiré y me detuve. La llamé, dije su nombre un par de veces. Como respuesta silencio. Me separé como pude de las sabanas. Me costó. No encontraba todo mi cuerpo, envuelto como estaba de una sábana, la otra, el edredón. Me puse en pie sobre el colchón. Me quedé analizando aquellas montañas laberínticas de telas. El amontonamiento imposible. Acerqué la boca y la volví a llamar. Andaba por ahí dentro, claro que si y comprendí que debía ayudarla a salir. Metí una mano, la seguí llamando. ¿Dónde estaba, dónde se había metido? Giré la montaña formada donde yo hacía poco también estaba. No la encontré. Deshice las formas creadas, separé, como pude, un trozo de edredón, algunas partes de la sábana. Seguí sin encontrarla. La busqué, la busqué durante horas. La llamé, grité su nombre y jamás apareció. En recuerdo me llevé esa montaña de sábanas y edredón. Me las llevé a casa y aunque de vez en cuando busco, sigo sin encontrarla por ahí dentro. A veces me planteo el entrar con ella ahí, para siempre, pero cuando me decido siempre me termina dando claustrofobia y no me atrevo.

domingo, octubre 24, 2010

Las casas vacías

Siempre está, estoy seguro. No se por donde entra, no se como lo hace, pero siempre está. Desconozco como es capaz de conocer mis horarios cuando ni yo mismo los llego a manejar, cuando la vida se sucede en muchas salidas casi aleatorias y el horario de mi vida es impredecible. No se como lo hace y desconozco, por supuesto, cual es su interés. No se cuando empezó y jamás le he visto; cuando he tratado, mil veces, de descubrirle, de engañarle y capturarle, encontrarle in fraganti, pero es más rápido que yo, siempre se anticipa a mis decisiones y cuando creo que le voy a encontrar ya no está, ya se ha ido. Siempre está, ahora está. Abrí la puerta, salí a la calle y ya está, ocupa mi casa cada vez que salgo, en el instante exacto que piso la calle se que está, que entra. No tiene llave, no tiene paso por ningún acceso, por ninguna ventana del patio, por ningún balcón. No se donde habita cuando yo entro, no se que hace en el instante en que giro la llave y abro la puerta. Desconozco a que se dedica. Ahora está, si llamáramos a mis vecinos me dirían que hay luz en casa, que hay ruido, que alguien camina por el pasillo, nunca lo hago, jamás he preguntado a los vecinos, prefiero mantener para mi ese misterio por poco creíble, por incomprensible. Quizá ni siquiera encienda las luces, quizá no hace ruido, no camina de mi habitación hasta la cocina y de ahí al salón. Quizá se siente en silencio, a oscuras, esperando mis pasos en el descansillo para salir por ese sitio imposible por el que entra. Quizá sólo espera, sentado, pensativo, maquinando un plan que no comprendo, un fin que no espero. Sé que está, no me preguntes porque lo sé, sólo sé que está. Hoy, por ejemplo, me vestí silencioso, escondido, sin darle pistas, no hice ningún movimiento. Metí toda la ropa en el baño, llevé un libro por si me ve. Me vestí a oscuras y esperé un buen rato. Disimulé. gateé por el pasillo por si me ve. Abrí la puerta cuidadosamente, sin encender las luces del descansillo, salí a la calle y desde instante sé que ya está, que se ha colado en casa, que se ha sentado en el sofá o que se tumba en mi cama o que, y eso es lo que más temo, husmea en mis cosas, me abre los armarios, me revisa los documentos. He montado en el metro, he llegado hasta aquí y sé que ahora está allí, dentro de mi casa. Siempre está en mi casa cuando yo salgo. No se quien es, no se que quiere, pero está allí, en mi casa cuando está vacía.

sábado, octubre 23, 2010

Los parques

Ese parque estaba muy bien, era amplio, muy concurrido y lleno de actividades liberadas para Nicolás. A nosotros nos relajaba, llegábamos al parque y Nicolás salía corriendo al fondo, donde ya era casi rutina encontrarse con los mismos niños. Nos despreocupábamos y Nicolás se divertía, además el tipo de padres era agradable y nos fuimos relacionando sin intimidades pero cálidamente. Mientras Nicolás se enfrentaba en guerras inventadas en ese espinoso campo de batalla de los columpios, nosotros hablábamos con los padres de aquellos niños del tiempo, de las vacaciones de verano, de las gripes y de actualidades informativas o de películas que nos gustaban y recomendábamos. A veces iba yo, a veces Lola, a veces los dos. Casi siempre a media tarde, en esa hora que el día cede y cambian los ciclos. Nos apoyábamos en los bancos al fondo, nos juntábamos aleatoriamente, saludábamos y dejábamos de ver a los niños que poco a poco fueron sumando muchos, muchísimos. Un batallón que se entremezclaban allí, como una masa de energía incontrolable. Muchas tardes hablaba con el padre de Juan. Un tipo agradable, pausado. Quizá era el padre con el que mejor me llevaba y con el que generalmente terminaba hablando. Compartíamos gustos, nos interesaban cosas en común. Era un tipo de conversación profunda y llegó a convertirse en algo más que en una charla banal y diplomática en una esquina del parque, me agradaba que fuera cayendo la tarde y bajar al parque para reunirme con el padre de Juan, mientras Nicolás se enfrentaba allí, despreocupado de mi mirada. En eso el parque era liberador para Nicolás como hijo, para mi como padre. Nicolás se volvía un niño más en aquel cúmulo de pequeños seres donde nunca identificabas a ninguno y yo charlaba con el padre de Juan, el tipo había vivido en varios países, viajaba mucho y contaba asuntos peculiares de esos viajes lejanos. Escribía, eso me dijo, por afición; aunque confesó que le dedicaba al asunto muchas horas al día. Un día me hablaba del horror en un viaje a Angola, otro día del recorrido tremendo que hizo con unos tipos desde Guatemala hasta la frontera de Estados Unidos. Así las tardes en el parque se volvieron un asunto interesante para mi. Luego, cuando ya caía la noche Nicolás se acercaba sin necesidad de llamarle y nos íbamos. Nos despedíamos con prisa, mirando la hora cercana del baño y de la cena, un "mañana nos vemos" y ahí quedaba todo. No caes, no te das cuenta, a veces no te fijas. La rutina se va implantando y no caes en los detalles que la sostienen. Las cosas van ocurriendo y no te da por preguntarte lo primordial. Alguna tarde en el camino del parque a casa le dije a Nicolás que si un día quería invitar a dormir a Juan que lo hiciera, pero Nicolás me dijo que no sabía quien era Juan. Son tantos niños amontonados en sus juegos, en sus normas. Juan y Nicolás simplemente no habrían congeniado, las relaciones. Pero no te percatas, siguen pasando las tardes, acudes a la rutina, te instalas en la esquina del parque con el padre de Juan y charlas y el te cuenta, que hasta que nació el niño todo era desbarajusta en su vida, pero que desde el niño lo que quiere es llevar otro ritmo, pero Juan, Juan siempre se queda el último, Nicolás siempre viene a buscarme antes que Juan a su padre y siempre nos vamos primero y sigues, no te preguntas porque la rutina se instala y aniquila las preguntas primordiales y el padre de Juan siempre ahí, que siempre se queda el último, hasta que comprendes, hasta que la realidad cae como un niño se desliza por el tobogán, que el padre de Juan no tiene Juan, que se queda y nunca va a buscarle ningún niño, que el padre de Juan no es le padre de Juan, porque no hay Juan, porque no hay niño y entonces por un temor, por una duda incomprensible, de golpe, sin aviso, sin transición, le dices a Nicolás que nunca más volveremos a ese parque y Nicolás pierde de un plumazo sus batallas, sus compañeros. Fue a partir de ahí doctora, que el niño empezó a hablar solo y le juro, le juro que cada día, cuando le descubro hablando solo me pregunto si ese niño invisible, ese amigo inexistente, es Juan y su padre a su vez, es el mío, mi amigo invisible.

viernes, octubre 22, 2010

Saltador urbano

La mejor manera de salvarse, la única, es saltando. Saltando hacia atrás y sin pensar demasiado en la posibilidad de haberse lanzado para adelante. Recibir el golpe repentino en las rodillas, ese golpe que por esperado es inesperado. Ese estrujamiento de los ligamentos, la tibia reclamando su presencia, su importancia, los huesos sin resistencia doblándose hasta el punto que ya no dan más y están a punto de sonar. Esa la única manera, recibir de lleno el efecto de dar con los pies en la acera de repente, a una velocidad que el cuerpo no resiste. Ya luego viene el quejido inevitable, las piernas perdiendo su entereza y dejándose, entendiendo que hay un punto en el que ya no se da más, entonces el cuerpo, vencido, se cae al suelo al completo y la boca se estampa en el suelo con poca fuerza pues las manos y los codos se han encargado de frenar la fuerza que las rodillas no pudieron y entonces, ya en el suelo, viene un olor, una esencia con la suma de olores que están condensadas, siempre, en las aceras, en el asfalto, es un olor peculiar y que sabrá evocar todo aquel que se haya dado de morros en una acera. Es un olor a cemento y a tierra seca. Es un olor raro, incomprensible porque no se entiende que ahí abajo, a ras de suelo, también exista una esencia, el olor primitivo de la ciudad, el sudor de las calles. Ya en el suelo comprendes, definitivamente, que la caida te ha salvado, te ha producido algunos rasguños, algunas heridas que sangran levemente, pero sabes que te has salvado, de algo invisible, de algo indefinido, pero te has salvado de algo que venía a suceder justo después del instante antes de salta hacia atrás. Duele, si, pero libera.

Medianoche

Se quedó hasta tarde viendo la televisión. A medianoche había terminado un programa raro y después de un segmento prolongado de anuncios cada vez menos comprensibles, arrancó un programa que parecía no programado, sino que se había colado, sin aviso, en la sala de emisión de ese deficiente canal de televisión. Ella se preguntó si era posible que alguien hubiera decidido destinar una parte del presupuesto de compras de un canal para poseer los derechos de semejante engendro. Aparecía gente de una población inglesa dando testimonios sobre la posibilidad de la existencia de un monstruo que habitaba en los bosques cercanos. Entre ellos un hombre barbudo, con cara de poco equilibrio emocional, narraba el atardecer que lo vio a lo lejos, entre la maleza. Seguro, firme y casi orgulloso, el hombre define al monstruo como una forma casi humana, repleta de pelo, de una altura que sobrepasaba los dos metros y medio y cuya mirada, que alcanzó a ver entre el miedo, la poca luz y la frondosidad del bosque, era la de un buen hombre: "el monstruo seguro es un buen hombre". El programa sigue, no es interrumpido por anuncios y ella a ratos mira la hora sabiendo que definitivamente se ha desvelado. En medio de otro testimonio sobre el monstruo, ella se pone de píe y se asoma a la ventana. Afuera hace frío, la calle está vacía y ve los coches aparcados. Se queda un rato mirando la luz anaranjada de las farolas, la calle que de día parece otra cosa y piensa que en realidad le gustaría ser observadora de un fenómeno paranormal. Imagina al monstruo que describen los habitantes de ese pueblo inglés luego recuerda un sueño raro y ve que ha dejado vaho en el cristal. Se da la vuelta y vuelve al sofá, se tapa con la manta. En el piso de abajo se escucha una discusión de la pareja que vive ahí, es una discusión suave, un enfrentamiento ligero. Ella imagina las miles de casas de la ciudad, imagina otras discusiones, otras situaciones, parejas haciendo el amor, gente acostada con la radio de fondo, otros que ven el programa sobre el monstruo inglés, gente soñando, gente dormida de esos que dicen que no sueñan, gente haciendo cosas que ella desconoce, gente que seguro hace actividades que ella no alcanza ahora a imaginar. Mira la hora y piensa que nuevamente va a dormir poco, camina hasta el baño, abre la puerta y cuando se ve en el espejo reflejada. Se cepilla los dientes, apaga las luces y se va a la cama. Tarda mucho rato en dormirse.

jueves, octubre 21, 2010

Vueltas

A las 11:44 de la mañana P da por finalizada su vida lanzando su cuerpo, sin mucho mimo, con brusquedad, sin técnica, en la vía del tren que se prolonga paralela al mediterráneo desde Alicante hasta Barcelona. Arrollado en ese minuto exacto por un tren que, veloz, viene de Valencia dirección norte, P pierde su forma humana para convertirse en una masa aplastada y no identificable, un cúmulo de órganos apretujados y bañados en sangre. Muere P arrollado por el tren y el tren, por orden recibida desde la estación de destino, se detiene. Los pasajeros de los vagones se miran unos a otros aún sin romper ese pacto de silencio que existe en todo vagón en el momento de un viaje, pero la parada ha sido brusca, repentina y desconcertante. En el vagón 10 Illot mira por la ventana en ese momento, atendiendo a las formas que produce el suave aleteo de una gaviota a lo lejos, piensa en un trazo impreciso que detenga ese instante en una ilustración, detiene su iPod y trata de comprender en las miradas de extrañeza de sus compañeros de viaje. Una voz, entonces, anuncia la tragedia, que es lo que ha motivado la detención. Algunos se ponen nerviosos, otros caminan hasta el coche bar, Illot mira la hora y concluye, con cierta frustración pero olvidando la angustia, que no llegará a una reunión importante en Barcelona. Saca el teléfono y el azar juega cruel con la cobertura y esa zona difusa en mitad de la nada. Illot no puede avisar, tampoco algunos de sus compañeros, que incendiados por el nervio, se indignan ante la ocurrencia cruel del suicida y la molestia que sus angustias vitales han producido en doscientos y pico inocentes pasajeros con sus urgencias y sus prisas. En Barcelona, a la hora de la reunión Illot no aparece y la reunión se diluye y de este modo se pierde la posibilidad de un trabajo para Illot. El agente de Illot no entiende el retraso, la no comunicación. Llama, llama una y otra vez y el teléfono de Illot aparece siempre apagado. El agente camina desesperado por Urquinaona y entra en un pequeño bar a tomar café, pide un cortado y se queda pensativo. A su lado una mujer habla por teléfono con una tipa en Madrid, el agente de Illot atiende, disimuladamente, a la conversación y concluye que la tipa de Madrid está pasando por una mala época. La tipa de Madrid cuelga el teléfono y sigue caminando Gran Vía dirección Calle Alcalá, en la esquina de Montera, ve a un tipo haciendo fotos del edificio de enfrente. El hombre se concentra una y otra vez en la fachada, busca perspectivas, un ángulo que además de fachada le de el paso de la gente por la acera, el transito. Dispara y ve que esa foto tiene gracia y reúne algunas características que busca, en la foto se ve a un tipo alto que camina en dirección Callao, lleva una gorra antigua y va centrado en la música que escucha. Avanza rápido porque llega tarde al número 48. Allí ha quedado con un tipo que le ensañará un video y gente de su grupo con los que acaba de grabar un disco. Llega algo tarde y saluda. Hay tres tipos más. El alto le habla de ideas al más bajo sobre la portada del disco, que está dibujando un tipo que ilustra y con el que el más bajo tiene mucho trato. AL salir de la reunión el bajo llama por teléfono a su amigo ilustrador:

.- Buenas, Illot ¿Cómo vas?

.- Complicado, no he llegado a una reunión en Barcelona porque un tipo se ha lanzado a la vía del tren, no tenía cobertura....

El resto de lo sucedido lo sabemos, mejor que Illot.

miércoles, octubre 20, 2010

Otra vuelta

Suena una música suave en otra habitación. Alguien duerme. Hay poca luz y de vez en cuando algún ruido no identificado que proviene de ese más allá que sucede al otro lado de la puerta. Entonces me descalzo, no coloco los zapatos, no los pongo en ningún sitio, los dejo; los pies los estiro sintiendo la calidez del suelo casero y suspiro, creo que suspiro por dejar, por soltar. Cuando se suspira hay algo de cambio de turno, tu cuerpo o tu animo pasan a otra cosa, a otros tempos. Me detengo unos segundos, unos segundos en esta noche que camina, en este día al que le va quedando poco, en este mes de octubre, en este año que ya concluye. Ahí me detengo y pienso en formas imprecisas del pasado: una cara, una melodía, un mal sentimiento. Respiro, creo que dejo cosas en ese respiro, en esta inspiración algo más profunda que las anteriores. Se acaba, se acaban las cosas y vienen otras. Hay algo de alivio en acabar los ciclos y este deja sobre todo alivio. Cabe la posibilidad de que otros a solas sean algo más concretos, yo no se serlo. Me voy por esas nebulosas, por esas atmósferas vaporosas y las reflexiones se convierten en eso, en esas capas que, a mi modo de ver, también contienen formas, posiblemente más importantes que las precisas, que las ilustraciones. También ha cambiado la relación con este ejercicio cotidiano de escribir, también lo he notado y hoy sin embargo vuelvo a él. Extrañaba estos ritmos, estas cadencias. Esto es hogar. Este tecleo, esta forma de viaje también son casa. ¿Dónde coño he andado? Estaba si, pero no estaba del todo y he notado que he ido volviendo, ayer, hoy. Un viaje que te trae de vuelta. He vuelto a mis propias formas o en las que habito con calidez, las formas amables. Estaba pero no. No se bien donde he estado y desde ayer he ido volviendo y siento que estoy, que he cruzado la puerta y he dejado la maleta. Acabo de llegar y este texto es la puerta de entrada, el regreso. ¿De dónde? No lo se. No siempre se vuelve de muy lejos, a veces se está y sin embargo hay una distancia sideral.

lunes, octubre 18, 2010

Instante

Cúpula gigante, noche en la tierra. Humedad relativa, temperatura perfecta. Si miras arriba se abren huecos, si miras vas dejando de ser. El asunto no es buscarse sino deshacerse y formar parte de ello. Suenan olas suaves de las que no se distinguen sus formas, sospecho la espuma, mis pies se posan en la arena y la arena parece reflejo de lo otro. Arena infinita. De algún modo lo que sería conveniente en este momento sería explotar, pero no en el sentido trágico, sino en el sentido hermoso: Explosiones. Fuegos artificiales que se suman a la noche y forman esa visión curiosa, esa lentitud lejana, esa celebración universal. Se es parte de esto, mínimamente, como un trozo, como arena que se junta a la arena. Esa es la importancia, no otra. No giran alrededor todos esos puntos de luz, giramos todos sobre todos. No hay centro. No hay orden preestablecido, esto se ordena de nuevo a cada segundo y tonto el que no comprenda que a cada instante es un nuevo orden. Otro orden, otra forma. Como la luz, como las formas, como todo lo que sucede, como la huella de un pie en la arena. Cambia todo y ya nada es como al principio. Si miras mucho rato y crees pertenecer, haber detenido el instante te pillará el amanecer en este lugar y ya nada será. Vuelta a empezar.

domingo, octubre 17, 2010

Los fines de semana

El horario de entre semana se destroza cuando llega el viernes. A las tres de la tarde sale de la oficina, coge el coche y suele ir hasta casa. Generalmente baja las persianas y duerme a cuerpo tendido hasta las seis o siete de la tarde. Enciende el teléfono y o bien tiene alguna llamada o bien la hace en ese instante. Queda a las nueve o nueve y media en casa de alguno. Se ducha, se viste y con tiempo coge el coche. Por la autovía dirección a la reunión conduce concentrada y sin pensar más que en un cúmulo de sensaciones no concretas que se han acumulado debajo del lóbulo izquierdo. Lee los letreros al paso, pero sobre todo su mirada se concentra en las líneas de la carretera. Pasan líneas, unas detrás de otras, como días, como las horas, como mensualidades de algo, de la tarjeta de crédito, del alquiler. A un lado de la carretera hay una gasolinera que está abandonada y que siempre mira con extrañeza, como esperando que algún día, en algún momento, se encienda una luz y recobre la vida. Se desvía en la salida correspondiente y recuerda un videojuego. Sube las calles precisas, las esquinas, los rincones. Llega a los edificios iguales, repetidos, de color uniforme que recuerdan una forma invisible y desconocida del error, de la libertad mal entendida. Aparca cerca del descampado eterno donde un edificio que se sumaría a los otros quedó a medio hacer. Cierra el coche, cruza y toca el telefonillo donde ya se escucha el sonido lejano de todos. Sube en ascensor. Se mira en el espejo y descubre un gesto nuevo, la reordenación de los rasgos, seguramente podría evocar con precisión su cara de adolescente, pero ahora ya no hay vuelta atrás. Está esa cara que tampoco durará mucho. Se abre la puerta, cruza el pasillo y en la puerta está uno de ellos, se saludan con poco respeto, con esa crueldad que da el exceso de confianza, de demasiados años de infelicidades y de inquietudes aniquiladas. Hay un bullicio que es común, voces sumándose , la música forzadamente actual del mismo que año tras año ha descubierto la música al colectivo. Entonces entra la primera línea que reconduce adecuadamente las sensaciones. De repente desaparece la apatía, los músculos se espabilan, aparece el empujón. Habla y ríe. Se meten con la forma de vida de X, que siempre es víctima de esos juegos. Segunda línea, aparece la luz al final del pasillo, bebe. Nuevas explosiones. Nuevas formas, ahora otros elementos, nuevas drogas de diseño. Nombres futuristas que dan un estilo. Y que bien cuando se está bien, cuando se difumina la nube y vienen esos vapores. Se pisa el suelo firme. La potencia, esa potencia que no hay luego, en esa decadencia. Hay un sonido alucinante en la canción que suena, un sonido que empuja y traslada, como que va y viene por el techo del salón, una especie de insecto invisible. Más nuevas sensaciones repetidas. Se repiten los ciclos. Hay voces, una risa desconcentada de la conversación. Y de repente todo está bien, siempre está bien. Es esta forma de optimismo que se afianza con potencia entre el codo y las rodillas. Hay una sólida forma de felicidad. Sabiendo de antemano, eso si, que la felicidad es un instante leve. Vienen nuevas formas, otros mejunjes. Ecos emocionales hechos de polvo. Polvo y euforia. Las horas van. Desaparecen las mantas pesadas de lo cotidiano. Viene la novedad, lo especial. El empuje casi motorizado de la noche. Entonces el cuerpo también gobierna y se libera. Formas de baile, saltos sobre el parqué. Y en el salto, en las formas imprecisas del baile, vienen caras a aniquilar. La tipa que se sienta al lado de lunes a viernes con toda su monotonía, con toda su esencia gris. Otras caras que ahora dirige a su antojo. Se cae. Ahora todo es río, que va decidido hacia la desembocadura. Así, en esa abstracción, en esa irrealidad autoimpuesta, elegida, falsa, se pasan las horas y viene la otra noche y todo sigue. Y luego domingo y luego lunes y lo que fue subida, todo lo que se ascendió sin esfuerzo ahora es descenso doloroso, lleno de arrugas, de pinchazos en el fondo del estómago. La tristeza descomunal del un despertador un lunes a las siete de la mañana. Vuelve la nube, las capas que ya se quitaran a punta de gramos, de formas de polvo. Ahí se viene, sin filtro, la droga más dura: La tristeza.

martes, octubre 12, 2010

Declaración muda

No fui consciente todo este tiempo. No me daba cuenta. Sucedía ajeno a mi sucediendo tan dentro. No me daba cuenta que miraba, que estaba pendiente, que si se levantaba la seguía con la vista, que si hablaba atendía su discurso en medio de todas las voces, de todas esas cenas. Me sorprende, me desconcierta comprender el sentido ahora, entenderme. Como una trama que va sucediendo por debajo, ajena a lo consciente. Pero ¿Cómo es posible que no me delatara a mi mismo? ¿Que fuera secreto? Lo he visto de repente, a plena luz, al verla. ¿Cómo se desea sin saber, cómo se siente esta profunda atracción sin saber que está sucediendo en ti mismo, cómo no lo percibes en un plano consciente? Y lo he visto porque me ha dado un vuelco el corazón al verla. conociéndonos desde hace años, cada uno con su vida, con sus ritmos, coincidiendo en esas cenas colectivas, en esas charlas. Ella que narra su vida, yo que sigo la mía. No más allá de una relación buena y de repente la veo y entiendo. Entiendo todos mis gestos previos, todos mis halagos a los otros sobre ella, posicionarme siempre a su lado, mis cambios inconscientes de actitud cuando ella aparecía. Lo veo ahora, ¿Cómo es posible? Como el que no lo ve teniéndolo delante. Y de repente la he visto ahí, en esa actitud desenfada, hablando de las vacaciones, mostrándonos las fotos de una playa alucinante. Los problemas con el avión a la ida, los líos de aeropuerto, los detalles de un hotel, una noche divertida frente a una playa, unos lugareños seductores y van cayendo fotos, fotos de ella sonriendo con paisaje de fondo y, coño, esta tipa es tan atractiva, y otra foto, una agua azul de fondo y ella con un pareo, con el pelo recogido y una frase invisible:" sales muy bien aquí" y la descripción de una playa y escuchas la narración, los detalles y te imaginas con ella en esa playa que ella catalogo de mejor lugar del mundo y cae una foto de ella en la arena y, carajo, si estuviera yo con ella en la arena y lo ves, de repente lo ves. Suena extraño, incomprensible para mi, y contado es poco interesante, pero de repente lo entiendes ¿Cómo es posible que uno sienta algo así y no se cuenta? Es raro, es muy raro, pero me he dado cuenta hoy, en esa foto, en ese lugar al que, ahora lo se, desearía ir con ella.

Ficción

Durante 30 años trabajó para un canal de televisión. No destacó en su profesión, aunque nadie puede hacerlo en semejante oficio. Enterrada en un asiento más de un departamento de la empresa gigante, adquirió pronto la savia salvaje que adquieren los resentidos cuando intuyen a lo lejos su insignificancia, como una bola invisible que permanentemente amenaza con despojarlos de un paraíso inexistente. Usó el veneno por el subsuelo. Se arrastraba bajo tierra buscando envenenar, contagiar de su enfermedad a los otros. Claro, su veneno no era efectivo en los otros, porque cada uno lleva el suyo y se vacuna del de los otros. Durante 30 años buscó algún modo de aniquilar su insignificancia del modo más insignificante posible. Quiso sobrevivir en la guerra sin saber usar la recortada y como en esas escenas de películas de humor, apuntaba la bazuca contra su propia cara. 30 años viviendo en la paranoia de la amenaza permanente de la bola invisible. Una bola que ella creía ver venir, empujándola al otro lado del muro, donde habitan los desgraciados. 30 años batallando por no caer en aquel lado de donde sabía que no había forma de regresar, de escapar, el lado terrible. 30 disparando día tras día equivocándose, a cada tiro, en cada disparo, de objetivo, de guerra. Desgastando energías en una guerra que de momento nadie le había declarado. 30 años hasta el día que recogió la mesa, guardó sus objetos personales, vació los cajones con sus fotos y algún objeto que le resultaba cariñoso. Se despidió uno a uno de sus compañeros, 30 años después llegó la jubilación. Salió del enorme edificio comprendiendo, esta vez sin conscientemente, lo insignificante de su labor en ese tiempo pasado pero por fin se jubilaba. Se montó en el coche y volvió a casa, por ese camino que repitió tantas veces, cada día. 30 años después se equivocó con el volante y se acabó no sólo la vida laboral, sino toda su vida, todas sus guerras, todas sus batallas. 30 años después se acabó todo. Horas después sus hijos y su marido sentados en la funeraria recibieron el ramo de flores enviado por la empresa. Pasaron dos compañeras a dar un beso a la familia. Poco más. 30 años después se quedó sin tiempo.

sábado, octubre 09, 2010

El boliviano

El boliviano invita a unas cervezas. El boliviano habla de Bolivia y de España. El boliviano se quiere volver pero sabe que allí tampoco será fácil.

.- Es como que uno se queda sin suelo. Aquí la gente ni te mira, desconfían de ti, muchacho. Imagínese, papá, que todo el rato desconfían de usted. Imagínese que piensa en volver y sabe que volverá allí y ya se querrá volver de nuevo acá. Uno se vuelve como peonza. Yo gané mis reales acá y tengo los hijos allá y mi mujer acá y la vida allá. Los recuerdos, muchacho, lo que uno ha vivido allá. Uno es lo que recuerda. Aquí hay trabajo, plata. Ahora estoy en paro. Vivo aquí cerca. Por las noches enciendo la televisión y me quedo dormido y sueño con los muchachos, a veces con el mar. Imagínese un país sin mar. Yo les agradezco que me dejen charlar con ustedes. Aquí no tengo amigos para beber, para organizar comidas. Yo cocino cosas buenas. Platos de allá. SI quieren un domingo se vienen. Un ají bueno. Llevo un mes sin trabajo, ahora no tengo prisa. El mes pasado se acabó una construcción allá por la A-1. Un colegio, pero empezaron las clases y hubo un problema con la contratación. Mi mujer limpia en una clínica. Ha tenido problemas, cosas raras, ni les cuento. Yo he parado, estoy cansado. Me gusta ahora escribir los sueños. Me salen cosas como raras. No crea que soy poeta, papá. Me duermo frente al televisor. Todo apagado y sueño con el mar. Como si el mar llegará a la ciudad, allá. Imagínese eso o sueño con pasillos, con lugares. Entonces me despierto de madrugada y escribo en un cuaderno pequeño que trajo mi mujer de la clínica. En esa clínica pasan cosas raras. Tuvo problemas con un enfermero que la amenaza, porque ella entró en la sala de limpieza y andaban haciendo el amor el tipo con una doctora. Y el enfermero piensa que mi mujer dirá. Eso lo escribo también. Sabe, creo que lo escribo como si escribiera una carta y es una carta que escribo a mi mismo pero allá. Sabe, uno piensa en uno mismo y es acá y allá y yo creo que escribo eso: a mi mismo allá, en Bolivia. Porque uno no sabe ni donde está ya. Eso es la tristeza, pues. Estás acá, estás allá pero no estás. Es como un vacío que oprime, como si uno se hubiera perdido en el avión, se hubiera quedado allá, en el aire, cuando venía para acá. En el limbo. Y pienso en esas cosas, muchacho. Cosas raras. Y me despierto en la madrugada y pienso que quizá me volví loco. A veces me asusto. Claro que me asusto y entonces escribo en el cuaderno de la clínica, como si me escribiera a mi allá en Bolivia. Y a veces pienso en mi mismo en Bolivia, como si de verdad ahorita mismo hubiera otro yo allá. Imagínese, papá, que es como locura. Imagínese que yo bebo con ustedes dos acá y allá hay otro bebiendo con los amigos. Como borracho que ve doble. Me asusta pensar en eso, sin embargo creo que está, que yo mismo también estoy allá.

viernes, octubre 08, 2010

El río sonoro

Me preguntó si el escritor profesional usa música cuando escribe. Me da por creer, y no creo que esté muy alejado, que esas son cosas que hacemos los amateurs, los de liga de barrio. Lo de ponerte a Deerhunter a todo trapo no debe ser algo muy usual en tipos de grandes ligas. Uno sospecha que debe haber otros ritos, un silencio importante, una cadencia pausada, un proceso de trabajo largo, un horario impuesto, una disciplina. Nada de alterarse con guitarras etéreas y psicodelias obsesivas. En cualquier caso sería bueno probar el experimento: Poner a Vargas Llosa a escribir su próxima novela bajo los efectos sonoros de Panda Bear. ¿Sería Vargas Llosa el mismo? Se sentaría el hombre en su despacho, sosegado, a una hora temprana en la mañana. Acomodaría los brazos, en esa misma postura que escribió esos libros que ahora le premian. Encendería el amplificador y arrancaría el disco, las atmósferas lisérgicas del Pitch Person de Panda Bear y a su vez, rítmico, acompasado, casi hipnotizado, arrancaría Mario su tecleo, su escritura. ¿Que saldría de Mario? ¿Qué nos vendría? Quizá si usa música, quizá alguna pieza piano a un volumen bajo. ¿Si escucha algo, qué es lo que escucha Mario? ¿Y los otros? ¿Escribía Cortázar con música? Este si, este tiene pinta de que si. Que frente a la máquina también volaban notas. Seguro que planeaba Charly Parker en esa habitación donde Julio escribió El perseguidor. Seguro. Visto de otro modo y barajando la posibilidad de que la música si acompañe al escritor habitualmente: ¿Qué sonaba mientras Sábato escribía El Tunel? ¿Qué melodías planeaban alrededor del oído del escritor cuando escribieron ese párrafo que a ti te deja tieso, conmovido? ¿Qué música silenciosa, inaccesible, es la banda sonora de esos textos que han marcado nuestra vida de lectores? ¿Qué música inaudible hay en los libros? Porque si escribieron con música, esa música se cuela. Ese es el poder de la música, que cuando suena, de algún modo gobierna. Habrá párrafos dirigidos por melodías que desconocemos, que agitaban las emociones de ese tipo que, poseído, avanzaba texto adelante, empujado por ese río brutal, el río sonoro.

jueves, octubre 07, 2010

Despertares

Despierta. Despierta y se levanta. Camina por el largo pasillo. Bosteza. Siente un pinchazo suave, pasajero, casi inapreciable en la planta del píe. Se estira, se acomodan sus músculos entumecidos por las horas de sueño. Abre la puerta del baño, orina torpemente mientras recuerda fugazmente las imágenes difusas de un sueño de la noche que acaba de terminar: un bosque, un avión, un letrero luminoso, un animal irreconocible. Tira de la cadena, se pierde el agua en una espiral metafórica hacia las cañerias. Sale al pasillo de nuevo, camina hasta la cocina y allí, sin explicación, sin argumento, fuera de toda lógica, se encuentra con una persona desconocida que muy serie le trasmite un mensaje: "Los caballos se han perdido en la línea. Nadie los podrá alcanzar". Mira perplejo al individuo de chandal y zapatos que está apoyado en el fregadero.

.- ¿Quién coño es usted?

.- Nadie

.- Pero... voy a llamar ahora mismo a la policía

.- No podrás. Estás a punto de morir.

El individuo de chandal, saca un cuchillo. Su única intención es robar la casa, mientras que él cree ver una trama misteriosa, un asunto oculto, una intriga casi poética. No obstante alcanza el cuchillo y se lanza sobre el hombre de chandal. La pelea es torpe, larga y bastante carente de habilidad. Ambos se retuercen por el suelo tratando de atacar al contrincante. Finalmente el hombre de chandal más mayor se da por vencido. En ese momento otros dos hombres hacen aparición, son compañeros del tipo de chandal. Él trata de atacarlos también, pero está vez sus fuerzas no le bastan. Es asesinado de un modo bastante cruel.

lunes, octubre 04, 2010

Viaje

Estoy en esta ciudad que recuerda a Tokio, aunque realmente esto es estupido porque no conozco Tokio. La vista es curiosa, frente a la ventana se amontonan edificios pero tras ellos, se ve la playa, el mar; hay un barco, a lo lejos, que me produce una sensación curiosa, de lejanía, incluso de nostalgia y de desconcierto. Algo de mi no entiende las moles en primer termino y el barco diminuto allí, navegando vaya uno a saber donde. El apartamento es pequeño y luminoso, abajo, muy abajo se ve una avenida, como toda vista alta, hipnotiza el ver pasar gente de un lado a otro diminutos, insignificantes. Suena el teléfono, pero yo no espero ninguna llamada, nadie en el mundo sabe que estoy ahora mismo en este apartahotel. Dudo varios segundos entre atender o dejarlo sonar, cuando descuelgo no se en que idioma responder y me quedo en silencio, una voz masculina dice algo intraducible, digo, únicamente: No. Cuelgo. Me asomo a la ventana, miro la hora, debo salir. En el descansillo me cruzo con unas señoras de la limpieza, me desconcierta hasta casi lo sobrenatural, ver que una de ellas es una señora que limpiaba en un trabajo hace años, en mi ciudad, a miles de kilómetros de aquí. La saludo:

.- Esta ciudad es rara, pero es el futuro. Esto es el futuro. Así, como lo ves. Llevo años viviendo aquí y no se entiende nada. El ritmo, la forma, la estructura de esto. Trabajo en estos edificios altos, limpio en las plantas de arriba y pienso que no se debería estar tan alto. Piso 45. No hay ocio como lo entiende uno, esto es otra cosa. Nunca hablas con nadie y cuando hablas ves que están obsesionados con que quizá todo se acabe. Se creen que el mundo se va a acabar. Disfrute de la ciudad, si sigue por aquí seguiremos charlando.

Bajo en ascensor, voy contando con el marcador el descenso hasta el cero. Se abre la puerta. Cruzo el hall y salgo a la calle. En cierto modo entiendo a la mujer, es el futuro porque no parece quedar vestigios del mundo en el que nacimos no hace tanto. Camino hacia la playa. Bajo por unas calles repletas de vendedores de comida callejera, huele a especias y a sartén gigante, he visto un gigante cartel publicitario donde se ve un reloj que cuenta las horas que quedan para un evento cinematográfico. Finalmente llego a la playa, está vacía, es ancha, muy ancha, hay algunas casetas grandes todas cerradas donde se sospecha que con buen tiempo hay agitación, comidas y bebidas. bajo unas escaleras hasta la arena, miro hacia atrás y veo las moles de edificios que terminan al borde justo de la playa, y sin embargo en la playa nadie, como si no fuera posible compatibilizar ambas cosas. Camino bajo el cielo gris. Alguien me dijo al aterrizar que la lluvia en esta ciudad escuece, que pica en la piel. Me quito los zapatos y vuelvo a ver el barco a lo lejos, me arrimo hasta la orilla y descubro que el agua está terriblemente contaminada, llena de plásticos y botellas. A mi izquierda a pocos metros viene andando un tipo con el pelo largo y muy sucio. Saluda y contesto. Me habla de repente:

.- Amigo, ¿Usted no es de aquí, verdad?

.- No

.- Se nota. Nadie de aquí baja hasta la playa, menos hasta la orilla y menos si me ven.

.- No entiendo porque.

.- Bueno, objetivamente no es un sitio agradable: este olor intenso, esta desolación a tan pocos metros, este agua.

.- Bueno, hay que conocerlo todo cuando se va a un sitio nuevo. También lo menos amable. Aunque en realidad he venido hasta aquí buscando lo contrario, un sitio amable para entrar mejor en esta ciudad que proponen los seres humanos. y que resulta difícil de primeras.

.- ¿Ve esas pelotas de corcho flotando?

.- Las llevo viendo desde que llegue y no las comprendo.

.- Traté de no que no le rocen, ¿ok? Traté de hacer lo que tenga que hacer aquí y váyase cuanto antes. Este lugar no merece la pena.

.- No se si merece la pena, pero es cierto que parece el futuro y quizá deba acostumbrarme a él.

.- Quizá es un futuro que no llegue a conocer. No haga el esfuerzo de comprenderlo. Se lo digo yo que soy el diablo.

Sonrío, me giro y vuelvo hacia la ciudad. Paso el día, me reúno con los del Norte. Firmo y a media tarde vuelvo al apartahotel. Desde la ventana veo anochecer, las extrañas pelotas de corcho que pasan siempre, una y otra vez, constantes y que no se que carajo significan. Llamo al servicio de comidas, sube un chico joven con una bandeja. Cuando le estoy pagando le pregunto por la playa:

.- Nadie baja allí. Nadie está convencido, pero hay un tipo que todo el mundo afirma que es el diablo. Las supersticiones de nuestro siglo. Yo no bajo porque huele a muerto, hace años que está en estado de abandono. Es un lugar desagradable y hasta casi resulta creíble que eso sea el infierno- y ríe con una carcajada infantil pero desagradable.

Por la noche, en un canal de la televisión local, veo una película lenta, muy lenta y creo que a ratos me duermo y confundo trama y sueños.

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