martes, mayo 31, 2011

Una tarde de conciertos

No me gustan esas cabinas que hacen función de baño en eventos al aire libre. Son terriblemente angustiosas y huelen mal, en seguida huelen mal. Hay tanto plástico, es un espacio tan abstracto, tan irreal, tan absurdo, que dentro se siente, inevitablemente, una leve crisis existencial: ¿Qué hago aquí, meando en este cubículo, en este espacio angosto que delimita el espacio exterior? Es inevitable. No obstante entré, entré varias veces porque los conciertos se prolongaban en aquella explanada y la música era agradable, la temperatura era fenomenal y la cerveza barata. Escuchábamos a aquellos delirados guitarristas acompañados de percusiones metálicas, tremendas, salvajes y aquellas voces en ecos que nos recordaban que habitamos un mundo exageradamente minúsculo, lejano, emotivo, épico. Alrededor la gente hablaba y caía el sol y la explanada iba cambiando de forma o las sombras aumentando con la caída de la tarde daban a la explanada otras dimensiones aparentemente menos reales. Y fui varias veces a las cabinas que estaban en un lateral de la explanada y al entrar siempre pensaba, inevitablemente, en mi existencia, en mi lugar y el lugar de todo en este mundo, la cabina recordaba, incesante, que este mundo es una acumulación exagerada de miniaturas. En la cabina, además, cada vez olía peor , pero el ser humano, guerrero, tremendo, desgarrado, es capaz de enfrentarse a cualquier batalla, a cualquier salvajismo, pero no al de orinarse, no hay quien no se venza ante ese dolor invisible, ese hilo que crece, somete y domina, como un torturador, todo el cuerpo. Así que cada vez que en mi vejiga se acumulaba la orina, acudía obediente a la cabina, ese lugar terrible. Anocheció, fueron desfilando grupos en aquel escenario desproporcionado, gigante, iluminado como una nave espacial en busca de odiseas extrañas, bebí más cervezas, como si no hubiera límite en mi capacidad de tragar y cada rato iba a las cabinas, escogiendo, maniáticamente, siempre la misma en una hilera de diez. De noche en la cabina no se veía nada y los dos sentidos que ubican la meada, desaparecieron: No veía mi pis caer por la oscuridad, no lo escuchaba reventar contra el agua, contra los otros pises, porque la música del escenario gobernaba el sistema auditivo, también dentro de las cabinas. La doceava vez que entré a la cabina, algo borracho, oriné prolongadamente. Terminé con la sensación de haber vaciado un universo repleto de ríos, sentí el ligero y leve placer de vaciar la vejiga, giré y la puerta de la cabina no abría. Giré la manivela una y otra vez, incluso violentamente, pero la puerta no se abría. Grité, pero un grupo de salvajes guitarristas haría inaudible mi voz al otro lado, en la explanada los borrachos estarían sumidos en un viaje lisérgico, imposible. Pateé la puerta, la pateé y la golpeé con mis puños, insulté a la cabina, a todas, al concepto general de cabina, a su inventor, a sus fabricantes. Se encendió una luz, una luz enferma y tremenda. La cabina parecía, de repente, un confesionario galáctico. Noté, por supuesto que noté, el despegué. La cabina comenzaba el vuelo.

El policía

Hay policías amables. Policías descorazonados. Policías iracundos. Hay policías que temen. Policias homosexuales. Policías solitarios. Hay policías que viven con su madre. Policías adictos a la cocaína. Policías que odian a los otros policías. Policías que odian el mundo. Hay policías que no querían ser policías. Policías que roban. Hay policías que ascienden. Hay policías nobles. Hay policías sin más, que llevan el uniforme y cumplen el horario. Hay policías que son invisibles. Hay policías que se sientan. Hay policías que desean otro mundo. Hay policías que están cansados de ser policías. Hay policías que son bulldogs. Hay policías que comprenden que son policías. Hay policías que no comprenden nada. Policías que ven futbol y beben cerveza. Hay policías que leen a Descartes, alguno hay. Hay policías que escriben poesía. Hay policías que creen en el amor, un amor sólido y repleto de delicados valores. Hay policías que están deseando ejercer. Hay policías que desean la violencia. Hay policías que son la negación de la antiley, pegan en el marco. Policías comunistas. Policías fascistas. Hay policías soberbios. Hay policías que leen blogs de otros policías. Hay policías que leen novelas policiacas para darse cuenta que no hay literatura en su vida. Hay policías que desean protagonizar una novela, una novela escrita a mano, sucia, repleta de sexo y drogas donde ellos ejercen su trabajo con maestría. Hay policías que tienen cáncer. Hay policías sanos. Hay policías que salen a trotar. Policías desgraciados. Hay policías familiares. Policías amigos. Hay policías. Y luego está él, por eso le mato.

miércoles, mayo 25, 2011

Paseo por el barrio

Suena algo en la calle estrecha. Suena música que viene desde la calle donde termina esa calle. Es música, aunque a él le da la sensación que lo que suena es el verano, esa lentitud de las cosas cuando casi anochece en verano. Hay ventanas abiertas y en un balcón una tipa habla por teléfono mirando a la calle, está descalza y sonríe. Entra en una tienda, el dependiente mira una pequeña televisión donde se suceden imágenes indescifrables, al fondo, donde están los embutidos y los quesos, hay una chica, es extranjera, y no levanta la cabeza, juguetea con algo entre las manos. Durante unos segundos parece como si él no estuviera. En el local hay una tremenda sensación de calor, casi como si fuera un bloque. Coge bebida, algo rápido de comer y paga. Mientras el dependiente cuenta y devuelve, él desvía la mirada hacia el fondo, la chica sigue ajena a todo, a la tienda, al dependiente, a los embutidos, a él, pero no es ajena al verano. Es como si ella, incrustada allí al fondo anunciara el verano, el verano inamovible, ese que detiene el tiempo justo cuando va a anochecer. Cuando sale a la calle, por la acera pasan dos tipos caminando lento, hablan de cosas livianas, importantes, porque no trascienden. El mira de nuevo al balcón, la chica que hablaba por teléfono ya no está, camina por todas las calles estrechas del barrio. En una esquina una pareja se despide dulcemente, alargan la despedida y le miran pasar. Poco más allá, un tipo pasea el perro, el perro parece estar buscando una calle que no existe o que no se ve, una calle lejana o inaccesible y el tipo parece agarrotado en una calle que desapareció y ambos caminan como si esa calle, por la que ambos van, perro y dueño, fuera un punto de encuentro extratemporal entre la calle invisible del perro y a calle que desapareció del hombre. Llega a un banco. Durante unos minutos piensa que le gustaría que sucediera algo, algo tremendo, volcánico, un giro, pero pasado un rato decide que lo mejor es esa forma del tiempo leve pasando de puntillas. Abre una lata de cerveza y recuerda a la chica extranjera al fondo, en la tienda. Según la recuerda piensa que seguramente, si volviera a la tienda en ese instante, la chica no estaría y por más veces que fuera nunca estaría y sólo estará un día suelto del siguiente verano, cuando para todo, para absolutamente todo, haya transcurrido un año.

martes, mayo 24, 2011

Política

¿Qué es un pensamiento político? ¿Qué es la ideología? Mirado de un modo literario la política es la ausencia absoluta de literatura. Los políticos no son poetas y en la mayoría de las ocasiones tampoco se lo podrían permitir. Sus metáforas deben ser extremadamente cuidadas y deben evitar con habilidad los simbolismos. En mi caso jamás me podría dedicar a algo tan concretamente abstracto como la política. La política, no obstante, es el intento de aplicación de una abstracción en una realidad y generalmente jamás lo logra, lo que la convierte en un profundo fracaso. La política se mueve en el terreno de las ideas y de las apetencias, pero también, y muchísimo más de lo que podría parecer, de los prejuicios. Los prejuicios que a su vez podrían ser ideas o negación de ideas. ¿Con que se está de acuerdo? Si nos miráramos, básicamente no estaríamos de acuerdo con nada, porque en general el mundo no se parece a la idea que nos gustaría que fuera y bien pensado la aplicación de muchas de nuestras ideas claras, serían nefastas, inaplicables o disparatadas. Claro, que mantenerse al margen tampoco parece buena idea. No se que pienso, juro que después de años buscando no se que pienso, salvo lo básico. Lo que si tengo claro es que esto que denominamos política, políticos, clase política y demás tienden a parecerme tipos poco preparado para hacerlo. Poco imaginativos, poco sinceros, pero no hablo ya de la sinceridad en sus palabras, sino sinceridad vital. En general los políticos me resultan tipos bastante aburridos, cuando hablan me termino distrayendo y sus tecnicismos están llenos de un enorme vacío. Decía Borges que había que ser sinceros con el lenguaje, que un adjetivo pomposo podía manchar una página entera, algo así sucede con los políticos, no se sabe muy bien para quien hablan, pero detrás de sus discursos, encima, vienen un montón de tipos tremendamente aburridos también a analizar esas palabras medidas, frías, casi muertas y todo se convierte en un juego de distracción y casi matemático, pero una matemática sin final. Tengo amigos que son tremendamente ingeniosos hablando. Algo así se necesita. Palabras vivas, sinceridad vital y menos imbecilidad. Si a mi me preguntaran me parece que habría que cambiar de raiz las formas de la política, porque a mi modo de ver, esta, la que hay, está muerta, está caduca y es terriblemente aburrida. hay una falta preocupante de imaginación. A partir de ahí, se podría cambiar el mundo. A otra cosa.

Las rutinas del comedor

En el comedor no repiten el menú. Lo repiten pero hacen que no coincida los mismos días. Si por ejemplo este lunes ponen albóndigas, la semana que viene las pondrán el miércoles o el viernes, pero nunca el lunes. Hay cinco menús, no más, pero mueven los días. No se porque, en realidad daría lo mismo comer todos los lunes albóndigas y todos los jueves salchichas, pero no, los mueven. Es una ley, es una regla inamovible. No sabes nada, salvo que si este martes comes arroz el próximo martes no lo harás, es lo único que sabes del futuro, la negación. Lo que hoy comas te vislumbrará lo que no habrá este mismo día de la semana la semana que viene. ¿Quién decide estas cosas? ¿Qué motivo hay? A veces mientras como pollo un jueves lo miro y lo pienso: ¿Qué se esconde tras esa decisión de los que trabajan y dirigen el comedor? A mi me daría igual comer todos los jueves lo mismo. Si es querer evitar una rutina, también es rutina no saber que habrá. Esa negación también es rutina. Por lo tanto no se que esconde. Hay veces que sospecho una decisión económica invisible, quizá comprar aleatoriamente los mismos ingredientes abarata los costes, pero ese pensamiento me parece totalmente infundado. Hay veces que pienso que es una gran broma, una broma extraña, difícil, caótica. Otras veces pienso que no es pensado, que nadie se da cuenta salvo yo de que esto es así y cuando pienso en eso me quedo esperando que alguna vez suceda la repetición, pero esta nunca se da. Nunca habrá el mismo plato dos lunes seguidos. Todos los lunes son iguales, pero eso los diferencia de por si. Hoy, en cualquier caso, no habrá flan de postre, porque con el postre también pasa.

miércoles, mayo 18, 2011

Canción

Queda poco para que acabe esta canción. Lo idóneo, en este momento, sería que la canción fuera eterna. Que durara siete u ocho días, que este momento no fuera un momento sino que fuera una época. Le quedan segundos, la conozco, conozco esa cadencia, esos susurros que vienen de habitaciones lejanas, ese ambiente casi fantasmagórico, ese drama invisible, esas cuerdas terribles que son poco perceptibles. Esto no debería acabar, ¿Por qué las canciones tienen que acabar? La posibilidad de ser sonido, de ser parte sonora de esto que agoniza. Habitar entre una nota y otra, ser esa tecla aguda de piano lejano que acaba de sonar anunciando, definitivamente, el instante final de agonía de la canción. ¿Por qué no vivir en la canción? Igual el instante que agoniza es eso, soy yo perdiéndome en la acústica invisible de la habitación, llegando como un sonido comprimido a otros lados de este hotel, atravesando el pasillo de este tercer piso. Llegando como amontonado con los otros sonidos allí donde me voy haciendo inaudible. Se cae, se cae el sonido, se va, termina. Final a negro.

martes, mayo 10, 2011

Historia y evolución

Rápido, Dinosauro. Se nos acaba el tiempo.

Fin

sábado, mayo 07, 2011

Tuberías

Tampoco era exactamente un descenso. No era una pendiente. Podía sentir que había una especie de caída, una caída estática, pero no era un vértigo. En ese instante las cosas estaban relativamente quietas. Sonaba la televisión a poco volumen. En la pantalla se sucedían imágenes de un programa en el que se mostraban escenas de la vida diaria de unos tipos que vivían en los Andes, a una altura poco recomendable para el ser humano. No prestaba atención al programa, su intención era concentrarse en la narración pausada, pero la concentración se trasladaba como un insecto con alas por la habitación. La concentración, que a su modo era la realidad, giraba inconstante por las esquinas. Afuera le pareció que empezaba a llover, o sonaba como si algo cayera contra el asfalto de ese modo melódico y rítmico que lo hace la lluvia poco potente. Se asomó y no llovía, entonces pensó que ese sonido podía ser de los aires, de las tuberías, de los respiraderos del hotel. En ese instante le hubiera gustado tener algún tipo de reflexión profunda, descabellada u original. Algo casi para escribir, pero pensó en las tuberías, en como a alguien se le ocurrió las tuberías, no a alguien, a la humanidad con sus cadenas, con sus evoluciones o esa forma de avanzar hacia adelante, por el camino que se puede, en cual fue el camino del intelecto humano para terminar desarrollando las tuberías. El metal de las tuberías del patio de atrás del hotel brillaban tenues. Tuvo entonces un curioso viaje imaginativo. Sin cerrar los ojos, y durante algunos segundos, imaginó un paseo agazapado por las tuberías. Un viaje incómodo, levemente claustrofóbico y mal oliente, pero un viaje, por otro lado, psicodélico, veloz y del que se conoce el destino, el destino real, el destino cierto del final de una tubería. En la televisión se sucedían, casi infinitamente, todos los nombres de los títulos de crédito del programa que estaba terminando ya. Leyó, sin darse cuenta: Clint Ford. Creyó leer que era ayudante de cámara. Imaginó a Clint Ford, concentrado, profesional, viviendo unos meses fuera de Inglaterra, allí en Los Andes. Clint Ford, al que imaginó de unos treinta años, hospedado con un largo equipo n algún lugar acomodado por el equipo de producción, escuchando música en los ratos libres allí en los Andes, escuchando música anglosajona en medio de otras formas de vida. Luego imaginó a Clint Ford volviendo al Reino unido. Viviendo en un apartamento pequeño de la zona 3 de Londres. Llegando a casa después de unos meses fuera. En Londres no llueve y Clint se lanza a la cama y piensa en alguien. Luego olvida a Clint, también las tuberías. Se gira y cambia de canal. Un hombre serio habla de noticas recientes. Bosteza. Empieza, por fin, a tener sueño.

En el coche

¿Nacemos solos? No nacemos solos. No nací solo. Estoy solo ahora, pero no fue así en el principio. No recuerdo mi nacimiento, recuerdo las primeras épocas, el entorno amable. La levedad de la primavera, sábados en la finca, la risa de una familia unida en el éxito social, los privilegios de una burguesía honesta. Las relaciones entre primos, los juegos entre árboles mientras el sol anunciaba que empezaba la mejor época del año. Las conversaciones largas con los tíos más jóvenes, el descubrimiento de autores, las primeras noches, los experimentos con las drogas, el alcohol. Recuerdo siempre gente, una prolongada familia unida en la experiencia vital. Luego viajes, amigos. No nacemos solos, nacen solos algunos, no todos. Nacemos. Todos nacemos. Ahora, sin embargo, estoy estacionado aquí, frente a este edificio gris, un parking medio vacío, portales por los que hace rato que no pasa nadie y algo de lluvia. Hay luz en la habitación, una luz tenue, la misma luz de siempre. No recuerdo porque escogimos ese apartamento. Nos gustaba el entorno arbolado, nos entusiasmaba la posibilidad de pasear por esos bosques de alrededor los fines de semana. La urbanización agradable y silenciosa. Cosas que luego importan menos de lo que se piensa en el momento de la decisión. Nunca paseamos por los bosques juntos, si acaso, en la última época iba yo solo. Me anochecía ahí dentro y volvía a casa, cruzando ese portal por el que hace rato no pasa nadie y subía y tu tardabas en aparecer. Casi no hablábamos ya y yo que me pasaba el día en casa hubiera hablado con los árboles. Hay luz, esa luz tenue que dejaba encendida cuando me ponía a leer. Me fui porque cuando me fui creí que volvería a casa, un avión, un océano de por medio y otra época atrás. Me uniría a la vida familiar que seguía intacta allí, en casa. Sin embargo prolongué la decisión. ME alquilé un apartamento en el centro de la ciudad, donde a ti no te gustaba vivir. Bien pensado, jamás viviría en esta ciudad, pero el azar juega sus cartas de un modo no siempre comprensible. Me adapté a una forma extraña e inconsciente de espera. Hay veces que esperas nada, algo, una vibración, un movimiento sísmico, un maremoto, el deshielo. Empecé a frecuentar un local, había buenos conciertos, conocí a gente en ese local. De todo había algo importante, yo había vivido siendo parte de un nucleo. Cuando perteneces a una familia así, no hay vacío, eres parte de un sistema planetario sólido, que gira alrededor de una idea común que todos desconocen pero que se asume. Desde que vinimos a esta ciudad comprendí que hay formas fugaces de existencia, nómadas. En el local veía conciertos y bebía y charlaba. A veces salía con alguien de ahí, cogíamos el coche y conducíamos a otros sitios. Conocí una forma de ciudad que habíamos ignorado al llegar. Locales tristes, con gente triste o locales animados con gente que no sabía que era tan triste o gente que parecía triste pero era enormemente alegre o gente alegre que desconocía el significado real de su tristeza o gente que se regodeaba alegremente en la tristeza. Volvía a casa de madrugada y comprendía que no había nacido solo, que hay quien nace solo y quien no. Tampoco se muere solo, sólo unos, otros no. Hay luz en la habitación. Y estoy en este parking donde hace un tiempo soy ajeno. Los ciclos, las rutas vitales. Mira donde estamos ahora. Ahora encenderé el motor del coche, carretera al centro. Ese trayecto que recorríamos entonces, medio callados. He conocido grupos interesantes, alguna música que te habla de cerca. A veces duele, a veces dudo, como si en verdad, en el fondo creyera lo opuesto de lo que creo. Como si todos fuéramos varias cosas.

jueves, mayo 05, 2011

Movimiento de rotación

Cuando estoy aquí, a ella aún no le han pasado las cosas. Cuando desayuno en el fondo la espero y desayuno con ella a mediodía, mientras yo ya como. Cuando me voy a la cama, sueño que estoy con ella en su media tarde. Y sueño, sueño que ella duerme cuando yo ya me levanto y despierto pensando que en el fondo ella está soñando que yo ya estoy despierto. Digamos que la distancia sideral del destiempo es la que hay que recorrer, constantemente, para unirme, invisiblemente, a ella. Así que hay que atravesar, sobre todo, el tiempo. Hay que ir saltando y esquivar el movimiento de rotación para estar sin estar, en esa hora lejana por la que yo ya pasé y ella en un rato pasará. Así que de algún modo, como todo está en permanente movimiento y ambos nos trasladamos, es complejo, pero no imposible, seguir el rastro. Así que salto, salto para permanecer en ese aire y dejar rotar el suelo para darla alcance arriba y luego caigo y vuelvo al suelo. Estoy aquí, cuando estoy aquí ella avanza allí. Una forma extraña de carrusel. ¡Tiovivo adelante! Nada se detiene. Cuando duermo sueño que despierto y que en mi mañana es de noche y allí ella va a dormir y duerme y sueña que despierta de día y no hay hora, no hay día, no hay noche, hay aire y el carrusel da vueltas extrañas abajo, donde todos están despiertos o dormidos y nadie sabe nada, de las odiseas por encontrarnos fuera del movimiento de rotación.

martes, mayo 03, 2011

Asfalto

Acompañé a Fico a llevar unas bolsas grandes, negras, de esas de basura, pero que iban repletas de ropa o eso me dijo, aunque a mi me parecía que llevaban otra cosa, no se el que, pero otra cosa. Me pasó la más ligera y él llevaba dos muy pesadas. Cogimos un autobús que nos dejó cerca del terminal. En el terminal había un bullicio terrible de vendedores ambulantes, de tráfico, de gente, de autobuses, de caos. Había caos, pero un caos húmedo, pesado, un caos como de vuelta, que viene del intento desesperanzado de intentar organizar a los seres humanos, a la libertad, el amor. Como si ese caos cálido fuera apagado, una hoguera que ha arrasado con la selva y agoniza en cenizas, en brasas leves. Caminamos con las bolsas, Fico iba apurado, como si fueramos a llegar a tiempo a algo. Nos desviamos por todas aquellas calles de asfalto destrozado, de tráfico denso, de movimientos indescifrables entre vendedores de comida de calle y vendedores de zumos de frutas y helados de hielo raspado cubiertos de leche condensada. Llegamos a un local con una reja marrón, Fico la abrió y entramos a un lugar en estado permanente de construcción, paredes de ladrillo a medio hacer, cemento amontonado y mesas con ropa y zapatillas de calidad terrible sobre mesas de plástico, de esas que se usan en fiestas. Sonaba una radio popular, el locutor de voz enloquecídamente grave que anuncia los grandes éxitos de ayer y de hoy. Salió una morena en bermudas muy reducidas que muestran unas piernas perfiladas, prolongadas y firmes. Fico hablaba de mercancía, de cifras, de intercambio, de lo acordado y a mi todo me sonaba lejano. La chica cogió mi bolsa sin mirarme, yo le dije hola y ella no contestó, se giró y volvió dentro. Fico me dijo que nos fueramos. Caminamos hasta el terminal, Fico no habla, yo siento que estoy perdiendo algo, el tiempo o posibilidades, posibilidades invisibles, extrañas, inconclusas, pero que hay algo erróneo y no se detectarlo. No hablamos, cruzamos calles con urgencia, porque Fico camina, siempre, con urgencia. Levanta la mano, porque de repente aparece un autobús, es un 7, nos montamos casi en marcha. Suena la misma emisora, como si esa emisora fuera el tiempo o algo extremadamente presente. La voz de ese locutor que presenta contundente canciones de salsa, parece venir desde otro planeta, el mismo, pero uno repetido, igual, un planeta espejo, que está a doscientos millones de años luz. Fui colgado, todo el trayecto, de la puerta del autobús, que va atestado de gente. Miro el asfalto. A mi la ciudad y según avanzabamos hacia el oeste de la ciudad más, me huele siempre a asfalto, un asfalto que está lleno de frenadas de ruedas. En un momento Fico pidió que nos dejarán ahí. Bajamos del autobús. Habíamos llegado a una zona de la ciudad donde se confunde lo urbano y lo rural. Había menos asfalto, las casas eran muy humildes, mucho. Caminamos con las bolsas por esa zona adentro. Calles enterradas y desérticas, tristes, miserables. Pasó un tipo en moto y Fico, serio, me advirtió que tuviera cuidado que las cosas se ponían serias y a mi la palabra seria me rebotó como un eco, como una alarma de bomberos que se escucha a lo lejos, en otro lado de la ciudad. Finalmente alcanzamos una casa, una casa a medio construir como casi todas las casas de esa zona. Entramos por una puerta de metal muy débil. En la casa había un tipo y una mujer, estaban montados en una mesa, ella se da la vuelta y se acomoda nerviosa, el tipo se ríe y le dice a Fico que siempre aparece inoportunamente:"estaba a punto de tirar con la esqueleto" La esqueleto desapareció y el tipo nos atendió sin abrocharse el pantalón y con la camisa de flores naranjas y verdes, desabotonada, mientras hablaba todavía estaba excitado. Fico le pasó las dos bolsas y el tipo entró y segundos después apareció con dinero. Fico se lo guardó, le dio la mano y nos fuimos. En la calle no hablamos. Caminamos por las calles de tierra hasta la carretera, en el andén esperamos el bus. Tardamos una hora y media en volver al terminal, cuando llegamos ya casi anochecía. Finalmente Fico me miró y me dijo que me invitaba a unas cervezas por el favor de acompañarle. Acepté. Caminamos por las calles cerca del terminal que bajaban la intensidad a velocidad de vértigo. Unas cinco manzanas después entramos en un club, Fico pidió una botella de Ron. Nos sentamos y vimos los espectáculos de mujeres. La quinta o sexta mujer que apareció era una chica de mi edad más o menos, diecisiete, dudé que fuera mayor de edad. Bailó, bailó con una silla, se desnudó íntegramente y yo vi una luz, una luz directa, concentrada, un foco proveniente del oeste de la ciudad o de otra ciudad, una luz increíble que se apoyaba en su piel. La miré, miré sus pies, sus rodillas, sus tetas, su culo, su cara maquillada terriblemente, amargamente. Bailó con una energía desorbitada, excesiva, la energía del inexperto, del inocente. La miré, bebí y nos fuimos. Al llegar a casa me masturbé pensando en aquella chica. Al día siguiente hubiera ido otra vez. No lo hice. No recuerdo que hice. He ido olvidando toda aquella época. Sólo, a veces, me viene el olor a asfalto.

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