martes, mayo 03, 2011

Asfalto

Acompañé a Fico a llevar unas bolsas grandes, negras, de esas de basura, pero que iban repletas de ropa o eso me dijo, aunque a mi me parecía que llevaban otra cosa, no se el que, pero otra cosa. Me pasó la más ligera y él llevaba dos muy pesadas. Cogimos un autobús que nos dejó cerca del terminal. En el terminal había un bullicio terrible de vendedores ambulantes, de tráfico, de gente, de autobuses, de caos. Había caos, pero un caos húmedo, pesado, un caos como de vuelta, que viene del intento desesperanzado de intentar organizar a los seres humanos, a la libertad, el amor. Como si ese caos cálido fuera apagado, una hoguera que ha arrasado con la selva y agoniza en cenizas, en brasas leves. Caminamos con las bolsas, Fico iba apurado, como si fueramos a llegar a tiempo a algo. Nos desviamos por todas aquellas calles de asfalto destrozado, de tráfico denso, de movimientos indescifrables entre vendedores de comida de calle y vendedores de zumos de frutas y helados de hielo raspado cubiertos de leche condensada. Llegamos a un local con una reja marrón, Fico la abrió y entramos a un lugar en estado permanente de construcción, paredes de ladrillo a medio hacer, cemento amontonado y mesas con ropa y zapatillas de calidad terrible sobre mesas de plástico, de esas que se usan en fiestas. Sonaba una radio popular, el locutor de voz enloquecídamente grave que anuncia los grandes éxitos de ayer y de hoy. Salió una morena en bermudas muy reducidas que muestran unas piernas perfiladas, prolongadas y firmes. Fico hablaba de mercancía, de cifras, de intercambio, de lo acordado y a mi todo me sonaba lejano. La chica cogió mi bolsa sin mirarme, yo le dije hola y ella no contestó, se giró y volvió dentro. Fico me dijo que nos fueramos. Caminamos hasta el terminal, Fico no habla, yo siento que estoy perdiendo algo, el tiempo o posibilidades, posibilidades invisibles, extrañas, inconclusas, pero que hay algo erróneo y no se detectarlo. No hablamos, cruzamos calles con urgencia, porque Fico camina, siempre, con urgencia. Levanta la mano, porque de repente aparece un autobús, es un 7, nos montamos casi en marcha. Suena la misma emisora, como si esa emisora fuera el tiempo o algo extremadamente presente. La voz de ese locutor que presenta contundente canciones de salsa, parece venir desde otro planeta, el mismo, pero uno repetido, igual, un planeta espejo, que está a doscientos millones de años luz. Fui colgado, todo el trayecto, de la puerta del autobús, que va atestado de gente. Miro el asfalto. A mi la ciudad y según avanzabamos hacia el oeste de la ciudad más, me huele siempre a asfalto, un asfalto que está lleno de frenadas de ruedas. En un momento Fico pidió que nos dejarán ahí. Bajamos del autobús. Habíamos llegado a una zona de la ciudad donde se confunde lo urbano y lo rural. Había menos asfalto, las casas eran muy humildes, mucho. Caminamos con las bolsas por esa zona adentro. Calles enterradas y desérticas, tristes, miserables. Pasó un tipo en moto y Fico, serio, me advirtió que tuviera cuidado que las cosas se ponían serias y a mi la palabra seria me rebotó como un eco, como una alarma de bomberos que se escucha a lo lejos, en otro lado de la ciudad. Finalmente alcanzamos una casa, una casa a medio construir como casi todas las casas de esa zona. Entramos por una puerta de metal muy débil. En la casa había un tipo y una mujer, estaban montados en una mesa, ella se da la vuelta y se acomoda nerviosa, el tipo se ríe y le dice a Fico que siempre aparece inoportunamente:"estaba a punto de tirar con la esqueleto" La esqueleto desapareció y el tipo nos atendió sin abrocharse el pantalón y con la camisa de flores naranjas y verdes, desabotonada, mientras hablaba todavía estaba excitado. Fico le pasó las dos bolsas y el tipo entró y segundos después apareció con dinero. Fico se lo guardó, le dio la mano y nos fuimos. En la calle no hablamos. Caminamos por las calles de tierra hasta la carretera, en el andén esperamos el bus. Tardamos una hora y media en volver al terminal, cuando llegamos ya casi anochecía. Finalmente Fico me miró y me dijo que me invitaba a unas cervezas por el favor de acompañarle. Acepté. Caminamos por las calles cerca del terminal que bajaban la intensidad a velocidad de vértigo. Unas cinco manzanas después entramos en un club, Fico pidió una botella de Ron. Nos sentamos y vimos los espectáculos de mujeres. La quinta o sexta mujer que apareció era una chica de mi edad más o menos, diecisiete, dudé que fuera mayor de edad. Bailó, bailó con una silla, se desnudó íntegramente y yo vi una luz, una luz directa, concentrada, un foco proveniente del oeste de la ciudad o de otra ciudad, una luz increíble que se apoyaba en su piel. La miré, miré sus pies, sus rodillas, sus tetas, su culo, su cara maquillada terriblemente, amargamente. Bailó con una energía desorbitada, excesiva, la energía del inexperto, del inocente. La miré, bebí y nos fuimos. Al llegar a casa me masturbé pensando en aquella chica. Al día siguiente hubiera ido otra vez. No lo hice. No recuerdo que hice. He ido olvidando toda aquella época. Sólo, a veces, me viene el olor a asfalto.

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