viernes, abril 29, 2011

Nosotros y ellos

Avanzábamos convencidos, iluminados por las nuevas ideas, sabedores de que la verdad era nuestra verdad. Nos subimos a las piedras seguros y desde allí nuestro discurso creció en potencia, en contundencia. De las piedras lanzamos nuestras frases para trasmitir la verdad definitiva, incendiaria, esa que nadie se atreve a decir, esa que es tan evidente, sin vuelta, sin truco. Dijimos las verdades o la verdad absoluta, una sola, única, como las piedras en las que estábamos subidos, sólidas, irrompibles. Nuestra fuerza se retroalimentaba con nuestra propia fuera y nos hicimos poderosos. Entonces se encendió la luz, la luz que desenmascaraba a los mentirosos, a los infieles. Crecimos en seguidores y nuestros seguidores adoptaron nuestra verdad, nuestra lucha. Así combatimos, con la contundencia de nuestra verdad inamovible, a los ocultos, a los embusteros, a los tramposos. La trampa era nuestra batalla, porque las reglas las marcaba nuestra verdad, nuestra pura y total verdad. Todo aquello más allá de las líneas de esa verdad eran la trampa, el embuste, el engaño, la falsedad. Juntos, avanzamos por las calles, por las carreteras, tomamos las ciudades de modo pacífico, apoderados de la verdad y del medio para trasmitirla, la palabra hablada, la palabra escrita, la transmisión general. Fuimos creciendo, fuimos tantos, buscando a los tramposos, buscándolos en sus casas, en sus trabajos, en sus parques, en las paradas de autobús, en las alcantarillas. En todas partes hasta que de frente, como una tribu, como salvajes poseidos, nos vimos venir, un espejo inmenso, gigantey obsceno, que nos enfrentaba a nosotros mismos. Ahí estábamos, tramposos, terribles.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Claro. Es así. Como un perrito que se muerde la cola. Muy bueno.

CL

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