martes, abril 12, 2011

Cambios

A los cuarenta y dos años comprendió que había que empezar de nuevo. En cierto modo, los cuarenta y dos eran un renacimiento. Atrás quedaba una forma de vida como la que podía entender hasta ese momento y giró la rueda, una rueda invisible, y trató de modificar el curso de las cosas, de los acontecimientos cotidianos. Había sido conductor para artistas en giras por Europa. Artistas de todo tipo. Grupos de electrónica adictos al speed, grupos de indie pop adictos a la cocaína y al romanticismo, cantoautores venidos a menos adictos a la protesta, magos adictos al vacío y al alcohol. La mayoría de las giras sucedían en un frenesí de ciudades, los artistas bajaban y subían de la confortable furgoneta generalmente con urgencia. Llegaban a la sala donde presentaban sus espectáculo, tres o cuatro horas más tarde aparecían en estados de euforia, de decadencia o de depresión fugaz e irremediable. Él solía esperar en los hoteles, tumbado en la cama, descansando, porque cuando los artistas no actuaban él debía trabajar, así que su descanso era cuando los artistas trabajaban. En los hoteles pasaba horas quietas, había aprendido a dominar los hoteles, a conseguir una forma casi real de hospitalidad. Repetía los ritos, dejaba la televisión encendida, deambulaba cantando canciones de salsa y miraba por la ventana con el ánimo del que lleva una vida asomándose al mismo balcón, sabiendo que cada día, la vista, al otro lado, era distinta. A menudo se entretenía escuchando el murmullo de las otras habitaciones, esas conversaciones difusas, inaccesibles, que le conferían al hotel un aire lejano, ficticio, sordo, de vecindario. Del hotel a la carretera, conduciendo en silencio mientras en el fondo de la furgoneta se sucedían conversaciones diversas: análisis exhaustivos de la actuación, reflexiones sobre el público, divagaciones sobre la droga, discusiones incendiarias de egos atormentados. Los artistas, generalmente, apenas se relacionaban con él y él, pasado los años, lo prefería. Le gustaba mantenerse al margen, escuchar y no opinar, verles deambular por ciudades, verles ajeno, escucharles en la furgoneta casi como un tipo invisible. De los transportados prefería a los magos, que generalmente mantenían una actitud ante la vida como si todo sucedería, aún, en el siglo diecinueve. Detestaba a los artistas electrónicos, tipos que ansiaban vivir en el siglo veintitrés y que sin embargo no vivían en ningún siglo, porque de algún modo se desvanecieron al cruzar la frontera en el año dos mil. Había grupos de todo tipo, como un abanico de posibilidades sobre lo mismo. En general pensaba que los músicos eran tipos pendientes de trascender y que los magos trascendían la nada o querían hacer, como fin universal, hacerlo desaparecer todo. Los magos, pensaba, son el paradigma del nihilismo.

Entonces llegaron los cuarenta y dos. No hubo tarta, ni una cena. La noche de cumpleaños le pilló en una ciudad fronteriza, hacía frío y amenazaba tormenta, el suelo de la calle estaba húmedo y el ambiente bastante solitario. Había llegado ahí transportando a un grupo que participaba en un festival. Había dejado al grupo horas antes en la zona de descarga, quedaron en verse al día siguiente, en la puerta del hotel, a las diez de la mañana para volver a casa después de una gira bastante catastrófica para ese grupo. El hotel era particularmente desangelado y estaba prácticamente vacío. Entró en la habitación cansado, llevaba muchos kilómteros en las espaldas. Se asomó al balcón, cantó canciones populares, pero los ritos, esta vez, no hicieron efectos, el hotel le pareció inhóspito, desagradable. Insistió en conseguir la calidez que lograba, siempre, un hogar invisible, pero no lo logró. Pasó la noche desvelado. A la hora acordada recogió al grupo y recorrió la carretera de vuelta a la ciudad. Dejó al grupo y fue a aparcar la furgoneta al parking de la compañía. Se sintió agotado. Miró la furgoneta, ese arma tremendo de trabajo, y sintió que había algo de solemne despedida. Giró calle abajo y decidió buscar otro trabajo, otro apartamento donde vivir. Por primera vez notaba el cansancio físico de la edad. No llamó para avisar que lo dejaba, no cobró el dinero de esa gira.

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