miércoles, abril 27, 2011

Terapia primaveral intensiva

La primera noche hicimos el amor cinco veces. Las dos primeras de un modo realmente seguido, la tercera un poco después, cuando ya iba avanzando sobrecargada la madrugada. La cuarta fue extraña, menos intensa, más emocional. La quinta fue casi al amanecer, cuando la luz va variando considerablemente. Después de la quinta vez nos quedamos dormidos.

La segunda noche llegó tarde, venía de trabajar, agitada aún, oliendo a calle y a su perfume casi desaparecido entre las horas del día y las urgencias de oficina. Hicimos el amor casi a modo de saludo. Fumamos, hicimos el amor nuevamente y hablamos descuidadamente del presente o de ese pasado recientemente desaparecido del día. Me hubiera dormido, pero ella prefirió lanzarse al suelo y rodar por el parqué. Dimos varias vueltas, giramos descoordinadamente y terminamos a golpe de jadeos cerca de la pared de la ventana. Nos quedamos en el suelo, con la luz encendida, sin hablar. Al cabo de media hora, un golpe invisible de su piel, me hizo lanzarme a sus piernas, subimos desquiciados al colchón y no hicimos el amor, practicamos con ansiedad mil formas de sexo oral. La madrugada avanzaba fuera y yo volvía a rendirme físicamente, pero ella parecía un atleta africano batiendo el record de la maratón y por algúna señal lejana, inaudible, tremenda, casi bestial, sintió otro ataque de frenesí y se lanzó encima de mi. Dudé durante parte del evento de la resistencia de los muelles de la cama, de la fragilidad de las patas, de la inconsistencia del cabecero, incluso de la mesilla de noche con su lámpara coqueta. Me concentré en un punto preciso del techo, un punto de humedad muy poco esparcido que creaba formas variables, como una nube en la que ves diferentes figuras, sostenía el cabecero de la cama, que parecía venirse abajo, con mis manos, me concentraba en distintos asuntos, en los jadeos, en sus pechos, en mi resistencia física. Finalmente nos deshicimos como agua sobre el cochón, me quedé dormido, cosa, que de manera cómica, me recriminó por la mañana.

La tercera noche me preparé mentalmente, creo que también físicamente. Según llegó no nos saludamos. Hicimos el amor en el recibidor de casa. Recuerdo que sonó el teléfono. No atendí. Al terminar marqué rellamada, era un amigo que me solicitaba para una noche de alcohol. En mitad de la llamada ella se sentó en mis piernas, cuando me despedí de mi amigo ya estábamos en mitad del acto. Según colgué lancé algo parecido a un aullido que contenía todo el disimulo sostenido durante la conversación telefónica. Aullé y aquello nos motivo a ambos. Esa fue la primera noche que cenamos o que intentamos cenar. La mesa la preparamos con esmero, luego comprendí que innecesariamente, antes de terminar el primer plato ya habíamos destrozado el mantel y rodaba la comida por el suelo. De ahí, debido al empantanamiento, nos fuimos a la ducha, en la ducha encadenamos a otro acto, un acto prolongado y tibio. De alguna manera la reverberación de las paredes del baño otorgaban una nueva calidad acústica. Los gemidos caían más prolongadamente. Del baño yo me arrastré por el pasillo hasta la cama. Me lancé, propuse hablar. Hablamos lentamente y me fui quedando dormido. Desperté de golpe. Su cara estaba sobre mi cara, mi cuerpo se encajaba obediente, como llaves en cerraduras. Me dejé llevar hasta que un motor invisible transformó mi sueño en una forma descomunal de energía. Me rendí finalmente y me volvía quedar dormido. Soñé que hacíamos el amor, y me pareció el colmo. Al despertar ella tenía prisa yo llegaba tarde y aquello motivó otro acto.

La cuarta noche me había prometido resistir, dedicarnos a la conversación, a debates. Le pregunté que leía. Mala idea. El título trasladó, inmediatamente, la conversación a un terreno pantanoso, escurridizo, sudoroso, resbaladizo, suave, emergente, sólido, deslizante, salivoso, creciente, rítmico, ligero, ligero, veloz, velocísimo, frenético, hipnótico, caótico, bestial, musculoso, fuerte, tenso, nervioso, galopante, infinito y blanco. No hubo más conversación. Definitivamente pasaba del sueño al placer. Del agotamiento a la energía. Encadenamos una y otra vez. La cuarta noche si cabe, fue insaciable. Mucho tiempo después miré la hora. El amanecer era lo único que podía detener semejante exceso y sin embargo nunca llegaba. Hasta que, con los ojos casi en blanco vi la luz solar anunciar un nuevo día. Me sentí a salvo.

La quinta noche sonó el timbre. La mejor defensa es el ataque. Me lancé poseido. Está vez ni cerramos la puerta de la calle. Rodamos por el descansillo hasta la puerta del ascensor que estaba abierta. Entramos rodando, sin mirar. Alguien llamó al ascensor desde abajo. Se abrió la puerta en la planta baja. Había gente que ignoramos. Giramos por el portal. Salimos a la calle. Rodamos por la acera. Calle abajo. Entre suspiros y exageraciones verbales. Caimos en el metro. Entramos en un vagón. Cruzamos la ciudad sin diferencia de actos, todo como un acto único, tremendo, irrepetible, infinito. Salimos del metro en el aeropuerto. Cruzamos la terminal. Embarcamos rodando, girando, enredados, su piel y mi piel, su pierna con mi pierna, mi sudor con su sudor. Suspiros tremendos, violentos, casi gritos. Volamos en primera sin separarnos, desnudos, infinitos. Aterrizamos en otro país, en otro continente. Sin separación llegó la sexta noche y ya no frenamos. Seguimos. Vuelos. Aviones. Ciudades. Y así, finalmente, llegamos a la séptima noche. Y en la séptima noche, por fin, descansé y nunca más supe de ella.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Jaaaa es buenísimo. Burlesco, como una comedia de Woody Allen.

CL

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