martes, abril 28, 2020

Ignorancia

Ayer hicimos una leve trampa para salir. En vez de salir uno de los dos con las dos niñas, nos separamos y fuimos cada uno con una, pero por separado. Primero salieron M y P y luego salimos D y yo. En la calle D me dijo que jugaremos a encontrarlas. Hicimos una ruta no pensada, nos íbamos dejando llevar. Las dos veces que hemos salido hemos ido buscando cosas con un fin casi infantil de cerciorarnos que siguen ahí. Igual que el primer día recorrimos casi el Madrid más simbólico, ayer recorrimos cosas que marcan cierto día a día. Pasamos por el colegio, por el parque, fuimos caminando por calles donde viven algunas amigas de D. Giramos para llegar a la Plaza del Dos de Mayo. Allí D dijo: "¡Qué verde está la plaza!" Estaba muy verde y muy limpia. Fue ahí cuando al fondo, caminando ajenas a nosotros vimos a M y P. Avanzamos hacia ellas con la intención de no ser vistos. D me pidió el teléfono para hacerlas una foto y luego enseñársela en casa, peor nos acercamos en exceso y P nos descubrió. Nos saludamos de lejos, sonreímos, pero cada pareja siguió su camino al azar. D y yo llegamos a la Glorieta de Bilbao. Como hacía tantos días que no veíamos las calles y ninguna de esas zonas, tanto a D como a mi, nos sorprenden los letreros de las tiendas: "Volveremos" o "Quédate en casa" o algunos netamente informativos: "Debido a la situación actual y siguiéndooslo las recomendaciones..." Carteles ya caducos, seguramente colocados antes del estado de emergencia, en esos dos días previos en los que avanzábamos, sin saberlo del todo, hasta la quietud obligada. Es inevitable pensar en aquella normalidad o en aquella rutina o en aquellos días. Caminas por las calles y hay una especie de nostalgia de tu vida previa. Andar por las calles así tiene una forma parecida al recuerdo. Donde las cosas se evocan sin ser del todo como fueron. Hay minutos que piensas que todo aquello volverá, sin concluir si todo aquello debería volver o no, hay segundos que sientes que nada de aquella ya será nunca más igual. Sigo sin saber, sigo sin ser capacidad si quiera presuponer. Transito, transito con D por las calles. A ambos nos pasa algo parecido, caminamos casi como autómatas. Casi, porque no lo somos, porque si algo somos en esos paseos es humanos. Emocionados, confusos, extrañados, sin mucha capacidad de definir lo que vemos. Transitamos. Avanzamos por calles sin mucho orden , giramos en esquinas sin decidirlo de antemano. Ni siquiera sé si alguno de los dos decide la ruta o somos empujados por decisiones consensuadas silentemente. Transitamos como transitamos esta época. Sin saber. Obedientes a las normas, conscientes y dubitativos. Ignorantes. Si algo somos estos días es que somos ignorantes. Lo ignoramos todo: ignoramos qué es de la vida de los otros, ignoramos el destino de las cosas, ignoramos cuál es la vida que llevamos, ignoramos. Somos profundamente ignorantes y caminamos un poco así, como tratando de descifrar algo de todo eso que ignoramos. Transitamos la ignorancia.

lunes, abril 27, 2020

Paseo con D

Paseo con D: Recoletos, Cibeles, Alcalá, Sol, Preciados, Gran Vía, Fuencarral y Hortaleza. Silencio y vacío. D va callada. A ratos le pregunto qué va pensando. Una de las veces me dice algo así como: no pienso, solo miro. La noto impresionada. La ciudad parece un lugar realmente distinto. A mi se me saltan las lagrimas muchas veces. No sé muy bien por qué. Hay entre el impacto de ver la ciudad así, la emoción de pasear con D y una sensación de perplejidad: al ver la ciudad así toma fuerza una pregunta silente: ¿Qué ha pasado? ¿Qué está pasando? D mira todo con atención. No saca las manos de los bolsillos. Sospecho que es otra de las maneras de protegerse del virus. No hay peor amenaza que la que no se ve. Nos cruzamos poca gente y la que nos cruzamos va inserta en una especie de cápsula. Tratamos de ni mirarnos, quizás. Por minutos, siento un amor por la ciudad que nunca había sentido. Soy bastante desapegado de los sentimientos de pertenencia. No me siento madrileño, no sé muy bien qué me siento. No es rechazo, simplemente nunca me he sentido vinculado especialmente a la ciudad. Sospecho que tiene que ver le haber vivido en distintos sitios siendo niño. Pero en el paseo Madrid me parece mi ciudad, me siento madrileño. Que no sé muy bien qué es. Me parece hermosa la ciudad, otra cosa que tampoco me había sucedido. Hay tristeza. Hay una tristeza brutal. Tiendo a no hacerme especulaciones con el futuro, pero creo que va a ser dificilísimo hacer desaparecer esa tristeza o igual no. Cada calle, cada giro, en verdad, te recuerda la ciudad llena, pero es bonita verla así. Me siento madrileño por primera vez en mi vida, pero veo a D y sé que si tengo una patria son mis hijas. Por segundos me invade el temor de cómo será el futuro de mis hijas, cómo será el mundo en el que vivan. La incertidumbre de esto. ¿Se instalará este silencio como forma de vida? ¿Silencio como protección? Cuando vamos llegando a casa pasamos por debajo del balcón de su mejor amiga. La llamamos para que se asome. Se miran y se hacen gestos. La amiga dice una frase impactante: Mamá, quiero bajar a tocar a D. Hace un gesto con la mano desde el balcón de una sinceridad abrumadora. Necesita sentir a su amiga. Caminamos el último tramo. D ve un avión de papel en el suelo y me dice: mira, ese avión estaba ahí cuando hemos empezado el paseo. Sin embargo nos damos cuenta, de repente, que el suelo eást lleno de aviones de papel. Muy bien hechos, muy precisos. Ese trocito pequeño y estrecho de la travesía de San Mateo está repleto de aviones de papel. No hay metáforas, no hay conclusiones. No hay ni siquiera mucho que pensar. Simplemente estamos transitando. Igual, ahí sí, como metáfora de esos aviones de papel: frágiles y débiles. Transitamos esto. Gastamos nuestra hora permitida con precisión. Me doy cuenta, según abro el portal, que hemos caminado rapidísimo.

sábado, abril 25, 2020

Vigilancia

Durante mucho tiempo escribía sueños e incluso escribía sobre sueños inventados (al teclear inventados, he escrito por error invitados: sueños invitados me ha parecido un bonito hallazgo), de repente escribir sobre sueños me pareció una idiotez, como también me pasa muchas veces hablando: precisamente lo que hace una experiencia incalificable al sueño es la parte que no se atrapa verbalmente. Si yo sueño que veo una vaca en el baño la imagen es potente, pero se queda en eso, en una imagen más o menos delicada, atractiva o potente, pero lo que en el sueño ha podido hacer de esa imagen algo especial es la bruma de extraña coherencia, que solo viviendo el sueño comprendes, tiene esa imagen. Así que desde hace algún tiempo hablar o escribir de sueños me parece un acto inútil por insuficiente y porque, salvo en ocasiones muy precisas, el interlocutor difícilmente puede empatizar del todo con ello. Y si recurro al sueño es porque leo y se comenta, que los sueños en el confinamiento están siendo, en general, muy intensos, muy extraños y llenos de simbología. Yo he soñado mucho y siempre bajo una extrañeza muy intensa en el confinamiento, pero sobre todo esta semana, lo que me llama más la atención es que estoy teniendo sueños donde se ha instalado en la normalidad estados de absoluto control. En varios sueños me han enseñado videos en los que salgo yo haciendo actividades rutinarias y me ponen multas por actitudes absolutamente normales: "¿Qué hacía usted subiendo a un coche en Ponferrada este día de abril?" y todo mientras me enseñan un video donde se me ve subiendo al coche de mi viejo en un parking abierto en Ponferrada. También he soñado que vamos los cuatro a visitar a amigos y cuando entramos en las casas y empezamos a charlar aparece la policía para prohibir la reunión. 

 No estoy en modo conspirador prediciendo el mundo al que vamos, he llegado a un punto con esta pandemia en la que me cuesta vislumbrar un mínimo las diferentes posibilidades hacia las que puede ir nuestro mundo. Soy incapaz de ver cómo será la salida de este extraño acontecimiento mundial. Pero sí me llama la atención como la sensación de control y vigilancia  se ha ido colando en el subconsciente. No sé si vamos a mundo más totalitario o un mundo de caos,  no lo descarto, com tampoco descarto un mundo prácticamente idéntico al que dejamos el día que nos encerramos en casa. Empiezo a no descartar nada y me empieza a faltar imaginación para prefigurar ese mundo después de la Pandemia. Pero el encierro si lleva a tu subscosnciente a sentirse vigilado, observado. Quizá se revela silentemente o acepta, quién sabe, saberse obediente.

jueves, abril 23, 2020

Cursi

Creo que en un porcentaje altísimo de la población, el confinamiento despierta el lado más sensible, más cursi, si cabe. Echo de menos abrazar a gente. He llegado a imaginar encontrarme con amigos y abrazarlos. No un abrazo épico, no. Echo de menos el abrazo como saludo, un abrazo sin aspavientos. El abrazo de la cotidianidad, el abrazo que sustituye al choque de manos o a los dos besos. Supongo que hay gustos y preferencias para todo, pero a mi el saludo que más me gusta es ese, el abrazo sin fuerza, suave, casi inconsciente. Supongo que estos acontecimientos te llevan a esas cosas. No lo digo con moralina o como gran revelación. Si algo pasa con estas cosas es que te lleva a lo esencial. No echas de menos viajar o aventuras vibrantes. Echas de menos ir a comer con tu madre, tomarte una birra con tu hermano pasear por el retiro con tus hijas. Los días más bonitos de tus días no suceden en la vibración, suceden en la normalidad. Uno de los días más bonitos de mi vida, fue hace un par de años que un martes por la tarde me fui con mis hijas al Retiro, caminamos, hacía buenísimo y fuimos hasta La Rosaleda. Yo me senté y las miraba a cada una fantaseando a solas en el jardín. No sé muy bien que imaginaban, se escondían en esa especie de laberinto de flores, se movían sin mucho orden. Cada una iba de un lado a otro, creo que a ratos venían a decirme algo, creo que sobre los diferentes colores de las rosas. Empezó a caer la tarde y empezamos a caminar para volver a casa. Había gente patinando, ciclistas y corredores, había parejas pajareando en el césped, había grupos de gente haciendo ejercicios orientales y tipos hipertensos musculados haciendo abdominales. Si tuviera que resumir mi paso por la tierra, por la vida, diría que ese día fue un buen resumen de la vida o de lo mejor de la vida.

miércoles, abril 22, 2020

Fiesta lejana en la playa

 Como soy persona de riesgo, sólo he salido dos veces en todo el confinamiento. Las dos han sido de noche para tirar el plástico y el vidrio en los contenedores que están a dos manzanas de casa. Como tiendo a la ficción y a la fantasía y, como buen hijo de mi generación, a mirar la realidad con la perspectiva de una película post apocalíptica; los dos paseos nocturnos a reciclar se han convertido en mi experiencia excitante de la cuarentena. Me alucina ver la ciudad así. El vacío, el silencio, la quietud. Impresiona, porque ninguna de esas cosas le corresponde a la ciudad, a una ciudad tan poco quieta, tan poco silenciosa y tan poco vacía como Madrid. Las dos noches he hecho el intento de grabar y las dos veces he terminado con la sensación de que intentar grabar la ciudad así es absurdo. Básicamente porque la grabación no llama la atención. La grabación muestra una calle vacía, nada más. Algo que no es tan extraño o tan impactante. Hay miles de calles vacías en el mundo ahora mismo. Lo que impresiona es otra cosa, es la ausencia del ruido en segundo plano. El ruido que ha desaparecido es el ruido que hay de fondo en ciudades como Madrid. Anoche intenté grabar otra vez. Me desvié un par de manzanas para dar una pequeña vuelta. De camino a los contenedores, cuando iba con las bolsas cargado, había pasado un coche de policía, así que cabía la posibilidad de que durante un rato no volvieran a pasar, lo que me daba margen para desviarme dos manzanas. Saqué el teléfono e intente grabar un subjetivo de mi paseo. El vídeo es malo, claro, pero lo compartí con I, que no está viviendo el confinamiento en Madrid. I ha hecho un comentario sobre el vídeo que me ha volado la cabeza. En el video, hay un momento, que de fondo se escucha un coche pasar, eso ya da la dimensión del silencio inusual de Madrid estos días. I dice: ese coche pasando me recuerda a cuando era pequeño e iba a la casa de la abuela: ese solitario coche pasando es el ruido del Madrid de hace 40 años. Y es cierto, al leerlo, he recordado ese ruido de un coche en medio de la noche en casa de la abuela cuando éramos pequeños. De hecho era un ruido casi misterioso. Y me ha dado por pensar en la memoria sónica. Esos sonidos que son parte de nuestra biografía. No necesariamente ruidos naturales, bonitos o poéticos, pero todos tenemos un montón de sonidos que describen mejor épocas o cosas del pasado que la propia narración de aquello. Cuando vivimos en Caracas, nuestro edificio daba a un centro comercial, el ruido de los aires acondicionados era constante, nunca desaparecía, pero lejos de resultar molesto, ha terminado convirtiéndose en mi cabeza en la banda sonora de la vida en Caracas. Cuando escucho ese sonido de tubos inevitablemente viene a mi cabeza Caracas. Uno de los sonidos más marcados en mi memoria sónica viene también de Venezuela. El año que llegamos pasamos la noche vieja en un apartamento que nos dejaron en la playa. I y yo nos asomábamos mucho a una terraza desde donde se veía el mar y veíamos un club de playa que había a un lado, con una playa fascinante, de esas que te imaginas cuando escuchas la palabra Caribe. Desde ese club venía música, lejana, mezclada con un suave bullicio de fiesta mezclado con las olas del mar. Todo se mezclaba como una especie de ambiente especial , algo irreal. Supongo que potenciado porque con doce años, conocer el Caribe tiene mucho de irrealidad. Ese ambiente sonoro, esa sensación de playa caribeña, con música no fácil de descifrar, con bullicio lejano de gente se ha convertido en uno de mis favoritos en mi memoria sónica. De hecho en la mayoría de las cosas que he grabado con mi último grupo he tratado de evocar ese ruido, ese recuerdo sonoro. Lo suelo llamar "fiesta lejana en la playa".

martes, abril 21, 2020

Match point

 Hay un partido de tenis entre dos pensamientos que se mueven, creo que en muchísimas cabezas, estos días. Es un peloteo largo, en el que ambos pensamientos juegan a las líneas, un punto épico de partido de tierra batida. Uno es el primer pensamiento, el que está en la primera capa de la percepción, en lo que brota sin matices, en lo que se suele tener menos fe: el catastrofista, el histerico, el caótico: ¡estamos en el fin del mundo! El otro es el más sosegado, más pausado, y parece más maduro, más racional: la humanidad ha pasaso miles de veces por algo así: ni siquiera somos lo nuevo en esto. Simplemente en nuestro permanente aislamiento de lo real, habíamos olvidado que la vida era esto: batallar contra todo lo que habita en la tierra. Y que simplemente de esto se trataba la vida en la tierra. Y en esas dos líneas basas tu día a dia de encierro. Hay horas, muchas horas que simplemente te has adaptado a esta batalla quieta que le hacemos al virus como extraños soldados de una guerra invisible. Te sientes un soldado en ese ejercito loco: el batallón de los pijamas. Hay otras horas, distintas, en las que la incertudmbre abre su boquete y se instala en signo de interrogación en medio de tu cara, interrumpido a ratos por el de exclamación: ¡La humanidad está a punto de extinguirse! ¿Qué va a ser de nosotros?Ya ni siqueira le doy valor o trato de comprender a ninguno de los dos jugadores del partido de tenis, simplemente les veo jugar. Se pasan la pelota y yo muevo la cabeza de un lado al otro, como el juez de silla. No tengo predilección por ninguno de los jugadores: no voy por ninguno. Veo al catastrofista soltar drives cruzados y le miro. Sigo la pelota, que supongo que es el pensamiento, y veo como el otro, el pausado espera, se coloca y suelta un golpe profundo. Les dejo pelotear. No es mi función ya esperar un resultado, simplemente esperar que haya un día que diga: juego, set y partido. Y sepamos, por fin, quién ganó.

lunes, abril 20, 2020

Fragilidades

La vieja es una mujer dura, con una fortaleza mental admirable, pero como toda gente fuerte, tiene determinadas fugas, zonas de fragilidad por donde está el punto de fisura de esa fuerza. En general creo que la psicología humana tiende a ese equilibrio: zonas mentales muy robustas, descompensadas con puntos muy debilitados, frágiles. Algo como lo que sucede en todo deportista, que se quiebra en algún punto preciso porque los músculos, en algún lado, descompensan sus fuerzas y sobrecargan zonas que tienden a ceder. La vida la ha puesto en una situación peculiar para llevar esta situación. Todo el confinamiento parece casi una prueba, casi un ejercicio psicológico para enfrentar e ir debilitando su zona frágil. La vieja hace el esfuerzo y medita sobre su vida. Recurre a todos sus trucos para aguantar. Hay algo que me llama la atención de la vieja: tiende al caos y no es una persona de pensamiento muy estructurado, sin embargo, como la vida la ha llevado a situaciones psicologicamente complejas muchas veces, tiene toda una estructura trabajada para no caer en la depresión. Conoce su posibilidad de quiebre y estructura todo su pensamiento para no ceder. Porque mi madre tiene miedo a ceder, al quiebre. Supongo que todos lo tenemos, pero en mi vieja es acentuado su miedo a ceder. Cuando se sufre un proceso de encierro prolongado: confinamiento, hospitalización, enfermedad en casa, la mente te suele revelar cuál es tu deseo más honesto. No esos apetitos del capricho, sino los deseos más puros, por llamarlos de algún modo. En este encierro prolongado, por ejemplo mi hija D, ha confesado varias veces que lo que quiere hacer cuando esto termine es ir al parque de El Retiro en bicicleta. La vieja dice cada vez con más frecuencia que cuando todo esto termine quiere ir a dar un paseo por una zona de la Casa de Campo idonea para caminar. Supongo que es nuestra forma más pura y honesta de libertad o de tranquilidad o de normalidad, entiendiendo como normalidad, la cosa esencial que le da sentido a nuestra vida. Espero que no pasen muchos días hasta que D pueda ir en bicicleta al Retiro y la vieja pueda caminar sola y a buen ritmo por la Casa de Campo.

domingo, abril 19, 2020

Silencio

Hay un silencio nuevo. Parece una frase estupida, pero es absolutamente real: hay un silencio que yo no conocía. El primer dia que lo sentí (¿Escuché?) fue en la puerta de casa, me estaba costando dormir y abri la puerta. Como mi casa da al patio me sorprendió el silencio en ese momento. Qué silencio tan brutal, pensé. Un silencio que pesaba. Era un silencio, por otro lado, muy agradable. En realidad sentir el silencio (¿Escucharlo?) es siempre algo agradable. Este silencio era nuevo, porqye estaba en medio de la ciudad, donde nunca había podido sentir el silencio y sin embargo estaba en medio de la ciudad, en el centro de Madrid sintiendo el nuevo silencio. No sé si será distinto el mundo cuando todo esto se pase. Lo que si es cierto es que se habrá registrado un silencio nuevo. Una forma de silencio que no existía.

 El otro día fui de noche a llevar las bolsas de reciclaje. La distancia a los contenedores me permiten un pequeño paseo. Volví a escuchar ese silencio. Ese silencio nuevo. Pesa, pero no es un peso desagradable. Es un peso atmosférico. El peso de la gravedad. Me detuve. Saqué el teléfono para grabar un vídeo estático. El resultado fue desastroso, porque ese silencio no se graba, es imposible de registrar, de hecho es absurdo querer registralo. No pasaba nadie por la Calle Hortaleza. Al final de la calle, donde empieza la plaza vi una figura pasar. Hay tanto vacío que el paso de un cuerpo a doscientos metros te llama la atención. Iba un tipo con máscarilla, a paso muy rápido. Tuve un pensamiento de esos que saltan, que no sabes de dónde vienen o si te pertenecen del todo: "¿ y si el mundo, ese que parecía nuestro mundo, ya jamás vuelve?" También tuve un momento de esos llenos de fantasía o extraño realismo, me parecía estar recorriendo la ciudad como un escenario. Se había terminado el rodaje y ahora no quedaba nadie: actores, técnicos, producción. El escenario cuando se termina el rodaje. Como si nos hubieran estado rodando y el equipo técnico hubiera desaparecido y ahora nuestro mundo, estuviera siendo proyectado, como una película, en algun lugar lejano. Luego avancé un poco más. Llegué al portal. Pasó una mujer con un perro. Sentí el silencio de nuevo. Pesado y agradable, potente. El silencio nuevo, el silencio que no se puede grabar.

miércoles, abril 15, 2020

Miedo

No nos hará mejores la pandemia, no nos dará ninguna lección. Como mucho seguiremos igual, pero en los últimos días, que me ha invadido un pesimismos que hacía años que no sentía, tiendo a pensar que el ser humano sale tocado de esto: a peor. El ser humano sale debilitado, asustado, muy vulnerable y siendo una de las especies cuyo miedo es de los mas nocivo, tiendo a pensar, en estas dos o tres jornadas de pesimismo, que esta vulnerabilidad se instalará, y que se instalará la supervivencia del animal asustado, vulnerable. A ratos se me pasa. Me muevo en dos zonas. Un sosiego nuevo, una forma de sosiego que no conocía de mi mismo y un pesimismo que tiende a crecer. Pero todo esto no son más que elucubraciones, pensamientos de un ciudadano cualquiera en sus días de confinamiento. Lo que sí me aterra, en algo menos trascendente, pero sí más actual, es la forma deleznable en que actúa el poder mediático y político de la derecha en este país. No lo entiendo. Incluso siento un fuerte sentimiento de intransigencia y de rechazo, no sólo a ellos, sino a sus votantes. Nunca me había pasado sentir ese rechazo, esa intolerancia. De hecho me niego el sentimiento,  no quiero sentirlo, pero ahí permanece y me cuesta dominarlo. Hay momentos que pienso que no quiero convivir con esos salvajes, con esos descerebrados, con esos seres del inframundo. Durante años he tratado de entender lo que motivaba a cada votante, la opinión de cada uno. He escuchado toda mi vida opiniones que me perturbaban y hacia el ejercicio de comprender, qué había de fondo, por qué una persona pensaba eso y yo pensaba tan distinto. A veces te das cuenta que todos tenemos una distorsión en el pensamiento: confundimos ideas con emociones y los prejuicios. Nuestras ideas son algo casi amorfo, nada concreto, casi un reflejo condicionado, que no siempre entendemos. Pero estos días no puedo hacer el ejercicio. Me genera tal rechazo las cosas que oigo que ni siquiera hago el esfuerzo de entender: el rechazo, como esas ideas que todos tenemos no meditadas, me sale como un impulso. Me asusta, porque es otra forma abismal de intolerancia, pero es aterrador lo que se escucha, cómo se actúa, lo que se lee. La nausea, el asco, el horror. Todo esto parece una forma nueva de sociedad. Tendemos hablar de fascismos, y no me cabe duda de que comparten formas muy similares, pero esto es nuevo, esto es una forma más desquiciada de sentimiento colectivo. Es el odio como respuesta. Pero una forma de odio nueva. Un odio menos obvio, incluso menos visiblemente violento, pero más profundo. Un odio que junta el odio histórico con una forma de odio que no se sabe aún muy bien de dónde sale. Un odio que les hace sentirse orgullosos y que arrasa. Y con ellos, rodeado de ellos, estaremos cuando empecemos a entrar en el mundo nuevo y desconcertante que se abre ante nosotros. Con ellos hay que construir. Y hay un sentimiento de rechazo muy profundo en mí: no quiero convivir con ellos. Me dan miedo.

martes, abril 14, 2020

Francesco

 Como somos varias generaciones educadas en la imagen y en ese discurso hegemónico de cierta imagen, tendíamos a ver el hecho histórico como algo cargado de épica, acompañado de músicas agitadas y situaciones de altísima tensión. Hay algo de humor en esto, pero también algo de certeza. Y de repente el momento histórico que nos toca vivir es encerrados en casa. Sin agitaciones, sin cambios de plano cada medio segundo y solamente con una masa de incertidumbre delante difícil de asimilar. Estamos quietos, para generaciones en las que estar quieto es el acto más complejo y mas inalcanzable: no sabemos estar quietos, no sabemos no hacer nada. Consumimos tantas cosas que hasta nos consumimos a nosotros mismos. No vivimos, consumimos nuestra vida. La llenamos de experiencias que consumimos. Consumimos viajes, consumimos deportes, consumimos festivales, consumimos relaciones. Y de repente nuestro momento histórico es una situación en la que consumir no tiene sentido. Compramos la comida, dejamos pasar las horas y sumamos dias mientras miramos números de la curva de contagio como si nos fuera a revelar algo. El momento histórico que nos ha tocado vivir es inexplicable. Nos aísla y durante horas: no pasa nada. Lo que pasa viene de fuera, de lejos, lo leemos en mensajes o en noticas que chequeamos en redes sociales, pero si no has sufrido la enfermedad, lo que sucede no se ve, porque en tu casa solo sucede lo tuyo, y sin embargo no entiendes nada. Estamos aislados unos de otros y sin embargo nunca hemos sido tan conscientes de ser animales sociales, de ser colectivo. Estamos aislados, gestionando la incertidumbre y sin saber qué va a ser de nuestra forma de vida más esencial: nuestra trabajo, nuestras casas, nuestras rutinas. De repente somos conscientes de algo que sospechábamos, pero a lo que no queríamos dar demasiada importancia, muchos de nuestros trabajos son prescindibles e incluso, cuando nos ponemos bíblicos, incluso intuimos o pensamos que como especie también. Somos prescindibles.

 Este confinamiento tiene algo de existencialismo básico: no somos nada. Y sin embargo sabemos que nos gusta vivir. Escribo aquí, para dejarme constancia, la anécdota que mejor define lo que nos está pasando. En la vida normal, en la vida rutinaria, cada día llevo a mis hijas al colegio, a menudo lo hacemos los cuatro. Vamos toda la familia hasta el colegio. Hacemos el camino despistados, las niñas aún arrastran sueño y vamos pensando en la jornada. Con frecuencia nos cruzamos con un tipo de aspecto peculiar: Francesco. A mitad de camino ( al colegio habrá unos 350 metros desde casa) vemos muchos días a Francesco salir de su portal: su abrigo antiguo, sus pantalones estrechos, sus botas de vaquero, su pelo indescriptible. Francesco es poco expresivo, pero siempre nos saluda. Francesco sin saberlo, quizá nosotros ni siquiera lo sospechábamos hasta ahora, era parte señalada de nuestra rutina, de nuestra vida regular. El otro día, D se quejó. No dejan salir a los niños y llevan más de un mes sin pisar la calle, sin ver espacios abiertos. Estaba algo cansada: sólo pedía dar una vuelta. Sus palabras fueron muy precisas y definen muy bien lo que nos pasa en este momento histórico: "solo quiero dar una vuelta, ver a la gente aunque sea desde los balcones o cruzarme con Francesco y darle los buenos días. Echo de menos cruzarme con Francesco"

domingo, abril 12, 2020

Ser vivo

Todo ser vivo se enfrenta permanentemente al peligro. Mantener la vida es un ejercicio de verdadero esfuerzo. Quizá cabe el termino bélico: vivir es una batalla. Que lo hayamos olvidado, que con frecuencia nos olvidemos de ello como seres vivos, nos demuestra, que con frecuencia perdemos nuestra esencia. ¡Qué especie tan rara somos! Porque la esencia de todo ser vivo es luchar por mantener la vida. Vivir es ganarle tiempo a la muerte. Vivir es una guerra en la que te sabes de antemano derrotado. En tiempos de Pandemia, de confinamiento, nos surgen las dudas: ¿Qué ha pasado con nuestro mundo? ¿Qué ha pasado con nuestra forma de vida? Tiendo a pensar que no hay una forma de vida como tal, que no hay sistema, que asumimos ese desorden raro como una forma de orden para que vivir no sea tan complejo, no nos resulte tan abrumadoramente deshilachado. Hemos llegado a este punto por una acumulación  desorbitada de errores y porque con frecuencia no comprendemos nada. Es difícil comprender lo real si vives ajeno al motor principal de lo real, luchar por permanecer vivo. ¿Cómo es posible que una forma de vida se venga abajo por parar tan sólo dos semanas? ¿Cómo es posible que este orden no soporte detenerse un mes? ¿Quizá porque no hay sistema o el sistema es otra cosa de lo que creemos que es? Somos millones de seres vivos, que para defendernos, nos hemos tenido que encerrar aislados. Hay quien usa estos días de caos de ideas la analogía con las cuevas: ¡hemos vuelto a la cueva! dicen. Yo creo que no. No hemos vuelto a las cuevas, nos hemos encerrado en casas. No se parece en nada. No valen las metáforas ni las comparaciones. Es tiempo de ver lo real: estamos encerrados en casas, en ciudades paradas, con la producción mundial detenida. No hemos vuelto a la cueva. No vale la metáfora. Estamos luchando como seres vivos, como todo ser vivo lucha por permanecer vivo. Y si hay una metáfora, creo que a i la única que me vale, es que por primera vez, casi todos, a la vez, somos una tribu. Una tribu extraña, incomprensible y loca, deshilachada, esparcida por todo el planeta, pero una tribu confinada. Como los rebaños, como las bandadas de pájaros. Seres de la misma especie intentando sobrevivir colectivamente. No voy a la fraternidad o la solidaridad o el sentimiento de unión entre nosotros, voy a que por primera vez somos tribu porque nos defendemos en común, como seres vivos, del peligro. Nos protegemos como especie, algo que no sabemos hacer bien, porque en ese desorden que es nuestra forma de vida, con frecuencia olvidamos que de eso se trata: de permanecer vivos.

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