martes, abril 14, 2020

Francesco

 Como somos varias generaciones educadas en la imagen y en ese discurso hegemónico de cierta imagen, tendíamos a ver el hecho histórico como algo cargado de épica, acompañado de músicas agitadas y situaciones de altísima tensión. Hay algo de humor en esto, pero también algo de certeza. Y de repente el momento histórico que nos toca vivir es encerrados en casa. Sin agitaciones, sin cambios de plano cada medio segundo y solamente con una masa de incertidumbre delante difícil de asimilar. Estamos quietos, para generaciones en las que estar quieto es el acto más complejo y mas inalcanzable: no sabemos estar quietos, no sabemos no hacer nada. Consumimos tantas cosas que hasta nos consumimos a nosotros mismos. No vivimos, consumimos nuestra vida. La llenamos de experiencias que consumimos. Consumimos viajes, consumimos deportes, consumimos festivales, consumimos relaciones. Y de repente nuestro momento histórico es una situación en la que consumir no tiene sentido. Compramos la comida, dejamos pasar las horas y sumamos dias mientras miramos números de la curva de contagio como si nos fuera a revelar algo. El momento histórico que nos ha tocado vivir es inexplicable. Nos aísla y durante horas: no pasa nada. Lo que pasa viene de fuera, de lejos, lo leemos en mensajes o en noticas que chequeamos en redes sociales, pero si no has sufrido la enfermedad, lo que sucede no se ve, porque en tu casa solo sucede lo tuyo, y sin embargo no entiendes nada. Estamos aislados unos de otros y sin embargo nunca hemos sido tan conscientes de ser animales sociales, de ser colectivo. Estamos aislados, gestionando la incertidumbre y sin saber qué va a ser de nuestra forma de vida más esencial: nuestra trabajo, nuestras casas, nuestras rutinas. De repente somos conscientes de algo que sospechábamos, pero a lo que no queríamos dar demasiada importancia, muchos de nuestros trabajos son prescindibles e incluso, cuando nos ponemos bíblicos, incluso intuimos o pensamos que como especie también. Somos prescindibles.

 Este confinamiento tiene algo de existencialismo básico: no somos nada. Y sin embargo sabemos que nos gusta vivir. Escribo aquí, para dejarme constancia, la anécdota que mejor define lo que nos está pasando. En la vida normal, en la vida rutinaria, cada día llevo a mis hijas al colegio, a menudo lo hacemos los cuatro. Vamos toda la familia hasta el colegio. Hacemos el camino despistados, las niñas aún arrastran sueño y vamos pensando en la jornada. Con frecuencia nos cruzamos con un tipo de aspecto peculiar: Francesco. A mitad de camino ( al colegio habrá unos 350 metros desde casa) vemos muchos días a Francesco salir de su portal: su abrigo antiguo, sus pantalones estrechos, sus botas de vaquero, su pelo indescriptible. Francesco es poco expresivo, pero siempre nos saluda. Francesco sin saberlo, quizá nosotros ni siquiera lo sospechábamos hasta ahora, era parte señalada de nuestra rutina, de nuestra vida regular. El otro día, D se quejó. No dejan salir a los niños y llevan más de un mes sin pisar la calle, sin ver espacios abiertos. Estaba algo cansada: sólo pedía dar una vuelta. Sus palabras fueron muy precisas y definen muy bien lo que nos pasa en este momento histórico: "solo quiero dar una vuelta, ver a la gente aunque sea desde los balcones o cruzarme con Francesco y darle los buenos días. Echo de menos cruzarme con Francesco"

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