miércoles, abril 22, 2020

Fiesta lejana en la playa

 Como soy persona de riesgo, sólo he salido dos veces en todo el confinamiento. Las dos han sido de noche para tirar el plástico y el vidrio en los contenedores que están a dos manzanas de casa. Como tiendo a la ficción y a la fantasía y, como buen hijo de mi generación, a mirar la realidad con la perspectiva de una película post apocalíptica; los dos paseos nocturnos a reciclar se han convertido en mi experiencia excitante de la cuarentena. Me alucina ver la ciudad así. El vacío, el silencio, la quietud. Impresiona, porque ninguna de esas cosas le corresponde a la ciudad, a una ciudad tan poco quieta, tan poco silenciosa y tan poco vacía como Madrid. Las dos noches he hecho el intento de grabar y las dos veces he terminado con la sensación de que intentar grabar la ciudad así es absurdo. Básicamente porque la grabación no llama la atención. La grabación muestra una calle vacía, nada más. Algo que no es tan extraño o tan impactante. Hay miles de calles vacías en el mundo ahora mismo. Lo que impresiona es otra cosa, es la ausencia del ruido en segundo plano. El ruido que ha desaparecido es el ruido que hay de fondo en ciudades como Madrid. Anoche intenté grabar otra vez. Me desvié un par de manzanas para dar una pequeña vuelta. De camino a los contenedores, cuando iba con las bolsas cargado, había pasado un coche de policía, así que cabía la posibilidad de que durante un rato no volvieran a pasar, lo que me daba margen para desviarme dos manzanas. Saqué el teléfono e intente grabar un subjetivo de mi paseo. El vídeo es malo, claro, pero lo compartí con I, que no está viviendo el confinamiento en Madrid. I ha hecho un comentario sobre el vídeo que me ha volado la cabeza. En el video, hay un momento, que de fondo se escucha un coche pasar, eso ya da la dimensión del silencio inusual de Madrid estos días. I dice: ese coche pasando me recuerda a cuando era pequeño e iba a la casa de la abuela: ese solitario coche pasando es el ruido del Madrid de hace 40 años. Y es cierto, al leerlo, he recordado ese ruido de un coche en medio de la noche en casa de la abuela cuando éramos pequeños. De hecho era un ruido casi misterioso. Y me ha dado por pensar en la memoria sónica. Esos sonidos que son parte de nuestra biografía. No necesariamente ruidos naturales, bonitos o poéticos, pero todos tenemos un montón de sonidos que describen mejor épocas o cosas del pasado que la propia narración de aquello. Cuando vivimos en Caracas, nuestro edificio daba a un centro comercial, el ruido de los aires acondicionados era constante, nunca desaparecía, pero lejos de resultar molesto, ha terminado convirtiéndose en mi cabeza en la banda sonora de la vida en Caracas. Cuando escucho ese sonido de tubos inevitablemente viene a mi cabeza Caracas. Uno de los sonidos más marcados en mi memoria sónica viene también de Venezuela. El año que llegamos pasamos la noche vieja en un apartamento que nos dejaron en la playa. I y yo nos asomábamos mucho a una terraza desde donde se veía el mar y veíamos un club de playa que había a un lado, con una playa fascinante, de esas que te imaginas cuando escuchas la palabra Caribe. Desde ese club venía música, lejana, mezclada con un suave bullicio de fiesta mezclado con las olas del mar. Todo se mezclaba como una especie de ambiente especial , algo irreal. Supongo que potenciado porque con doce años, conocer el Caribe tiene mucho de irrealidad. Ese ambiente sonoro, esa sensación de playa caribeña, con música no fácil de descifrar, con bullicio lejano de gente se ha convertido en uno de mis favoritos en mi memoria sónica. De hecho en la mayoría de las cosas que he grabado con mi último grupo he tratado de evocar ese ruido, ese recuerdo sonoro. Lo suelo llamar "fiesta lejana en la playa".

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