lunes, abril 27, 2020

Paseo con D

Paseo con D: Recoletos, Cibeles, Alcalá, Sol, Preciados, Gran Vía, Fuencarral y Hortaleza. Silencio y vacío. D va callada. A ratos le pregunto qué va pensando. Una de las veces me dice algo así como: no pienso, solo miro. La noto impresionada. La ciudad parece un lugar realmente distinto. A mi se me saltan las lagrimas muchas veces. No sé muy bien por qué. Hay entre el impacto de ver la ciudad así, la emoción de pasear con D y una sensación de perplejidad: al ver la ciudad así toma fuerza una pregunta silente: ¿Qué ha pasado? ¿Qué está pasando? D mira todo con atención. No saca las manos de los bolsillos. Sospecho que es otra de las maneras de protegerse del virus. No hay peor amenaza que la que no se ve. Nos cruzamos poca gente y la que nos cruzamos va inserta en una especie de cápsula. Tratamos de ni mirarnos, quizás. Por minutos, siento un amor por la ciudad que nunca había sentido. Soy bastante desapegado de los sentimientos de pertenencia. No me siento madrileño, no sé muy bien qué me siento. No es rechazo, simplemente nunca me he sentido vinculado especialmente a la ciudad. Sospecho que tiene que ver le haber vivido en distintos sitios siendo niño. Pero en el paseo Madrid me parece mi ciudad, me siento madrileño. Que no sé muy bien qué es. Me parece hermosa la ciudad, otra cosa que tampoco me había sucedido. Hay tristeza. Hay una tristeza brutal. Tiendo a no hacerme especulaciones con el futuro, pero creo que va a ser dificilísimo hacer desaparecer esa tristeza o igual no. Cada calle, cada giro, en verdad, te recuerda la ciudad llena, pero es bonita verla así. Me siento madrileño por primera vez en mi vida, pero veo a D y sé que si tengo una patria son mis hijas. Por segundos me invade el temor de cómo será el futuro de mis hijas, cómo será el mundo en el que vivan. La incertidumbre de esto. ¿Se instalará este silencio como forma de vida? ¿Silencio como protección? Cuando vamos llegando a casa pasamos por debajo del balcón de su mejor amiga. La llamamos para que se asome. Se miran y se hacen gestos. La amiga dice una frase impactante: Mamá, quiero bajar a tocar a D. Hace un gesto con la mano desde el balcón de una sinceridad abrumadora. Necesita sentir a su amiga. Caminamos el último tramo. D ve un avión de papel en el suelo y me dice: mira, ese avión estaba ahí cuando hemos empezado el paseo. Sin embargo nos damos cuenta, de repente, que el suelo eást lleno de aviones de papel. Muy bien hechos, muy precisos. Ese trocito pequeño y estrecho de la travesía de San Mateo está repleto de aviones de papel. No hay metáforas, no hay conclusiones. No hay ni siquiera mucho que pensar. Simplemente estamos transitando. Igual, ahí sí, como metáfora de esos aviones de papel: frágiles y débiles. Transitamos esto. Gastamos nuestra hora permitida con precisión. Me doy cuenta, según abro el portal, que hemos caminado rapidísimo.

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