sábado, enero 30, 2010

Otros juegos

Me he despertado a las cinco de la madrugada. Me he quedado a oscuras tratando de reconstruir inútilmente las imágenes del sueño que aún, en forma de sensaciones, perduraba. He caminado y me he asomado a la ventana. Por la calle no pasaba nadie, nada. La luz de las farolas iluminaba el asfalto para seres invisibles. He mirado otras ventanas apagadas, ninguna encendida en toda la calle y me ha parecido que el mundo estaba vacío. Luego me he tumbado en el suelo y me he quedado notando mi respiración y he imaginado que ese ritmo iba acompasado con el resto, como si ese ritmo no me perteneciese sino que fuera parte de una cadena infinita de ritmos, un engranaje en el que mi respiración era empujada y empujaba a su vez a otros elementos. Desde el suelo, he visto los reflejos y las sombras trasladándose por el techo de un coche que pasaba por la calle. He escuchado el ruido que rompía todo y desaparecía. Conductor nocturno sin rostro, sin vida, sin biografía que pasa y se va. Luego todo ha vuelto al ritmo previo y momentáneamente ha venido una imagen precisa del sueño. Un camino entre maleza, un tipo corriendo delante de algo que sólo él ve. La carrera es frenética, lo que le persigue que es invisible emite un ruido desconcertante, una suma de sonidos. Parece una selva, un lugar entre trópicos. He tratado de comprender la imagen pero no he logrado nada. Esa imagen suelta que habita en mi cabeza no se hilaba con otras imágenes, con ningún recuerdo, con ningún instante. Me he puesto en pie y he salido a la calle. He caminado por la acera iluminada por las farolas y he pensado en la posibilidad de estar siendo observado desde alguna ventana oscura por otro insomne. He avanzado hacia adelante, me he cubierto el cuello con el abrigo y he caminado a buen ritmo. He pasado calles. Un camino no trazado, un laberinto invisible. He girado en esquinas al azar o por decisiones ocultas, no conscientes. Se ha caído de mi bolsillo al suelo una moneda, la he recogido, marcaba cruz. Gané.

viernes, enero 29, 2010

Diario

Pensaba escribir: "Por la ventana entra la noche de verano" pero me he detenido en el momento de arrancar el diario de ese modo. No entra la noche de verano por la ventana. La ventana, es cierto, está abierta y al otro lado el calor cuelga en la oscuridad de la noche y lo vuelve todo pausado. El calor ralentiza las cosas, las vuelve vaporosas y eso se percibe desde esta mesa desde la que veo la piscina iluminada y vacía. Me gusta la luz que tienen las piscinas por la noche, le dan al verano y a las noches esa sensación de destello, de agradable luz eléctrica. Ese espacio rectangular que proyecta ese azul hacia la noche me traslada a una forma de realidad donde las cosas suceden como por encima, como acuosas y levemente movedizas. Pero no era esto, no eran estas descripciones innecesarias las que quería trasladar esta noche al diario. Me he sentado en la mesa y he abierto el cuaderno por la última página y he fechado con la intención de hablar del día, de las horas de luz, cuando el calor era intenso e incluso agotador. Me he sentado aquí a narrar con la idea de fugarme, de algún modo, del recuerdo; de lo acontecido, de la agitación y del sudor y más que fugarme narrándolo, me fugo sin narrarlo, como si ni siquiera escribiendo quisiera evocar, como si la fuga fuera precisamente no contármelo en el diario. Ahora es de noche y todo está tan pausado que da la sensación que los acontecimientos del día no han sucedido o han sido inventados. Por el día recordamos la noche y lo que evocamos son sueños; algo así, pero al contrario, sucede por la noche cuando recordamos el día, que parece que no fue del todo real lo que sucedió. Como si día y noche y sus respectivos instantes, fueran irreconciliables. Porque ahora que es de noche y veo la piscina iluminada y vacía soy incapaz de revivir con precisión lo que sucedió cuando había luz solar y la piscina estaba llena de niños gritando en medio de los saltos liberadores y de los juegos acuáticos. No es el mismo mundo y escribo para fugarme, aunque realmente quería confesarme para huir a gusto, sin el temor de no mirarle a los ojos a esas sensaciones agitadas y violentas. Ahora el agua está casi estática, levemente agitada por una brisa invisible, casi inexistente. Acaba de entrar una mujer en escena, se ve la figura a contraluz, contrastando con la luz azul eléctrico de la piscina. La mujer se quita las sandalias y se sienta en el borde de la piscina y mete los pies en el agua y yo escribo en el diario que eso sucede y me detengo y miro a la mujer indescifrable jugueteando con los pies y el cambio de densidad. Escribo eso en mi diario pero debería escribir la confesión, narrarlo de una vez y dejar de dar vueltas, de huir del instante, de lo sucedido. Pero me entretengo huyendo a esas frases en las que escribo que es de noche y es verano y una mujer que acaba de entrar en el campo de visión, mete los pies en el agua y los mueve levemente. El diario y la piscina se parecen, en esa corriente invisible se mueve lo que no se ve pero también está sucediendo. Escribo eso, por no escribir lo que sucedió, los movimientos y la agitación en las horas de máximo calor, aunque, bien mirado todo ese recuerdo está por debajo de esto que escribo. El diario, entonces, es doble. Narro el presente, escribo esto mientras se que por debajo de estas palabras van otras, las que narran lo que no estoy narrando. Confieso el presente cuando en realidad me estoy confesando ese recuerdo cercano del día, ese recuerdo que se transforma casi en irreal cuando llega la noche. Narro la noche para narrarme, sin narrarlo, el día, la agitación, el calor. La luz solar contra la luz eléctrica de la piscina. Los niños gritando y saltando contra los pies pausados de la mujer en contraluz. La noche y el día. El sueño y el recuerdo. El diario por la noche. En algún punto del planeta, a esta hora es de día. De eso y de alguna cosa más quería hablar esta noche.

Hasta mañana.

jueves, enero 28, 2010

General

Generalmente el General se miraba con orgullo en el espejo. La barriga, que con los años se iba haciendo prominente, le daba, en su opinión, ese aire lejanamente bonachón que tanto ayudaba en esa imagen que sobre él mismo tenía. Sabía que no era un tipo atractivo, los rasgos se amontonaban en su cara como una habitación desordenada y no había un equilibrio sostenido entre ojos, nariz y boca, sin embargo solía encontrarse peculiar y carismático, sobre todo eso. Más allá de sus ideas de visión lejana y de su anticipación histórica, solía encontrar el apoyo físico que todo lider necesita, un apoyo físico basado en una genética cercana y popular. Un tipo común pero alto y fuerte con las peculiaridades de su rostro le imprimian un carácter . Apenas dormía, la cabeza trabaja rápido y mucho y agita las mareas internas y los pensamientos en la cama cuando quieres dirigir el mundo, el tuyo y el de los demás . En esto el sabía que todo era relativo, lo importante no era el tamaño dle mundo que gobernara, sino lo simbólico, el de su poder. Daba igual que más allá el mundo, cualquier otro mundo, decidiera seguir equivocado en su andar errado, el sabía que su idea y su intuición más sabian de los tiempos, de las necesidades y de la verdad que todo ese colectivo mundial de adormecidos ciudadanos. De algún modo eso era lo que encontraba frente al espejo a esas horas en el que el resto del país, salvo unos cuantos, duerme. Una imagen sólida que reflejaba una idea, una mente y un caracter contundente, claro y sanador. Eso veía cuando se veía desde la lejanía. Imaginaba, porque la fantasía no tiene límites, su imagen publicitada como la imagen de lo correcto. Había nacido, y en eso era supersticioso, en el lugar y en el segundo preciso para la llamada de la historia, y a eso el iba a responder, a ese instante universal al que había sido llamado. Había nacido, y esa era su principal misión, para alterar el ritmo de su mundo, fuera del tamaño que fuera. Mitómano y egocentrico como todo iluminado, veía en sus gestos, reflejos lejanos de los gestos de sus admirados. Aquí, una arruga que evocaba la misma arruga de su idolatrado. Allí la nariz se dobla del mismo modo que la nariz del hombre que tantas veces le inspiró. El General miraba con orgullo en la madrugada su físico, aprendiéndose cada parte, cada cambio que el tiempo insaciable le iba provocando. No era atractivo, claro que no lo era, pero su físico y su mente atraían. No hay teoría para la admiración. "Ser admirado es un don", se decía a sí mismo, mientras se giraba para contemplar su perfil. "Se nace o no se nace con esta fuerza, con esta garra, con este desparpajo" y movía todo el cuerpo para colocarse en el otro perfil y verse, adivinar lo que pensaban los demás cuando veían lo que el veía en ese instante frente al espejo. Ejercitaba sus miradas, algunos discursos invisibles para una audiencia invisible, que es la más exigente de todas las audiencias, porque eres tú multiplicado por los reflejos de los espejos. Evocaba algunos de sus gestos, los desenfadados, los que no sabía que hacía cuando estaba hablando. Entonces hablaba frente a él, olvidándose que ese que hablaba era él, tratando de verse desde afuera. Se miraba y se argumentaba sus propias ideas, sus propios principios, su ética y entonces, sólo unas pocas veces, lograba ausentarse de él mismo y mirarse como le miran los otros, desde fuera y se sorprendía "Así que ¿Este es el gesto que hago cuando dialogo y me extiendo en mis ideas?" y sonreía convencido de que esos gestos revelaban a un hombre líder. Sólo a veces desviaba su mirada de esa aguda auto-observación. Algunas mañanas se entretenía viendo ese hormiguero que emergía por debajo del lavabo, esa hilera negra y formada, admirablemente entregada a una misión. " Son hormigas, saben obedecer. Su existencia está basada en la aceptación y en la búsqueda colectiva del alimento" y la hilera se extendía por debajo del lavabo enredándose entre baldosas y cemento, perdiéndose en las profundidades del suelo de su casa. "La hilera hipnótica" y recordaba su mundo, ¿Cómo podría adaptar esa hilera a su realidad, convertir a los habitantes de su universo en hormigas obedientes, trabajadoras, entregadas? y levantaba la cabeza y volvía al espejo, buscando respuestas en si mismo a sus propias interrogaciones, pero habitualmente encontraba el gesto frío, distante y cínico de su propia mirada, pero jamás una luz, jamás una contestación y así pasaba los años y nada. Jamás sucedía nada, salvo el aumento cruel de las arrugas de su cara. Entonces giraba y sin saberlo pisaba la hilera, la hilera silenciosa y de destino trágico de honestas hormigas.

lunes, enero 25, 2010

Los puentes

Su voz, saliendo invisible desde su garganta, se extendía casi rectilínea y colgante, hasta el oído de aquella mujer que entre desconcertada y curiosa escuchaba el relato de aquel hombre que no conocía; y que sólo el azar de las horas y de los asientos había ubicado justo a su lado en ese trayecto cotidiano de autobús. La voz de aquel hombre que escuchaba era grave y elevada, como si el relato no fuera únicamente para la mujer, sino también para el resto de pasajeros adormecidos que viajaban allí:

.- No puedo cruzarlos. No es por vértigo, por la altura. Es por otro tipo de temor. No es que los deteste, no viene de un trauma, es simplemente por su forma y porque se prolongan como un extraño ser hacia el otro lado. Son frágiles, pero no es la fragilidad de romperse o de ser vencibles lo que me aterra, es su fragilidad natural, esa cosa de que en el puente, en cada puente algo malo va a suceder. De que uno pasa y algo se queda en el otro lado. Los puentes más que unir separan. No puedo cruzarlos, no puedo pasar ningún puente, porque los temo a todos, a cada uno de ellos y eso condiciona tanto las cosas, mi vida, que sucede, claro, siempre en este lado. Porque nunca puedo pasar al otro lado, a aquel lado que jamás conoceré, al lado que llevan los puentes. No los cruzaré, no puedo. Se que de ese modo me niego una mitad del mundo que tan divido en puentes está. Se que me niego el otro lado, las cosas que suceden en el lado donde termina el puente que no cruzo, pero no puedo. Yo no puedo me entiende. Un camino en el aire no es un camino. Nunca crucé el puente, me negué el otro lado. Si en la ciudad hay fiestas al otro lado del río, yo no puedo ir a las fiestas, las veo desde aquí, desde este lado con el bullicio que llega desde allí, con todas las luces, con todo el jolgorio de noche que yo sólo veo desde aquí. Desde este lado. Si en el otro lado del río hay conciertos o acontecimientos yo no voy, yo me quedo, porque ni por esas cruzo el puente. No puedo cruzarlos.

Y la mujer escucha al hombre y mira a los otros pasajeros y se encuentra con las miradas esporádicas de los curiosos que la miran a su vez mientras escuchan las palabras del hombre y sus puentes. Ella ve entonces no sólo el puente allí, atravesando el río, sino los otros puentes, el de las miradas, ojos que van atravesando el espacio, caminos en el aire. Y oye la voz del hombre que, como un puente, viaje por ese camino invisible en el aire hasta su oido. Son todos puentes, piensa. Puentes y le mira, le coge la mano y con los dedos atraviesa desde su brazo hasta su brazo y el hombre se calla y la mira y no vuelve a hablar. El autobús se detiene y ella baja. Esa noche se queda en mitad del puente sobre el río. A cada lado los lados. Son todo puentes.

viernes, enero 22, 2010

Las horas

No se cuanto tiempo llevo aquí. No se a que hora me metieron. No se que hora era ni que hora es. Tiempo, el infinito problema del tiempo. Recuerdo lo que antecede, lo que sucedió, el tiempo previo. Me acosté a dormir, llegué tan tarde a casa y , de repente, al despertar aparecí aquí. Me trajeron, eso pone en esta nota donde me explican que estoy encerrado, que ellos, mientras dormía me trajeron. No firman, no dejan huellas de su identidad. Una nota escrita a máquina, una nota que parece venir de otra década, de un tiempo lejano, "Nosotros te trajimos. Dormías. Nosotros te encerramos". Me he puesto en pie. He recorrido la sala de luz blanca, fluorescente. Una sala rectangular, amplia, de techos altos. Paredes blancas, techo blanco, luz blanca. De resto relojes. Toda la sala está repleta de relojes. Relojes de cuco, relojes digitales, relojes de pila, relojes de cuerda, relojes cuadrados, circulares. Relojes callados, relojes cuyos segundos marcan el constante ritmo del paso del tiempo. Relojes con segundero, relojes de marca, relojes modernos, relojes antiguos, relojes parados. Horas. Cada uno tiene una hora distinta. 10:13, 19:02, 00:07, 12:18. Cada uno marca un tiempo. Cada uno en un minuto, ajeno al minuto del otro reloj, desconociendo la hora de sus vecinos. Desconociendo la hora real, porque ¿Qué hora es? ¿Qué reloj entre todos los relojes marca la hora que es, la hora establecida, la hora acordada? ¿Este que está pegado a la pared, con la esfera dorada y la caja de madera, con las agujas afiladas y estrechas que acaban en círculo y que marca las 16:26? ¿Es esa la hora o es esta: La de este reloj digital, de números rojos que acaba de saltar de minuto, que acaba de entrar en esa hora que podría ser la hora, mi hora, la hora que conocen mis biorritmos: Las 19:14? Recorro la sala, la sala blanca donde la hora son tantas horas. La sala con todos los tiempos, el tiempo fracturado y movedizo. La sala donde es mediodía y madrugada, donde amanece y se atraviesa el mediodía, la sala donde es la hora del café y de dormir. Pero ¿Cuál de estas horas es mi hora? ¿A qué hora de esta sala pertenece mi tiempo? ¿Soy de la hora de ese reloj de cuerda que gira sobre si mismo, movido por un mecanismo hermoso, soy las 2: 17? No hay hora entre todas las horas. No encuentro mi hora entre tantas horas por decidir. Quizá deba elegir mi hora, señalar con el dedo cual será, a partir de ese instante, mi hora y vivir ignorando las otras horas. Podría elegir eso, pero quizá podría vivir entre varias horas, tratar de acoplar mi existencia a todas esas horas. Acaso no multiplicaría mi existencia. Acaso no me bifurcaría en muchos. ¿Acaso no podría ser yo todas las horas? Ser 19:48 y 10:21, pero también 21:54 y 01:45 y 02:02 y 01:23. Podría ser. Pero podría ser también que esta sala está habitada por muchas horas y en cada hora habita gente que no se ve porque están separados por las horas. Podría ser que mi hora pertenezca a uno de los relojes y en cada una de las otras horas que marcan los otros relojes hay otros que están aquí, pero en otra hora y por eso no les veo, no se ven, no nos vemos. Somos horas paralelas, diferencias horarias. Están, pero no les veo. Quizá piso el suelo en el mismo sitio que pisa el de las 13:16, pero no está porque nos separa una diferencia horaria. Podría ser eso, pero podría ser que esto no indique más que el tiempo no es tiempo y que no hay hora y que no hay tiempo salvo una masa invisible, un algo que empuja hacia algo que tampoco se ve y que no tiene hora. Pero es justo en este instante que miro mi muñeca y veo el reloj y veo la hora, mi hora y comprendo, claro que comprendo: Las 16:42. Se acaba, en esa no hora, este texto.

jueves, enero 21, 2010

Ballena

En el momento indicado, aunque jamás es el momento exacto, siempre se va un poco por detrás, un poco por delante; la ballena se resbala, con toda la humedad que conllevan sus texturas, hacia una profundidad desconocida. Resbala, entonces, la ballena en un nado, si es que es nado, recto y seguro, un vaivén marino entre algas que bailotean empujadas por una corriente invisible y que todo lo empuja. Previamente los peces, arriba, han estado moviéndose conjuntamente, en bancos que parecen una unidad, todos dirigiéndose y entremezclándose con los corales firmes y esponjosos, rozándolos al paso, quizá haciendo florecer organismos invisibles, que también sobreviven en esa corriente que viene de lejos, de los más profundo del océano. Entonces, a ratos, la profundidad cambia de intensidades en su color y ascienden, en acompasado movimiento, especies distintas de peces, dirigidos por el puro placer de trasladarse por ese cuerpo inabarcable que es el mar. Abajo, mucho más abajo, ya está la ballena, que penetra húmeda, casi de silicona, entre oscuridades que huelen a profundidad, a la esencia misma del mar, pero la ballena, en ese instante, no conoce de olores; conoce de destinos, de destinos infinitos donde habitan, quizá, siglos y siglos de existencia. Va la ballena y ya todo la acompaña, los bancos de los peces, las algas bailando, las corrientes, la colorista vegetación marina, la laxitud hipnótica de la marea. Va el mar entero, desplazándose con la ballena que recorre el mar en busca de una luz inalcanzable, de una luz hermosa que podría ser otro mar que se forma en ese mar. Un espejo acuático de bancos y luces y destellos que se transforman y al final, al final del todo la esencia. La vida misma.

lunes, enero 18, 2010

El otro ron

Atardece, se va la luz, se va el día. Comienza la noche, en breve comienza la noche. Se vienen ya las siete de la tarde, se va ya la luz. No me ve la noche. A mi y a nadie ve la noche. Ahí está la catedral, ahí va apagándose su luz. Me gusta la plaza a esta hora, con la gente que va como hormigas, ignorados por el destino. Dejé de rezar pronto, cuando comprendí que era mejor lanzar las súplicas dentro de ese líquido que sabe más de inmortalidades que el mismo Dios, que tanto se pavonea de saber y estar en todo. El ron aclara las ideas y aconseja con amargura, no anda con remilgos y suelta con crudeza el dolor. No engaña y es cruel, pero menos cruel que Dios. El ron devasta por dentro, Dios la tierra. Así que me dejé de hablarle a ese güevón, que no mira a la cara y se esconde tras los tonos azules y las nubes pasajeras; comencé mis largas conversaciones con mi propio reflejo en la botella, escuchando lo que el jarabe que te recorre, te va contando en ese viaje por tus propias venas. No me ve la noche, a mi y a nadie y se va haciendo de noche y huele a algo. ¿A que huele? Como un vapor que atraviesa la humedad y aumenta el calor. Como si se viniera algo callado y silencioso que en el fondo quiere decir algo ¿Es la noche la que huele? ¿Es la noche ese vapor, ese aumento en la presión de mis piernas? Parece la extraña taquicardia del alcohol, el olor de los vapores etílicos. El tambaleo de la borrachera, pero como si estuviera borracho lo otro, lo demás, la palmera, la catedral los que corren hacia nada y mis piernas ¿De donde viene ese vapor? ¿Por qué hace giros la plaza? Se va la plaza, se va la palmera, se va la mujer que cruza con la niña en brazos hacia el autobús que atraviesa y también se va. Se va la catedral, se van mis piernas, se va aquel señor que vende jugo en la esquina. Se van, los traga este mal ron que ha producido esta inmensa, desquiciada, salvaje e incomprensible borrachera.

La tía de Paul McCartney

Finalmente hay teorías de todo tipo. La teoría del caos, que es ordenadamente hermosa. La teoría del big bang que es explosivamente universal. La teoría de la relatividad. Teorías demostrables, teorías que se caen. Teorías que van y vienen y se olvidan; teorías populares que tienen que ver más con leyendas y fábulas urbanas que con realidades o teorías que aporten algo a la evolución. Son invenciones o realidades que crecen ajenas a la información o la realidad impuesta por lo que sucede en la prensa escrita, televisión o de cualquier medio habitual de información. Emergen en la oscuridad de un callejón donde un borracho la crea ajeno a su repercusión, o crecen a pesar de la obstrucción mediatica; Y en eso basábamos nuestras reuniones, por eso fuimos creciendo como grupo, como ente, casi como una religión. No creíamos en que Elvis estuviera vivo, no. Eso es una tontería. Tampoco creíamos o asegurábamos que Paul estuviera muerto. No. Eso lo desconocemos No era eso nada de eso; pero si asegurábamos que esa señora transformada en señor, ese travesti no podía ser, en ningún caso, el mismo Paul, el dulce Paul de los Beatles. No mostrábamos grabaciones o la portada del Abbey Road con el pobre Paul descalzo. No eran esos nuestros métodos. Nosotros nos basábamos en algo mas evidente. La vista, la mirada, lo que se ve. Ese tipo, por más que insistan, no es McCartney. Se parece, se parece mucho, pero se parece como mi hermana se parece a la tía Sarita, aquella tía solterona que vivió durante años sola y que cumplía cada uno de los rasgos de la señora de edad que toma café con pastas a media tarde. En eso se parece Paul a este Paul. Ese Paul que nos hacen creer que es Paul y que no hay más que mirarle para darse cuenta que un tipo con ese rostro, con esos gestos, con ese pelo, no puede ser el mismo de "When I´m Sixty four".

No somos fanáticos, no pensamos atentar contra este otro Paul (¿Cuál será su nombre verdadero?). No va con nosotros esa ira. Sabemos que él no es Paul, no hay más que mirarle. Defendemos esa teoría, cierto, no científica, no demostrada, pero no pensamos llegar a más. Cuando mucho nos gustaría tener cierta repercusión, quizá desmontar el bulo, la farsa, incluso hablar con este Paul que no es Paul, preguntarle por el otro. Entrevistarnos con él, preguntarle que se siente ser un Paul que no es Paul, darle nuestra opinión (Constructiva, eso si) sobre como ha manejado la personalidad de Paul desde que él es Paul. Trasmitirle algunas opiniones sobre su, a nuestro modo de entender, manera equivocada de manejar la personalidad de Paul como sustituto del Paul real. Por supuesto no queremos hacer mucho ruido. Los medios en seguida te confunden con los loquitos que aseguran ser Elvis o esa nueva camada de fanáticos que aseguran haber visto a Michael después de la muerte de Michael. Nosotros somos seguidores de la mejor banda de Pop de la historia. Coleccionistas de discos, amantes de esa revolución que significó The Beatles. Nada más. Crecimos como grupo poco a poco. Reuniones donde hablábamos de anécdotas conocidas, otras menos. Información que nos llegaba. Escuchas profundas de toda la discografía. Así hasta que alguien planteo la duda: "os parece que Paul es Paul" y claro, sólo hay que verle andar, verles sonreir a este Paul y al buen Paul para comprender. Que hay semejanzas, esos parecidos que trae la genética, pero que este Paul, bien mirado, parece la tía abuela de Paul y no Paul. Y no me tome a mal. Este puede hacer cosas relativamente bien. Sale de gira, imita bien su voz, se divorcia, parece simpático, pero no es Paul. Realmente ¿Usted ve a este Paul y se le imagina componiendo Yesterday? Sea sincero, ¿Le parece, acaso, que ese impostor tiene cara de haber compuesto Eleanor Rigby? En eso nos basamos, nada más. No hay otra prueba, salvo la prueba de la imagen, esa imagen en la que uno espera ver la mirada de Paul y se encuentra con la mirada de otra británica más, de las de Té y humor irónico. E insisto no queremos nada de él (ella). Sólo queremos que se desvele su verdadera identidad y, de paso, que nos cuente que fue de Paul, que si a solas, en su encierro, sigue cantando del mismo modo Penny Lane.

viernes, enero 15, 2010

Destellos

Destellos. Bar terrible donde terminan entrando los camareros de otros bares terribles que cierran un poco antes que el Destellos. Al fondo, en una esquina que no tiene sentido, hay un caballo dorado al trote reflejado en un espejo donde comienza una forma de realidad que se distorsiona. Bien mirado el Destellos es el otro lado del espejo. Uno sospecha, siempre, que detrás de la pared que reflejan los espejo hay una realidad no reflejada, que no tiene eco en este lado y que allí, en aquel lado del espejo que no es reflejado, sucede algo inalcanzable, imposible. Allí, en ese lado no reflejado de los espejos está el Destellos. Entra un camarero de un bar que ya ha cerrado, por que es la madrugada, que podría ser el malo de una película de delincuentes de serie B. Un camarero que es malo y que a las tres de la mañana se convierte en Zombi. El camarero pide cerveza al dueño del Destellos, un tipo que no existe, o sólo existe al otro lado de la barra del Destellos. Cuando el Destellos cierra el tipo desaparece. Quizá coge el caballo dorado al galope y atraviesa el espejo y se pierde en un mundo algo menos enloquecido. El destellos es un viaje en el tiempo. Puedes ir a unas décadas anteriores pero que en el fondo no existieron, pero realmente el destellos es un lugar donde entran los únicos supervivientes del planeta en el siglo 23. EL único bar en medio del desierto en el año 2431. Y el caballo del destellos, ese adorno demencial, viene de un bazar de una ciudad arruinada en medio de un continente donde ya no habita nadie. Suena música repetida. En el destellos las canciones suenan siempre dos veces, una detrás de otra, porque la realidad se reafirma de otro modo. Una canción repetida es el eco de un instante justo anterior. En el Destellos se experimenta con el deja vu. En el destellos has estado, pero has estado en el instante justo que acaba de pasar. Como si fueras un eco de la canción anterior. Suena Scorpions y vuelve a sonar, y tú habitas en el segundo scorpions pero recuerdas haber habitado en el primero. Eso es el destellos, una zona que el espejo no refleja, un caballo que atraviesa un desierto del siglo 23 y lo más jodido de todo, es que está en la calle Galileo Galilei.

jueves, enero 14, 2010

El primer día de una decada

Al viejo se le ha parado el coche y suelta humo, él y el coche. Mi vieja se ha sentado debajo de uno de los pocos árboles que hay en esta planicie. No se calcular temperaturas, pero sospecho que no hay mas fresco aquí que en el infierno. Mi hermano lleva diez minutos caminando hacia la nada. Se está volviendo un punto pequeño y mi vieja ya no se preocupa ni en llamarle. Mi viejo está en el arcén con la esperanza de encontrar una respuesta, un mecánico que descienda de entre un brillo de ese sol de justicia. Mi vieja está esperando que el árbol empiece a llorar agua, mi hermano está buscando su destino en la planicie. Llevamos tres días en esta vida que antes no existía, tampoco este país que atravesamos, estas carreteras son nuevas para nosotros y viajamos hacia la frontera para arreglar unos asuntos legales de manera ilegal. A partir de ahora las cosas sucederán muy a menudo de este modo. Mi viejo mira el motor como si este fuera a hablar y a comunicarle amigablemente que es lo que le sucede y porque suelta humo. No digo nada, pero mi hermano es casi invisible y nunca resistió demasiado los cambios bruscos de temperatura, al muchacho le va a dar un golpe de calor como siga caminando bajo ese foco total que es el Sol. ¿Donde coño camina mi hermano? Hay debajo del árbol donde está mi madre una piedra que me gustaría lanzar. Hay piedras que llevan siglos formándose para que un mocoso extranjero sienta unas profundas ganas de mandarlas a treinta metros de distancia. Sospecho que ni esa distancia lograría. La cojo y la lanzo. Veo su recorrido como si estuviera viendo la repetición. Esa piedra ya la había lanzado antes, hace mil setecientos cuarenta años. Ahora sobrevuela un trozo miserable de planicie y la veo en cámara lenta. Pobre piedra. Desterrada para siempre de donde se fue formando. Lluvias, sequías, tormentas, cambios de clima, la construcción de la carretera que ahora pasaba a su lado, todo eso va en la piedra que sobrevuela unos pocos metros y cae y según cae siento algo trágico: nostalgia por un mundo que ya no está colocado del mismo modo que en el momento antes de lanzar la piedra. Mi viejo a dicho una frase cargada de malas palabras, luego el cabrón pretende que uno no las use. Me dan ganas de preguntarle a mi madre que que coño pintamos nosotros aquí. Mi hermano se ha reducido a la nada. Quizá se ha desmayado. Mi vieja ha cerrado los ojos y el viejo se ha sentado en el arcén. Asumiendo algún tipo de destino que ya identificaremos más adelante. Curiosamente no pasa ni un sólo coche, ni una gandola. Nada. El mundo detenido; y sospecho que lo estará los próximos nueve o diez años. Mi padre estará la próxima decada sentado en el arcén sabiendo que no pasará nada por ninguno de los lados de la carretera y mi madre estará ahí bajo el árbol, esperando el agua goteando de las ramas del árbol y mi hermano estará enredándose con el horizonte y yo estaré sin saber muy bien donde ir, si lanzarme a buscar a mi hermano, sin quedarme esperando el agua que sacie la sed a la sombra de este mísero árbol, si ponerme por solidaridad junto al viejo en el arcén esperando un coche que jamás pasará o si irme carretera adelante y derretir la suela de las zapatillas en el asfalto que hierve a mediodía. Lo se, estoy convencido de que vamos a pasar una década entera así y que jamás llegaremos a la frontera y que siempre será mediodía y este calor nos fundirá.

miércoles, enero 13, 2010

Niebla húmeda, cálida y espesa

Ese humo podría ser niebla. No es niebla, niebla es mi cabeza. Definir este instante preciso, esta humedad que cuelga invisible a los ojos, esta espesura, este silencio en esta habitación, no tiene sentido. Madrugada. No hay definición a los estados de ánimo. Se van. Pasan y se van. La lentitud y la noche. Es difícil saber que estoy sintiendo, cuando nada tiene mucho orden. Ahí afuera esta esa ciudad horrible y sus animales invisibles. Madrugada y debo volver andando a casa y esta ciudad va tan vacía a esta hora, y yo con toda esta niebla en la cabeza. Niebla donde se enredan irrealidades e imágenes ciertas. Esta habitación es estrecha para cuatro. Han dejado la música sonando y se están durmiendo. Algún día dejaré de beber a la velocidad y con la intensidad que lo hago. También se irá la niebla. Se duermen, salvo el tipo de ojos verdes que me mira desde esa distancia insalvable que hay entre dos seres. Son los otros los que mueren. ¿Sabrá que me mira? Lo que no sabe es que yo miro la mancha en la pared, el calor y la humedad le dan forma a este estado de ánimo, que de algún modo se parece a la mancha en la pared. Abstracción que va buscando formas a cada rato y que se van yendo a otras formas. Y en el fondo, la niebla, que es la forma final. Me sigue mirando ajeno a su mirada. Es imposible que perciba mi misma niebla. Es otro y nos separan millones de partículas. Le conocí un buen día. Hoy nos hemos fumado todas las plantas del planeta y ahora la niebla y su niebla. Estamos tan lejos y más estaremos. Su vida irá por un lado, la mía por otro. Pasarán los años, encontraremos instantes, no volveremos a saber el uno del otro. Ignoraré por completo su vida. Estaremos aún más lejanos, cuando en el fondo ya lo estamos. Debería ponerme en píe y salir y caminar por esa avenida vacía por donde pasan las pick ups con borrachos que vienen de prostíbulos patéticos. La cadena, sigue la cadena. Llegaré a casa, me tumbaré en la cama y me iré quedando dormido después de asomarme por la ventana desde donde se ve un trozo de ciudad, algunos edificios, todas las luces apagadas, seguramente me masturbaré porque la marihuana triplica el placer. Seguiré la cadena, seguiré una vida que no visualizo y que serán casillas elegidas, en el instante anterior, al azar. El tipo de los ojos verdes se ha quedado dormido. Me voy. A cada instante comienza el resto de nuestra vida. En el fondo toda mi percepción esta basada en un profundo caos. Hilos enredados, un plato gigante de spaguettis, acontecimientos desunidos, la niebla. Todo bajo la niebla espesa, bajo el silencio caótico de un ruido inaudible. La avenida. Nací solo. Debería seguir caminando hacia el frente. No detenerme, pero giraré en la Avenida de los abogados y me iré a casa. Son las casillas que no se saltan, las que definen el plato. Lo sensato sería seguir caminando avenida hacia abajo, carretera adelante y dejar que suceda, pero el miedo sobrevuela la niebla. La cadena. El destino no existe, existe la cadena que nos marcamos. El miedo a la decisión absoluta. Se que giraré en la Avenida de los abogados y que sentiré que es raro caminar de noche por esta ciudad, porque no hay nadie y pensaré de nuevo que debería irme de aquí, porque esto es como recorrer una ciudad cementerio donde todo esta lleno de ánimas. Nadie esta vivo, viven una larga agonía emocional. Llegaré a casa, seguiré la cadena y algún día, catorce años después, describiré esta noche, tratando de comprender que fue lo que se perdió y que fue lo que me encontré esa noche. Caminando a solas, fumado y borracho y con poco criterio. Recordaré este instante que giro y entro hasta la avenida Lara y no pasa nadie. Sigo los cruces, la cadena que en el fondo decidimos. Ese caos que ordenamos. Esa niebla espesa y húmeda de la cabeza. Esas formas orgánicas, que se asemejan a las paredes del intestino. Un tobogán que se desliza hacia la nada. Son los otros los que mueren, sin embargo a esta hora no pasa nadie. Madrugada. Este humo podría ser niebla.

martes, enero 12, 2010

El texto vacío

La niebla desdibuja la mañana. Hay algo en esa niebla que se parece a esto que quiero escribir, a esa luz que anuncia la mañana. Estoy aquí, frente al monitor. El texto por hacer y yo, solo, frente a ese texto que aún no existe. No hay nadie, salvo el texto invisible y yo. Tengo la opción de escribir lo que me de la gana. Es este silencio y la niebla y el texto vacío. No hay nadie que juzgue este texto de antemano, tampoco después. No hay sino el vacío que puedo completar a mi antojo. Podría hablar de la niebla y el frío y las últimas formas de nieve derritiéndose lentamente, de la luz azulada, de la mañana. Estoy frente a este texto. Está esta batalla. Está la página y mis dedos tecleando para ir completándola. Podría escribir mil frases, ese es el gran misterio. Hay una combinación infinita de formas para darle a este texto. Millones y millones de combinaciones para escribir esto que nadie espera, salvo yo. Escribo entonces para mi. Ese es el juego. Hay algo de descubrirse. Busco algo que está pero que no se donde. Hay este vacío y me lanzo tras ello. Es la persecución de uno tras sí mismo. Perseguidor y perseguido a la vez. Está el texto vacío que de algún modo soy yo, el otro, el que parece contener de antemano cada cosa que sucede, cada frase, cada silencio y voy yo detrás, para despojarle las palabras a él, que soy yo. Una carrera por entre las teclas. Le busco mientras golpeo o, quizá, un poco antes de golpear la tecla. Sabe él lo que ya voy a poner y le persigo para que me haga poner el dedo en la tecla que espero poner. Está este texto vacío, si, pero él sabe que es lo que será este texto. Y corro tras él, que no para, que siempre va un algo más veloz que yo; y a veces me deja ver el principio de una frase, pero jamás la frase entera, y lo demás lo voy intuyendo, mientras le sigo. Nadie se detiene hasta el último momento. Ni el se frena, porque su misión es que jamás le alcance; ni yo yo me freno, porque el texto está vacío y lo persigo, lo busco en él. Así hasta el final, cuando ambos nos detenemos sin saber muy bien porque fue que corrimos, porque fue que él no me dejo ver el texto y porque yo comencé a escribirlo cuando estaba vacío.

lunes, enero 11, 2010

La cadena humana

Despierto de golpe. Recuerdo que estaba soñando, pero olvidé que soñaba. Soy otro polaco bajo la tensión y desconcierto de estos días de septiembre. Septiembre, que es precisamente cuando nací, pero en Septiembre de hace 39 años, en 1900. La ciudad calla y ruge. Nadie habla.

Y entonces, ahora si, despierto, soñaba que era un polaco en Varsovia en septiembre del 39, despertando en medio de una madrugada caótica. Sin comprender o tratando de entender. En el sueño tengo 39 años y no soy consciente que todo lo que acontece fuera va a dar paso a la guerra, a la gran guerra. Despierto y soy yo de nuevo. Soy Giuseppe Arcidiacono. Quizá todo sucede en esta ausencia de mi. Estos días, frente a los focos soy yo, pero no soy yo, salgo y entro tanto en otras formas de mi que creo que he soñado que era otro porque de algún modo he perdido mi dimensión. Me habla Luchino Visconti, que cree en este trabajo, también en lo que reivindica y cree en nosotros y en nuestra realidad. A todo este trabajo le llamaremos "La terra trema" y nos hará inmortales, como inmortal es el sueño.

Confusamente despierto, vengo de un sueño que fue un sueño. Como si en los sueños se pudiera soñar y ser otro de otro que ya se es soñando. Sueño que sueño la Guerra y despierto en Italia y soy uno de los hermanos protagonistas de "La terra trema". Hoy sin falta veré la película, porque debo ver el rostro de ese que soñé que era yo despertando. No soy Giuseppe Arcidiacono despertando de un sueño en el que es un polaco despertando en los agitados días de septiembre del 39. Son los sueños delirados, encadenados que últimamente tengo provocados por toda esta agitación. Bien mirado hay en ellos, en esos personajes que sueño, algo de todo esto, de estos días, y de esta falta de sueño. Ahora cogeré mi clavel y saldré. Subiré por la Rua do Arsenal hasta o Comercio, allí me uniré a Fernando y Antonio para celebrar el final. Se acabó la dictadura.

3:34 de la madrugada. Sigo sin dormir de corrido hasta la mañana y tengo estos sueños delirados y grandilocuentes. Me despiertan los dolores y me dan la dosis leve de morfina para el dolor y las heridas. Quizá toda esa medicación empuje esta cabeza. Mi cuerpo inmóvil quizá busca escape y quiera vivir la historia del siglo. Nada sucede en este hospital y huyo en sueños a Varsovia, a Sicilia, a Lisboa. Sueño que soy personajes que no soy y que se encadenan en sueños. La segunda guerra, el neorrealismo de Visconti, un trabajador cualquiera en Lisboa. No soy ellos pero quisiera haberlo sido. Sin embargo es la madrugada y mantengo mi lucha, mi propia batalla contra el cuerpo. QUizá encuentro en esos hombres que sueño fuerza para esta guerra. Madrugadas de hospital. Juro que de esta salgo vivo.

Ha nevado toda la noche y está la calle blanca. Sueño que escribo un sueño en el que he sido otros hombres. Sueño que soy escritor y que soy ágil y encadeno sueños. La agilidad y los sueños no los narro bien cuando despierto, pero hago el intento. Escribo que sueño y que otro sueña que sueña ese sueño hasta que el sueño soy yo que he soñado lo que los otros previamente soñaban. Quisera ser ellos y de algún modo lo soy. Soy ellos, son ellos, somos. Estoy aquí porque previamente fueron ellos, fuimos todos y en el sueño veo la cadena. En el sueño lo veo claro. También fuimos aquellos. Un romano caminando sobre piedras, ahora lo recuerdo que soñé que fui aquello, también ese anónimo en Varsovia, también ese actor no profesional, Lisboa y la revolución de los claveles, también ese enfermo olvidado que lucha su guerra. Soy, somos. La humanidad encadenada. La historia de cada día. El sueño.

Sueño.

domingo, enero 10, 2010

Otra noche. Otra mañana

Se levanta de la cama. Se queda sentado en ese precipicio terrible y vertiginoso: La cama, el borde de la cama, y el salto al mundo. Se pone las manos en la cabeza con la intención de sacar alguna conclusión a reflexiones que no está teniendo. Hay un momento que se esperan soluciones cuando ni siquiera ya se va tras ellas, cuando ya no se urga en las fibras en su búsqueda. Bosteza, baja la cabeza y se mira los pies, descalzos, apoyados en el suelo enmoquetado de su habitación. De repente sus pies, y sobre todo el derecho, le parecen los pies de otro. Esos dedos estirados, abiertos, huesudos con algo de pelo que no se sabe muy bien que función tiene le parecen seres invasores de una mala película de ovnis. Los mira un rato más casi esperando a que se pongan a andar solos en busca de una nave de cartón piedra que les lleve de nuevo a casa, pero los pies se quedan ahí, pegados a él sin el menor ánimo de deslizarse por el suelo enmoquetado. Ahora, sin embargo toda la atención se desplaza a la cabeza, porque duele, porque se queja de las dos botellas de ron y porque trae escenas de la madrugada previa, sin demasiado orden. Y en la cabeza se suceden dolores indefinidos de resaca e imágenes de él y Salvador anoche en el descampado de las colinas y esas dos amigas de las que por más que lo intenta ya no recuerda el nombre. Siempre sucede que Salvador y él se decantan por la misma y siempre sucede que la situación es rara porque Salvador y él juguetean y actúan con una y siempre sucede que la otra se distancia y siempre sucede que todo se enfría y siempre sucede que Salvador y él se emborrachan y al final nunca sucede nada. Luego arrancaron el Buick del padre de Salvador y se movieron durante mucho rato por la ciudad, de acá para allá sin precisión ni orden y la otra, por la que nadie se decantó, argumentó sueño y cansancio y las llevaron a casa y ya se quedaron solos. Entonces Salvador siempre propone, en esa situación, ir a un club en el norte, donde se bebe cerveza barata. Eso viene a la cabeza mientras sostiene su cabeza con las manos. Mira el reloj, el mediodía ya ha quedado atrás y debería levantarse y saludar y comer algo y mover algunas piezas estáticas de su vida, pero gira el cuerpo y se mete otra vez en ese terreno confuso que es la cama. Cierra los ojos y ve de nuevo el club y Salvador bailando con una puta vieja una ranchera como si fueran novios de pueblo y él habla con una muchacha que dice que le gusta trabajar en ese club porque hay dos noches libres a la semana y que aprovecha esos días para leer y Salvador pega la barbilla en el hombro de la vieja y mueve la cadera despacio y la vieja le marca el paso, mientras la muchacha le dice que le gustan esos días libres porque lee a un tal Camus y él mira las bombillas rojas del techo del club y se da cuenta de que más de la mitad de las bombillas están fundidas y el apellido Camus resuena bajo el estribillo de la ranchera que baila Salvador. ¿Camus? ¿Está tipa ha dicho Camus? y la mira y ve que tiene la media rota en la pierna derecha y que los zapatos de tacón llevan purpurina desigual pegada tratando de hacer un dibujo fantástico, unas estrellas o un cosmos perdido. Como si sus tacones fueran el agujero negro de una galaxia olvidada. ¿Camus? ¿De verdad te gusta Camus? y la tipa sigue hablando con esa voz lejana y todavía adolescente, argumentando de manera incomprensible que si, que le gusta Camus porque es triste y porque habla del dolor y que hay un libro donde plantea el suicidio como el paradigma del debate filosófico. Pero no puede ser, no puede ser que este club sea cierto y que Salvador agache todavía más la cabeza y se acurruque en el pecho de la vieja y no puede ser que esta joven prostituta sea lectora de Camus y ella deja a Camus y se mete en terrenos más cálidos y le toca el muslo. Luego beben y terminan bailando, muy cerca de Salvador y la vieja otras rancheras y luego unos cuántos boleros, hasta que encienden las luces argumentando que es la hora de cierre y el dueño dice que aquí no se viene a bailar, que si quieren bailar con las chicas también hay que pagar, que ustedes paguen y como distribuyan su tiempo a mi me da igual, que el club cierra porque está amaneciendo y que las chicas no se van por amor, que en los clubs no se busca amor. Y pagan, y Salvador le da un beso a la vieja con cierta ternura y él mira a la chica joven y siente un precipicio extraño, amorfo. Una especie de curva de montaña rusa que no sale hacia ningún lado. Se montan en el Buick de Salvador y vuelven por la carretera estrecha y vieja del norte y llega a casa y cuando entra y cruza el pasillo sabe que su madre ya está despierta y que suspira. Se mete en la cama y esa secuencia le viene ahora mientras se ha vuelto a meter en la cama, mientras pasan las horas, estos días, esta época. Cierra los ojos y escucha Camus y ve a la chica, la chica Camus y recuerda la forma de su cara, la media rota, los tacones con purpurina y esa galaxia abducida. Lo demás es lo de siempre, rostros que giran debajo de la sábana.

viernes, enero 08, 2010

La vida secreta de Susana

Deseaba conocer la vida secreta de Susana, pero evidentemente las vidas secretas no se conocen. Se podría formar parte de esos secretos, de ese lado oculto, podría esa ser la manera de entrar o conocer ese lado invisible de la vida de Susana. Si eres secreto de Susana eres parte de su vida secreta y quizá en ese lado se abarca el secreto total, el absoluto. Habitar en el lado oscuro de la luna para saber que hay a lo ancho y largo de ese lado oscuro. Sin embargo era un secreto ser secreto, no había manera de acceder a una forma de secreto en su vida secreta. Sabía que Susana tenía un lado secreto, pero Susana sólo dejaba ver un lado, el lado iluminado, por llamarlo de algún modo, de su vida. El lado oscuro existía, claro, pero nada se sabía de allí, de aquel lado oculto. Evidentemente probé a seguirla, jugué a ser detective, espía, de la vida de Susana. Mi vida se convirtió en una observación constante de la vida de Susana. Cada mañana, cada mediodía, cada parte del largo día, mi vida era observar su vida y su vida transcurría sin misterios salvo el misterio secreto de saber que la vida de Susana tenía un lado secreto. Pero ¿Dónde estaba la vida secreta de Susana si observando su vida no se veía el secreto? ¿Dónde está el secreto cuando se sabe que hay secreto pero no se encuentra?

El secreto de la vida secreta de Susana era que estaba o se sabía que estaba pero no se encontraba. El secreto es que su secreto era un secreto. La seguí día tras día, hora tras hora y no encontré una vida secreta. Susana salía, entraba, cumplía el horario y volvía. Cruzaba el portal y yo, sigiloso, entraba detrás, sin ser visto, subía en ascensor; mientras, corriendo, yo subía por la escalera. Unos segundos y ella aparecía y entraba en casa y yo, con mi llave, entraba también. Entonces me escondía bajo las meses, escuchando la vida de Susana en casa, sus pasos por el salón, sus pasos al baño, sus pasos a la cocina. Luego nos llamaban a cenar y nos sentábamos y yo sabía que Susana, mi hermana, tenía una vida secreta y siempre sospeché que ella vivía algo que nadie conocía, hasta aquella noche que mi madre, mientras terminábamos de cenar, me dijo: "Déjalo ya, Pablo. No existe Susana. No tienes hermana, deja de seguir a ese ser invisible" y de algún modo conocí parte del secreto.

jueves, enero 07, 2010

Objetos perdidos

Se ve de todo. La gente viene siempre con alcohol de más, suena la música alta y las luces están muy bajas, casi a oscuras. A última noche el local siempre se nos llena y puedes ver mucha gente con copas en la mano, moviéndose con la despreocupación que da el alcohol en la madrugada. En muchos casos es comprensible y al principio, atrás, junto al almacen, donde los camareros y los Dj´s guardan sus objetos, pusimos una caja para guardar las cosas olvidadas, los objetos perdidos. En un principio todo entraba dentro de lo comprensible, de lo normal. Una bufanda, unos guantes, un gorro. En invierno se llevan tantas cosas encima, tantos elementos que nos olvidamos de cuantas cosas nos cubren. Cuando ya te vas, agitado por el alcohol y la urgencia de coger un taxi y volver a casa, bien solo, bien acompañado por alguien que recién conoces, no caes en cuenta que hoy si, hoy en las manos llevabas esos guantes grises que compraste en una tienda del centro o esa bufanda que te regaló tu amigo invisible de la oficina en el intercambio de regalos de la navidad pasada. Sales a la calle y la madrugada está sólida, como un bloque total en la puerta del bar y paras el taxi con la mano y con cierta euforia, porque te parece una fortuna que justo en ese instante un taxi pase y te montas y dices rápido tu dirección o la dirección de ella a la que le coges la mano con tus manos, esas manos que deberían ir cubiertas por los guantes que se han quedado allí, en algún lugar de la discoteca. Luego todo se vacía, se apaga la música y en la discoteca recogemos con prisa porque a esa hora lo que quieres es cerrar y llegar a casa y alguno de nosotros ve los guantes en el suelo y los lleva a la caja y allí se quedan a veces para siempre, a veces hasta el fin de semana siguiente cuando el dueño viene y pregunta y describe esos guantes grises, con líneas negras que atraviesan los cinco dedos y forman un dibujo geométrico indescifrable. Entonces vas a la caja y entre varios guantes y bufandas y otros objetos se selecciona de acuerdo a la descripción dada y los guantes vuelven a su dueño, a sus manos. Hasta ahí lo corriente, esos artilugios comunes que van a caer a la caja que llamamos objetos perdidos, algunos de paseo temporal, otros definitivamente, como a un cementerio de olvidados, de ignorados. Objetos que parecen no pertenecer a nadie porque caen allí y allí llevan años, sin ser útiles, sin ser validos. Hay algo trágico en ver un guante alejado de su función, de ese entrar con precisión entre los dedos y cubrir del frío y de la nieve. Bufandas, guantes, alguna cartera, incluso móviles, teléfonos viejos que se han quedado sin batería para siempre, libros, anillos, pendientes. Objetos perdidos que tiene cierto sentido que se hayan desviado, que hayan sido olvidados por su dueño, pero lo otro, estos casos que suceden últimamente no lo entiendo, se me escapa. Se puede ir muy borracho si, y la cabeza se despista y habita otras realidades más hinchadas. La realidad globo del alcohol. Se puede ir muy afectado, pero olvidarte a tu mejor amigo, dejártelo ahí, callado y triste, en la caja de objetos perdidos me parece exagerado. Y sin embargo últimamente sucede tanto. Tantas veces recogemos y vemos a ese amigo aquí, al lado de la barra y lo cogemos entre todos y lo metemos en la caja tan callado, tan con ese gesto de ausencia, de nostalgia y a veces vienen y preguntan en la barra si hemos visto a su mejor amigo, que creen que se lo han dejado aquí y si, nos dan la descripción y buscamos a su amigo entre todos esos amigos olvidados y lo devolvemos; pero esos otros que se quedan ahí, para siempre, en la caja y nadie viene a buscarlos, entremezclados con las bufandas, con los guantes, callados, meditabundos, tristes. Ahí están esos amigos olvidados en la caja de los objetos perdidos. También está él, ese chico que nos encontramos la semana pasada en el baño de las chicas, olvidado por su novia, que se lo dejó olvidado junto al lavamanos. Lo recogimos entre todos mientras limpiábamos a toda prisa el baño porque ya queríamos cerrar e irnos, y lo guardamos en la caja y ella nada, ella no viene y pregunta en la barra si por casualidad alguien se encontró, la semana pasada, a su novio en el baño de las chicas. No ha venido no y él está ahí, en la caja, como un guante más, como una bufanda que ya no cubre ningún cuello.

martes, enero 05, 2010

Camino

La vida, y la metáfora es primaria, es un camino. El camino, y la sentencia es copiada, se hace al andar. El andar, y la reflexión es evidente, nos lleva a un destino. El destino, y esto es una creencia, no existe. La existencia, y esto es una figura poética, son las huellas del camino. Las huellas del camino se marcan y dejan recuerdos. Caminan tres tipos que, por lo tanto, viven porque andan a un destino que no existe. Se anda hacia adelante, entre la nieve y el frío. Los tres tipos son hermanos y ascienden la montaña sin conocer con precisión hacia que destino se dirigen. Hay un instinto común y las ganas. Van clavando como buenamente pueden los pies en la nieve, van dejando huellas que son marcas extrañas en esa nieve blanca que se traga el camino. No hay camino, se hace al andar. Tampoco destino, no existe. Caminan tres tipos entre la nieve y ascienden. A ratos hablan, a ratos, derrotados lentamente por la ascensión y por el frío, callan. Hay una niebla que atraviesa la montaña y devora la visión, todo se hace niebla, nieve y el jadeo del camino. Van quedando huellas y menos ascensión por lo tanto mas inclinación. Un hermano habla, el otro calla, luego habla otro y así, una cadena que no comprenden, que encadena frases y reflexiones de apariencia deshilachada, pero que en el fondo es un abrigo contra el frío. Caminan y existen. El destino nunca, jamás, termina de aparecer, porque cuando se llega a algo, el destino ya se ha desplazado. El destino es la alucinación en medio del desierto (y esta nieve es otra forma de desierto), la creencia, la fantasía, pero el destino no existe. Se sigue y se hace camino. Existen las huellas, si, las que han ido quedando atrás y marcan lo recorrido. Van tres hermanos montaña arriba. Van sin destino y dejando las huellas entremezcladas de su camino. La existencia son esas huellas, el destino es esa luz amorfa que hay en la cumbre, el destino no existe ahí arriba, porque ese no es el destino final de los tres, el destino se deshace al andar, el camino se hace. La vida es un camino.

domingo, enero 03, 2010

Mañana de domingo en Massalfassar

Domingo soleado y frío. Atravieso a la carrera las afueras de un pueblo de la costa oriental. Paso por una zona de naves. Oigo a lo lejos una voz amplificada que anuncia la muerte de un vecino. Me sorprende que aún existan esos métodos de información, tambíen la voz del locutor que suena y reverbera por todo el pueblo, tambíen por esa zona de las afueras, gelida e industrial que atravieso a solas a esa hora temprana de la mañana. Oigo el nombre del fallecido y la hora del entierro que será mañana lunes a primera hora. En el último instante, la voz, que atraviesa como un fantasma esas calles vacías y de estética deprimente, dice, como un vestigio de vida en esa situación extraña, el nombre de pila como era conocido el recien fallecido, " El parco". La voz detiene su andanza triste y todo vuelve al silencio. "El parco", pienso. "El parco" que ya no está, que se ha ido. ¿El parco porque sería parco en palabras? Avanzo por el polígono industrial. No se muy bien hacia donde voy, veo una mujer muy mayor cruzar la avenida a lo lejos, un letrero que anuncia una salida hacia la autopista, un perro que ladr al otro lado de una valla, unas campanas (¿en honor de El parco?) que suenan por todo el pueblo, una brisa leve que pasa y sigue. ¿Qué carajo hago yo aquí? ¿Cómo he terminado yo en todo esto? Por alguna razón me parece que he dejado de ser real, que esto es, todo, parte de un cuadro y este pensamiento, esto que pienso en esste instante detenido, no es más que un trazo.

sábado, enero 02, 2010

Huida

No aguanto más. Me voy, me largo de aquí. Entraré en la habitación y guardaré las cosas en la mochila, porque esta situación es insostenible, y me iré, cerraré la puerta y no volveré porque no se puede habitar un mundo donde nadie comprende tus verdaderas intenciones, tus inquietudes y tus proyectos. Ellos me miran desde esa distancia insalvable y constante y no entienden, no comprenden nada de lo que planeo, no compreden lo que busco, hacia donde voy. Entaré ahí y se acaba, esto se acaba. Abriré el armario y guardaré mis jerseys, mis abrigos y mis calcetines. Con unas cuántas cosas será suficiente porque en esta pequeña mochila tengo que dejar huecos para las cosas importantes. Guardaré, claro, alguna camiseta, un par de pantalones, lo suficiente para que también entren el libro azul y los últimos dibujos. Si, pero también el helicoptero y el camión de bomberos, los muñecos de esponja, el aereoplano. Tiene que haber hueco para los objetos importantes, para la cometa y la colección de cromos. Así que llevaré solo un pantalon porque no entra las luces que simuñan planetas y la cabaña de los indios, también algún juego para las largas noches de tedio. Tengo que llevar tantas cosas para tantas noches, cuando tenga que pasar el tiempo allí, en la tierra de promesas. Allí dónde habitan realmente todos ellos. Me voy, ni mama ni papá lo entiden. Me largo al parque, a vivir en el columpio, donde pondré mi casa, allí donde marcaré mis leyes. unas leyes justas y sensatas. Se acabó, se acabó. Comienza mi reino.

.- ¡¡Pablo!!¡ Ven a cenar.

viernes, enero 01, 2010

El otro tiempo

Es una fuga furiosa, pero también tiene mucho de desequilibrio, de frenesí, de caos; aunque bien mirado no es caótico y tiene un orden, viene y va hacia algo. Agota, desgasta y arrasa y más con este vacio y esta ausencia. No hay nadie a mi alrededor, salvo la distancia y esa vista del pueblo allí a lo lejos donde veo los árboles agitados, como si estuvieran en constante discusión con el entorno, con ese vacío en este extraño silencio y esta ausencia en día de fiesta. ¿Indica algo este viento brutal el primer día del año?¿Se han ido todos con el viento, los ha arrastrado este viento violento y desquiciado? He salido a primera hora a pasear, no había nadie y he caminado hasta estos terrenos al otro lado de la autopista. Camino entre los árboles frutales que también sufren la violencia y reflexiono sobre el tiempo y las marcas de los hombres. Se abre un año, se abre una decada pero nada de eso lo perciben ni los árboles frutales ni estos caminos de tierra, tampoco mis huellas sobre el suelo humedecido, estas son mis marcas, pero las marcas de un sólo hombre. Las otras marcas, las de los días, las de los años, la de los siglos son otras y son invisibles y arrasan como este viento que tampoco se ve, pero empuja y todo lo afecta. Camino a solas este primer día que nada sospecha en este entorno, ese árbol que agita sus ramas. Nada saben ellos de que hoy arranca un año, salvo yo que empiezo a estar cansado de ir contra esa fuerza invisible y feroz. No hay nadie, se los ha llevado el viento. Hay vacío y mi cabeza siente el zumbido insaciable de este viento agotador. Que pare ya, que vuelvan todos, que venga también las marcas y el tiempo que no volverán, porque este viento bestial se lo ha llevado todo, también la noche, también el tiempo. Feliz año nuevo.

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