viernes, enero 29, 2010

Diario

Pensaba escribir: "Por la ventana entra la noche de verano" pero me he detenido en el momento de arrancar el diario de ese modo. No entra la noche de verano por la ventana. La ventana, es cierto, está abierta y al otro lado el calor cuelga en la oscuridad de la noche y lo vuelve todo pausado. El calor ralentiza las cosas, las vuelve vaporosas y eso se percibe desde esta mesa desde la que veo la piscina iluminada y vacía. Me gusta la luz que tienen las piscinas por la noche, le dan al verano y a las noches esa sensación de destello, de agradable luz eléctrica. Ese espacio rectangular que proyecta ese azul hacia la noche me traslada a una forma de realidad donde las cosas suceden como por encima, como acuosas y levemente movedizas. Pero no era esto, no eran estas descripciones innecesarias las que quería trasladar esta noche al diario. Me he sentado en la mesa y he abierto el cuaderno por la última página y he fechado con la intención de hablar del día, de las horas de luz, cuando el calor era intenso e incluso agotador. Me he sentado aquí a narrar con la idea de fugarme, de algún modo, del recuerdo; de lo acontecido, de la agitación y del sudor y más que fugarme narrándolo, me fugo sin narrarlo, como si ni siquiera escribiendo quisiera evocar, como si la fuga fuera precisamente no contármelo en el diario. Ahora es de noche y todo está tan pausado que da la sensación que los acontecimientos del día no han sucedido o han sido inventados. Por el día recordamos la noche y lo que evocamos son sueños; algo así, pero al contrario, sucede por la noche cuando recordamos el día, que parece que no fue del todo real lo que sucedió. Como si día y noche y sus respectivos instantes, fueran irreconciliables. Porque ahora que es de noche y veo la piscina iluminada y vacía soy incapaz de revivir con precisión lo que sucedió cuando había luz solar y la piscina estaba llena de niños gritando en medio de los saltos liberadores y de los juegos acuáticos. No es el mismo mundo y escribo para fugarme, aunque realmente quería confesarme para huir a gusto, sin el temor de no mirarle a los ojos a esas sensaciones agitadas y violentas. Ahora el agua está casi estática, levemente agitada por una brisa invisible, casi inexistente. Acaba de entrar una mujer en escena, se ve la figura a contraluz, contrastando con la luz azul eléctrico de la piscina. La mujer se quita las sandalias y se sienta en el borde de la piscina y mete los pies en el agua y yo escribo en el diario que eso sucede y me detengo y miro a la mujer indescifrable jugueteando con los pies y el cambio de densidad. Escribo eso en mi diario pero debería escribir la confesión, narrarlo de una vez y dejar de dar vueltas, de huir del instante, de lo sucedido. Pero me entretengo huyendo a esas frases en las que escribo que es de noche y es verano y una mujer que acaba de entrar en el campo de visión, mete los pies en el agua y los mueve levemente. El diario y la piscina se parecen, en esa corriente invisible se mueve lo que no se ve pero también está sucediendo. Escribo eso, por no escribir lo que sucedió, los movimientos y la agitación en las horas de máximo calor, aunque, bien mirado todo ese recuerdo está por debajo de esto que escribo. El diario, entonces, es doble. Narro el presente, escribo esto mientras se que por debajo de estas palabras van otras, las que narran lo que no estoy narrando. Confieso el presente cuando en realidad me estoy confesando ese recuerdo cercano del día, ese recuerdo que se transforma casi en irreal cuando llega la noche. Narro la noche para narrarme, sin narrarlo, el día, la agitación, el calor. La luz solar contra la luz eléctrica de la piscina. Los niños gritando y saltando contra los pies pausados de la mujer en contraluz. La noche y el día. El sueño y el recuerdo. El diario por la noche. En algún punto del planeta, a esta hora es de día. De eso y de alguna cosa más quería hablar esta noche.

Hasta mañana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hasta siempre, mi entrañable.

CL

Mi lista de blogs

Afuera