jueves, enero 28, 2010

General

Generalmente el General se miraba con orgullo en el espejo. La barriga, que con los años se iba haciendo prominente, le daba, en su opinión, ese aire lejanamente bonachón que tanto ayudaba en esa imagen que sobre él mismo tenía. Sabía que no era un tipo atractivo, los rasgos se amontonaban en su cara como una habitación desordenada y no había un equilibrio sostenido entre ojos, nariz y boca, sin embargo solía encontrarse peculiar y carismático, sobre todo eso. Más allá de sus ideas de visión lejana y de su anticipación histórica, solía encontrar el apoyo físico que todo lider necesita, un apoyo físico basado en una genética cercana y popular. Un tipo común pero alto y fuerte con las peculiaridades de su rostro le imprimian un carácter . Apenas dormía, la cabeza trabaja rápido y mucho y agita las mareas internas y los pensamientos en la cama cuando quieres dirigir el mundo, el tuyo y el de los demás . En esto el sabía que todo era relativo, lo importante no era el tamaño dle mundo que gobernara, sino lo simbólico, el de su poder. Daba igual que más allá el mundo, cualquier otro mundo, decidiera seguir equivocado en su andar errado, el sabía que su idea y su intuición más sabian de los tiempos, de las necesidades y de la verdad que todo ese colectivo mundial de adormecidos ciudadanos. De algún modo eso era lo que encontraba frente al espejo a esas horas en el que el resto del país, salvo unos cuantos, duerme. Una imagen sólida que reflejaba una idea, una mente y un caracter contundente, claro y sanador. Eso veía cuando se veía desde la lejanía. Imaginaba, porque la fantasía no tiene límites, su imagen publicitada como la imagen de lo correcto. Había nacido, y en eso era supersticioso, en el lugar y en el segundo preciso para la llamada de la historia, y a eso el iba a responder, a ese instante universal al que había sido llamado. Había nacido, y esa era su principal misión, para alterar el ritmo de su mundo, fuera del tamaño que fuera. Mitómano y egocentrico como todo iluminado, veía en sus gestos, reflejos lejanos de los gestos de sus admirados. Aquí, una arruga que evocaba la misma arruga de su idolatrado. Allí la nariz se dobla del mismo modo que la nariz del hombre que tantas veces le inspiró. El General miraba con orgullo en la madrugada su físico, aprendiéndose cada parte, cada cambio que el tiempo insaciable le iba provocando. No era atractivo, claro que no lo era, pero su físico y su mente atraían. No hay teoría para la admiración. "Ser admirado es un don", se decía a sí mismo, mientras se giraba para contemplar su perfil. "Se nace o no se nace con esta fuerza, con esta garra, con este desparpajo" y movía todo el cuerpo para colocarse en el otro perfil y verse, adivinar lo que pensaban los demás cuando veían lo que el veía en ese instante frente al espejo. Ejercitaba sus miradas, algunos discursos invisibles para una audiencia invisible, que es la más exigente de todas las audiencias, porque eres tú multiplicado por los reflejos de los espejos. Evocaba algunos de sus gestos, los desenfadados, los que no sabía que hacía cuando estaba hablando. Entonces hablaba frente a él, olvidándose que ese que hablaba era él, tratando de verse desde afuera. Se miraba y se argumentaba sus propias ideas, sus propios principios, su ética y entonces, sólo unas pocas veces, lograba ausentarse de él mismo y mirarse como le miran los otros, desde fuera y se sorprendía "Así que ¿Este es el gesto que hago cuando dialogo y me extiendo en mis ideas?" y sonreía convencido de que esos gestos revelaban a un hombre líder. Sólo a veces desviaba su mirada de esa aguda auto-observación. Algunas mañanas se entretenía viendo ese hormiguero que emergía por debajo del lavabo, esa hilera negra y formada, admirablemente entregada a una misión. " Son hormigas, saben obedecer. Su existencia está basada en la aceptación y en la búsqueda colectiva del alimento" y la hilera se extendía por debajo del lavabo enredándose entre baldosas y cemento, perdiéndose en las profundidades del suelo de su casa. "La hilera hipnótica" y recordaba su mundo, ¿Cómo podría adaptar esa hilera a su realidad, convertir a los habitantes de su universo en hormigas obedientes, trabajadoras, entregadas? y levantaba la cabeza y volvía al espejo, buscando respuestas en si mismo a sus propias interrogaciones, pero habitualmente encontraba el gesto frío, distante y cínico de su propia mirada, pero jamás una luz, jamás una contestación y así pasaba los años y nada. Jamás sucedía nada, salvo el aumento cruel de las arrugas de su cara. Entonces giraba y sin saberlo pisaba la hilera, la hilera silenciosa y de destino trágico de honestas hormigas.

1 comentario:

Guy Monod dijo...

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