lunes, enero 25, 2010

Los puentes

Su voz, saliendo invisible desde su garganta, se extendía casi rectilínea y colgante, hasta el oído de aquella mujer que entre desconcertada y curiosa escuchaba el relato de aquel hombre que no conocía; y que sólo el azar de las horas y de los asientos había ubicado justo a su lado en ese trayecto cotidiano de autobús. La voz de aquel hombre que escuchaba era grave y elevada, como si el relato no fuera únicamente para la mujer, sino también para el resto de pasajeros adormecidos que viajaban allí:

.- No puedo cruzarlos. No es por vértigo, por la altura. Es por otro tipo de temor. No es que los deteste, no viene de un trauma, es simplemente por su forma y porque se prolongan como un extraño ser hacia el otro lado. Son frágiles, pero no es la fragilidad de romperse o de ser vencibles lo que me aterra, es su fragilidad natural, esa cosa de que en el puente, en cada puente algo malo va a suceder. De que uno pasa y algo se queda en el otro lado. Los puentes más que unir separan. No puedo cruzarlos, no puedo pasar ningún puente, porque los temo a todos, a cada uno de ellos y eso condiciona tanto las cosas, mi vida, que sucede, claro, siempre en este lado. Porque nunca puedo pasar al otro lado, a aquel lado que jamás conoceré, al lado que llevan los puentes. No los cruzaré, no puedo. Se que de ese modo me niego una mitad del mundo que tan divido en puentes está. Se que me niego el otro lado, las cosas que suceden en el lado donde termina el puente que no cruzo, pero no puedo. Yo no puedo me entiende. Un camino en el aire no es un camino. Nunca crucé el puente, me negué el otro lado. Si en la ciudad hay fiestas al otro lado del río, yo no puedo ir a las fiestas, las veo desde aquí, desde este lado con el bullicio que llega desde allí, con todas las luces, con todo el jolgorio de noche que yo sólo veo desde aquí. Desde este lado. Si en el otro lado del río hay conciertos o acontecimientos yo no voy, yo me quedo, porque ni por esas cruzo el puente. No puedo cruzarlos.

Y la mujer escucha al hombre y mira a los otros pasajeros y se encuentra con las miradas esporádicas de los curiosos que la miran a su vez mientras escuchan las palabras del hombre y sus puentes. Ella ve entonces no sólo el puente allí, atravesando el río, sino los otros puentes, el de las miradas, ojos que van atravesando el espacio, caminos en el aire. Y oye la voz del hombre que, como un puente, viaje por ese camino invisible en el aire hasta su oido. Son todos puentes, piensa. Puentes y le mira, le coge la mano y con los dedos atraviesa desde su brazo hasta su brazo y el hombre se calla y la mira y no vuelve a hablar. El autobús se detiene y ella baja. Esa noche se queda en mitad del puente sobre el río. A cada lado los lados. Son todo puentes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bestial...me creerías si te dijera que leí este post asintiendo con la cabeza otra vez?

El único vértigo que me da el puente que se tiende entre nosotros es el parecido entre un lado del río y el otro.

Un abrazo fuerte, mi entrañable H.S.


CL

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