jueves, enero 14, 2010

El primer día de una decada

Al viejo se le ha parado el coche y suelta humo, él y el coche. Mi vieja se ha sentado debajo de uno de los pocos árboles que hay en esta planicie. No se calcular temperaturas, pero sospecho que no hay mas fresco aquí que en el infierno. Mi hermano lleva diez minutos caminando hacia la nada. Se está volviendo un punto pequeño y mi vieja ya no se preocupa ni en llamarle. Mi viejo está en el arcén con la esperanza de encontrar una respuesta, un mecánico que descienda de entre un brillo de ese sol de justicia. Mi vieja está esperando que el árbol empiece a llorar agua, mi hermano está buscando su destino en la planicie. Llevamos tres días en esta vida que antes no existía, tampoco este país que atravesamos, estas carreteras son nuevas para nosotros y viajamos hacia la frontera para arreglar unos asuntos legales de manera ilegal. A partir de ahora las cosas sucederán muy a menudo de este modo. Mi viejo mira el motor como si este fuera a hablar y a comunicarle amigablemente que es lo que le sucede y porque suelta humo. No digo nada, pero mi hermano es casi invisible y nunca resistió demasiado los cambios bruscos de temperatura, al muchacho le va a dar un golpe de calor como siga caminando bajo ese foco total que es el Sol. ¿Donde coño camina mi hermano? Hay debajo del árbol donde está mi madre una piedra que me gustaría lanzar. Hay piedras que llevan siglos formándose para que un mocoso extranjero sienta unas profundas ganas de mandarlas a treinta metros de distancia. Sospecho que ni esa distancia lograría. La cojo y la lanzo. Veo su recorrido como si estuviera viendo la repetición. Esa piedra ya la había lanzado antes, hace mil setecientos cuarenta años. Ahora sobrevuela un trozo miserable de planicie y la veo en cámara lenta. Pobre piedra. Desterrada para siempre de donde se fue formando. Lluvias, sequías, tormentas, cambios de clima, la construcción de la carretera que ahora pasaba a su lado, todo eso va en la piedra que sobrevuela unos pocos metros y cae y según cae siento algo trágico: nostalgia por un mundo que ya no está colocado del mismo modo que en el momento antes de lanzar la piedra. Mi viejo a dicho una frase cargada de malas palabras, luego el cabrón pretende que uno no las use. Me dan ganas de preguntarle a mi madre que que coño pintamos nosotros aquí. Mi hermano se ha reducido a la nada. Quizá se ha desmayado. Mi vieja ha cerrado los ojos y el viejo se ha sentado en el arcén. Asumiendo algún tipo de destino que ya identificaremos más adelante. Curiosamente no pasa ni un sólo coche, ni una gandola. Nada. El mundo detenido; y sospecho que lo estará los próximos nueve o diez años. Mi padre estará la próxima decada sentado en el arcén sabiendo que no pasará nada por ninguno de los lados de la carretera y mi madre estará ahí bajo el árbol, esperando el agua goteando de las ramas del árbol y mi hermano estará enredándose con el horizonte y yo estaré sin saber muy bien donde ir, si lanzarme a buscar a mi hermano, sin quedarme esperando el agua que sacie la sed a la sombra de este mísero árbol, si ponerme por solidaridad junto al viejo en el arcén esperando un coche que jamás pasará o si irme carretera adelante y derretir la suela de las zapatillas en el asfalto que hierve a mediodía. Lo se, estoy convencido de que vamos a pasar una década entera así y que jamás llegaremos a la frontera y que siempre será mediodía y este calor nos fundirá.

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