jueves, septiembre 30, 2010

Salud

.- De repente huela a mierda, a una montaña gigante de mierda. Como si aviones militares de ayuda internacional hubieran traído mierda y mierda y la hubieran amontonado alrededor de las ciudades. Una montaña artificial gigante, exageradamente grande en la periferia de la ciudad. Como un vertedero infinito que emite su olor más allá de lo tolerable. Ahora, todos lo único que podemos hacer es tratar de no oler, en eso se basa ahora nuestra existencia: en concentrarte para diluir la percepción salvaje de ese olor que se ha impuesto en cada parte de la ciudad, de cada ciudad de este país, en cada país de este mundo. Yo no se, realmente de donde proviene. Lo huelo, pero no identifico su dirección, el modo en el que se traslada por el aire, el modo fantasmal que tienen los olores para desplazarse. Lo huelo, lo huelen, lo olemos. Tu lo estás oliendo. Fumo, bebo porque con los vicios aniquilo algo su presencia. El tabaco y el alcohol disminuyen el olfato. Fumo ¿Quieres un cigarro? ¿Una copa? Es a lo que me dedico ahora. Bebo y fumo. Humo y efluvios etílicos, ahí se esconde un poco el olor a mierda, ahí deja de estar tan presente. Luego caigo rendido y borracho en una acera, en un portal, a veces llego hasta casa. Los demás buscan sus trucos, ¿no te has fijado? Cada uno busca su modo, su forma de evitarlo. Algunos lo intentan con ambientadores; eso es peor, créeme. Lo he visto, con los ambientadores se suman dos olores, se multiplican. Olor positivo por olor negativo: Olor negativo. Se multiplica la nausea. No diluye el olor bueno al malo. Hay mujeres que se empapan en perfumes, hay quien se tapona la nariz. Hay quien huye, hay quien lo asume, lo huele y vive así, con la permanente sensación de olor a mierda. No me preguntes cuando fue, como creció la montaña, quien la formó. Eso lleva años, siglos amontonandose ahí, en ese lugar invisible. No fue nadie, no fue uno solo, no hay mano invisible. Eso se ha ido sumando invisiblemente, poco a poco, el olor fue aumentando y de repente apareció esa masa incontenible, estaba formada, ahí. Y ahora, ahora ya no hay quien lo aguante, pero tampoco quien lo haga desaparecer, ese olor irá a más, estará ya para siempre. Así que o respiras o te ahogas para evitarlo. Yo, si quieres, te invito a un cigarro, o si quieres a una copa.

.- Salud

martes, septiembre 28, 2010

Atemporal

.- Como si no estuviera sucediendo ahora, sino antes o más tarde. Tampoco en este lugar preciso, ¿me entiendes? Como cuando apagas la luz y pierdes la noción de lo real. Un cine, eso es, un cine que se apaga de repente, en medio de la proyección, y la sala quedara muda un rato, sin saber si la proyección va a seguir o se parará, si en caso de seguir arrancará desde el mismo instante donde se corto o en otro sitio. Todo está a oscuras y ni siquiera se ha reaccionado para el murmullo colectivo. Estás en la butaca y no hay, durante un rato, tiempo. Aún sigues en la película pero la película ya no está. ¿Qué tiempo es ese? ¿En que hora, en que lugar sucede lo que tu estás percibiendo? Nunca sueñas despierto, a todos nos pasa. No digo fantasear, digo que de repente todo se transforma, la esquina de tu calle es otra cosa, otro lugar. A veces creo que esto no es más que un puzzle al que le van moviendo las fichas. Una vez estaba en un terminal de autobuses, miraba los paneles que indican las salidas y las llegadas, había poca gente. De repente olvidé en que ciudad estaba. Llevaba varias semanas de viaje y durante un momento lo olvidé. Meses después soñé con ese terminal, en el sueño veía a un tipo, que no era yo, que en ese instante miraba los paneles y pensé, al despertar, que eso estaba sucediendo realmente, que el tipo que en ese instante, en ese presente miraba, los paneles en el terminal de Zihuatanejo se había colado en mi sueño, sin motivo, sin una razón, pero estaba convencido que ese tipo existía y que realmente en ese momento que yo lo soñé estaba mirando los paneles. ¿Que explicación tiene? No, nada tiene explicación final, hay un momento que nada tiene explicación ni razón, ni siquiera trascendencia: Es la suma del inconsciente que es donde realmente suceden las cosas. Como si lo consciente fuera un filtro, un acuerdo. Por ejemplo, te hablo a ti, y tu no estás, no existes, no hay nadie. Porque personifico esto en alguien si no hay, si esto es inconsciente, porque te pongo cara y me pongo cara a mi mientras lo cuento. Todo se desdobla. Laberintos.

sábado, septiembre 25, 2010

Explosiones temporales

¿Qué hora es? Gravito: hay una sensación ligera de fin de algo. Por instantes no tengo memoria. Todo es lento. Ella duerme. Lo sublime sería la explosión. La hermosura que se esconde en la lentitud de la explosión. Todo se expande y se convierte en algo nuevo. Bien visto la explosión es un cambio radical a otra forma. Ella duerme, hay un mundo invisible en sus suspiros, hay un mundo imposible en lo que sueña. Hace unos minutos nos desmontábamos a gemidos uno encima de otro, en una prisa lenta que también parecía una explosión y ahora duerme y yo pienso en la explosión. Esas que se ven en cámara lenta y en las que ves como se desintegra algo a trozos. Saltan por los aires ladrillos, polvo y arena. El tiempo lento de la velocidad. Hay un mundo invisible en el cambio que se va sucediendo rápido a los ojos, pero lento en su tiempo. No hay hora, no hay tiempo. Ella duerme y se ausenta de la explosión. Hace un momento gemía y a mi eso me producía explosiones. Afuera la calle, me asomé a la ventana y descubrí la vista: La ciudad se extiende hacia el sur: edificios sumándose en una vista que no comprendo del todo. Esa es la vista que ella ve cada día y yo jamás había visto. La ciudad lanzándose hacia la nada, como una explosión lenta para otras percepciones. Si enciendo un cigarro es otra explosión, el humo como un fantasma colándose en el aire de esta habitación mientras ella duerme. No hay hora. Que explote, hay algo que debería explotar ya en esta madrugada ajena. La ciudad no parece la mía; es la de ella, desde su ventana, esa vista es otra ciudad en la que habitualmente yo no estoy. La mía, esa ciudad que no veo, está explotando en este instante, lentamente, de un modo que recuerda a a una baile, sin hora.

viernes, septiembre 24, 2010

La llegada

He preparado la casa, he organizado todo, he guardado los trastos, he limpiado y he ordenado concienzudamente. He puesto los libros en la estantería por orden alfabético. He guardado la ropa que no hará falta. Los armarios están impecables, la vajilla impoluta, he tapizado los sofás, he pasado una y otra vez el polvo y he barnizado algunos muebles. He abierto las ventanas para airear y luego he empezado a cerrarlas, he bajado las persianas, he apagado las luces y me he sentado en la butaca. Ha ido anocheciendo y me he quedado quieto, silencioso, disfrutando de esa quietud sobrecogedora, de esa inmovilidad. Nada se movía, todo estaba tremendamente silencioso. Cada cierto rato me quedaba oyendo el sonido de mi respiración, como si no me perteneciese, como si viniera de afuera, de un animal dormido. He esperado su llegada, he mirado la hora una vez y no lo he vuelto a hacer. En cualquier momento llegaría el otoño y me quedé esperándolo.

jueves, septiembre 23, 2010

La piscina

Me quedé mirando la piscina, la superficie caótica, repleta de hojas, el color imposible que había tomado el agua. En medio de ese invierno tan frío la piscina parecía una utopía, un ideal al que jamás se llegaría. El recinto estaba entristecido, vacío, desolado. Traté de dibujar mentalmente el ambiente de ese lugar en medio del verano: Los bañistas concentrados en sus largos, las chicas tumbadas en sus toallas despreocupadas, el socorrista adormilado en su silla. Imágenes de un mundo que parecía irreal, imposible, inexistente. Me senté un rato bajo el sauce donde en verano siempre nos poníamos. El césped estaba frío, humedecido y no me era nada cómodo. Miré a la piscina desde esa perspectiva, los alrededores vacíos , grisáceos, silenciosos. A lo lejos, por la entrada a los vestuarios, vi pasar a alguien que se perdió por la puerta del de hombres. Pensé que sería alguien encargado del mantenimiento: dudé en esconderme o seguir sentado. El sauce goteaba gotas de lluvia aún. Me puse en píe y pensé en volver a saltar la valla y salir de la piscina, sin embargo me quedé sentado. Cerré los ojos, pensé que si me concentraba podía recrear con precisión el ambiente de los días del último verano: la llegada uno a uno, la colocación de las toallas, las chicas embadurnándose de crema, nosotros pateando desconcentrádamente el balón alrededor del sauce. LA carrera colectiva para el primer baño del día, el braceo y los juegos absurdos bajo el agua. Ellas saltando y E sonriendo y dulce, la más callada siempre. Mis intentos inútiles por ser hablador, por conversar con ella, la llegada de la noche, el recoger las toallas arrítmicamente y citarnos en la plaza para dar una vuelta. E silenciosa y amable, parte de ese grupo al que pertenecía por puro azar. Porque ellas eran sus compañeras de clase o vecinas de la misma calle, pero en nada se parecía E a ellas. Abro los ojos y la piscina vacía, no hay nadie, salvo la figura que otra vez aparece y se pierde por la entrada principal. Entonces me pongo en píe y salto la valla y vuelvo andando por el mismo camino que lo hacemos en verano. Imagino que escribo a E, imagino las frases que voy poniendo en esa carta, me imagino enviando el sobre, me imagino a E en esa ciudad, en esa habitación para estudiantes sorprendida al ver la carta, sonriendo amable a leerla, luego llego a casa y prolongo hasta la agonía el sentarme a estudiar para el examen del día siguiente.

lunes, septiembre 20, 2010

El hombre sin rostro

Dejé de ser ese, mi reflejo, o no exactamente dejé de serlo sino que me desentendí, lo ignoré como choque contra su dictadura, su omnipresencia. Pasé a no mirarme jamás en el espejo, me evité, cerraba los ojos, desviaba velozmente la vista y no fue fácil: Rodeados de cristales y espejos a cada instante se convirtió en una lucha brutal tratar de no observarme, fue difícil, casi imposible pero lo logré, no me volvía a ver, no supe más quien era ese que se proyectaba, que se reflejaba. Me desentendí de mis formas, de mis cambios, de mi rostro. Me olvidé de ese que soy yo, porque comprendí que vivimos enfermos de nosotros mismos. Experimenté: ¿Quién podría ser yo sin saber que reflejo soy si ignoraba como me quedaba ese nuevo peinado o esa camisa recién estrenada?¿Cómo me vería sin saber como evolucionaba mi cara, como iba envejeciendo, sufriendo el paso de los años? Nunca más me miré. Jamás lo hice. Evitaba los reflejos, las cristaleras de las tiendas, el cristal de enfrente en los túneles del metro. Dejé de conducir para no mirar por el retrovisor y encontrarme con ese fragmento de mi cara. Evité, claro está, cualquier tipo de foto. De algún modo desapareces cuando tu lado reflejado deja de existir. Durante un tiempo aún permanecía en mi retina los ecos de mi cara, las formas de mi rostro. Era capaz de recordarme, pero fueron pasando los años, la primera década y me empezó a costar recordarme, como esa gente que pasas años sin ver y desaparece algo de su cara, la reconstruyes con torpeza. A veces me imaginaba a mi mismo en narraciones ajenas y el que imaginaba era impreciso, no era del todo yo. Se me confundía mi rostro con otros rostros, a aquella cara que ya no recordaba con precisión se le agregaban rasgos que eran nuevos y que no me pertenecían, como si en esa reconstrucción se colaran rasgos de otros: Como si al no verme los otros se adueñaran un poco de mi cara. Seguían pasando años, seguía sin reflejarme. Comenzaron algunos reencuentros, gente que hacía diez, doce años que no veía:"Carajo, como has cambiado" y yo no sabía exactamente a que se referían: ¿había ensanchado mi cara? ¿Habían aparecido las primeras arrugas? ¿Tenía mas entradas? Todo era enigma sobre mi mismo. Algo, incluso de mi personalidad, se veía modificado ante el desconocimiento físico de saber quien era, pero no me miraba, jamás lo hacía. Me lo impuse y lo logré. A veces en la noche, me quedaba dormido reconstruyendo las posibilidades de la evolución de mi cara, quizá ahora me parecía más a mi madre, quizá los años habían conducido mi cara a los rasgos de mi familia materna, a esa pronunciación de los pómulos, a ese alargamiento de la nariz. En la noche construía ese rostro invisible y me iba quedando dormido y entonces soñaba conmigo, soñé muchas veces con otras caras, en cada sueño aparecía una posibilidad de lo que yo podía ser: En esos sueños fui caras hermosas, otras abominables, fui caras sin rasgos en algunas pesadillas, fui otras posibilidades y al despertar siempre sabía, por algún tipo de intuición oculta, que ninguna de esas caras soñadas se correspondía con la mía. Así año tras año, una vida vivida sin saber que rostro la estaba viviendo. Una vida conmigo mismo sin saberme desde fuera. Una vida dentro de un desconocido. Eso me fue distanciando: ¿Quien era ese en el que habitaba, ese profundo desconocido? Como esas relaciones de dos que se cartean sin conocerse, sin ponerse cara, como cuando hablas por teléfono con una voz a la que le imaginas un rostro que jamás, nunca, se parece al suyo, al que posee esa voz con la que hablas. Eso me pasaba conmigo: ¿Que cara tenía ese que hablaba, esa voz que escuchaba desde dentro? Me desconocía. Así que he acabado con ese juego, con esa batalla, la perdí. La curiosidad me azotó tantas veces que no soporté y hoy me he levantado, he tardado un rato en hacerlo, he dudado muchos minutos, he sentido vértigo, incluso algo parecido al temor. He caminado despacio, indeciso, asustadizo. Me iba a encontrar con el otro, conmigo. He sacado un espejo que tenía en un cajón, lo he desembalado lentamente. Lo he tenido dado la vuelta unos segundos, algo más, quizá unos minutos. He girado muy despacio, he visto en ese giro lento primero las fronteras de mi rostro, la barba que apuntaba hacía afuera, las formas de una cara desconocida, la curvatura del pómulo. He seguido girando despacio, hasta ir completando en ese marco el retrato completo de mi cara y lo primero que he dicho, lo primero que he pensado, ha sido:

.- Coño... yo a ti te conozco de algo.

sábado, septiembre 18, 2010

Vida y obra de Bernardo M.

Bernardo nació un día cualquiera en una localidad bañada habitualmente por el sol y de marcada tendencia marítima. Bernardo bebió de ese entorno, disfruto una adolescencia hedonista y algo salvaje y fue creciendo talentosamente como músico. Fundó varias agrupaciones musicales despreciables y alcanzó popularidad en su última, popular y trágica banda. La biografía de aquel grupo dio mucho que escribir: Inicialmente repartieron a los oídos un sin fin de canciones memorables y accesibles, pero Bernardo: Atormentado, complejo y obsesivo buscó una obra, una obra contundente, profunda, intensa, admirable. Bernardo tenía un oído educado, una gama amplia que conjugaba en un estilo peculiar, barroco e imaginativo sin alejarse, curiosamente, de un sentido hedonista y divertido de la música. Bernardo creaba paisajes amables, preciosistas, felices, pero Bernardo convirtió su vida, a cambio, en un infierno empolvado de cocaína, un infierno perturbado, desquiciado y neurótico. Bernardo vivió para crear una melodía que jamás alcanzaba. Experimentó hasta el delirio sin caer en el caos. Para Bernardo había varias máximas pero sobre todo la música debía, siempre, contener la esencia del edén, del lugar original, el jardín definitivo. No creía en composiciones enloquecidas, para eso ya tenía su universo interior. Para él el problema era alcanzar la obra que lograra darle a la vida la importancia y la trascendencia fundamental, la explicación. Eso buscaba: el sentido, el absoluto, en una melodía, evidentemente, imposible de alcanzar. Una vida y una esquizofrenia tras aquellas notas que "deben estar en algún lugar de mi cabeza" decía en madrugadas terribles, sentado al viejo piano que a menudo ya ni estaba afinado. Envejeció Bernardo con dificultades. Durante algunos años permaneció en un hospital psiquiatrico. Donde fue, prácticamente, obligado a abandonar la composición. Sentado en un jardín agradable, solía leer y recordar las tardes previas a la música. La adolescencia en viejos y largos coches descapotables por carreteras de la costa, baños a media tarde y borracheras divertidas en fiestas playeras con chicas que entonces ya serían casi abuelas. A veces evocaba las primeras melodías, las más inocentes y asumía la incapacidad que hay cuando se compone tanto en volver a ese estado primitivo que luego tan ansiadamente buscaba. A veces silbaba antes de ser llamado para volver a la habitación, medicarse y dormir para seguir una rutina "necesaria para su estado" como decía paciente y educado su médico. Años después, canoso, arrugado, con una leve cojera es dado de alta. Vuelve a su casa de la costa. La cirstalera del salón le devuelve el mar: eterno, hermoso, imposible lo mira y calla. Sube las escaleras, su hija le mira preocupado, sabiendo que el siguiente acto será sentarse en el piano y tirar por la borda los años de terapia. Bernardo levanta la tapa, tararea pero no pulsa ni una sola tecla, no dirige ningún dedo. Tararea, silba y marca el tempo con el pie derecho suavemente. La hija le mira desde atrás, con ganas de llorar. Bernardo se gira:

.- Era tan sencillo, hija. Era tan fácil. Estaba tan cerca y jamás lo pude ver.

Desde entonces Bernardo pierde la memoria paulatinamente. Años después un cuarteto de cuerda toca sus melodías más famosas el día de su entierro. Su hija lee un hermoso texto que concluye evocando el olor de la colonia que siempre usó su padre.

viernes, septiembre 17, 2010

Pintor al margen

El tipo tenía una rulot en un descampado en la carretera de Extremadura. El espacio abierto alrededor de la rulot le servía para expandir todos sus encargos: Aparatos de feria que tenía que serigrafiar y adornar con ilustraciones generalmente de fuego o de elementos de fantasía barroca. Despertaba pronto, comía poco y al atardecer de verano, noche de invierno, se sentaba en la puerta de la rulot, fumaba opio y pensaba en asuntos agradables: en hipotéticos viajes al otro hemisferio, en músicas inexistentes y en formas de vida que se parecían al recuerdo. A menudo jugaba también, como en esos dibujos infantiles, a trazar una línea seguida entre estrellas del firmamento y formar un dibujo que no siempre era reconocible. No usaba teléfono, salvo cuando bajaba a la ciudad. Una tarde llamó a su casa, a su ciudad, a su país: Un hermano le dijo que su madre había muerto diez días antes y sintió que pocas cosas le ligaban ya al mundo. Volvió a la rulot y durante años se aisló. Recibía los encargos de unos rumanos que aparecían esporádicamente por allí, le dejaban los aparatos de feria y volvían al tiempo a recoger la mercancía y a pagar. EL opio se lo pasaba un tipo silencioso que había conocido hacía algunos años pero con el que apenas trataba. El hombre se acercaba una vez por semana, dejaba la mercancía y cobraba. De resto pintaba. A veces bajaba a la zona industrial por sus necesidades y compraba algún capricho alimenticio. Una vez cada dos o tres meses se iba a alivia sexualmente al "Placer", un burdel de carretera simple y de decoración trillada. Generalmente solicitaba los favores de Lore, una morena que le recordaba a una novia de la adolescencia con la que tuvo un hijo del que jamás supo. "El carajito tendrá trece años ya" le dijo una noche, confidente, a Lore. El opio le producía placer pero también unas ganas desaforadas de pintar. Una noche cambio los aparatos de feria por un trozo de madera donde dibujó una forma irreconocible. Desde ese momento, pensó que era en esas formas impresas en madera donde sentía que todo se anclaba. Como si si vida hasta ese momento hubiera sido un barco triste avanzando a pocos metros de un puerto donde no podía acceder. Compró más maderas. y la rutina cambió, ahora todas los atardeceres de verano, noches ya de invierno, pintaba esas formas indescifrables. Las obras las iba acumulando tras la rulot. Empezó a titular cada una:
.- Ligero 3, Margen, Islas autónomas, Agudo del 76, Botella epistolar, Cámara en mano, Biblia viva, Opio obvio, Una noria que gira sobre otro eje...

Quiso dedicarse, entonces, única y exclusivamente a eso. A sus maderas serigrafiadas. No cogió más aparatos a los rumanos. Los rumanos dejaron de aparecer, entre otras cosas porque insaciablemente fueron expulsados. Pintó más:

.- Mañana maraña, Habitaciones sin gente, libros y frases....

La última mañana aparecieron unos tipos presentando unas credenciales. Le pidieron amablemente desalojar, cuando pidió explicaciones bajaron unos policías, le esposaron y le trasladaron al aeropuerto. Muchos años después volvió a su casa, a su ciudad, a su país. Dejó la pintura, pero no el opio que le terminó devorando

jueves, septiembre 16, 2010

Agosto en septiembre

La imagen tiene mucho de barco. Hay un tipo tumbado en la acera en esa noche de septiembre que parece una noche de Julio (por caliente, por encendida). El tipo se acaricia los pies mientras lee. Está tumbado sobre un colchón ennegrecido de la roña callejera y lee concentrado, casi poseído. Estoy comprando un medicamento en la farmacia que está justo a su lado y que abre 24 horas al día. Sospecho que él pernocta ahí por asunto de luz y de que hay paso toda la noche, esos que desvelados, acelerados o preocupados van en medio de la madrugada en busca de droga para paliar el dolor y cualquiera, agitado por el agobio y la preocupación dejen caer en su tarrito de metal las monedas que sobran del cambio por ese medicamento que bajará la fiebre al niño o dará tregua al enfermo. Compro mi medicina, que como tantas veces, he olvidado renovar y me he visto con la urgencia de salir en bicicleta en medio de la noche a esa farmacia en la que ya empiezo a ser habitual. Hace calor, mucho calor y mientras el farmacéutico, que tras las rejas que le protegen de la noche, se pierde en el almacén; observo casi hipnotizado la manera en que ese vagabundo, concentrado y en actitud de relajo, tumbado en su colch lee un libro que durante muchos segundos me empeño en descifrar su título. Vuelve el farmaceutico con mi anticoagulante y pago, me guardo la caja en el bolsillo y empiezo a montarme en la bicicleta cuando alcanzo a leer el título "El corazón de las tinieblas" de Conrad. Me detengo, dejo de subirme a la bicicleta. Hay algo tremendo en la imagen de ese coronel Kurtz urbano leyendo en el fondo de su jungla un libro que en el fondo le relata. EL tipo se gira y me mira mirándole, creo en ese momento que me va a hablar del horror, del poder salvaje del ser humano, de su esencia brutal, de lo inhóspito de la naturaleza:

.- Hace calor, ¿verdad?

.- Mucho- me contesta- Mira ese reloj de ahí, marca 32 grados y es la 1 ya.

Giro y miro el reloj de calle.

.-No parece septiembre

.- No. Es agosto en septiembre. A veces unos meses se cuelan en el siguiente- argumenta con acento gallego muy cerrado.

.- Cierto. Buenas noches, amigo.

.- Buenas noches.

Arranco la bicicleta y el vuelve a su lectura. La escena me produce dudas, las dudas que genera el misterio, las dudas que siempre me produce un tipo que duerme a la intemperie en medio del asfalto y la noche. Las dudas del enigma de las vidas de los otros. Pedaleo.

martes, septiembre 14, 2010

Las piernas de II

Todo empezó en sus piernas. Como si esos miembros adorables, anunciaran el enigma invisible, el misterio irresoluble de la mismísima existencia. Esas líneas paralélelas que arrancaban hacia el más allá, hacia los orígenes de la vida. Eso, claro, lo pienso ahora, pasados los años: esta poesía de pésima calidad me azota ahora. En aquel momento sólo eran sus piernas. Sin más. Aquel color de piel que reflejaba no se que brillos solares explotando a media tarde cuando la veíamos bajar por las escaleras después de que nosotros, mediocres futbolistas, hubiéramos terminado, empatados a siete, un partido tácticamente desquiciado pues nadie planteó defensa. Bebíamos agua y todavía transpirábamos sentados en los escalones junto a la cancha, y ella pasaba de largo, soltando un saludo dulce, cálido, sólo pasaba por allí para buscar a su hermano pequeño, que todavía revoloteaba por la cancha, aprovechando que los mayores ya la habíamos dejado vacía. lLe llamaba:"Kiko sube, que nos vamos", le cogía de la mano y se lo llevaba; salían en coche toda la familia y desaparecían a lo lejos, todo el sábado, todo el domingo. Yo no lo confesaba, nunca confesaba esos deseos a los otros, a los defensas, mediocentros y porteros de mi equipo. Pero todo empezó en sus piernas. Las veo con precisión, la forma exacta y alucinante de aquellas piernas. Los brillos, sobre todo aquellos brillos de luz proyectándose al mundo. Era al pasar, con aquella falda de tamaño preciso, con aquel golpeo al posar un píe sobre el suelo, mientras el otro se arqueaba por el aire, aquel levísimo temblor muscular que provocaba un terremoto violento en algún lugar de mis entrañas. Pasaba de largo y se iba perdiendo transportada por sus piernas y yo me quedaba pensando no tan sólo en sus piernas sino en aquel misterio indescifrable que se abría en ellas. Sus piernas eran más que eso, más que aquel esplendor físico, eran una abstracción, porque escondían el absoluto, una luz, un enigma que no comprendía. Porque si pensaba en sus piernas, si me los tragaría, yendo al extremo, pero no era eso, era más que el deseo de deslizar mi mano por sus piernas, era un torbellino. Luego pasó el tiempo, meses supongo: una tarde, después de un 9-4 a favor, hablé con ella y no fue mal. Días después toqué sus piernas en las escaleras entre el sexto y séptimo. Hubo una revelación, pero el misterio no terminaba de estar desvelado. Fuimos a más, seguimos subiendo pisos en aquel rascacielos de sus piernas, pero no hay respuesta al secreto, el secreto es el secreto, su atractivo es su invisibilidad. Uno podía llegar al último piso, recorrerlas una y otra vez, pero no se entendía. Se pasa a otro lado del misterio, no se desvela nada pero se hace cotidiano en su cercanía. Eran sus piernas y durante un tiempo fueron sus piernas, no el deseo de esas piernas, sino el saber que detrás de aquellos brillos de sol proyectados en su piel contenían algo que jamás comprendí. El principio, líneas paralelas que no terminan, infinitas como todo enigma.

De charla

Hay conversaciones partido de tenis: Un peloteo que va de un lado al otro, raquetazos a la línea tratando de sacar de sitio al contrincante, esperando que esa última bola, afinada, precisa, no pueda ser devuelta. Son las más filosóficas. Hay otras tipo partido de futbol y aquí hay varias modalidades: Están las de un equipo tocando, triangulando, moviendo el balón, ante la pasividad ofensiva del otro, que encerrado atrás espera sorprender al contraataque: Estas son, generalmente, las del torpe seductor. Están, también esos partidos duros, de ida y vuelta, dos equipos lanzados al gol, sin miramientos, sin temor en defensa. Van y vienen las jugadas y desde fuera el espectáculo es sorprendente: Para los que observan desde fuera son de agradecer. Hay unas tipo baloncesto. Ese ritmo arrítmico del paso del tiempo del baloncesto. El marcador va en aumento y si los contrincantes lo merecen todo se decide en un minuto final de infarto, que tiene los dos elementos de los momentos sublimes, mucha táctica y técnica y una enorme dosis de pasión y nervio: Casi un debate. Y luego estás tú: Con tu conversación sin metáfora, con tu taladro incontenible, con tus palabras que se amontonan en mi oído. Estás tú, que no hay donde colocarte, no eres golf, no eres boxeo, no eres nada. Eres un montón de frases que agotan, que molestan como molesta a las 3 de la mañana el zumbido de un mosquito sobrevolando tu cama. Estás tú, que no entiendo porque me estás dando esta chapa.

viernes, septiembre 10, 2010

Noche larga

Primero es una extraña y confusa adaptación a la oscuridad reinante. No ubico del todo el entorno. Vengo del sueño y tardo algunos gigantes segundos en descifrar que, como. Miro el reloj en la mesilla y la conclusión es inmediata: se que me acabo de desvelar, que ahora me costará recuperar la cadencia del sueño. Las primeras preocupaciones son la suma de horas. 3:01 de la madrugada, dormiré poco y ya mañana quedará castigado por este absurdo estado. Los ejercicios respiratorios pertinentes no me dan ningún resultado. Giro, cambio de postura, dejo la musculatura suelta, respiro hondo y trato de no pensar en el sueño. EL problema del insomnio es que piensas todo el rato si es posible que ya te estés durmiendo y esa misma atención te impide el sueño. Para dormirse no hay que pensar en dormirse, hay que caer, lanzarse a ese vacío necesario. 3:12. La noche promete duración, irrumpen las primeras imágenes, el insomnio no es sueño pero curiosamente tampoco es no sueño. En el insomnio las imágenes se empiezan a semejar al sueño siendo todavía las de la vigilia, la confusión absoluta. El pensamiento no es desbordado y de orden imposible como en el sueño, por no es lineal y está afectado, dimensionado, transformado. Está filtrado. 3:19. Si me durmiera ya, si cayera en esa cueva. Si la caída fuera larga, pronunciada, casi sin fin, si ya aparecieran las imágenes irreconocibles mañana no sería un día cruel, un día marcado por el cansancio. 3:25. Lo más importante es no pensar en este proceso. Estoy desvelado pero no debería pensar en que estoy desvelado. 3:56. Casi la primera hora restada al sueño. Una hora menos. Debo pagar el piso a primera hora. Estoy tocado de fondos, la cuenta está muy disminuida con tanto gasto. Me tengo que plantear una disminución de gastos si no quiero tener problemas. Tengo que pagar lo que queda de coche. Además las cosas no van bien en el trabajo. Ayer cometí varios errores y encima llevo una época en el punto de mira. Si sigo así seré el siguiente de la reducción. A mi edad, todavía con esta inestabilidad. Creo que las cosas no han ido como quería desde que acabó lo de Claudia. Debo tomar el hilo de nuevo, creo que estoy tomando decisiones erróneas últimamente, debo sentarme a pensar el camino. 4:21. Hoy no engancho el sueño. Se me va. Y encima me duele la cabeza, llevo una época con este permanente dolor de cabeza, quizá debería ir al médico. Quizá es el insomnio que me produce esa sensación de hinchazón, de aire comprimido a la altura de la sien. Aunque al hermano de Juan le empezó con algo así y fíjate como terminó, pobre hombre, era tan joven. Quizá mañana pida cita, no vaya a ser que esto sea algo más complicado y por no ir al médico se me vaya de las manos. 5:23. Se acerca el amanecer, no soporto la luz creciendo cuando yo no he pegado ojo. Debo dormir. Duérmete. Duérmete ya. Cierra los ojos relajadamente, ignora ese dolor de cabeza que aumenta. Yo creo que va a más. Me duele más que antes y encima esas imágenes cada vez que cierro los ojos ¿Por qué la cara de Soriano, al fondo del pasillo, sonriendo? ¿Por qué esa forma que va y viene? Respira, suelta los músculos. 6:01. Aún no ha cambiado la luz, noche ciega. Debería aparecer el primer cambio de tono. Noche profunda. En hora y media me tengo que levantar. Debería hacerlo ya, no vaya a ser que ahora duerma y sea peor. Fondo, pasillo largo. Hay un ventanal que alumbra de forma cristalina. Avanzo. 6:02. Hay una hora en la que todo se detiene y se forma. ¿Como sería mi madre si aún estuviera? Hay un árbol frutal en el jardín. Hay una sombra larga, de dos o tres kilómetros que cruza un desierto. Ha pasado cinco horas y no amanece, ¿Es hora ya de trabajar? Ya casi me veo despierto. Es el otro el que se pone de píe y camina. Sale a la calle, hay una proyección en el edificio de enfrente. Todos los vecinos miran. Es el otro el que va al metro, sin embargo aún no amanece. Sigue la noche, como si jamás fuera a llegar el día. Siete horas y no hay cambio de tono, noche cerrada. Es el otro en el andén vacío, donde aún no hay nadie y donde no pasa tren. Es el otro el que suspira. Noche cerrada. Noche infinita. ¿No va a amanecer jamás? Me veo bajo la manta. Hace frío pero hay un fondo de calor. No amanece. Han pasado diez horas. ¿Llevo diez horas desvelado? Noche en vela, ahora entiendo. Noche con la llama rompiendo con ese baile nervioso de la llama débil de una vela ligera, la imponente oscuridad. ¿Qué hora es que no llega el amanecer y han pasado tantas horas? Es de día sin amanecer. Ya casi llegamos a mediodía: ¿Y si me pongo en píe amanece? Pasa la hora de comer y no amanece. pasa la tarde. La ciudad a oscuras, noche cerrada. Llega la siguiente noche y sigo aquí, con los ojos cerrados sin dormir. EL dolor de cabeza que no cesa. Sigue la noche profunda. ¿Qué insomnio es este que nunca amanece? ¿El insomnio infinito? 32 horas de insomnio. Ya no marca hora el reloj. No duermo, es el otro el que camina por ese bosque y decide la ruta. Al fondo crece una flor. Hay un cielo encendido en rojos apagados. ¿Qué insomnio es este que no duermo, que no amanece? Es el otro el que asciende y descubre otra ciudad lejana, otras atmosferas. Al fondo el mar. Un barco con una luz intermitente que se acerca y crece. Es el otro el que me siento en la roca, es el otro el que miro mirando, es el otro y miro el horizonte marino y el barco que viene, es el otro el que ve el barco y veo su luz que crece, que sigue creciendo que se cuela por la ventana y amanece. Es el otro que despierto y miro la hora. 7:30. Despierto.

jueves, septiembre 09, 2010

Ciudad

Explosión de neones. Tráfico denso. El perfil de la ciudad como una amenaza de algo que se amontona, una montaña monstruosa que crece a la izquierda. La autopista debió ser un prodigio de ingeniería, una apuesta moderna en un tiempo caduco. Sin embargo ahora sus curvas entremezclándose entre edificios de estética lineal resultan erróneas, sus elevados, alcanzando los cuartos y quintos pisos de esos edificios ennegrecidos, nadie los construiría ya. El auto en el que avanzo es alargado y tiene varios huecos alrededor de mis pies. Veo el asfalto pasar por esos huecos y por ahí entra algo de la humedad de esta noche lejana. Abro la ventana y sigo conduciendo, avanzo hacia el este, a lo lejos hay millones de microluces sobre una montaña. Luces como un cosmos más complejo por cercano, por su violenta realidad, por ser algo más que un reflejo del universo, es un universo perdido, enloquecido. Un universo ahogado en su propia libertad, si es que la libertad la eligen los universos. Estrellas ancladas en un cerro imposible. A los lados se entremezclan décadas. Un esplendor de gasolina en los setenta, la estética de una riqueza globo, la confusión. Unos ochenta vertiginosos. Unos noventa decadentes. Un siglo 21 descompuesto. Llego a la salida. No se respetan las normas en la conducción , sin embargo logro desviarme donde debo hacerlo. Atravieso una calle rara, esas calles que se cuelan en zonas residenciales pero que son como ecos de zonas industriales. Hay un restaurante italiano ostentoso, pretencioso y terrible, en la puerta el aparcacoches mira al cielo. Sigo de largo. Llego a una plaza, recuerdo el monolito y siento que estoy en el principio y en el fin. Un tipo vende comida rápida en una esquina, un hombre de traje come apurado, goteando salsas y bebiendo coca cola. Un perro duerme bajo el puesto que humea y huele a un alimento imposible. Es ahí donde me he citado: "El puesto con los mejores perros calientes del mundo". Me pido uno, lo como con urgencia, porque es la única manera de comerlo. Miro el reloj, se ha hecho tarde y la noche en esa ciudad tiene algo que lejanamente me aterra. El hombre del traje ha pagado y se ha ido. Iba borracho y silbaba una canción que no recordaba. He terminado de comer y ahora soy yo el que silba esa canción. El tipo del puesto de comida me cobra, le pago y miro al perro que está medio dormido. Espero mucho rato. Cuando miro el reloj tengo la sensación de que me he quedado solo, de que nadie vendrá, de que en esta ciudad todo es un neón que se apaga y se enciende y anuncia productos de una época que desapareció. Como si la ciudad fuera una piedra sobrevolando la nada. Una isla rodeada de no mar. La ciudad existe, claro que existe, pero no todo lo real parece serlo.

lunes, septiembre 06, 2010

Este texto

Sube las escaleras, se sienta. El acto es casi cotidiano, como el café, como orinar al levantarse. Durante algunos segundos se queda estático, busca motivación en un disco que escucha por primera vez. La canción no le evoca un texto. Lee el título de esa canción, la traducción es: nuevo mundo. Piensa la posibilidad de inventarse velozmente un nuevo mundo, un tipo que salta a un lugar totalmente novedoso. Lo siguiente son imágenes fugaces y precisas de un mundo imaginario, pero se siente totalmente incapaz de describir semejante lugar. Luego, como tantas veces piensa: "¿Cuál es la necesidad? Levántate, por hoy no pasa nada" pero insiste. Sigue estático. Mira a un lado, mira la hora, mira una hoja, la taza vacía del café. Hay un post it en la otra pantalla, con un recordatorio que olvidó recordar. Luego está el truco del sueño, el sueño raro de anoche, pero por alguna razón la narración del sueño le parece poco meritoria. No hay texto, hoy el texto no viene. ¿Cuál es la razón del texto? ¿Por qué otro texto?Mira hacia la puerta, esperando que entre un personaje que le explique, pero evidentemente un personaje no entrará. No hay explicación concreta al respecto. La razón del texto es invisible. De repente hay una conciencia de que no es él el que busca el texto, es un texto el que quiere salir. La imagen, al menos, le parece agradable, potente. Es el texto el que deambula y busca, el es la salida. Todo está lleno de textos que van por ahí y que buscan blogs y blogueros en busca de salida. ¿Salida a donde? Eso es lo de menos. La motivación, la razón de todo texto es salir y aquí, el que escribe, no es más que un guarda aduanero. Así que si este que teclea no lo encuentra no es por que no busque sino por que el texto sabe que de todas las puertas, usar a este que escribe no es el mejor de los destinos. Así que trata de encontrar otras puertas antes de usar a la desesperada esta. Todo texto quisiera salir por una buena puerta y, seamos honestos, no es esta la mejor de las puertas. Este texto va saliendo, aparece de entre ese submundo del que vienen los textos, bien le hubiera gustado a este texto salir por la puerta de un tal Jorge Luís o de Poe. Pero no, es esta su puerta de salida, aquí está. Se sumará a otros textos que fueron saliendo diariamente por esta puerta. Olvidados, grises, anónimos. Textos que encontraron esta puerta en el último momento y eso, querido texto, eso no lo he decidido yo, fuiste tu que decidiste salir por aquí. En cualquier caso: Bienvenido, amigo.

domingo, septiembre 05, 2010

La última noche

Había un elefante en la pared. No era un elefante al uso. Cuando creía que le estaba viendo curiosamente cambió. No cambió a otra cosa sino que lo que yo veía era diferente. Como esos juegos visuales donde hay dos dibujos superpuestos, se ve uno, se ve otro y luego ya eres incapaz de ver el primero. Así que elefante se fue para siempre. Se fueron para siempre más cosas, pero eso es otro asunto. El caso es que el elefante se fue de la pared y se había convertido en la mancha de humedad que era lo que había sido siempre. Una mancha que había ido creciendo y que seguramente lo seguía haciendo invisiblemente, inapreciable a los ojos. Sentía calor, la piel estaba templada, la luz era casi rojiza, una lámpara que él había encendido para potenciar las sensaciones y sonaba un disco que a mi me resultaba agónico, el cantante parecía estar cayendo constantemente en una mayor laxitud. Era madrugada y no pensé en nada concreto. Estaba perceptivamente muy abierto pero muy poco concreto. Todo pensamiento se bifurcaba en otro pensamiento, en imágenes inconexas. Concluía cosas que parecían brillantes y segundos después me daba cuenta de su banalidad. Había una profunda inocencia en la manera de recibir el mundo y eso me resultaba agradable aunque a todo le seguía un profundo caos y ese caos, definitivamente, nacía en algún punto interno. Enfrente estaba él: La mirada concentrada, obsesiva. No habló en mucho tiempo. Actuó de un modo ensimismado. A ratos pensaba que no era él, que su cuerpo, en cierto modo, le había dejado de pertenecer. Recogía cosas de la habitación, las guardaba aleatoriamente, pensé, por el mero hecho de mover cosas. No había motivos, no había raíz. Todo sucedía lejanamente. Eso me dio por pensar que no estábamos en la misma habitación. Él estaba ahí, pero me pareció que ambos proyectábamos al otro en la capa de realidad en la que cada uno andábamos. Cómo si nos separaran millones de paredes invisibles. Ambos estábamos ahí, pero a millones de años luz de distancia. En tiempos ajenos. Sacó un libro del fondo de un cajón:

.- Creo que mañana no volveré a la universidad. Esta etapa se acaba. Si sigo así, todo irá a peor. Me iré a la capital, empezaré una ingeniería de sonido. Se acaba esto.

No dije nada. Miré de nuevo a la humedad con la esperanza de encontrar el elefante.

.- Quería regalarte este libro. Es profundo, creo que he llegado a leer cosas que no había escritas y creo que eso era intencionado por parte del autor. Había frases al final que tenían diez, doce, quince significados. Un laberinto de palabras. Nada en ese libro sucede del todo.

Creí que se había vuelto loco. Que la marihuana nos había aniquilado, que el juego nos había superado. Nos abrazamos. Salí de allí. Era de noche profundo y sentí un vacío que jamás he vuelto a sentir. A él jamás le volvía ver. El libro, eso si, se convirtió en uno de mis libros favoritos.

sábado, septiembre 04, 2010

Quieto

Estaba terminando el verano, bajábamos al puerto con la sensación de que no sólo se acababa el verano, sino una forma de vida, la posibilidad de habitar en la fugacidad. No hablábamos mucho, ella miraba de paso algunos escaparates, yo miraba a ratos mis pies, a ratos el empedrado de las calles. Ella olía a champú, todavía llevaba el pelo húmedo; a mi me quedaba poco tabaco y no llevaba dinero, pero no dije nada. Seguimos dejando el barrio de cuestas con paso firme hacia el puerto, nos gustaba sentarnos en las piedras que había cerca de donde empezaba la zona de los astilleros y pasar las horas. Era la primera vez que bajábamos solos. Normalmente venían los de la cuarta, incluido el chico con el que ella se acostaba, a mi no me caía bien, evidentemente, pero el resto de los de la cuarta me despertaban una curiosa inquietud. Hablaban de grupos desconocidos, de estilos de música lejanos y de libros que nadie había leído. Querían fundar un grupo de arte experimental, pero jamás concretaban nada. Sin embargo a mi todo aquello me conmovía. Cada vez que llegaba a casa, subiendo de esas tardes noches en el puerto, anotaba cosas en mi cuaderno, frases, garabatos, volvía borracho y quería ser artista experimental. Aquella tarde bajábamos solos al puerto, quizá por costumbre o porque no se me hubiera ocurrido que hacer con ella a solas. Nos sentamos en las piedras, nos quedamos mucho rato callados. Yo me quedé viendo un barco a lo lejos, tratando de averiguar si iba o venía, ella miraba las piedras. Al rato me preguntó que haría después del verano, no contesté nada concreto, la pregunta me produjo una abismal tristeza. El final del verano conllevaba la desaparición de las tardes de puerto, seguramente dejar de verla habitualmente, pero no contesté nada de aquello, contesté que poca cosa. Ella dijo que le gustaría irse de la ciudad, que a veces resultaba muy pequeña "aquí al final todo el mundo se conoce". Y volví a mirar el barco, la lejanía lenta del atardecer. Saqué el paquete de tabaco, me quedaba el último cigarrillo, le pregunté si quería compartirlo. Fumamos a medias, sospeché que aquello era lo más próximo al sexo que tendría en toda mi vida con ella. Ella fumaba y me lo pasaba, yo fumaba y soltaba el humo, caía la noche. Luego pensé que sería raro quedarnos los dos toda la noche en el puerto y traté de pensar otra opción, proponer algo, pero no pensé en un plan concreto y no dije nada. Ella me habló de su hermana y de su madre. Anocheció del todo. Luego le dije que si soñaba mucho, que si tenía sueños recurrentes, ella dijo que no, yo le dije que yo tampoco, que mis sueños eran siempre distintos, que jamás había soñado que volaba, que recordaba una pesadilla que había tenido cuando era muy pequeño en la que no sucedía nada pero que todo en el sueño generaba mucha desolación. Ella me habló de un sueño en la que no era ella, sino una chica que había visto hacía tres años en la playa, una chica normal. Que creía que eso no significaba nada pero que a veces tenía ganas de volver a verla para tratar de comprender, si es que había algo que comprender. Luego estuvimos callados, yo miraba los barcos en el puerto, una fiesta que había en uno de ellos, se escuchaba la música lejana, el murmullo, el barco era grande y había bastante gente. Un tipo que estaba tras la reja en donde empezaba lo de los astilleros, caminaba con un perro y se perdía a a lo lejos, entre las luces de las farolas. Ella tosió y me preguntó por los de la cuarta, que si me caían bien, que si me sentía cómodo. Dije desganadamente que si, realmente no me sentía a gusto con nadie, de algún modo ese verano me había quedado fuera de grupo, no era de los de la cuarta pero los de mi calle andaban en otros líos, en otros ritmos y ya casi no les veía. Miré una luz de un faro al otro lado de la ría, la imagen me dolió, me pareció extrañamente triste, miré su mano apoyada en la piedra, el giro de su pierna para sentarse más cómoda. Luego volvimos andando, había ambiente en el barrio de cuestas, en una esquina una pareja discutía y nos quedamos callados. La escena era turbia, la tipa le tiró el bolso al tipo, gritaban. Más arriba, en el centro nos despedimos con un beso. Estuve a punto de decirle algo, pero nuevamente callé. Caminé despacio a casa. Me crucé con un grupo de chicas y pensé en la posibilidad de que una de ellas fuera la otra, con la que ella había soñado. Me metí en mi calle y me encontré con mi vecino que llegaba, me invitó a una cerveza y me dijo que si nos íbamos al mirador. Subimos andando, compramos cervezas y nos sentamos. Me habló de su novia, yo miraba todos los edificios de la ciudad desde ahí, calculé su casa, ella ya estaría en la habitación, seguramente dormida. Mi vecino me habló de cosas que no recuerdo. Me tumbé boca arriba y le dejé hablar, le dejé hablar todo el rato. Su voz parecía agua de una fuente con mucha fuerza, traté de identificar otros sonidos de esa noche. Los coches que pasaban abajo, sonidos indescifrables, ruido urbano. Me puse en píe, le dije a mi vecino que si le gustaba leer, me contestó que no, que prefería masturbarse, que ahí si que había literatura y no volvió a hablar. Luego bajamos a casa. Nos despedimos en la escalera. Abrí al puerta de casa y crucé el pasillo a oscuras, sin hacer ruido. Me tumbé en la cama y no me dormí. No pasó nada más. Sentí que todo estaba quieto, detenido, ausente. Un cuaderno en blanco.

viernes, septiembre 03, 2010

Mi vida

La colección era elegante. Las portadas tenían un diseño preciso. Una ilustración amable sobre un fondo negro, el título o bien en rojo o bien en amarillo. No había oído o leído nada sobre el autor, tampoco sobre el libro, lo escogí en la librería por un proceso no siempre concreto de selección que realizo a la hora de seleccionar una compra. En líneas generales me fío de esa editorial, de su riesgo, de sus autores desconocidos. Entre las estanterías lancé la mano y me hice con él. Lo revisé por encima, la reseña veloz, una lectura rápida de paginas en mitad del libro. Me llamó la atención cierta descripción, algún juego en la narración, una frase del personaje de ese cuento del medio del libro. En la última página revisé los títulos de los relatos cortos que contenía todo el libro. El título de la colección de relatos de ese autor desconocido no me atraía, sonaba mal, débil, ñoño: "Mi vida". Sin embargo me arriesgué y lo compré. Llegué a casa. La media tarde agonizaba, la luz era tenue, poco ruido. Puse la bolsa sobre la mesa, me quité los zapatos y lo abrí. Me senté en el sofá, encendí la lámpara y comencé la lectura:

Leo, leo atento, concentrado, reflexivo. Me sorprendo con algunas frases, me arrastro en esa trama cotidiana, en ese parecido con mi tarde. El protagonista entra en la librería, es observado por el narrador, recorre estanterías de su librería favorita. El narrados describe el proceso de selección que es tan parecido al mío. El protagonista lanza la mano a un libro que coincide con las características del que yo ahora leo, coincide también el título. Sonrió ante el juego literario que propone el autor. El protagonista, nos cuenta el narrador, vuelve a casa, se quita los zapatos, se sienta en su sofá, enciende la lampara en esa tarde que ya agoniza y comienza la lectura de este mismo cuento. Leo y me leo. Paso páginas, las sigo pasando, me sigo leyendo. EL cuento jamás termina, al menos lleva años sin terminar, a cada paso de página aparece una nueva, jamás llego al siguiente relato. Cuando creo que la siguiente página será la última, el final, me leo pasando página, me leo leyéndome y así, así años, toda esta vida: Mi vida

Promesas

Juró por su vida que aquello no acabaría nunca.

FIN

jueves, septiembre 02, 2010

Bomberos

Una historia construida de pequeñas historias, generalmente independientes. El hilo común es el sonido de un camión de bomberos pasando por la calle. El asunto es sencillo pero de enorme complejidad. Hace unos días estoy en el patio de una casa insertada en un barrio menos transitado, menos concurrido, casi periférico, agradable, tranquilo, pausado. A lo lejos, dos, tres o seis calles más allá suena una sirena de bomberos. Voy notando su cercanía, su paso, su alejarse. En ese instante pienso en los que hemos oído a la vez ese paso, ese sonido fugaz. En todas esas casas habitadas alrededor de ese sonido, en ese instante paralelo. Yo estoy sentado bajo uno árbol amable, leo miro a una ventana: hay gente en movimiento, indudablemente ellos también escuchan esa alarma que va y se pierde: La metafora sonora de este instante caduco. Cómo leo, pienso en literatura, como tengo un libro en las manos pienso en un libro. Escribir todas las pequeñas historias que suceden paralelamente bajo el sonido de ese camión de bomberos que pasa a lo lejos. En esas casas que me rodean y que están más allá, en el otro lado donde también se escucha el camión pasar, su sirena urgente, ansiosa, informativa. Yo leo, esos de la ventana se mueven por el hogar. ¿Qué hacen los otros paralelamente, en ese apartamento a seis calles de aquí. Alguien no escucha una frase en un dialogo de una película que ve en ese momento, a alguien le tare del sueño, ese sueño de la media tarde de agosto. Pequeñas narraciones que suceden marcadas todas por ese paso fugaz. Escribir ese círculo amplio en el que ese sonido se ha colado. Retratar un instante breve, irrepetible, efímero. Si uno pudiera, si al menos pudiera colarme a la vez en todas esas ventanas, ir describiéndolas una a una, tendría un argumento gigante, una narración descomunal, la descripción imposible, inalcanzable de un presente. Luego reflexiono, eso es imposible, sería imposible atar todas esas historias reales, anotar ese presente marcado por esa sirena que pasa y se va, que se pierde a lo lejos.

miércoles, septiembre 01, 2010

Polo sur

Soy lo otro de aquel, o para entendernos bien: Soy lo opuesto de mi
mismo, que soy todo lo contrario que yo, sin ser tu u otro. Ser soy
yo, pero siendo el lado inverso de mi mismo que es otro exactamente
opuesto a él. Digamos que mi virtud es su defecto y mis defectos sus
virtudes. No estoy cuando él está y en el momento exacto de
desaparecer es cuando yo aparezco. Soy su duda en mis certezas y sus
certezas mi duda. Somos todo, pero no nos parecemos en nada, salvo en
esta extrema desigualdad. Soy lo que no es él y de esa negación estoy
compuesto. El no es nada cuando yo soy todo: Soy su felicidad ausente
en los días de lluvia, la borrachera cuando ya está de resaca, el
verano en el invierno, la amenaza del invierno en el verano. Soy el
otro polo, la hora que no marca su reloj, su pasado cuando piensa en
futuro y su futuro cuando mira nostálgico al pasado. Soy el vacío de
su físico, lo que no hay cuando él ocupa. Yo lo afirmo cuando él
niega, yo aplaudo cuando el critica. Soy el insomnio en su sueño
profundo. Yo amo lo que él detesta y no puedo soportar lo que él
admira. Yo tengo las propiedades que el jamás tendrá y las voy
perdiendo cuando compra algo. Yo tengo todas las mujeres, todas las
noches, todos los placeres, cuando él, maldito, desgraciado, está con
ella, a solas, en la cama, abrazados y aún espero, a cada instante, a
cada segundo a que ella se vaya y no vuelva. Ahí será por fin mía.
Hasta entonces espero.

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