martes, septiembre 14, 2010

Las piernas de II

Todo empezó en sus piernas. Como si esos miembros adorables, anunciaran el enigma invisible, el misterio irresoluble de la mismísima existencia. Esas líneas paralélelas que arrancaban hacia el más allá, hacia los orígenes de la vida. Eso, claro, lo pienso ahora, pasados los años: esta poesía de pésima calidad me azota ahora. En aquel momento sólo eran sus piernas. Sin más. Aquel color de piel que reflejaba no se que brillos solares explotando a media tarde cuando la veíamos bajar por las escaleras después de que nosotros, mediocres futbolistas, hubiéramos terminado, empatados a siete, un partido tácticamente desquiciado pues nadie planteó defensa. Bebíamos agua y todavía transpirábamos sentados en los escalones junto a la cancha, y ella pasaba de largo, soltando un saludo dulce, cálido, sólo pasaba por allí para buscar a su hermano pequeño, que todavía revoloteaba por la cancha, aprovechando que los mayores ya la habíamos dejado vacía. lLe llamaba:"Kiko sube, que nos vamos", le cogía de la mano y se lo llevaba; salían en coche toda la familia y desaparecían a lo lejos, todo el sábado, todo el domingo. Yo no lo confesaba, nunca confesaba esos deseos a los otros, a los defensas, mediocentros y porteros de mi equipo. Pero todo empezó en sus piernas. Las veo con precisión, la forma exacta y alucinante de aquellas piernas. Los brillos, sobre todo aquellos brillos de luz proyectándose al mundo. Era al pasar, con aquella falda de tamaño preciso, con aquel golpeo al posar un píe sobre el suelo, mientras el otro se arqueaba por el aire, aquel levísimo temblor muscular que provocaba un terremoto violento en algún lugar de mis entrañas. Pasaba de largo y se iba perdiendo transportada por sus piernas y yo me quedaba pensando no tan sólo en sus piernas sino en aquel misterio indescifrable que se abría en ellas. Sus piernas eran más que eso, más que aquel esplendor físico, eran una abstracción, porque escondían el absoluto, una luz, un enigma que no comprendía. Porque si pensaba en sus piernas, si me los tragaría, yendo al extremo, pero no era eso, era más que el deseo de deslizar mi mano por sus piernas, era un torbellino. Luego pasó el tiempo, meses supongo: una tarde, después de un 9-4 a favor, hablé con ella y no fue mal. Días después toqué sus piernas en las escaleras entre el sexto y séptimo. Hubo una revelación, pero el misterio no terminaba de estar desvelado. Fuimos a más, seguimos subiendo pisos en aquel rascacielos de sus piernas, pero no hay respuesta al secreto, el secreto es el secreto, su atractivo es su invisibilidad. Uno podía llegar al último piso, recorrerlas una y otra vez, pero no se entendía. Se pasa a otro lado del misterio, no se desvela nada pero se hace cotidiano en su cercanía. Eran sus piernas y durante un tiempo fueron sus piernas, no el deseo de esas piernas, sino el saber que detrás de aquellos brillos de sol proyectados en su piel contenían algo que jamás comprendí. El principio, líneas paralelas que no terminan, infinitas como todo enigma.

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