lunes, septiembre 20, 2010

El hombre sin rostro

Dejé de ser ese, mi reflejo, o no exactamente dejé de serlo sino que me desentendí, lo ignoré como choque contra su dictadura, su omnipresencia. Pasé a no mirarme jamás en el espejo, me evité, cerraba los ojos, desviaba velozmente la vista y no fue fácil: Rodeados de cristales y espejos a cada instante se convirtió en una lucha brutal tratar de no observarme, fue difícil, casi imposible pero lo logré, no me volvía a ver, no supe más quien era ese que se proyectaba, que se reflejaba. Me desentendí de mis formas, de mis cambios, de mi rostro. Me olvidé de ese que soy yo, porque comprendí que vivimos enfermos de nosotros mismos. Experimenté: ¿Quién podría ser yo sin saber que reflejo soy si ignoraba como me quedaba ese nuevo peinado o esa camisa recién estrenada?¿Cómo me vería sin saber como evolucionaba mi cara, como iba envejeciendo, sufriendo el paso de los años? Nunca más me miré. Jamás lo hice. Evitaba los reflejos, las cristaleras de las tiendas, el cristal de enfrente en los túneles del metro. Dejé de conducir para no mirar por el retrovisor y encontrarme con ese fragmento de mi cara. Evité, claro está, cualquier tipo de foto. De algún modo desapareces cuando tu lado reflejado deja de existir. Durante un tiempo aún permanecía en mi retina los ecos de mi cara, las formas de mi rostro. Era capaz de recordarme, pero fueron pasando los años, la primera década y me empezó a costar recordarme, como esa gente que pasas años sin ver y desaparece algo de su cara, la reconstruyes con torpeza. A veces me imaginaba a mi mismo en narraciones ajenas y el que imaginaba era impreciso, no era del todo yo. Se me confundía mi rostro con otros rostros, a aquella cara que ya no recordaba con precisión se le agregaban rasgos que eran nuevos y que no me pertenecían, como si en esa reconstrucción se colaran rasgos de otros: Como si al no verme los otros se adueñaran un poco de mi cara. Seguían pasando años, seguía sin reflejarme. Comenzaron algunos reencuentros, gente que hacía diez, doce años que no veía:"Carajo, como has cambiado" y yo no sabía exactamente a que se referían: ¿había ensanchado mi cara? ¿Habían aparecido las primeras arrugas? ¿Tenía mas entradas? Todo era enigma sobre mi mismo. Algo, incluso de mi personalidad, se veía modificado ante el desconocimiento físico de saber quien era, pero no me miraba, jamás lo hacía. Me lo impuse y lo logré. A veces en la noche, me quedaba dormido reconstruyendo las posibilidades de la evolución de mi cara, quizá ahora me parecía más a mi madre, quizá los años habían conducido mi cara a los rasgos de mi familia materna, a esa pronunciación de los pómulos, a ese alargamiento de la nariz. En la noche construía ese rostro invisible y me iba quedando dormido y entonces soñaba conmigo, soñé muchas veces con otras caras, en cada sueño aparecía una posibilidad de lo que yo podía ser: En esos sueños fui caras hermosas, otras abominables, fui caras sin rasgos en algunas pesadillas, fui otras posibilidades y al despertar siempre sabía, por algún tipo de intuición oculta, que ninguna de esas caras soñadas se correspondía con la mía. Así año tras año, una vida vivida sin saber que rostro la estaba viviendo. Una vida conmigo mismo sin saberme desde fuera. Una vida dentro de un desconocido. Eso me fue distanciando: ¿Quien era ese en el que habitaba, ese profundo desconocido? Como esas relaciones de dos que se cartean sin conocerse, sin ponerse cara, como cuando hablas por teléfono con una voz a la que le imaginas un rostro que jamás, nunca, se parece al suyo, al que posee esa voz con la que hablas. Eso me pasaba conmigo: ¿Que cara tenía ese que hablaba, esa voz que escuchaba desde dentro? Me desconocía. Así que he acabado con ese juego, con esa batalla, la perdí. La curiosidad me azotó tantas veces que no soporté y hoy me he levantado, he tardado un rato en hacerlo, he dudado muchos minutos, he sentido vértigo, incluso algo parecido al temor. He caminado despacio, indeciso, asustadizo. Me iba a encontrar con el otro, conmigo. He sacado un espejo que tenía en un cajón, lo he desembalado lentamente. Lo he tenido dado la vuelta unos segundos, algo más, quizá unos minutos. He girado muy despacio, he visto en ese giro lento primero las fronteras de mi rostro, la barba que apuntaba hacía afuera, las formas de una cara desconocida, la curvatura del pómulo. He seguido girando despacio, hasta ir completando en ese marco el retrato completo de mi cara y lo primero que he dicho, lo primero que he pensado, ha sido:

.- Coño... yo a ti te conozco de algo.

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