jueves, septiembre 09, 2010

Ciudad

Explosión de neones. Tráfico denso. El perfil de la ciudad como una amenaza de algo que se amontona, una montaña monstruosa que crece a la izquierda. La autopista debió ser un prodigio de ingeniería, una apuesta moderna en un tiempo caduco. Sin embargo ahora sus curvas entremezclándose entre edificios de estética lineal resultan erróneas, sus elevados, alcanzando los cuartos y quintos pisos de esos edificios ennegrecidos, nadie los construiría ya. El auto en el que avanzo es alargado y tiene varios huecos alrededor de mis pies. Veo el asfalto pasar por esos huecos y por ahí entra algo de la humedad de esta noche lejana. Abro la ventana y sigo conduciendo, avanzo hacia el este, a lo lejos hay millones de microluces sobre una montaña. Luces como un cosmos más complejo por cercano, por su violenta realidad, por ser algo más que un reflejo del universo, es un universo perdido, enloquecido. Un universo ahogado en su propia libertad, si es que la libertad la eligen los universos. Estrellas ancladas en un cerro imposible. A los lados se entremezclan décadas. Un esplendor de gasolina en los setenta, la estética de una riqueza globo, la confusión. Unos ochenta vertiginosos. Unos noventa decadentes. Un siglo 21 descompuesto. Llego a la salida. No se respetan las normas en la conducción , sin embargo logro desviarme donde debo hacerlo. Atravieso una calle rara, esas calles que se cuelan en zonas residenciales pero que son como ecos de zonas industriales. Hay un restaurante italiano ostentoso, pretencioso y terrible, en la puerta el aparcacoches mira al cielo. Sigo de largo. Llego a una plaza, recuerdo el monolito y siento que estoy en el principio y en el fin. Un tipo vende comida rápida en una esquina, un hombre de traje come apurado, goteando salsas y bebiendo coca cola. Un perro duerme bajo el puesto que humea y huele a un alimento imposible. Es ahí donde me he citado: "El puesto con los mejores perros calientes del mundo". Me pido uno, lo como con urgencia, porque es la única manera de comerlo. Miro el reloj, se ha hecho tarde y la noche en esa ciudad tiene algo que lejanamente me aterra. El hombre del traje ha pagado y se ha ido. Iba borracho y silbaba una canción que no recordaba. He terminado de comer y ahora soy yo el que silba esa canción. El tipo del puesto de comida me cobra, le pago y miro al perro que está medio dormido. Espero mucho rato. Cuando miro el reloj tengo la sensación de que me he quedado solo, de que nadie vendrá, de que en esta ciudad todo es un neón que se apaga y se enciende y anuncia productos de una época que desapareció. Como si la ciudad fuera una piedra sobrevolando la nada. Una isla rodeada de no mar. La ciudad existe, claro que existe, pero no todo lo real parece serlo.

1 comentario:

Guy Monod dijo...

Yo conozco ese lugar

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