domingo, septiembre 05, 2010

La última noche

Había un elefante en la pared. No era un elefante al uso. Cuando creía que le estaba viendo curiosamente cambió. No cambió a otra cosa sino que lo que yo veía era diferente. Como esos juegos visuales donde hay dos dibujos superpuestos, se ve uno, se ve otro y luego ya eres incapaz de ver el primero. Así que elefante se fue para siempre. Se fueron para siempre más cosas, pero eso es otro asunto. El caso es que el elefante se fue de la pared y se había convertido en la mancha de humedad que era lo que había sido siempre. Una mancha que había ido creciendo y que seguramente lo seguía haciendo invisiblemente, inapreciable a los ojos. Sentía calor, la piel estaba templada, la luz era casi rojiza, una lámpara que él había encendido para potenciar las sensaciones y sonaba un disco que a mi me resultaba agónico, el cantante parecía estar cayendo constantemente en una mayor laxitud. Era madrugada y no pensé en nada concreto. Estaba perceptivamente muy abierto pero muy poco concreto. Todo pensamiento se bifurcaba en otro pensamiento, en imágenes inconexas. Concluía cosas que parecían brillantes y segundos después me daba cuenta de su banalidad. Había una profunda inocencia en la manera de recibir el mundo y eso me resultaba agradable aunque a todo le seguía un profundo caos y ese caos, definitivamente, nacía en algún punto interno. Enfrente estaba él: La mirada concentrada, obsesiva. No habló en mucho tiempo. Actuó de un modo ensimismado. A ratos pensaba que no era él, que su cuerpo, en cierto modo, le había dejado de pertenecer. Recogía cosas de la habitación, las guardaba aleatoriamente, pensé, por el mero hecho de mover cosas. No había motivos, no había raíz. Todo sucedía lejanamente. Eso me dio por pensar que no estábamos en la misma habitación. Él estaba ahí, pero me pareció que ambos proyectábamos al otro en la capa de realidad en la que cada uno andábamos. Cómo si nos separaran millones de paredes invisibles. Ambos estábamos ahí, pero a millones de años luz de distancia. En tiempos ajenos. Sacó un libro del fondo de un cajón:

.- Creo que mañana no volveré a la universidad. Esta etapa se acaba. Si sigo así, todo irá a peor. Me iré a la capital, empezaré una ingeniería de sonido. Se acaba esto.

No dije nada. Miré de nuevo a la humedad con la esperanza de encontrar el elefante.

.- Quería regalarte este libro. Es profundo, creo que he llegado a leer cosas que no había escritas y creo que eso era intencionado por parte del autor. Había frases al final que tenían diez, doce, quince significados. Un laberinto de palabras. Nada en ese libro sucede del todo.

Creí que se había vuelto loco. Que la marihuana nos había aniquilado, que el juego nos había superado. Nos abrazamos. Salí de allí. Era de noche profundo y sentí un vacío que jamás he vuelto a sentir. A él jamás le volvía ver. El libro, eso si, se convirtió en uno de mis libros favoritos.

No hay comentarios.:

Mi lista de blogs

Afuera