sábado, septiembre 25, 2010

Explosiones temporales

¿Qué hora es? Gravito: hay una sensación ligera de fin de algo. Por instantes no tengo memoria. Todo es lento. Ella duerme. Lo sublime sería la explosión. La hermosura que se esconde en la lentitud de la explosión. Todo se expande y se convierte en algo nuevo. Bien visto la explosión es un cambio radical a otra forma. Ella duerme, hay un mundo invisible en sus suspiros, hay un mundo imposible en lo que sueña. Hace unos minutos nos desmontábamos a gemidos uno encima de otro, en una prisa lenta que también parecía una explosión y ahora duerme y yo pienso en la explosión. Esas que se ven en cámara lenta y en las que ves como se desintegra algo a trozos. Saltan por los aires ladrillos, polvo y arena. El tiempo lento de la velocidad. Hay un mundo invisible en el cambio que se va sucediendo rápido a los ojos, pero lento en su tiempo. No hay hora, no hay tiempo. Ella duerme y se ausenta de la explosión. Hace un momento gemía y a mi eso me producía explosiones. Afuera la calle, me asomé a la ventana y descubrí la vista: La ciudad se extiende hacia el sur: edificios sumándose en una vista que no comprendo del todo. Esa es la vista que ella ve cada día y yo jamás había visto. La ciudad lanzándose hacia la nada, como una explosión lenta para otras percepciones. Si enciendo un cigarro es otra explosión, el humo como un fantasma colándose en el aire de esta habitación mientras ella duerme. No hay hora. Que explote, hay algo que debería explotar ya en esta madrugada ajena. La ciudad no parece la mía; es la de ella, desde su ventana, esa vista es otra ciudad en la que habitualmente yo no estoy. La mía, esa ciudad que no veo, está explotando en este instante, lentamente, de un modo que recuerda a a una baile, sin hora.

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