lunes, diciembre 27, 2010

Se busca

El perro correteaba por la playa sin seguir una ruta aparente. Corría de la orilla hacia la arena, en la arena hacia varios círculos y se desviaba de izquierda a derecha gobernado, claramente, por un potente sentido de la libertad, libertad absoluta. A ratos le perdía la pista, desaparecía tras matorrales lejanos, alborotado, contento y segundos después le volvía a ver aparecer. A mi me gustaba avanzar por aquella playa vacía, el Sol apareciendo lento tras el horizonte acuático y el sonido constante, perenne de las olas. Puedo creer que no pensaba en nada, salvo los detalles que definian el momento. A veces me distraía una figura lejana que caminaba muy a lo lejos, a algún kilómetro de distancia. Así el perro y yo nos entregábamos diariamente a ese rito amable, importante del amanecer. Luego volvíamos por el camino de tierra, estrecho, frondoso y finalmente alcanzábamos la carretera. Nunca medía el tiempo hasta volver a casa, si ahora recordara los primeros tiempos, calcularía una hora, pero jamás miré el reloj. Lo que si fui notando es que cada día, cada jornada a partir de un momento se me hacía mas cansado el trayecto, la ceremonia. Lentamente me iba cansando más y lo atribuí a los años, al físico. Creo que en algún momento me empecé a preocupar. Luego, pasado un tiempo, descubrí que cada día llegaba con el Sol más arriba, mas avanzado el día. Fue cuando empecé a calcular el tiempo del paseo. Tardé unos días en percibirlo, la suma diaria era inapreciable, pero efectívamente, cada día llegaba algo más tarde, cada día la distancia era mayor recorriendo exactamente el mismo recorrido. Seguí culpando a mi cuerpo, a la edad, a mi corazón. Pensé, concluí que cada día caminaba más lento y que además cada día me cansaba más, hasta que semanas después descubrí que no, que aún recorriendo el mismo camino la distancia se iba alargando. No varíe la ruta, seguí constante, había, evidentemente, algo que descubrir. El perro seguía a lo suyo, a su ritmo, a su anarquía feliz. Revoloteando por aquella playa tremenda, preciosa, vacía. No se como pensé que algo había en el perro, algo de aquel problema extraño se revelaría en la actitud del perro. Fue entonces como empecé a analizar diariamente sus movimientos, sus giros, sus carreras aparentemente aleatorias. Memoricé sus giros, sus idas y venidas, pero aparentemente jamás las repetía. Si vi que determinadas mañanas el perro, de repente, ladraba como si algo en la nada se volviera forma visible para él. Comprendí entonces que el perro en sus expediciones iba abriendo nuevos caminos y que esos caminos invisibles se interponian a los caminos visibles, que esos caminos que el perro abría alargaban el camino de vuelta a casa. Que cuando el perro ladraba lo hacía a algo que impedía su paso a esos caminos que el abría. Que esas carreras en las que el perro se perdía eran conscientes, importantes, reveladoras en nuestras expediciones. Cada vez más lejos, cada vez tardando más en volver. Finalmente salíamos aún al amanecer y llegábamos al anochecer a casa. Horas y horas en aquel camino que apuntaba hacia el infinito. Lentamente nos fuimos perdiendo, lentamente fuimos no volviendo hasta el punto de no volver. Por eso suplico que cuando pongan el cartel de "se busca a este perro" me busquen a mi también. Si lo ven necesario, incluyan mi foto, me gustaría, también, ser encontrado.

domingo, diciembre 26, 2010

Aniversario

A las tres de la mañana despierto en Viena. Me asomo a la ventana. Afuera el suelo está cubierto de nieve. Respiro profundamente y descubro que en la habitación hay una persona más. Estoy a oscuras y trato de encender la luz pero la persona irreconocible me dice que no lo haga. Me quedo quieto y pienso que estoy viviendo un robo o algo similar, me sube un golpe de adrenalina hasta la garganta y trato de contener los nervios. No hablo. La persona no identificable se levanta de la silla donde está sentada y se acerca hasta mi, es una mujer. Se acerca mucho y me habla suavemente en alemán, en seguida pasa al inglés y finalmente me habla en español. Fuera oigo pasar un coche rápido. No recuerdo como llegué ahí y le pregunto que está sucediendo. No hay tiempo, me contesta. Me coge de la mano y salimos de la habitación. Bajamos unas escaleras, aprovecho el primer golpe de luz para hacer un reconocimiento. No se quien es. Comunico mi angustia ante tanto desconcierto. Salimos a la calle, hace un frío terrible. Caminamos dos manzanas y entramos en un portal. El portal da a un callejón trasero, veo la parte de atrás de un restaurante, descendemos un callejón y veo cruzar una rata, me dan ganas de gritar, pero no lo hago. La mujer que me lleva acelerada no habla, está concentrada en algo. Al final del callejón, hay un portón, me dice que lo levantemos. Tengo que hacer un esfuerzo tremendo, el portón es terriblemente pesado. Una vez subido, entramos a una especie de garaje, bajamos el portón y nos quedamos a oscuras, me dice que nos quedemos quietos, algunos segundos después, quizá un minuto se enciende una luz. Veo el almacén sorprendentemente amplio pero vacío, hay, sólo, unas cajas al fondo. Caminamos, ella me coge la mano y yo, incomprensiblemente, me emociono. Hay algo en esa chica que me atrae sobremanera. Al final del almacén hay una puerta metálica. Ella la toca, nos abre el tipo más gordo y mas grande del planeta, el tipo me mira con una terrible desconfianza:

.- Es él- dice ella

Siento una presión sólida en el pecho, una forma emocional parecida a hielo seco. Entramos en una sala, hay dos tipos más que hablan en alemán con ella, finalmente ella me mira y me dice:

.- Lo tenemos que hacer

.- ¿qué tenemos que hacer?

.- El amor

.- No entiendo. ¡Aquí ¿Ahora? ¿delante de ellos?

.- No ellos se van a ir ahora mismo.

Los tipos se levantan y se van por otra puerta. La luz, de repente, se apaga y se queda encendida una muy suave. Ella se acerca cálidamente y me besa. durante unos segundos yo no entiendo nada pero la textura de sus labios me hace olvidarme de todo. Rozo su mano y un par de minutos después nos acostamos en el suelo.

De aquello hace, hoy, siete años. Tenemos dos hijos hermosos y somos considerablemente felices. Hoy saldremos a cenar para celebrar nuestro aniversario.

Escena en bucle

Llevo un rato mirando como revienta la luz contra la marea, el juego lumínico aparte de hermoso es hipnótico. No pienso en nada concreto, bebo un vermouth y pasa el tiempo. Hay momentos que nos dejamos arrastrar, nada más, se es parte de la marea. Enciendo un cigarro, lo enciendo despacio, lo mejor, siempre, es la primera calada, el primer humo. En ese instante pasa un joven por la orilla despistado, mirando al suelo, arrastrando los pies como si no quisiera dejar huellas. El chico gira y se detiene, se queda un rato mirando, como yo, el movimiento no aleatorio de olas, la corriente, el juego de luz en el mar, algunos segundos después aparece una chica se pone a su lado y no hablan, ella trata de cogerle la mano pero el hace un gesto seco y la cierra, la escurre por el aire. Se quedan mirando, ambos, el mar. Yo, evidentemente, ya no miro el mar, les miro a ellos. El chico, gira y sigue andando, ella se pone detrás de él y le dice algo, mueve la boca pero yo no escucho nada, se que le dice algo pero yo sólo escucho brisa y olas. Dejo el vermouth en la mesa y me pongo en píe. Les sigo a unos cuantos metros por la orilla. Durante muchos metros no hablan, avanzan playa adelante, casi en paralelo, aunque el chico siempre saca un poco de distancia a la chica. Ella es hermosa, claro que es hermosa, lleva los pies descalzos, el pelo recogido de un modo casual. El está centrado en las no huellas, se que toda su concentración está en las no huellas, en caminar y arrastrar los pies, casi no levantarlos, ella vuelve a decirle algo, algo inconcluso, algo desesperado, yo les sigo detrás. Llegan al final de la larga playa, hay unas rocas, el las trepa con habilidad, ella le sigue con poca fe, está a punto de girarse y no seguirle más, pero trepa como último intento, yo aprovecho otras piedras para verles sin ser visto. Ahora será, como siempre, igual. Ella dirá dos frases más, casi dos suplicas, él no escuchará, no responderá. Ella volverá a hablar por última vez, se girará y no volverá, yo me quedaré viéndome, mirando ese instante infinitamente repetido en mi cabeza. Debí seguirla, debí hacerlo, debí detenerla antes de que su píe resbalara piedra abajo. Soy yo mirando aquella escena una y otra vez, cada mañana de mi vida. Soy yo el que debí aguantarla, besarla. Ahora miro siempre con tan nitidez aquel recuerdo, aquel instante que se sucede una y otra vez, frente a mi.

jueves, diciembre 23, 2010

No carta, no texto

Inevitablemente hay diferencia entre las cartas y un texto sin destinatario, un texto como podría ser este cuyo destinatario es salir sin la intención total de entrar. La forma en que se afrontan uno y otro, son irremediablemente distintas. Las cartas van, los textos salen. Eso en realidad era una manera de empezar esta no carta que sale y que no va a nadie en concreto sino a una abstracción tremenda, a no se quien, que se viene mientras oigo esta canción suave. Aquella masa gigante, acumulada ahí mismo, una masa gaseosa, repleta de vapor que se atraviesa con extrañeza. Desubicado pero emocionado. Una masa bestial que es el pasado, aquellas caras, aquella gente amable, brutal que se fue quedando en el tiempo. Esos rostros difusos, esos nombres medio borrados. En el fondo la melancolía es todo eso. Tiendo a la melancolía, tiendo brutalmente a ella, aunque es cierto que menos con los años. Ahora tengo una hija que proyecta toda emoción hacia el futuro y detiene tan dulcemente el presente que el pasado importa algo menos. Así que bien pensado cada texto, en el fondo, ahora, tienen mucho de carta a ella, a esa explosión que siento en esa cara, en esa sonrisa descomunal, en esa forma humana que dispara la felicidad. Es difícil no caer en la evidencia de que ese bichito es lo más importante que ha pasado en toda mi vida. Que esa cara contiene el presente. Así que este texto que era una no carta a no se que del pasado se convierte en una carta a algo muy concreto del presente. Inicialmente había empezado el texto por otra cosa menos confesional que todo esto. La idea venía marcada por unas cartas que había recordado, también por un viejo amigo que ahora vive a las afueras de Madrid, al que he visto una sola vez en quince años, que trabaja muchas horas, que es extranjero y que está solo y que mañana pasará la nochebuena solo, y a mi esas cosas me dan igual pero percibí una notable tristeza cuando me lo contó en esa llamada del otro día en la que me salió, de muy dentro, otro acento que de algún modo también me pertenece. No se, eran cartas no cartas lo que quería escribir y ahora todo es una carta a la niña porque esta mañana me la ha llevado a una cita médica mía y hemos estado un cuarto de hora solos en la sala de espera y creo que en mi vida había hecho tantas tonterías por segundo y elevaba a la niña como si volara por la sala de espera y por primera vez en años, por primera vez, con todos mis traumas, una sala de espera me ha parecido el lugar más hermoso del planeta porque la niña sobrevolaba emocionada sobre ella y sonreía y se ha abierto una puerta y nos ha pillado una enfermera y nos ha sonreído y la niña ha soltado una carcajada como si entendiera que aquello era enormemente gracioso. Así que a mi me da igual lo de la navidad, soy bastante escéptico con todo ello, pero recordando otras épocas y a este amigo, he caído que es la primera navidad con la niña. Así que carajo, esto es una carta, no es un texto. Es una carta para la niña, claro. Y aquí termino que despierta y debemos retomar ciertos vuelos, ciertos viajes y este tarde noche por suerte veré a este amigo y nos beberemos una cerveza quince años después y espero ayudar a diluir su tristeza navideña.

miércoles, diciembre 22, 2010

Lejano

Hay una sensación parecida a la psicodelia detrás de ese recuerdo. No se cual es exactamente la explicación. Creo que había cierto grado de inadaptación y que de algún modo por las noches me escabullía usando sensaciones escurridizas. Desde la ventana de aquella casa se veía una larga avenida que se iba perdiendo por un valle, el valle era hermoso de día y amenazador de noche. La avenida era solemne, un camino de luces rompiendo la negritud de aquel valle, me gustaba trasnochar mirando aquello, fugándome mentalmente, y esto no es metáfora. Visualmente seguía la estela y solía imaginar que al final, donde las luces se enredaban y se perdían en la oscuridad, todo cambiaba. Era muy joven, mucho y con esa edad se tiende a creer con fe absoluta en esas fantasías. Yo no quería vivir ahí, en esa ciudad a la que acaba de llegar. Me parecía no un lugar desagradable o feo, no. Me parecía un lugar lejano, muy lejano y resulta extraño habitar en un sitio lejano. Todo está lejos, como si no perteneciese, como si todo, constantemente, sucediera en otra parte y está lejos y tu estás allí. De algún modo nunca estás porque nunca llegas. Así que el juego de esa avenida que de algún modo parecía una autopista cósmica de vuelta, me producía una forma de huida. En esa huida había música y luces, y formas no del todo comprensibles, como si para llegar hasta allí hubiera atravesado no se que galaxia de planetas en constante transformación. Creo que dentro de aquella ansiedad por escapar había algo amable. También se disfruta en la extrañeza, en lo que se nos escapa. Era agradable mirar por la ventana cuando todos dormían y mirar aquella avenida por la que jamás pasaban coches, y ver el valle como un hueco negro y todo hacía una forma de eco. Creo que alguna vez pensé que aquello, todo lo que ocurría en esa época, no era sino el eco del algo que sucedía en otro lado. A mi me costaba creer a veces que aquello ciertamente fuera lo real. Tiendo a pensar ahora que lo que había entonces era una enorme capa imaginada gobernando el resto de las cosas. Aquella ciudad existe, sigue existiendo, yo me fui pero está, sin embargo siempre la he visto como algo inventado. Como si realmente hubiera logrado escapar por la avenida, como si años después hubiera encontrado el camino de vuelta de aquel lugar lejano.

lunes, diciembre 20, 2010

Avenida

Esa avenida tenía mucho de avenida hacia la nada. Se extendía poco edificada a los lados y cada dos o tres manzanas había algún local amplio de electrocarburos o ferreterías terribles. Los edificios eran viejos y de difícil ubicación temporal, estaban desgastados y sin embargo no parecían tener más de diez o doce años. Aquella avenida era triste y era triste trabajar allí, así que no aguanté mucho en aquel trabajo. El horario se me hacía cuesta arriba, tenía que sentarme en una mesa en medio de una casa vacía, decorada con algunos artículos abrasivos. El tipo que me había contratado quería que estuviera allí cogiendo el teléfono y ordenando los pedidos, ambas cosas se solucionaban en dos o tres minutos al día. Generalmente me asomaba al balcón a mirar la avenida, enfrente había un edificio abandonado con un reloj que se había quedado parado en las once y dieciséis y pensaba en otras posibilidades. El edificio era de dos plantas t y tenía cuatro apartamentos, todos deshabitados. Se entraba por un garaje y se subía por una escalera trasera desde la que se veía una casa abandonada. La casa era muy amplia, estaba prácticamente vacía: estaba la mesa, unas cuantas estanterías metálicas con todos los productos que aquel hombre vendía por zonas industriales de las poblaciones cercanas, el teléfono y el vacío. El primer día llegué dispuesto, decidido a entregarme a aquel trabajo para sacarme un dinero, pero con rapidez perdí la motivación. Perdía el tiempo escribiendo pésimas letras de canciones y algunos relatos que empezaban oscuros en los dos primeros párrafos y jamás concluía. Cuando sonaba el teléfono, una vez o dos, como mucho, al cabo del día, me emocionaba con la posibilidad de que fuera mi ex novia, que por arte de magia había averiguado que yo trabajaba ahí y que un golpe imposible del azar le había hecho tener el número de teléfono. En el desgarro y la desesperación también hay mucha ficción, mucho poder de imaginar. Jamás fue ella, siempre era alguna tipa reclamando no se que pedido o no se que problema de unos artículos que yo jamás comprendí. Pasaba el día, amontonándose los minutos como una masa por hacer. Miraba el reloj cuando daba la hora y salía disparado. Aquella avenida estaba lejos de casa y el viaje de vuelta en autobús era largo. Cuando llegaba a casa era de noche. Duró poco, muy poco. Un día deje de ir, avisé mal y tarde y quedé como un autentico cretino ante aquel hombre, pero poco me preocupó cuando no me pagó ni sólo día de trabajo. Mirado con distancia fueron días peculiares. Vacíos, sin nada. Como la avenida. Creo que siempre pensé que aquella avenida estaba gobernada por aquel edificio abandonado que había justo enfrente, con aquel reloj cinematográfico detenido en las once y dieciséis.

domingo, diciembre 19, 2010

Nostálgico

Había mucha gente y ahora no hay nadie. Había un ruido agradable parecido a un descenso, como agua que corre. Había más cosas, pero era todo relativo porque ahora no hay nada de eso y sin embargo todo es tan distinto. Ahora están estos árboles tan solemnes, tan presentes, tan sólidos; antes también estaban, claro que si, pero de algún modo estaban integrados, ahora todo se ha deshilvanado, todo ha perdido la relación con lo otro. El bosque se ha quedado descolgado. Cada elemento está fuera. No digo que estos ea desagradable: Me agrada la tierra húmeda, la hierba potente emergiendo como un suspiro profundo, los mismos árboles, el silencio ligero, la capa invisible de humedad que sostiene todo y sin embargo ahora nada sostiene. El olor antes se sumaba a las cosas, ahora viaja ajeno. Es agradable su esencia, pero antes se ligaba a las cosas, se sumaba, ahora nada sigue a lo otro: árboles independientes, olores que deambulan como almas liberadas, humedad que se sostiene únicamente a si misma. Estoy aquí, sigo aquí. Tantas veces he visto este paisaje, este instante congelado. Afuera el tiempo sigue, y de él hay evidencias, las ramas han aumentado su tamaño, las hojas, el flujo del agua de ese río que desde aquí no veo. Nada sigue igual, es invisible el cambio, pero ahora todo, para mi está independiente, descolgado, ajeno. Inicialmente era una comparsa, una orquesta siguiendo un camino melódico trazado de antemano, ahora es instrumentación independiente, solos en medio de solos. Sigo aquí, percibiendo el detalle y a cada cambio sintiendo un grado más de nostalgia. Todo va.

sábado, diciembre 18, 2010

Teclado

No sabe que ahí enfrente está el absoluto, la totalidad. No lo sabe mientras lo mira. Desconoce que en realidad esa es la puerta para millones de posibilidades. Laberinto a recorrer como se quiera. Ahí está la niña frente a un teclado. Todas las letras colocadas bajo ese orden incomprensible para casi todos. La a junto a la s, en el otro lado la p encima de la ñ. La t seguida a la izquierda de la r y luego de la e que casi debajo tiene la s (tres). Se puede lanzar el dedo al azar o pensar concienzudamente la primera tecla a pulsar, pensar duramente ese camino de teclas, ese salto de dedos de acá para allá que irán juntando palabras, frases, párrafos. Ahí empieza el todo, el mundo, lo que la niña quiera y no lo sabe. ¿Cómo es posible que todos los textos, todos los libros por escribir, estén contenidos en ese amontonamiento de teclas? ¿Cómo se sabe el camino por el que empezar? ¿Cómo se olvida uno que si se sigue el camino correcto se podría teclear un texto memorable? Marcar las teclas, camino de baldosas blancas, texto que avanza. El mundo en el leve movimiento saltarín y alegre de los dedos. La literatura universal contenida en ese espacio tan reducido, tan accesible. Es tan pequeño y tanto por decir, tanto por conjugar, tantas variaciones, tantos universos, tantas descripciones, tantos cuentos, biografías, historias, novelas, mentiras, noticias. En ese juego inocente, en ese juego amable de teclas. La niña mira y se asombra, siempre que lo mira, siempre que va las teclas las mira sorprendida. No lo sabe, claro que no lo sabe, ahora desconoce el lenguaje, pero algo intuye, algo encierra ese espacio, algo hay que siempre detiene su mirada en las teclas y lanza la mano, lanza la mano anárquicamente sin saber, que realmente, ahí, ya, escribió su primer texto. La niña frente al teclado, la puerta total. Todo por escribir.

miércoles, diciembre 15, 2010

Días de radio

Había un fuego al fondo donde uno se podía hacer un café. A esa hora jamás había nadie y le gustaba abrir la puerta, encender las luces, cruzar la zona de las mesas y buscar la cafetera. Mientras el café, rito glorioso, se iba cociendo, él preparaba los detalles más superficiales, anotaba algún asunto de última hora, o más bien de primera hora, leía algunas notas recibidas durante la madrugada y volvía al fuego para servirse la primera de dos o tres tazas a lo largo de la mañana. Con la taza en la mano encendía el equipo, se aseguraba que la señal entraba y medía la entrada. La carpeta, rellena de notas, de apuntes dejados por sus compañeros horas antes, la abría sobre la mesa. En sincronización con la capital, soltaba la sintonía y dejaba caer los primeros anunciantes. Unos segundos antes de saludar, sorbía café y como siempre soltaba la frase que siempre usaba:

.- Buenos días, aún no amanece, aquí ya esperamos la luz. Arranca " A primera hora"

De primeras leía algunos titulares importantes, un repaso de prensa y alguna curiosidad, no siempre dejaba caer las efemérides, salvo cuando eran peculiares o muy literarias. Luego el programa iba solo. Se sabía poco escuchado, la audiencia era mínima, pero suficiente para no ser apartado de la parrilla. En una radio de provincias un mínimo muy mínimo a veces vale. Cada cierto rato ponía alguna música, de vez en cuando invitaba a alguna persona. Cuando la mañana se imponía sus compañeros iban apareciendo por la mínima redacción. La rutina era agradable, la radio era un trabajo que le motivaba, ameno y desde el que él podía generar cierta cultura en una ciudad ajena a los nuevos movimientos, a otras tendencias y despreocupada del arte, él sentía que algo aportaba, que algo generaba hablando de autores emergentes, de músicas nuevas, de actividades que se sucedían allá, fuera de la provincia. Allí delante del micrófono, pausado, con la voz grave y sosegada que le habían ido dando los años. Así cada mañana de semana. Repitiendo los actos. Entrar en la radio, encender las luces, el café, la cabina, la conexión. Y así fue aquella mañana que entró y que empezó a repetir la rutina, el rito. Cruzó el pasillo, el café emergiendo allí, en el fuego, abrió la cabina, encendió la luz y se sentó. Sintonía y dentro, el solo manejaba el control y a su vez hablaba. A veces sucedía, pero siempre más tarde, que sonaba el teléfono, alguien haciendo una petición, opinando sobre algún tema, nunca tan pronto. Atendió en medio de los dos primeros spots, la voz la reconoció, le sonaba familiar. Claro que si. Esa voz era su voz, su misma voz, la que escuchaba a través de los cascos cuando hablaba, la que había oído grabada. Esa voz era igual que la de él, él mismo. Entonces entró, no supo que hacer:

.- Tenemos una llamada en directo, son las 5:14 de la mañana. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

.- Hola, soy yo. Tú, soy el otro lado.

.- Creo que no le entiendo, amigo. ¿Quería consultar algo de la agenda cultural, alguna propuesta?

.- No, quiero entrevistarte, lo debes hacer, obedéceme, obedécete.

.- No entiendo

.- Si, entiendes. Yo soy tu, ¿no reconoces mi voz, tu voz?

.- Si, la reconozco.

.- Ahora debes contestar, hoy eres tú el entrevistado. ¿Podrías contarnos lo de anoche? Cuéntalo, lo sucedido antes de dormir.

.- ¿Qué dice amigo? Voy a colgar, debemos seguir con el programa.

.- No, cuéntalo. Cuenta quien eres.

Entonces sintió el miedo. Sintió su propia amenaza.

.- Anoche. Anoche sentí que había zonas de mi que no me pertenecían.

.- Sigue, cuentalo.

.- Saben. Tantas veces sucede, tantas veces nos pasa a los locutores, hablas en la calle y alguien se gira y te pregunta si eres la voz del programa y cuentas, lo cuentas y siempre es la misma afirmación: "Te ponía otra cara, eras diferente cuando sólo conocía tu voz" Los locutores no nos correspondemos con nuestro rostro. Somos otro. Ayer, lo hice. Ayer salí a buscar el rostro de mi voz, de este que soy. Luego un montón de rituales, un montón de situaciones hicieron que lograra mi propósito, logré el rostro que pertenece a mi voz. Maté a su dueño, cuya voz, por cierto, era repugnante, aguda, terrible. Me deshice de mi rostro y me adueñé del que le pertenece a mi voz.

.- Eso es. Ahora me escuchas, escuchas mi voz y sabes que soy yo, tu, yo. Lo que no sabes, jamás sabrás es de quien es la voz, de quien es el rostro. Soy yo, eres tu. Somos la misma voz, diferente cara. Yo habló por teléfono, tu por el micrófono, pero afuera, los oyentes no nos distinguen, somos el mismo.

Agitado, nervioso, tenso, colgó el teléfono. El programa, jamás volvió a salir al aire.

lunes, diciembre 13, 2010

El deseo

Sonaba algo que debía haber sido ideado para torturar a cualquier ser humano del siglo 18 y que sin embargo allí todos degustaban con frenesí, como sin en aquella música, además de un tortuoso ritmo obsesivo, se escondieran las claves para un viaje al delirio. Yo estaba arrinconado, en esa posición privilegiada que se tiene en la esquina de la barra, cerca de la puerta, desde donde se observa y se es poco visto. Pedí tres cervezas, las dos primeras las bebí instantáneamente, la tercera comencé a disfrutarla. Sobre todo les miré a ellos, y es posible que con poca discreción. La chica llevaba una minifalda espantosa y una camiseta de un color terrible y llamativo con una frase que se amoldaba a la curva de sus pechos: "I´m ready for you". Unas botas blancas, altas, bestiales hasta las rodillas. Los muslos podían ser observados horas, días, años y no desgastar, jamás, el impulso salvaje de deseo. A su lado dos chicas más a las que no presté atención, mi atención estaba en los muslos y en la frase de la camiseta, de vez, en cuando, eso si, desviaba mi mirada al joven de pelo muy corto y de peinado violento que era su novio. No les saqué la edad exacta, calculé entre los 22 y los 26, bebían vodka barato y cada cierto rato paseaban al baño en grupos de dos o tres. Pedí una cuarta cerveza. No perdí pista de aquellos muslos, tampoco de su cara, esa chica contenía el poder de la historia humana en su piel, me descubrió, me miró mirándola y a partir de ahí cambió todo. "I´m ready for you" pasó al juego, empezó a bailar con ese chico de mirada confusa, mezcla de bondad y delirio, de nervio y músculo, cada giro de baile, cada dos o tres compases, dirigía la mirada hacia mi esquina donde yo estaba agazapado, dominado por la indomable sensación del deseo, no de la atracción, no. Del deseo, el deseo puro, indómito, frenético, visual. Fumé y bebí compulsivamente, desviando hacía el alcohol y el humo la agitación que disimulaba en mis gestos contenidos. La chica cada vez bailaba más, adaptando su cuerpo a esa música que golpea y desgasta el pensamiento. Golpes de graves y tonos agudos ascendiendo, ascensiones rítmicas hacia el éxtasis. Pedí cerveza cada vez más rápido. El chico, el chico nervioso descubrió la dirección de la mirada de ella y se encontró, sin yo quererlo con la mía que incansable seguía dirigida hacia su novia. El tipo cambió de actitud. Minutos después se acercó. Me pidió que le invitara a un vodka, pagué. No me habló, lo tuve a mi lado varios minutos en silencio. Dejé de mirar a la chica, la chica se había sentado y reía. Después de unos minutos me quise poner de píe y el chico me frenó en seco y me dijo que saliera y que esperara fuera. Obedecí, sabiendo que lo contrario sería aún peor. Salí del bar y esperé en ese parking gigante, vacío y oscuro al lado de la carretera. Me quedé, mientras esperaba, viendo los pocos coches que pasaban de un lado a otro, en medio de la noche, fugaces, perdidos. Salió el chico y tres chicos más, también la chica. Me montaron en un coche, lo arrancaron y no salieron por la carretera sino que cogieron un camino de tierra. El trayecto fue accidentado, iban rápido y el coche saltaba bruscamente en cada bache, a cada segundo. Un rato después frenaron, estábamos en medio de la meseta. Salimos del coche y pensé que mi vida había tenido algún momento brillante, algunos divertidos, bastantes momentos difusos y buenos recuerdos. No reflexioné mucho más. El chico se acercó y no dijo nada. En ese momento me di cuenta que no había escuchado mi voz y me dieron ganas de hablar, de escucharme para sentir algo de mi, lo último. Pensé en como sería la forma de violencia a usar. Habló:

.- ¿Crees que es atractiva?

.- Si

.- ¿Te gusta?

.- Es muy atractiva.


Se quedó todo en silencio. La chica dijo que mejor me dejaran aquí.

.- ¿Eres J?

.- No soy J. No se quien es J. Soy D2

.- ¿No sabes quien es J? ¿de verdad no lo sabes?

.- No

.- Nos dijeron que J mandaría a alguien para entrevistarla y ofrecerle algo en las películas.

.- No se de que me habláis.

.- No vamos a negociar por la chica. Sabemos que podemos sacar más.

.- No se a que te refieres. La miré por que es atractiva.

.- Mira. Dile a J que no hay negocio.

.- Se lo diría pero no tengo nada que ver con J, soy D2. No se de que negocio hablas, de que películas.

.- ¿Y quien coño eres tú? ¿Que hacías sentado en la barra del "Disturb" en la esquina acordada?

.- en serio, muchacho. Hay un error.

.- ¿te gusta la muchacha?

.- Me gusta.

.- ¿Quieres grabar con ella?

.- No, quiero largarme de aquí.

Se quedaron callados, se montaron en el coche y me dejaron alllí. Caminé guiado por la luz intermitente y lejana del disturb. Mucho rato después llegué y abrí el coche. Volví a la carretera y seguí el viaje. En la radio había un programa donde ponían una música suave y prolongada, indefinible.

jueves, diciembre 09, 2010

La buena moral

Durante cinco días viajarían a Marsella. En Marsella se propusieron ser felices, aunque a él, de primeras, no le gustó Marsella. Pasearon anarquicamente por la ciudad, sin saber, conscientemente, que su ruta fue, constantemente, un círculo sobre el mismo barrio. Probaron vinos baratos que ellos creyeron buenos y que objetivamente eran terribles, comieron en diferentes sitios y fueron engañados a la hora de pagar un desayuno. La noche central del viaje ella propuso cenar en un sitio caro. Buscaron en las guías, preguntaron al recepcionista e indagaron en internet. Se decidieron por uno que pintaba bien y relativamente accesible. Llegaron tarde para los marselleses, temprano para unos madrileños. Les ubicaron en una mesa hacia el final del comedor. El sitio era mas bien pequeño, de luz suave y con música inaudible de fondo. Pidieron casi lo mismo y a los dos les pareció malo, poco sabroso, poco elaborado y escaso. Antes del postre y mientras, obsesivamente, criticaban los defectos del local, del servicio y de las calidades, ella se levantó al baño. Subió unas escaleras y al girar hacia una estancia incomprensible que anticipaba los servicios vio de fondo la cocina y a dos cocineros. Le dio una arcada profunda y sostuvo como bien pudo las ganas de vomitar. La cocina que acababa de ver era sucia, muy sucia, muy destartalada, los cocineros se besaban entre ellos de manera que ella consideró obscena y algo ansiosa. Entró al baño y se miró en el espejo. Durante medio segundo pensó que era raro estar ahí, y se planteó el cúmulo de decisiones que habían concluido con ella en ese espejo, mojándose la cara para superar la nausea. Bajó, volvió a mirar la cocina, los dos cocineros, ambos muy altos, muy fornidos y morenos seguían besándose e incluso deslizaban sus manos por debajo del mandil. Contó los escalones de la estrecha escalera. Se sentó, miró a su marido y en voz baja y puntiaguda narró lo visto. EL marido preguntó entre inocente, asustado y horrorizado si aquello sería un local gay. Ella dudo y contestó que seguramente si. Él la miró, no dudo. Se puso en píe, ascendió la escalera con el cuchillo de la carne bajo el jersey. Entró en la cocina donde el asunto entre cocineros se había caldeado aún más y clavó el cuchillo al azar en el primero que su mano encontró en el camino. Murió el más joven, el otro gritó. El marido bajó corriendo, cogió a la mujer y salió a la calle. Cogieron un coche y volvieron a Madrid por carretera. El viaje fue largo y nervioso. Dos días después se incorporaron al trabajo. El crimen nunca fue resuelto. Él confesó a su cura de siempre el delito sabiéndose de antemano perdonado.

miércoles, diciembre 08, 2010

Otra época

Era inevitable que aquella época se acabase sin grandes aspavientos. Fueron unos años apagados, años que se sumaban a los otros años, en los que no pasó nada reseñable, ningún fuego artificial. Entre semana bajábamos al puerto, bebíamos algo en los bares viejos y charlábamos con cierta pereza de asuntos prescindibles. Conocí a una chica que trabajaba de peluquera y que hacía el amor como si levitara y algunos otros individuos que he ido olvidando. También conocí a algunos tipos peculiares y a Cox, un irlandés que hablaba de fútbol de un modo extraño y que decía que los goles de falta, de tiro libre, eran el cáncer del fútbol y que contrario a lo que la gente cree, ese tipo de goles eran lo contrario al buen fútbol. Cox arrastraba la lengua por el idioma ajeno con torpeza y su acento era agradable. Creo que Cox es lo mejor de aquellos años. Una noche se nos pasó la mano con el alcohol y terminamos yendo más allá de los astilleros, una zona llena de espacios abandonados y oxidados, allí se pasaba speed y cocaína, pero Cox me llevó para enseñarme una especie de nave abandonada donde había mujeres y un ambiente adictívamente sórdido. Esa noche conocimos al Gordo Andujar, un tipo que trabajaba de eléctrico en rodajes de cine y publicidad, adicto al opio y extraño. El gordo Andujar nos habló de no se que actriz que le tenía amargado, que se había acostado con ella en un rodaje y que la tipa quería llevarle a vivir al extranjero. El gordo Andujar habló durante horas y al final nos leyó un cuento que había escrito. El cuento era extraño, triste, desolado. No había esperanza en ni una sola palabra. Escuchamos aquella lectura sobrecogidos. Cox y yo no hablamos, casi ni respiramos. En un momento, en mitad del cuento, yo sentí una punzada en el pecho, un dolor insoportable, una forma muy novedosa de nostalgia, como si quisiera a la vez agradecer la vida y querer morir, como si todo lo que conocía se desvaneciera en una forma absolutamente distinta. Cox, lo vi unos segundos, lloró. El gordo Andujar terminó la lectura y se puso en píe. Yo argumenté que me tenía que ir y Cox aprovecho mi excusa para sumarse a la huida. Caminamos todo el puerto sin hablar, amanecía. Se imponía esa luz casi morada e irreal del amanecer, se escuchaban los primeros ruidos de los astilleros. Nos despedimos en la cuesta. Cox estaba apagado, yo no era menos. Llegué a casa. no pude dormir. Luego aguantamos esa rutina un tiempo, pero casi paralelamente Cox y yo dejamos los trabajos y esa ciudad. A veces, muy esporádicamente, recuerdo al gordo Andujar, otras a la peluquera, pero generalmente no recuerdo nada de aquella época.

sábado, diciembre 04, 2010

Con la iglesia hemos topado

Borracho, beodo, ebrio, rascao, pedo, mamao. Haciéndo eses. Así iba. Así. Como un cubo repleto de alcohol. Caminaba agazapado y torpe por aquella calle difusa, mal iluminada, silenciosa y vacía. Extraña como toda calle pequeña de madrugada cuando la cruzas, como en via crucis, infectado de vino, intoxicado y con el hígado derrotado, trabajando fatigado y triste. Pensando en la fe, en esa fe que sólo encuentro en una botella, en una barra de bar, en el trasiego atropellado de las noches de borrachera. Mirando al cielo oscuro y gigante y deshabitado de todopoderosos, argumentando para mi, dándome la razón en mi agnosticismo. No hay como esos diálogos interiores en los que todos tus argumentos son potentes y sólidos y te das, constantemente, la razón. Así caminaba cuando vi la figura incomprensible viniendo por la otra punta de la calle, a paso firme, como el que busca algo conciso, muy concreto y sabe donde buscarlo y camina rápido para encontrarlo justo a tiempo. Allí lo vi venir, figura blanca, segura, pero frágil en el andar por la edad y los achaques, tremendo, solemne, porque no decirlo, potente, trascedente. Lo vi venir y me iba a cruzar con él y sin buscarme explicaciones acepté la imagen, la realidad incomprensible que se plantaba ante mi. Así fue, no era producto del alcohol, no era la gigante borrachera que empujaba a trompicones por aquella calle. Era así, fue así, me crucé aquella noche, sin explicación aparente, con el Papá Benedicto. Que caminaba hacia la nada, como camina todo creyente y todo no creyente. Hacia el vacío, hacia la mortalidad. Allí venía Benedicto de madrugada con sus convicciones, con sus seguridades y sus misterios. Con el báculo, rígido. No dudé:

.- ¿Dónde va, buen hombre? ¿Dónde va, si se puede saber? ¿Cómo es posible usted, aquí, ahora?

.- No debería verme, pero sólo me cruzo con infieles a esta hora, lo cual no me preocupa, Terminan olvidando que me vieron, lo atribuyen al alcohol. Son ustedes siempre tan borrachos.

.- Vicios tenemos todos. Ustedes también se traen los suyos. Que tire la primera piedra el que no tenga vicios.

.- La oración, la fe, el conocimiento, la paz. Esos son mis vicios.

.- Alguno más tendrá, ¿no? Si no ¿cuál es su mérito? Sacrifique, amigo, sacrifique. Gánese con esfuerzo el paraíso ese que se han construido. Que aparte de lo aburrido, que eso ya es sabido, un poco caro me parece. A no ser que escondan ustedes, algunos lujos que no publicitan en los folletos de esa ciudad eterna de vacaciones. ¿Hay multipropiedad allí? Lo mismo me planteo unos días cuando muera, pero pocos, que luego me tengo que ir a navegar a la nada.

.- La provocación es un camino torpe. No llega usted ni a pobre diablo. Cuídese. El alcohol traiciona. Envenena y confunde. Lamento interrumpir sus reflexiones, pero debo seguir mi camino, llego tarde.

.- Pero queridísimo Benedicto. ¿Dónde coño va usted a esta hora, en medio de esta ciudad, alejada de Roma, y con la posibilidad del pecado a cada esquina en esta hora que no se reza? ¿Dónde va? Uno no puede cruzarse con Benedicto y dejarle ir. Tengo algunos asuntos que recriminarle. No me gustan sus reflexiones, por ejemplo, sobre el condón, noble artilugio. Habría unas cuantas cosas que debatir al respecto, sin embargo, me gusta su look, su imagen. Es cuidada y solemne. Hoy va con su Mitra, con el palio y el anillo. Esa cita debe ser importante. ¿Es guapa la muchacha, que va usted hecho un pincel, que no ha escatimado en detalles? Voy a poner su imagen de moda. Toda la vanguardia artística vestida como usted. Moderno y elegante. Atrévase, amigo, y cálcese unas converse.

.- Lo lamento. Debo seguir. Es tarde, hace frío y usted debería ir a la cama. LA borrachera cobrará sus deudas en dolor de cabeza mañana.

.- Adelante, caballero.

Y dejé pasar a la noble figura. Pasó de largo, firme, sin ceder en solemnidad ni un momento. Siguió y yo seguí detrás, menos borracho ya. Seguí sigiloso, delicado. No me escuchó el hombre, le vi cruzar la calle, seguir hacia arriba. Dirigirse sin freno a su destino. Esa noche me gradué en espía. Veinte minutos después, cruzo la puerta azúl, donde vive la joven Lucía. Se apagó la luz.

miércoles, diciembre 01, 2010

Sin título

¿Cómo se llama eso? ¿Qué palabra recoge esa sensación alargada,acompasada, rítmica? Es un ritmo, una cadencia sosegada, unacompasamiento total de los elementos audibles y visibles. Se entra entiempo. Se pertenece. Sucede en determinadas ocasiones, nuncaelegidas. Se ve a lo lejos un paisaje, lo incomprensible e inabarcablede todo paisaje y es como si el cuerpo se intergrara en ello, como sila sangre, el ritmo cardiaco, la respiración fueran pasaije, visión.Algo que sucede externamente. Todo se integra. De repente estás, vas.Te desplazas en esa fugacidad permanente. Miras y hay un amasijoagradable de sensaciones de en cierto modo están sucediendo fuera.Eres árbol, la luz potente, bestial irrepetible del amamecer. El trenavanza y tu cabeza está apoyada en la ventanilla. Se extiende elplaneta y lo percibes. El planeta está en movimiento y tu estás ahí, aritmo con todo ese desplazamiento. No se como se llama. No lo se, peroes de las sensaciones más agradables en las que se puede habitar. Enno ser uno, sino ser todo eso a la vez.

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