sábado, diciembre 04, 2010

Con la iglesia hemos topado

Borracho, beodo, ebrio, rascao, pedo, mamao. Haciéndo eses. Así iba. Así. Como un cubo repleto de alcohol. Caminaba agazapado y torpe por aquella calle difusa, mal iluminada, silenciosa y vacía. Extraña como toda calle pequeña de madrugada cuando la cruzas, como en via crucis, infectado de vino, intoxicado y con el hígado derrotado, trabajando fatigado y triste. Pensando en la fe, en esa fe que sólo encuentro en una botella, en una barra de bar, en el trasiego atropellado de las noches de borrachera. Mirando al cielo oscuro y gigante y deshabitado de todopoderosos, argumentando para mi, dándome la razón en mi agnosticismo. No hay como esos diálogos interiores en los que todos tus argumentos son potentes y sólidos y te das, constantemente, la razón. Así caminaba cuando vi la figura incomprensible viniendo por la otra punta de la calle, a paso firme, como el que busca algo conciso, muy concreto y sabe donde buscarlo y camina rápido para encontrarlo justo a tiempo. Allí lo vi venir, figura blanca, segura, pero frágil en el andar por la edad y los achaques, tremendo, solemne, porque no decirlo, potente, trascedente. Lo vi venir y me iba a cruzar con él y sin buscarme explicaciones acepté la imagen, la realidad incomprensible que se plantaba ante mi. Así fue, no era producto del alcohol, no era la gigante borrachera que empujaba a trompicones por aquella calle. Era así, fue así, me crucé aquella noche, sin explicación aparente, con el Papá Benedicto. Que caminaba hacia la nada, como camina todo creyente y todo no creyente. Hacia el vacío, hacia la mortalidad. Allí venía Benedicto de madrugada con sus convicciones, con sus seguridades y sus misterios. Con el báculo, rígido. No dudé:

.- ¿Dónde va, buen hombre? ¿Dónde va, si se puede saber? ¿Cómo es posible usted, aquí, ahora?

.- No debería verme, pero sólo me cruzo con infieles a esta hora, lo cual no me preocupa, Terminan olvidando que me vieron, lo atribuyen al alcohol. Son ustedes siempre tan borrachos.

.- Vicios tenemos todos. Ustedes también se traen los suyos. Que tire la primera piedra el que no tenga vicios.

.- La oración, la fe, el conocimiento, la paz. Esos son mis vicios.

.- Alguno más tendrá, ¿no? Si no ¿cuál es su mérito? Sacrifique, amigo, sacrifique. Gánese con esfuerzo el paraíso ese que se han construido. Que aparte de lo aburrido, que eso ya es sabido, un poco caro me parece. A no ser que escondan ustedes, algunos lujos que no publicitan en los folletos de esa ciudad eterna de vacaciones. ¿Hay multipropiedad allí? Lo mismo me planteo unos días cuando muera, pero pocos, que luego me tengo que ir a navegar a la nada.

.- La provocación es un camino torpe. No llega usted ni a pobre diablo. Cuídese. El alcohol traiciona. Envenena y confunde. Lamento interrumpir sus reflexiones, pero debo seguir mi camino, llego tarde.

.- Pero queridísimo Benedicto. ¿Dónde coño va usted a esta hora, en medio de esta ciudad, alejada de Roma, y con la posibilidad del pecado a cada esquina en esta hora que no se reza? ¿Dónde va? Uno no puede cruzarse con Benedicto y dejarle ir. Tengo algunos asuntos que recriminarle. No me gustan sus reflexiones, por ejemplo, sobre el condón, noble artilugio. Habría unas cuantas cosas que debatir al respecto, sin embargo, me gusta su look, su imagen. Es cuidada y solemne. Hoy va con su Mitra, con el palio y el anillo. Esa cita debe ser importante. ¿Es guapa la muchacha, que va usted hecho un pincel, que no ha escatimado en detalles? Voy a poner su imagen de moda. Toda la vanguardia artística vestida como usted. Moderno y elegante. Atrévase, amigo, y cálcese unas converse.

.- Lo lamento. Debo seguir. Es tarde, hace frío y usted debería ir a la cama. LA borrachera cobrará sus deudas en dolor de cabeza mañana.

.- Adelante, caballero.

Y dejé pasar a la noble figura. Pasó de largo, firme, sin ceder en solemnidad ni un momento. Siguió y yo seguí detrás, menos borracho ya. Seguí sigiloso, delicado. No me escuchó el hombre, le vi cruzar la calle, seguir hacia arriba. Dirigirse sin freno a su destino. Esa noche me gradué en espía. Veinte minutos después, cruzo la puerta azúl, donde vive la joven Lucía. Se apagó la luz.

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