miércoles, diciembre 15, 2010

Días de radio

Había un fuego al fondo donde uno se podía hacer un café. A esa hora jamás había nadie y le gustaba abrir la puerta, encender las luces, cruzar la zona de las mesas y buscar la cafetera. Mientras el café, rito glorioso, se iba cociendo, él preparaba los detalles más superficiales, anotaba algún asunto de última hora, o más bien de primera hora, leía algunas notas recibidas durante la madrugada y volvía al fuego para servirse la primera de dos o tres tazas a lo largo de la mañana. Con la taza en la mano encendía el equipo, se aseguraba que la señal entraba y medía la entrada. La carpeta, rellena de notas, de apuntes dejados por sus compañeros horas antes, la abría sobre la mesa. En sincronización con la capital, soltaba la sintonía y dejaba caer los primeros anunciantes. Unos segundos antes de saludar, sorbía café y como siempre soltaba la frase que siempre usaba:

.- Buenos días, aún no amanece, aquí ya esperamos la luz. Arranca " A primera hora"

De primeras leía algunos titulares importantes, un repaso de prensa y alguna curiosidad, no siempre dejaba caer las efemérides, salvo cuando eran peculiares o muy literarias. Luego el programa iba solo. Se sabía poco escuchado, la audiencia era mínima, pero suficiente para no ser apartado de la parrilla. En una radio de provincias un mínimo muy mínimo a veces vale. Cada cierto rato ponía alguna música, de vez en cuando invitaba a alguna persona. Cuando la mañana se imponía sus compañeros iban apareciendo por la mínima redacción. La rutina era agradable, la radio era un trabajo que le motivaba, ameno y desde el que él podía generar cierta cultura en una ciudad ajena a los nuevos movimientos, a otras tendencias y despreocupada del arte, él sentía que algo aportaba, que algo generaba hablando de autores emergentes, de músicas nuevas, de actividades que se sucedían allá, fuera de la provincia. Allí delante del micrófono, pausado, con la voz grave y sosegada que le habían ido dando los años. Así cada mañana de semana. Repitiendo los actos. Entrar en la radio, encender las luces, el café, la cabina, la conexión. Y así fue aquella mañana que entró y que empezó a repetir la rutina, el rito. Cruzó el pasillo, el café emergiendo allí, en el fuego, abrió la cabina, encendió la luz y se sentó. Sintonía y dentro, el solo manejaba el control y a su vez hablaba. A veces sucedía, pero siempre más tarde, que sonaba el teléfono, alguien haciendo una petición, opinando sobre algún tema, nunca tan pronto. Atendió en medio de los dos primeros spots, la voz la reconoció, le sonaba familiar. Claro que si. Esa voz era su voz, su misma voz, la que escuchaba a través de los cascos cuando hablaba, la que había oído grabada. Esa voz era igual que la de él, él mismo. Entonces entró, no supo que hacer:

.- Tenemos una llamada en directo, son las 5:14 de la mañana. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

.- Hola, soy yo. Tú, soy el otro lado.

.- Creo que no le entiendo, amigo. ¿Quería consultar algo de la agenda cultural, alguna propuesta?

.- No, quiero entrevistarte, lo debes hacer, obedéceme, obedécete.

.- No entiendo

.- Si, entiendes. Yo soy tu, ¿no reconoces mi voz, tu voz?

.- Si, la reconozco.

.- Ahora debes contestar, hoy eres tú el entrevistado. ¿Podrías contarnos lo de anoche? Cuéntalo, lo sucedido antes de dormir.

.- ¿Qué dice amigo? Voy a colgar, debemos seguir con el programa.

.- No, cuéntalo. Cuenta quien eres.

Entonces sintió el miedo. Sintió su propia amenaza.

.- Anoche. Anoche sentí que había zonas de mi que no me pertenecían.

.- Sigue, cuentalo.

.- Saben. Tantas veces sucede, tantas veces nos pasa a los locutores, hablas en la calle y alguien se gira y te pregunta si eres la voz del programa y cuentas, lo cuentas y siempre es la misma afirmación: "Te ponía otra cara, eras diferente cuando sólo conocía tu voz" Los locutores no nos correspondemos con nuestro rostro. Somos otro. Ayer, lo hice. Ayer salí a buscar el rostro de mi voz, de este que soy. Luego un montón de rituales, un montón de situaciones hicieron que lograra mi propósito, logré el rostro que pertenece a mi voz. Maté a su dueño, cuya voz, por cierto, era repugnante, aguda, terrible. Me deshice de mi rostro y me adueñé del que le pertenece a mi voz.

.- Eso es. Ahora me escuchas, escuchas mi voz y sabes que soy yo, tu, yo. Lo que no sabes, jamás sabrás es de quien es la voz, de quien es el rostro. Soy yo, eres tu. Somos la misma voz, diferente cara. Yo habló por teléfono, tu por el micrófono, pero afuera, los oyentes no nos distinguen, somos el mismo.

Agitado, nervioso, tenso, colgó el teléfono. El programa, jamás volvió a salir al aire.

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