sábado, diciembre 18, 2010

Teclado

No sabe que ahí enfrente está el absoluto, la totalidad. No lo sabe mientras lo mira. Desconoce que en realidad esa es la puerta para millones de posibilidades. Laberinto a recorrer como se quiera. Ahí está la niña frente a un teclado. Todas las letras colocadas bajo ese orden incomprensible para casi todos. La a junto a la s, en el otro lado la p encima de la ñ. La t seguida a la izquierda de la r y luego de la e que casi debajo tiene la s (tres). Se puede lanzar el dedo al azar o pensar concienzudamente la primera tecla a pulsar, pensar duramente ese camino de teclas, ese salto de dedos de acá para allá que irán juntando palabras, frases, párrafos. Ahí empieza el todo, el mundo, lo que la niña quiera y no lo sabe. ¿Cómo es posible que todos los textos, todos los libros por escribir, estén contenidos en ese amontonamiento de teclas? ¿Cómo se sabe el camino por el que empezar? ¿Cómo se olvida uno que si se sigue el camino correcto se podría teclear un texto memorable? Marcar las teclas, camino de baldosas blancas, texto que avanza. El mundo en el leve movimiento saltarín y alegre de los dedos. La literatura universal contenida en ese espacio tan reducido, tan accesible. Es tan pequeño y tanto por decir, tanto por conjugar, tantas variaciones, tantos universos, tantas descripciones, tantos cuentos, biografías, historias, novelas, mentiras, noticias. En ese juego inocente, en ese juego amable de teclas. La niña mira y se asombra, siempre que lo mira, siempre que va las teclas las mira sorprendida. No lo sabe, claro que no lo sabe, ahora desconoce el lenguaje, pero algo intuye, algo encierra ese espacio, algo hay que siempre detiene su mirada en las teclas y lanza la mano, lanza la mano anárquicamente sin saber, que realmente, ahí, ya, escribió su primer texto. La niña frente al teclado, la puerta total. Todo por escribir.

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