lunes, diciembre 27, 2010

Se busca

El perro correteaba por la playa sin seguir una ruta aparente. Corría de la orilla hacia la arena, en la arena hacia varios círculos y se desviaba de izquierda a derecha gobernado, claramente, por un potente sentido de la libertad, libertad absoluta. A ratos le perdía la pista, desaparecía tras matorrales lejanos, alborotado, contento y segundos después le volvía a ver aparecer. A mi me gustaba avanzar por aquella playa vacía, el Sol apareciendo lento tras el horizonte acuático y el sonido constante, perenne de las olas. Puedo creer que no pensaba en nada, salvo los detalles que definian el momento. A veces me distraía una figura lejana que caminaba muy a lo lejos, a algún kilómetro de distancia. Así el perro y yo nos entregábamos diariamente a ese rito amable, importante del amanecer. Luego volvíamos por el camino de tierra, estrecho, frondoso y finalmente alcanzábamos la carretera. Nunca medía el tiempo hasta volver a casa, si ahora recordara los primeros tiempos, calcularía una hora, pero jamás miré el reloj. Lo que si fui notando es que cada día, cada jornada a partir de un momento se me hacía mas cansado el trayecto, la ceremonia. Lentamente me iba cansando más y lo atribuí a los años, al físico. Creo que en algún momento me empecé a preocupar. Luego, pasado un tiempo, descubrí que cada día llegaba con el Sol más arriba, mas avanzado el día. Fue cuando empecé a calcular el tiempo del paseo. Tardé unos días en percibirlo, la suma diaria era inapreciable, pero efectívamente, cada día llegaba algo más tarde, cada día la distancia era mayor recorriendo exactamente el mismo recorrido. Seguí culpando a mi cuerpo, a la edad, a mi corazón. Pensé, concluí que cada día caminaba más lento y que además cada día me cansaba más, hasta que semanas después descubrí que no, que aún recorriendo el mismo camino la distancia se iba alargando. No varíe la ruta, seguí constante, había, evidentemente, algo que descubrir. El perro seguía a lo suyo, a su ritmo, a su anarquía feliz. Revoloteando por aquella playa tremenda, preciosa, vacía. No se como pensé que algo había en el perro, algo de aquel problema extraño se revelaría en la actitud del perro. Fue entonces como empecé a analizar diariamente sus movimientos, sus giros, sus carreras aparentemente aleatorias. Memoricé sus giros, sus idas y venidas, pero aparentemente jamás las repetía. Si vi que determinadas mañanas el perro, de repente, ladraba como si algo en la nada se volviera forma visible para él. Comprendí entonces que el perro en sus expediciones iba abriendo nuevos caminos y que esos caminos invisibles se interponian a los caminos visibles, que esos caminos que el perro abría alargaban el camino de vuelta a casa. Que cuando el perro ladraba lo hacía a algo que impedía su paso a esos caminos que el abría. Que esas carreras en las que el perro se perdía eran conscientes, importantes, reveladoras en nuestras expediciones. Cada vez más lejos, cada vez tardando más en volver. Finalmente salíamos aún al amanecer y llegábamos al anochecer a casa. Horas y horas en aquel camino que apuntaba hacia el infinito. Lentamente nos fuimos perdiendo, lentamente fuimos no volviendo hasta el punto de no volver. Por eso suplico que cuando pongan el cartel de "se busca a este perro" me busquen a mi también. Si lo ven necesario, incluyan mi foto, me gustaría, también, ser encontrado.

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