lunes, junio 22, 2020

Esenciales

Un tipo de mediana edad atraviesa una larga y estrecha carretera de una zona no muy poblada. Conduce una furgoneta de marca popular cargada de alimento. Amanece y hace una temperatura que entra en la zona de perfección. Hay unos grados, con un nivel de humedad exacto, donde la piel vive su máximo estado de relajación y ligereza, unos pocos grados donde la piel vive su esplendor. La OMS entre otras muchas cosas, dice que la temperatura perfecta para habitar son 22 grados. Todo es leve en esa franja poco amplia de temperatura. El tipo, durante unos segundos, siente una indescifrable sensación parecida a la soledad y la felicidad. Es difícil atrapar eso que percibe o siente. A veces, pocas veces, sentimos que el tiempo va más lento o que no pasa o que el tiempo no existe, lo cual es imposible. El tiempo lo es todo, pero es una ficción o fantasía o irrealidad donde todo parece ajeno al tiempo. Curiosamente, una sensación ajena al tiempo, pero que dura poco, como mucho unos pocos minutos. La carretera está rodeada de buena vegetación, la primavera ha sido prodigiosa. ¡Qué extraño animal somos! Piensa el tipo mientras en el arcén ve un animal aplastado.  La tierra es ajena a nuestros conflictos y a nuestras fragilidades, los animales ignoran lo que sucede estos días en las noticias y en la sobreinformación en la que habitan los humanos. El coche suena raro desde hace unos días y durante unos segundos echa un humo blanquecino por delante. Frena suavemente y se detiene a un lado, sin miedo al tráfico. No existe el tráfico: ojalá no vuelva a existir, piensa mientras frena. Baja de la furgoneta, abre el capó e investiga. No ve nada raro. Se queda de pie unos segundos, como si se hubiera olvidado de sus tareas, de su trabajo, de dónde está e incluso de la angustia que esos días atraviesa el mundo. Escucha el silencio, el silencio absoluto. Luego recordará que durante ese instante no pensó en nada. Quizá aquello era el fin del mundo y eso es lo que sucede cuando todo se acaba: el sosiego final, el sosiego eterno. El Apocalipsis finalmente sólo era una inmensa quietud. Vuelve en sí o vuelve a ese momento. Cierra el capó. Arranca el coche y se pone en marcha. Aun quedan unos kilómetros para llegar a la fábrica, donde recargará para seguir llevando cajas. La ruta del alimento seguirá su extraño curso.

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