viernes, junio 26, 2020

Polvo

Yo creía escucharle entrar. Entraba invisible por las rendijas de la puerta y se quedaba ahí, al lado de de la cama. No hacía nada, solo mirar. O ni siquiera mirar, porque no miraba. Estaba. Estar así no más. Estaba como está el aire, como dicen que están los virus, como el polvo que flota cuando entra la luz del sol por la ventana. Estaba ahí y se quedaba ahí. Ni escuchaba, ni hablaba, ni miraba, porque si eres mota de polvo no puedes mirar. A veces le hablaba, a susurros, porque no quería que desde fuera de la habitación se me escuchara la voz. Le contaba cosas de esos días. De la nieve inmensa de ese invierno y del silencio de aquel tiempo. Fue una época de silencio y calma. Se instaló una especie de tiempo nuevo a medida que fue entrando la primavera. Y yo le hablaba de los días y de las cosas que había ido aprendiendo, algunos ríos, algunas normas ortográficas, el ciclo del agua, los pesos y balanzas. No escuchaba, porque lo invisible no escucha, ni mira, ni habla. Pero yo le hablaba susurrando para que no se escuchara mi voz más allá de la puerta. A veces pasaba la mano por el aire, que era una manera de abrazarle o de besarle o de saludarle. A veces recordaba cosas que me inventaba, porque cuando se fue, yo aún no tenía recuerdos y ahora recordaba cosas que en realidad no recordaba. Eso debe ser la ficción, le contaba. "Esto que te cuento debe ser la ficción" Aunque en el fondo yo creo que lo recuerdo, aunque sé que no viene de mi memoria. A veces le preguntaba sobre eso: ¿Qué es la memoria? ¿Qué son los recuerdos? Y pensaba que todos era como ese aire invisible, como esas motas de polvo, como esa invisibilidad que son los virus, las cosas que flotan y que no se ven y que condicionan nuestras vidas. Algo así debe ser el recuerdo y la memoria. Y aunque no recordemos o no creamos recordar, están ahí, flotando invisibles, a tu lado, como las motas de polvo atravesadas por el Sol.

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