domingo, enero 09, 2011

Una época lejana

Solíamos caminar cuando atardecía por la avenida Venezuela hacia abajo. Se iba el calor y había una luz agradable. Ella hablaba siempre con un cierto nerviosismo que a mi me atraía, en ese momento todo me atraía de ella, pero ese modo de hablar agitado, desgarrado y algo trágico le otorgaba a mi vida una sensación de distancia, como si los demás habitaran a unos tres o cuatro kilómetros de nosotros. Y bajábamos hasta la avenida Morán y allí girábamos y caminábamos despacio, al ritmo que marcaba ella, hacia la avenida de los abogados. Ella vivía allí en un apartamento compartido con otra tipa que estaba buenísima pero que a mi me odiaba, así que subíamos y yo casi rezaba en el ascensor por que no hubiera nadie en aquella casa. Abría la puerta y me ofrecía té frío que yo me terminaba en doce segundos y nos sentábamos en un balcón que daba al oeste y se veía el atardecer. Ella dormía en ese balcón porque decía que le gustaba dormir al aire libre y luego, a veces dejaba caer confesiones inconclusas, lo mal que estaba con su novio, a un tipo que jamás había visto pero al que odiaba profundamente y se hacía de noche y yo miraba el reloj y lo sensato siempre era largarse, pero yo alargaba la insensatez hasta que comprendía que era bastante absurdo aguantar ahí. Entonces volvía caminando a casa, me compraba un par de cigarros detallados en una bodega que había en la Morán y me sentía entre desdichado y fuera de juego. Curiosamente en esa época fumar tenía algo de paliativo. Nunca fui gran fumador pero había algo de fuga en fumar. LLegaba a casa, saludaba con desgana y me sentaba en la cama a tocar la guitarra. Desde mi ventana se veía un trozo de la ciudad. Una extensión algo caótica de luces débiles. Era agradable aquella vista, dejaba el segundo cigarro para ese momento. Me hubiera gustado tener grandes revelaciones en aquellos momentos pero básicamente pensaba en aquella tipa y me acostaba en la cama. Despertaba a la mañana siguiente y salía a la calle. A mediodía iba a clase y con suerte me la cruzaba nuevamente y caminábamos Avenida Venezuela abajo, me hacía el despistado y terminaba otra vez en su casa. Uno es capaz de repetir el ciclo hasta el hastío cuando se enamora de ese modo absurdo. Finalmente las cosas giraron. Llegaron las vacaciones de navidad y la tipa se fue a su ciudad, me quedé inerte bastantes días, imaginándomela acostándose con su novio en la parte de atrás de un coche. En mitad de las vacaciones apareció sin previo aviso, me tocó en la puerta de casa y a mi casi me da algo. Me fui un día entero a caminar con ella por la ciudad, comimos algo juntos y por la tarde nos besamos en unas escaleras. Nunca me he sentido tan explosivo e inseguro a la vez. El beso me disparo pero no olvidaba el freno que inevitablemente ella ponía a cada frase eufórica mía. Al día siguiente desapareció. La fui a buscar a su casa y me abrió la compañera que con enorme distancia me comunicó que no sabía donde estaba, que creía que se había vuelto. Esa noche busqué a alguien, me daba igual quien, terminé en una casa de un amigo más borracho que el demonio, asomado a una terraza que se veía a lo lejos el trozo de ciudad donde ella vivía. Creo que esperaba ver un avión, un ovni, la aparición de un halo de luz, pero evidentemente no sucedió nada. Vomité en el suelo y me quedé dormido en el suelo del baño. Al amanecer salí a la calle y caminé hasta su casa. Me quedé dos o tres horas esperando abajo. Vi salir a su compañera y pensé que como alguien podía estar tan bueno y ser tan gilipollas a la vez y fui a la bodega otra vez y compré tres cigarros y se hizo el mediodía, y el mediodía aquella ciudad era más caliente que el infierno y a mi la cabeza me explotaba. Volví a casa y pasé la tarde abajo, en mi edificio. Por la noche me encontré con mis amigos, bebimos y fuimos a casa de F. Aquella noche la hemos recordado muchos años, a las cuatro o cinco de la mañana F puso a grabar una cinta para archivar el audio de lo que hacíamos, nuestras conversaciones, nuestros gritos. Antes del amanecer yo cometí la insensatez de ponerme de píe en el borde de una ventana y F en un instante de lucidez me llamó a la sensatez y me lo dijo tan serio que a mi me afectó y me pareció que estaba perdiendo el norte con mi vida. Ahora, visto desde aquí, pienso que es bastante cierto, recuerdo aquella época como si la brújula se hubiera escacharrado. Despertamos y yo cogí de nuevo el bus y me fui a la puerta de su casa. Evidentemente aquello pasó. Yo estuve bastante afectado. Hay algo extraño con el amor a esa edad. Se ancla uno a ello como un desquiciado en medio del mar a un trozo de madera, y luego durante muchos años de tu vida recuerdas esa época y tratas de comprender que te movía a estar en ese estado de momentánea locura. Ahora, hoy no recuerdo como fue pasando, pero pasó y vinieron otras épocas, otras historias.

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